dissabte, 7 de juliol del 2007

El lago de los cisnes.

El Ayuntamiento de Pozuelo, que debe de ser del PP desde el treinta y nueve, tiene una interesante oferta cultural de verano, con espectáculos de teatro, ópera, ballet, solistas, etc. Ayer vino una Compañía de Ballet Clásico del Volga con El lago de los cisnes, de Tchaikovsky y decidimos ir a verla. Bueno, bueno. Auditorio al aire libre, libre para que los aviones lo surquen sin problemas. Multitud de criaturas de todas las edades, que siempre animan mucho. Familias enteras pasándose las bolsas de patatas fritas. Abigarrado espectáculo. Y lo de espectáculo a medias porque, aunque haya gradas, en cada una de ellas instalan tres filas de sillas de plástico, con lo que el de la tercera fila tiene un campo de visión reducido. Para compensar, y porque las filas se extienden en la explanada casi a la distancia de un campo de fútbol, hay dos grandes paneles de televisión o televideo de circuito interno a ambos lados del escenario, pero las cámaras enfocan lo que les place en cada momento, la resolución de las pantallas es bajísima y la imagen está teñida de azul. O sea que quien diga que ayer vio El lago de los cisnes estaba sentado en la primera fila, es un exagerado o miente como la luna lunera.

El ballet me pone un poco nervioso porque nunca sé en que concentrarme, si en la vista o en el oído. Lo que todo el mundo dice es que hay que combinarlos. Pero a mí me parece imposible. Si uno está escuchando música, según qué música, claro, uno deja de mirar con atención; muchos incluso escuchan música cerrando los ojos. Del otro lado, si uno se concentra en mirar, en seguir algo con la vista, uno deja de escuchar. Todos los que leen y escriben mientras escuchan música saben que es imposible prestar atención a dos sensaciones simultáneas procedentes de sentidos distintos.

Tampoco es que hubiera mucho que ver. La Compañía del Volga hace lo que puede y representa la obra entera. Desde que hay reproducción mecánica de sonido, los espectáculos de ballet se han abaratado mucho y son más frecuentes. Reunir una compañía de ballet de un lado y una orquesta de otro es difícil. Por eso se recurre a la música grabada, la música "enlatada". Lo que sucede es que el espectáculo no es el mismo. El ballet de música grabada es más artificioso, más mecánico, porque está basado en la interpretación que de los tiempos hacen los bailarines, no en una mutua compenetración de músicos y bailarines como en el ballet con orquesta.

En todo caso, entre el alegre bullicio de las comadres, las criaturas y los compadres veraniegos y la música enlatada, los bailarines se defendieron, aunque algunos tenían tanta elegancia y flexibilidad como un hoplita griego. Y no ayuda a la cosa que la composición tenga tan amplia variedad de números, algunos especialmente desafortunados, como el de la danza española en la que se oyen unas castañuelas que los danzarines no llevan en las manos.

Siempre es un placer ver ballet. Sosiega el espíritu, al menos estos ballets románticos. La vieja leyenda del amor que ha de servir de antídoto para deshacer un encantamiento, la imposibilidad de la felicidad y el triunfo definitivo del bien sobre el mal, aun cuando ya sea tarde será siempre de mucho interés. No es lo menos interesante de esta obra que sea tan misteriosa. No está clara la procedencia del tema (la hermosa convertida en cisne), que se pierde en la noche de los tiempos de la canción épica y tampoco está clara la procedencia de los temas musicales porque en la coreagrafía ha metido mano un puñado de personas, antes y después de la muerte de Tchaikovsky. Es una obra particularmente deslavazada y esa ha sido siempre una de sus gracias, que permite muy variadas interpretaciones. De hecho tiene hasta dos finales distintos, uno en el que los amantes mueren y otro en el que no. Que yo sepa, hace un par de años se representó una versión en que los danzarines son todos hombres.

A mí me gusta en especial porque tiene un elemento de doble, que es tema de predilección. El malvado mago Rotbarth trata de endilgar al príncipe Sigfrido a su hija Odile, siendo así que éste está enamorado de Odette. El truco de Rotbarth es convertir a Odile en una réplica exacta de Odette, una doble. Tchaikovsky era lector atento de Hoffmann (el Cascanueces es de un cuento del autor prusiano) y esta duplicación de la hija recuerda un episodio del Hombre del saco, de Hoffmann.