dijous, 2 de juliol del 2009

Difícil solución en Honduras.

El curso de acción que está tomando la comunidad internacional en el caso de Honduras parece ser, en principio, el correcto: ante todo restablecer en su puesto al presidente legítimo, señor Zelaya, porque, con independencia de los muchos errores que este oligarca reconvertido en izquierdista seguidor de Chaves haya podido cometer (convocar consultas ilegales, dividir a la población y enfrentarse con las demás instituciones del Estado) peores han sido los de sus rivales, que han puesto en marcha un golpe de Estado delictivo que empezó con el secuestro y deportación del presidente y ha seguido con medidas excepcionales en contra de la población hondureña, singularmente la residente en Tegucigalpa.

Ahora bien, es cosa de preguntarse si las medidas hasta ahora propuestas para alcanzar el objetivo señalado son las más adecuadas. Según muestra la experiencia, los ultimata no sirven para nada, salvo que haya una apabullante diferencia de fuerzas entre quien lo pronuncia y quien lo recibe, que no es el caso en esta circunstancia ya que el ultimatum procede de la Organización de Estados Americanos (OEA) que no tiene más que una fuerza simbólica frente a Honduras. Advierte la OEA de que si en setenta y dos horas Honduras no ha repuesto al señor Zelaya, quedará expulsada de la organización. Pero ¿es esta expulsión una amenaza suficiente teniendo en cuenta que Cuba lleva cuarenta años fuera de la OEA sin que ello la haya afectado en nada? Obviamente, no. Además, ¿por qué setenta y dos horas y no veinticuatro? ¿Para qué hacen falta las otras cuarenta y ocho? Ciertamente para dejar tiempo a las maniobras diplomáticas antes de tener que tomar otras decisiones. Algunas de estas maniobras ya están produciéndose, como la llamada a consultas de los embajadores de España, Francia e Italia. Es un aviso de que lo que viene después puede ser peor. Pero la verdad es que, mientras no sea la Unión Europea quien tome la iniciativa diplomática, Honduras no tiene mucho que temer.

En realidad, algo de estas vacilantes medidas trata de restar importancia al patinazo del señor Zelaya de anunciar su retorno al país para hoy, jueves, lo que hubiera sido un desatino, pues los gobernantes de facto actuales ya habían anunciado que, si cruzaba la frontera, lo detendrían. Y es que, digan lo que digan los medios de izquierda, tan mentirosos como los comerciales, que presentan a una Honduras ardiendo por los cuatro costados con una insurrección generalizada de partidarios del señor Zelaya, el presidente ignominiosamente depuesto no suscita fervorosos ni masivos apoyos en el país en el que sus seguidores no parecen ser muy numerosos. De ahí que no quepa confiar a la indignación de los simpatizantes de Zelaya el restablecimiento de éste en su legítimo mandato.

A continuación de las medidas diplomáticas y si éstas no producen efecto debe recurrirse a las sanciones de todo tipo, sobre todo las económicas, cosa que ya están haciendo los Estados Unidos. Pero lo cierto es que si éstas tampoco son eficaces las consecuencias son contraproducentes porque, por un lado, es la población y sobre todo los sectores menos favorecidos quienes pagan el pato y, por otro, permiten al Gobierno presentarse como víctima de una campaña de acoso y consolidar su apoyo popular allí donde el señor Zelaya está perdiéndolo o no lo ha tenido nunca. Incidentalmente, la mención de los Estados Unidos permite comentar algo acerca de la peculiaridad de este golpe: no ha tenido el apoyo cuando menos expreso o tácito de los gringos. Algo tan extraño que ha dejado a lo analistas del piñón fijo, los que culpan de todo al imperialismo yankee, colgados de la brocha y sin escalera repitiendo como loros mecánicos sus sospechas de intervencionismo estadounidense.

Y si las sanciones, como es de temer, tampoco funcionan, ¿qué? Pues, guste o no guste, se abandona el propósito inicial de restablecer al señor Zelaya en su cargo legítimo cosa que, por supuesto, puede pasar, o se considera en serio la posibilidad de la intervención militar para retornar al statu quo ante. La cuestión que se plantearía en tal caso es en qué marco multilateral podría tomarse esta decisión. Sin duda el que primero se postularía sería ALBA, pero lo más probable es que no prospere por el veto que interpondrán otros Estados de América, empezando por los EEUU. El siguiente podría ser la misma OEA pero ésta carece de experiencia en estos menesteres y no es una de sus funciones. Así que sólo quedaría la muy lógica posibilidad de la ONU que no solamente es el marco adecuado para estas decisiones sino que, en caso de adoptarse, se relegitimaría considerablemente. Autoridad para ello tiene toda la que le haga falta y experiencia también. La última vez que se dio una intervención militar auspiciada por la ONU en un país latinoamericano fue en 2004 en Haití (la misión llamada MINUSTAH, que ahí sigue) y, dadas las circunstancias, es una especie de mal menor. Algo así debería ir preparándose ya si es que de verdad se quiere que el señor Zelaya regrese a la presidencia de la república centroamericana. Cosa que tampoco está tan clara.

(La imagen es una foto de Presidencia de la República del Ecuador, bajo licencia de Creative Commons).