dimarts, 25 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (XVII).

El crimen perfecto.

(Viene de la entrada anterior del domingo, titulada Paso a dos.)

Me encaré con el "Por dónde se empieza" y me encontré un texto bastante denso con consideraciones previas a las previas consideraciones acerca de cómo se empieza un relato, cómo se da comienzo a una narración y no a cualquier narración sino una en la que se busca la verdad, verdaderamente se busca la verdad; hay que ser muy cuidadosos, sobre todo cuando se va a decir la verdad no así, de cualquier modo, a la buena de Dios, por los polvos de los caminos, al alcance de todo el mundo sino una verdad específica a un oyente concreto al que se había elegido precisamente para ese momento de decirle esa verdad. Las consideraciones, reparos, contraposiciones, excepciones, salvedades se enroscaban y desenroscaban a lo largo de varias páginas de denso discurrir que ahorro al lector que lo es de blog, género liviano. Pero no me privo de poner un ejemplo de la prosa de mi amigo: había renunciado a explicar por qué era imposible encontrar respuesta a la infinita pregunta del ser humano; pero se propuso, ya que no explicar, sí mostrar esa imposibilidad. Una pregunta infinita es una que no se acaba nunca, de la que conocemos dos formas: la lineal que consiste en preguntar por la raíz de la respuesta que se haya dado a la pregunta anterior lo que nos lleva al origen de los tiempos; y la llana consistente en plantear el porqué de todas y cada una de las cosas que hay en la existencia utilizando si queremos cualquier clasificación semántica del Ser, por ejemplo la muy normalita de don Julio Casares. Encontraremos Universo/Dios - Mundo orgánico -Reino animal - Los irracionales - Zoología - Insectos, larvas y ahí ya nos atascamos como la rueda del carro en el lodo porque insectos hay incontables y aparecen y desaparecen que es un primor. Así que las aporías de Zenón son reales como la vida misma. Lo que sucede es que luego nos adaptamos a todo de forma que igual que acabamos entendiéndonos mal que bien con un vocabulario de un par de miles de palabras (si llega), trotamos por la existencia con sólo algunas de las respuestas a las preguntas y esas aun a título provisional y de prueba. Pero naturalmente yo no estoy hablando de un conocimiento de dos mil palabras, de un conocimiento completo, del acceso a la verdad para lo cual, según lo entiendo, he de empezar por decir yo mismo la verdad. Carece de sentido ir en busca de la verdad de mentira o con la mentira. Pero decir la verdad sobre uno mismo es lo más difícil que hay. Tengo para mí que llamamos locos a aquellos que en algún momento se dijeron la verdad sobre sí mismos. Por eso los demás, los llamados cuerdos, no podemos decir la verdad sobre nosotros mismos, puesto que la ignoramos y la ignoramos a caso hecho, a ciencia cierta, si cabe la expresión.

- Un momento- dije sin darme cuenta de que estaba hablando en voz alta- ¿Quién está hablando aquí?- Por supuesto yo mismo que acababa de hacerlo pero me refería a quién estaba hablando en el relato que tenía en la pantalla. Fui con el ratón al comienzo del relato: "Por dónde se empieza", pero sin mención de autor. Habría de suponer que era Vlam. El texto seguía en el tenor mostrado durante algunas páginas más hasta enredarse en una madeja de consideraciones acerca de "por dónde se empieza una fortuna", un denso laberinto lleno de valores, activos, pasivos, liquidez, rates, préstamos, intereses, concursos, retranqueamientos, apalancamientos, futuros, swaps, nominal, acciones, obligaciones, balances, deudores, inversiones, capital fijo, variable, pérdidas, garantías, provisionamientos, deficit, superavit, cláusulas, subrogaciones, hipotecas, ejecuciones, avales, cotizaciones que en poco tiempo se me asemejaban a un pozo en donde se movían cientos de siniestros reptiles de relucientes visos cárdenos, violáceos, glaucos de toda condición, una exageración que casi me lleva al vértigo y que se interrumpió repentinamente, para dar paso a una pregunta en tamaño de letra superior al normal. "¿Qué se te ocurre a ti?"

En ese momento sonó el skype, se encendió el monitor de la webcam en el ordenador y en la pantalla apareció Vlam, diciendo:

- Ya has llegado a la pregunta, ¿no?

- Sí, bueno pero déjame seguir con el capítulo, que no lo he terminado.

- ¡Qué capítulo ni leches! El capítulo sigue aquí. ¿No te has enterado de que existe internet?

- Pregunta idiota. Pero tendré que leerme el capítulo si quieres mi opinión.

- El capítulo es lo que has leído hasta ahora y lo que digas a partir de ahora.

Me resigné y me dispuse a escuchar. Me preguntó si recordaba una conversación que habíamos tenido muchos años atrás, cuando él estaba empezando su carrera en los negocios en la que me planteó el caso de un amigo suyo, también negociante, que tenía un apuro moral porque había empezando los suyos en grande a base de chantajear a un tipo más poderoso aun, a quien sacó el dinero necesario para emprender él su propio vuelo. Claro que me acordaba. Aquel amigo no existía; era él mismo, cosa que ya sabía yo desde que tuvo lugar la conversación. El caso es que yo le había preguntado si su "amigo" había hecho el dinero suficiente para devolver lo suyo al chantajeado sin menoscabo de su fortuna y, como fuera así, le aconsejé que lo hiciese y sellase las paces con el otro. Ahora veía claro por qué había puesto aquel título al capítulo, "Por dónde se empieza". Por dónde se empieza a hacer una fortuna, por dónde la riqueza, el poderío.

- Mira- le dije, ampliando la imagen a plena pantalla- me acuerdo perfectamente y sé lo que dije y que no volvimos a hablar sobre el asunto, de donde deduje que tu "amigo" habría hecho lo que sugerí, que bastante dudoso moralmente hablando es. Si lo chantajeaste es porque habría hecho algo malo, delictivo, deshonroso, que no querría que se supiera, desde luego, pero eso no legitima ni hace moral tu chantaje ; sólo lo hace posible porque si el otro no hubiera cometido la pifia, tú no hubieras podido chantajearlo. Pero en todo caso puedes suponer que la pregunta de por dónde se empieza a hacer una fortuna es, por ejemplo, chantajeando. Uno puede mirar eso de muchos modos, desde una actitud moralista o desde la impasibilidad de las estrellas que ven cómo los seres humanos hacen siempre su fortuna a base de asesinar, violentar, secuestrar, torturar, humillar, explotar a sus semejantes, a todos sus semejantes, desde los más lejanos a los más próximos. Estos con mayor delectación y comodidad. El ser humano es un predador de los seres humanos. Cuando el origen de la fortuna estaba en degollar semejantes de distinto territorio (para robarles, claro), raza, cultura, religión (siempre para robar), civilización o continente, los que así lo hacían alcanzaban condiciones nobiliarias, la aristocracia surge del cieno y la sangre. Pero eso se olvida después recitando madrigales al compás de una vihuela, leyendo las très riches heures de madame la comtesse o yendo a la caza del unicornio.

- Claro- dijo Vlam muy convencido- Y eso es la aristocracia. La democracia, además de cieno y sangre se hunde en la mierda. Algún día te explicaré mi teoría sobre la mierda, último sistema filosófico vivo, cuyo Dios es Alfred Jarry y Vlam su único profeta. Pero ahora no es necesario enredarse en estas disquisiciones. La pregunta acerca de "Por dónde se empieza" no se refería a cómo fueron las cosas en realidad, que eso es como es, sino a cómo se empieza a contarlo. Cómo se convierte algo en un relato y se atiene uno a la verdad.

- Pues no sé; se me ocurre que como lo estás haciendo, por internet. ¿Lo estás grabando?

- Hombre, claro. Pero no es tan fácil.

- ¿Por qué? Ya lo has hecho.

- No es tan fácil, te digo. No me limité a chantajearlo. Después de escuchar tu sabio consejo de devolverle su dinero lo que hice fue obligarle a firmar un documento en el que ambos nos declarábamos herederos universales del otro, y luego lo maté. Tenía que coronar mi obra, perfeccionar lo que había empezado. Como comprendes no se levanta un imperio administrando una fonda de tres al cuarto. Hay que disponer de medios. Él los tenía y a mí me hacían falta. Fue un crimen perfecto y eso que dicen que no los hay.

No daba crédito a mis oídos.

- ¿Cómo murió tu desgraciado socio?- Me pareció que debía dar alguna muestra de mínima conmiseración.

- Se estrelló con un coche que se salió de la carretera y cayó por un barranco.

- ¿Y no te investigaron dado que eras el principal beneficiario?

- No; yo iba con él en el coche. Fue un lamentable accidente.

- Valiente figura: pudiste haberte matado también.

- Pude, pero no pasó y el que no arriesga, no gana. La vida es una mierda de la que nos libramos jugando a la ruleta rusa. Gracias por ayudarme a contar la verdad. No sabía cómo hacerlo.

- Espera un momento; esto no tiene sentido. Tú estás escribiendo una historia, no puedes meter esta conversación...

- ¿Por qué no? Si tú mismo me lo decías hace un instante. ¿Ves como no eres perseverante? Por so nunca levantarás cabeza. Tenía un problema: por dónde empezar a contar la verdad acerca de un asunto que todo el mundo iba a juzgar moralmente, sin perder mucho tiempo y sin tener que fingir sentimientos que no profeso.

- Pero si dices que lo que cuentas es verdad y efectivamente sucedió como lo dices, estás confesando el delito.

- No, hombre, estoy escribiendo un relato que es mi vida, en la que cuento sólo la verdad; pero como todo el mundo sabe eso es imposible y por tanto esto es una ficción y todo parecido con la realidad es casual. Ni tú mismo existes.

-¿Cómo que no?

- Como que no. Mírate bien, ¿qué eres? Un miserable bloguero que va rellenando cuartillas o el equivalente en pulgadas de pantalla sobre las cosas que se le pasan por la cabeza, las reales, las inventadas, las mitad y mitad, que dice que está haciendo un viaje a ninguna parte, el muy cursi y ni siquiera sabe en dónde se ha metido. Lo dicho: gracias.

- Y cortó bruscamente.

Ya era de día. Una claridad difusa atravesaba los visillos de las ventanas mientras oía un lejano zureo de palomas. Me tumbé en la cama y esta vez sí empecé a quedarme dormido pensando en que, al despertarme, me despidiría de Vlam, cuya imagen había cambiado mucho en mi ánimo. Luego dicen que en los viajes no se aprende. Mi idea de Vlam y su fortuna encajaba con el hecho de que la hubiera amasado por medios inmorales y delictivos, como el chantaje. Tal posibilidad hasta halagaba mi espíritu combativamente anticapitalista, que veía en este sistema económico el paradigma del mal. Y eso no me hacía a Vlam especialmente detestable. Bastaba con mirar en torno suyo y ver que quienes lo rodeaban, magnates y grandes empresarios parecían cortados por el mismo patrón. Pero es que Vlam había llegado al asesinato, lo que, en principio, planteaba una situación distinta. Ser un crápula, un ladrón, un estafador, pase; pero un asesino es ya muy otra cosa. Claro que tampoco era tan extraño después de todo en lo que lo conocía. Lo suyo era llegar arriba, estar en la cima, ser el que más, el perfecto, el súmmum. Con todo lo que había aprendido ahora tenía cuando menos para un par de días de cavilaciones. Coronar su carrera con la consabida obra de arte del asesinato. Me quedé sorprendido a la vez que sosegado con el descubrimiento. Ya tenía corregida casi del todo mi imagen de Vlam, así que, al despertarme me despediría de él en la recepción y continuaría mi camino. Aunque sospechaba que a lo mejor no me dejaba. Me faltaba un punto, ¿quién me decía que, siendo un perfeccionista, Vlam se contentaría con un único asesinato? ¿Y si fuera un asesino en serie? Creía verlo dibujarse en el marco de la ventana, con una capa negra... y ahí me quedé dormido. Estaba muy cansado.

(La imagen es el grabado nº 3 ("Anhelos") de la Historia de un guante (1894), de Julius Klinger).