diumenge, 9 de desembre del 2007

Madres, a veces, no hay ni una.

Que no postee no quiere decir que haya dejado de ir al festival de Ingmar Bergman del Círculo de Bellas Artes (CBA). Al contrario, siempre que puedo me escapo a ver algo. El otro día hice una "sesión doble" como las de los cines de mi barrio de chico y pudimos ver Crisis, que tiene el mérito de ser primer largometraje de Bergman y poco más y Sonata de otoño, una obra magnífica, una interpretación extraordinaria de Ingrid Bergman, que representa una madre egoísta, triunfadora en su profesión de pianista, que siempre sacrificó su familia a su carrera personal y una joven Liv Ullman en el papel de la hija postergada que creció llena de complejos y que, en el fondo, culpa a su madre por su no enteramente satisfactoria vida. Esta situación de partida se hace más intensa por cuanto la hija ha llevado a vivir con ella a una hermana víctima de una enfermedad degenerativa neurológica que necesita atención constante y a la que la madre recluyó en una residencia de niña.

Los términos del conflicto están muy claros, tanto que uno no puede más que felicitarse por la calidad de las intrerpretaciones de ambas actrices, sin ponerse muy pesado en cuanto al contenido moral de la historia, esa del egoísmo de la madre, pendiente tan solo de sus compromisos y conciertos, con lamentable abandono de su familia.

A todos los padres, supongo, nos corroe la duda de si habremos hecho suficiente por nuestros hijos pero, en este caso concreto a uno se le plantea otra duda de otro tipo: la de si esta película, rodada en 1978, hubiera podido hacerse igual con un protagonista masculino. ¿Me explico?