dissabte, 12 de juliol del 2008

Llegar aunque sea muertos.

Si naces en el África, especialmente en la llamada África subsahariana, tienes una esperanza de vida de unos cincuenta años...y ¡qué vida! Según en qué parte de esa llamada África subsahariana te hayan dejado caer los dioses tienes una probabilidad más o menos elevada de contraer SIDA a lo largo de tu existencia, siempre que no lo traigas ya del seno materno; de que te violen o te asesinen o ambas cosas y no necesariamente en ese orden; de que te recluten de niño para ser soldado; de que te mutilen genitalmente; de que te ejecuten por algún tipo de comportamiento sexual; de que mueras de hambre; de que mueras de un sinfín de enfermedades que ya se han erradicado en otros lugares del planeta, desde el sarampión al paludismo; de que te asesinen porque sí los policías de éste o los sicarios de aquel; de que caigas en las redes de alguna mafia que te prometa sacarte de ese infierno y llevarte hasta El Dorado en una patera por trescientos euros.

Trescientos euros es lo que vale la diferencia entre la muerte y la vida y, para un porcentaje, entre la muerte y la muerte. Trescientos euros. El año pasado iba el viaje a mil. El precio del negro a secas (no del oro negro) es lo único que baja.

¿Y nos extrañamos de que estén dispuestos a morir con tal de llegar? No es tan difícil. También nosotros emigramos a cientos de miles hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX y dejábamos atrás, por invivibles, condiciones que a los subsaharianos de hoy parecerían de lujo. Así que podemos comprenderlo perfectamente. Otra cosa es que queramos.

En principio la libertad de circulación es un derecho de ciudadanía reservado en España a los españoles y, ahora, a los ciudadanos de la UE. Pero, en el fondo, es un derecho humano fundamental y no debiera estar limitado por ley alguna. Según se asegura esto no es posible porque se produciría un "efecto llamada" que España no podría gestionar. La cantidad de pateras y cayucos se multiplicaría; y la de muertos. Todavía no es así y en algunas costas españolas la situación es dramática, por ejemplo, en las islas Canarias en cuyas playas a veces se da la aguda contradicción moral del mundo, la contraposición entre el lujo, la abundancia, el ocio de los ricos veraneantes y la miseria y el hambre de los ilegales. Los del negocio turístico están que trinan. Los clientes no vienen a las islas afortunadas a ver desgracias tan sórdidas. ¿O quizá sí? No seré yo quien niegue la posibilidad de que algún empresario "listo" se le ocurra ofrecer paquetes de vacaciones con percance de patera de ilegales vivos/muertos incluido. De momento, en todo caso, algo hay que hacer para apartar esas imágenes de los televisores a la hora del almuerzo habitualmente en sobredieta. Y ese algo no consiste en abrir de par en par las puertas porque eso no se atreve a proponerlo nadie en Europa.

Dicen nuestros gobernantes que lo que corresponde hacer es contribuir al desarrollo de la región a fin de dar a los nativos alguna razón para quedarse. Bendita intención. ¿Cuánto hay que "contribuir" para conseguir ese milagro? Porque los ilegales que abandonan sus países, con riesgo de que los revienten por el camino, los estafen al llegar a la costa y los engañen al embarcarlos hacia una muerte casi segura, esos ilegales, digo, saben perfectamente a dónde vienen, lo han visto cientos de veces en televisión. Porque en esos países no hay hospitales ni escuelas ni nada, pero sí hay televisión en la que lo que se muestra es todo producido en Europa o los Estados Unidos. Y viendo lo que hay aquí, los autóctonos allí saben que la distancia entre ellos y nosotros no solamente no se achica sino que se agranda a marchas forzadas. Así que la pregunta es pertinente: ¿cuánto hay que "contribuir" para conseguir el dicho milagro? ¿Podemos permitírnoslo? ¿Queremos?

NB: tengo idea de haber visto alguna carta o artículo del señor Carlos Carnero, eurodiputado socialista y de algún otro/a de sus colegas protestando airadamente de que se cuestione su ejecutoria de gente progresista y de izquierda por haber votado la directiva "de la vergüenza". Incluso creo haber leído que alguno de esos mendas sigue sosteniendo que la tal directiva es un avance porque justamente convierte a los inmigrantes ilegales en sujetos de derechos en países en que no los tenían. Pero eso simplemente no es cierto: los convierten en sujetos de no derechos, que no es lo mismo. Se los puede recluir sin procedimiento judicial y deportar con una simple decisión administrativa. Es cierto que se admite que los afectados puedan recabar asistencia letrada y judicial pero sólo se conceden en el marco de las disponibilidades de cada cual o sea, puede que nunca. ¿De qué derechos hablarán sus señorías?

Entre tanto, los muertos siguen arribando a nuestras costas para amargarnos el verano y mezclados con unos vivos medio muertos a los que ahora podremos garantizar el derecho que han proclamado sus señorías de volver allí de donde llegaron para que la próxima vez vengan bien muertos.

(La imagen es una acuarela de José Aja titulada “sin papeles”, foto de Fotos CNT (en precario), bajo licencia de Creative Commons).