dissabte, 28 de febrer del 2009

La reflexión.

Anduvo diligente el legislador cuando estableció un día de reflexión antes de las elecciones, un día sin refriega electoral, sin ruido mediático, sin sondeos, un día para rumiar todo lo que se ha oído durante la campaña, para meditar en soledad o debatir con otros, según dicen (u ordenan, que nunca está uno muy seguro con estas doctrinas normativas) las teorías de la democracia deliberativa, discursiva y participante. En este día, es de suponer, las aguas van calmándose, aclarándose, y la suciedad se deposita en el légamo del fondo; la atmósfera se hace más diáfana y los turbiones se alejan en el horizonte del ayer. Momento de hacer balance y tomar una decisión con cuanta información se haya recogido y depurado y teniendo todo en consideración: los intereses propios, los de la comunidad, las expectativas, las lecciones de la experiencia.

Esta última dice que a los votantes fieles y fijos de los partidos la jornada de reflexión les sobra porque suelen tener el voto decidido. En realidad les sobra la campaña electoral íntegra. Pero hay un porcentaje de electores de dimensiones oscilantes, aunque no desdeñables, los famosos "indecisos" que son los que, por lo que dicen a los encuestadores, toman su decisión al final, según lo que oigan y vean durante la campaña. Estos indecisos parecen la personificación de ese público deliberativo, reflexivo, crítico que divinizan las teorías antes citadas ...y los que, en muchos casos, deciden el resultado de unas elecciones que, como éstas de Galicia y el País Vasco, prometen resultados muy justos e inseguros. Los bromistas dicen que es una paradoja que, al final, las elecciones las decidan los indecisos y, en el caso de Galicia, con un doce por ciento del censo expatriado, no sólo las decidan los indecisos sino los indecisos ausentes, a los que únicamente de lejos, a rachas y de modo caprichoso, han llegado los mensajes de la campaña electoral. No hay cuidado, sin embargo, porque otros especialistas dicen que sí, que las elecciones las deciden los indecisos pero que eso de que estos lleguen a su decisión haciendo uso ejemplar y medidativo del día de reflexión es un espejismo y que muchos de ellos se deciden por mimetismo con su medio más cercano o lo confían a su humor del último momento, según se encuentren de ánimo al coger la papeleta para meterla en el sobre si es que se molestan en ir a votar en absoluto y no se transforman de indecisos en abstencionistas.

Esa meditación en el día para ello indicado, en este caso, no va a ser fácil. La campaña electoral ha sido muy bronca, muy ruidosa y bastante "sucia", como ha dicho Anxo Quintana, a quien algún dirigente del PP ha aludido en términos que lo dibujan (a él, no al aludido) como un representante ejemplar de la España eterna, de Covadonga al Valle de los Caídos. Pero, además de esa densidad de agresiones mediáticas, de esa procacidad discursiva que muestra a las claras la endeblez de los discursos políticos, la campaña se ha realizado sobre un doble fondo muy agobiante del que se ha hablado poquísimo, en relación inversamente proporcional a lo que preocupa a la gente: el doble fondo que componen la crisis económica mundial, especialmente destructiva en España y el lodazal de la corrupción que afecta a las administraciones públicas en particular a las gestionadas por el PP pero no sólo por él, como se demuestra por la detención, ayer, del alcalde malagueño del PSOE de Alcaucín bajo las sólitas acusaciones de cohecho, malversación, apropiación indebida, fraude, prevaricación, en fin, lo que el pueblo sintetiza en la admirable y poética fórmula de "llevárselo crudo", expresión que, de haberla conocido Claude Lévy-Strauss quizá le hubiera inclinado a revisar sus inteligentes observaciones sobre lo crudo y lo cocido.

De la crisis poco es lo que cabe añadir excepto que cada vez toma más forma de cuarto jinete del Apocalipsis, que no toca fondo, que las perspectivas son cada vez más negras, que nadie parece ser capaz de adoptar medidas que tengan alguna utilidad real y que puede desembocar en convulsiones sociales que ahora no podemos ni imaginar. Al agobio que este panorama produce, resulta descorazonador añadir los avances de la corrupción como comportamiento cuasi general de las administraciones autonómicas y locales, muy especialmente, por lo que toca esta vez, en el caso del partido conservador. Si uno se toma el trabajo de interpretar los mensajes lanzados en campaña en el contexto de este doble telón de fondo, la conclusión es desoladora. Casi todas las propuestas positivas resonaban irremediablemente hueras en la perspectiva de una actividad económica declinante y de práctico estado de emergencia, con unas administraciones públicas deficitarias que bastante tendrán en el corto y medio plazo con mantenerse en mediano funcionamiento.

Unas administraciones públicas, además, para las que se celebraban elecciones, las autonómicas, que durante la campaña se han presentado como paradigma de la corrupción hasta el extremo de que el PP no se ha atrevido a llevar a Galicia o al País Vasco a ninguno de los dos presidentes de Madrid y Valencia, la señora Aguirre y el señor Camps por miedo a que contaminaran sus resultados con su aureola de escándalos y corruptelas a raudales.

En esas condiciones, el PP tiene una dificultad añadida que no padecen los demás partidos, la de consolidar el liderazgo de su presidente nacional, señor Rajoy que, caso de perder las elecciones, especialmente en Galicia, se enfrentará a una oposición creciente en su partido cuya gravedad no se puede medir hoy día porque éste, el partido, está unido como una piña, formando un cerco como el de las manadas de animales cuando son atacadas por depredadores, para defenderse en los casos de corrupción.

Esa línea de defensa, hecha sobre todo de agresiones, querellas, negaciones, silencios, manipulaciones y, en general, negativa en toda regla a rendir cuentas a los ciudadanos por la gestión realizada, a colaborar con las investigaciones y con la justicia, esa defensa numantina cerrada no reconoce ni lo que aparece con toda evidencia a la luz del día. Los comportamientos de los consejeros de la señor Aguirre no pueden ser más bochornosos, el de la misma señora Aguirre torpedeando descaradamente la Comisión de investigación es como de chiste y los del gabinete del señor Camps en su conjunto, con su destacamento de vanguardia en el Consejo General del Poder Judicial son indignantes. La corrupción asedia a la gestión autonómica de los gobiernos del PP y éste, en lugar de acometer el asunto y resolverlo, traslada a su presidente a patearse las viejas tierras gallegas de caciquismos ancestrales acusando a los demás de corruptos por un coche más caro de lo normal o un viaje en yate de hace tres años.

Si en este día de reflexión los indecisos deciden inclinar la balanza del lado del PP en Galicia (en el País Vasco los conservadores sólo pueden aspirar en el mejor de los casos a ser socio menor en un hipotético y poco probable gobierno de coalición) harán realidad el viejo adagio de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen.

(La imagen pertenece al vídeo que ha hecho el PP para esta campaña de Galicia, en el sólo aparece el señor Rajoy y el candidato a la Xunta, señor Nuñez Feijóo sólo lo hace un par de segundo y como comparsa del jefe.)