dilluns, 18 de febrer del 2008

Cuba: reinar después de morir.

De Cuba siempre se hablará como de un "caso". Para bien o para mal, pero un "caso". Un "caso" hecho de arriba a abajo por un hombre, Fidel Castro, comandante de la guerrilla, creador de la Cuba socialista, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, jefe de las heroicas Fuerzas Armadas Revolucionarias, presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba, impulsor principal de dos Programas Nacionales e Internacionales de Salud Pública y de Educación e impulsor principal del Programa Nacional de la Revolución Energética en Cuba.

Uno de los debates de mayor prosapia dentro del marxismo fue siempre el de la función del individuo en la historia. Si Plejanov y otros ilustres filósofos hubieran contemplado la Cuba castrista, se hubieran ahorrado un montón de libros. Por eso muchos dicen que no hay "Cuba castrista", sino "Cuba socialista" y que ese ser socialista pervivirá a la desaparición del compañero Fidel. Así lo piensa también mi buen amigo Iñaki Errazkin (p. 18).

Eso es dudoso a la vista de las experiencias en otras partes en que los regímenes obra de hombres fuertes no perviven a la muerte del creador, salvo que cuenten con un heredero, como en el caso de Corea. Un hermano no es propiamente hablando un heredero, del que Fidel carece. De todas formas no podemos saberlo porque el Comandante que delegó "provisionalmente" ese rosario de cargos en distintas personas (básicamente su hermano Raúl) va ya para dos años, no se muere, pero tampoco le dan el alta, con lo que, de vez en cuando va el señor Chávez a hacerse una foto con él para que el mundo sepa que sigue vivo y que no se trata de una caso de reinar después de morir, como doña Inés de Castro.

No me parece que el sistema sobreviva a su fundador, aunque puede pasar. La condición insular de Cuba, que la ha protegido contra un destino similar a los demás países comunistas, también puede impedir, al menos por un tiempo, una transición del sistema autoritario a la democracia, la desaparición del partido único y las otras formas de la dictadura.

Porque el fracaso se puede atribuir al estúpido bloqueo estadounidense o al desmerengamiento (la expresión es de Fidel, vía Errazkin, y me parece muy buena) de la Unión Soviética o a los hados del averno, pero sería un milagro que en Cuba funcionara un sistema que no ha funcionado en ningún otro punto del planeta. Es la socialización de los medios de producción y la abolición del mercado lo que no funciona, como se ha visto hasta la saciedad; ni funcionará. Alguien puede decir (imagino que el autor del libro por ejemplo) que es que es precisa la emergencia de un "hombre nuevo". En ese "hombre nuevo", del que también hablaba el Che Guevara creo tanto como en el "superhombre" de Nietzsche.

Sin ignorar nada de lo anterior, Iñaki ha escrito un libro en cerrada defensa de la revolución cubana como cuestión de principìo y digo como cuestión de principio porque como poco más cabe defenderla. De hecho, como Errazkin es noble y directo según él suele decir, a fuer de vasco y de comunista, el libro, por lo demás muy breve, se convierte en una requisitoria contra el sistema que no le deja hueso sano. Señala, apunta, acusa Iñaki los cortes de luz y otras increíbles escaseces (p. 32), el racionamiento y las corruptelas de amplios sectores de la población (p.33), la prohibición de salir al extranjero (p. 34), la cuestionable "política de comunicación" (p.34), el monopolio ejercido por el Partido Comunista (p. 34), una lista de trece asuntos problemáticos que van desde dificultades de transporte a corrupción e ilegalidades, pasando por inestabilidad en el abastecimiento de agua (p. 35), la conversión del marxismo en una "maría" (p. 37), la picaresca (id.), el estraperlo (p. 38), la delincuencia, la prostitución, las drogas (p. 40), la pesadez y el ocultismo de la burocracia (p. 43), la corrupción generalizada (p. 51).

Luego de la enumeración se queda uno pensando: y ¿qué defiende Iñaki en Cuba? Ya lo dije: el principio, el principio de la revolución. Y lo hace de modo tan apasionado que dan ganas de aplaudirle:

"Fidel es algo nuestro y la revolución que comandó debería ser proclamada Patrimonio de la Humanidad, faro y guía de civilizaciones presentes y futuras, por los logros obtenidos y por los que, sin duda, ha de producir en el porvenir. (p. 18)

No hay duda de que el autor es muy partidario del sistema imperante en la isla. Tanto que a veces razona de forma sorprendente como si, poseído por la razón revolucionaria, fuera contra las razones conservadoras de las cosas. Por ejemplo, pone como ejemplo la creación de esa unidad contable imaginaria llamada CUC que, por decisión del gobierno, es paritaria con el dólar, procedimiento que no es otra cosa que exprimir más a la población a la que se paga en una moneda débil pero se le cobran los productos en moneda fuerte (p. 27). O esa curiosa conclusión, apoyada en Iñaki Gil de San Vicente, de considerar que el recurso al trueque es un adelanto respecto a los intercambios monetarios, una especie de conquista de la revolución, siendo así que es un fracaso como un castillo, obligado cuando se negocia con monedas no convertibles y no se tienen divisas.

Así que en mi humilde opinión, Errazkin ha escrito una crítica demoledora del sistema cubano del que, sin embargo, aplaude efusivamente el sistema sanitario, el educativo, la firme voluntad internacionalista, cooperadora y solidaria y la decisión con que Fidel, cuando gozaba de salud, abordaba directamente los más fastidiosos problemas, dando la impresión de que considera que el hecho de que Fidel los aborde equivale a verlos resueltos. En definitiva, es un libro encomiástico a favor no de la Cuba que es, sino de la que Iñaki ve y la que quiere que sea con todo su corazón. Leyendo su libro me acordaba de algo que le oí en cierta ocasión al polaco Adam Michnik que decía que los intelectuales occidentales son siempre partidarios del comunismo... en el país del vecino.

El resto lo constituyen tres apartados de muy distinto interés. Uno dedicado a las noticias sobre Cuba que Falsimedia no ha publicado; otro un ramillete de trabajos de terceros sobre la isla a cual más entusiasta; y el último, una serie de artículos del propio Fidel que Errazkin titula "el blog de Fidel".

Ya se supone que ese término de Falsimedia designa a todos los medios y toda la prensa del mundo que no apoye a Fidel, todos falsarios. La verdad es que hay mucho que hablar sobre esto. Habitualmente tan radical descalificación procede de cuarteles que tienen una idea militante de la información. Lo curioso es que quienes creen que la información verídica es compatible con la militancia, el partidismo, la parcialidad, la ideología y, en definitiva, el interés (siempre que sean los suyos) nieguen luego profesionalidad a los demás que, en el peor de los casos, hacen como ellos.

Por último, el blog de Fidel está muy bien. Desde su forzoso retiro, en una especie de limbo, entre la vida y la muerte, el Comandante expone sus reflexiones y, con esa pasión fáustica que lo caracteriza, trata de influir en el acontecer político de los pueblos, como cuando hizo historia, dentro de poco hará cincuenta años, entrando en La Habana un 1º de enero de 1959, dispuesto a cambiar el mundo. Lo que sucede es que este Fidel ya no es aquel y el mundo de hoy no es el de entonces. Y tampoco Cuba es hoy lo que fue ayer.