diumenge, 22 de novembre del 2009

El estatuto de Pandora.

Hablar sobre rumores es poco avisado; hacerlo sobre rumores judiciales, cosa de orates. Porque ello es que todavía no hay decisión firme alguna del Tribunal Constitucional en relación con el Estatuto de Cataluña. Todo lo que sabe al respecto son las habladurías que publica hoy El País y cuya arista más cortante es que el alto tribunal suprime el término nación del preámbulo del Estatuto. Asimismo cuestiona la constitucionalidad de cuarenta artículos de los 126 que impugnó en su día el PP. Mantiene la adjudicacion de competencias y, según parece, la práctica de la bilateralidad.

Dada la alacridad con la que la clase política catalana responde en frente amplio que va desde CiU hasta el gobernante PSC cada vez que hay rumores sobre el TC, tampoco sería extraño que este órgano recurriera a la socorrida práctica de los "globos sondas": "a ver, López, filtre por ahí que vamos a fallar que Cataluña no es una nación, y veamos cómo respiran esos mancebos". Sería antijurídico que procediera así pero humano y comprensible. Recuérdese que algunas de las reacciones de la clase política catalana son verdaderos ex-abruptos, por ejemplo el del señor Saura pidiendo la dimisión de tots els magistrats.

Veamos el asunto de corrido: en el fondo el problema es que es el TC quien viene a decidir que Cataluña no es una nación. Y ¿desde cuándo son los tribunales los que determinan quién es y quién no una nación? El concepto de nación no es, no puede ser, un concepto jurídico porque no es objetivo sino que es un concepto puramente político ya que es subjetivo. Estamos hartos de saber que la nación es un sentimiento y sobre los sentimientos, ¿qué diantres tienen que decir los tribunales, aunque sea uno Constitucional, que no es un verdadero órgano judicial?

El error, el fracaso es que la clase política española (no la catalana sólo) haya sido incapaz de consensuar un acuerdo acerca del contencioso nacional que hay dentro de España y le haya pasado la patata caliente al TC. En el momento en que un tribunal tiene que decidir si alguien es o no una nación está claro que la política ha fracasado. Y cuando la política fracasa ya puede esperarse cualquier cosa, por ejemplo que también fracase el propio TC y hasta el Estado. El fracaso del TC es cosa cantada por cuanto si, por un lado, no puede pronunciarse sobre el fondo del asunto, por el otro no le queda más remedio que hacerlo. Al final, Cataluña, una vez más afrentada, planteará un problema institucional con el respaldo de todas sus fuerzas políticas (quizá con inclusion del PPC) que pondrá el debate sobre la soberanía catalana en la mesa del desayuno del país. Un país en el que cada dos por tres están celebrándose consultas independentistas que el gobierno español no sabe cómo parar y hasta es problemático que pueda hacerlo.

Por Dios que el problema ha acabado siendo el que ya se planteó al inicio mismo del primer mandato del señor Zapatero cuando, preguntado al respecto, dijo éste algo muy sensato: que el concepto de Nación es discutido y discutible. El señor Rajoy sacó la espada de Covadonga y empezó a decir que Bambi era un fementido traidor a la patria. Todo, es de entender, porque en su opinión el concepto de patria es indiscutible. No me digan cómo es posible que funcione nada cuando el dirigente de primer partido de la oposición y próximo candidato en La Moncloa cree que hay cosas indiscutibles. Pero esa es la fuerza del discurso demagógico: todos tienen que adaptarse a él si quieren sobrevivir. El señor Zapatero no ha vuelto a decir nada tan inteligente sobre la nación. En realidad no ha vuelto a hablar del asunto porque se lo come Santiago Matamoros. Que es parte del secular drama de España, país en que es imposible resolver contencioso alguno porque una de las partes sostiene que ya sólo hablar de contencioso es i-nad-mi-si-ble.

Dejo de lado el problema que se plantea por el hecho de que, según El País el TC reconozca la bilateralidad pero no la nación catalana. Si hay relaciones bilaterales serán de igual a igual en dignidad, esto es, aeque principaliter, pero no nación a nación sino, al parecer, nación a región/nacionalidad, cosa que no resulta creíble. Si Cataluña no es nación, tampoco debe haber negociaciones bilaterales porque el Estado no puede negociar consigo mismo ni con un inferior sino sólo con un igual.

Es claro que el TC niega la condición nacional a Cataluña con ánimo de que la tal no sirva en el futuro para substanciar una petición con efectos jurídicos: pues soy una nación, me corresponde tener un Estado propio. Pero si ello es así, el TC comete un error garrafal. El tribunal no puede decidir si los catalanes son o no una nación porque ésta es una cuestión eminentemente política y hacerlo sería ir claramente ultra vires. Sí puede decir si el término "nación" entra o no en el preámbulo del Estatuto: lo que sucede es que esta doble vía es una triquiñuela inútil e irritante. Es más justo, acorde con la naturaleza de la cuestión, dejar la nación del preámbulo porque luego es mucho más sencillo y claro denegar la cuestión planteada en un terreno objetivo: el hecho de ser nación, ¿te lleva al derecho a un Estado propio? La respuesta puede ser sí o no. Pero mientras que el sí te deja en el terreno subjetivo, programático, desiderativo de lo político, el "no" te lleva al sólido terreno jurídico de los hechos, la realidad comparada y el sentido común. Lo que sucede es que el TC tampoco puede decir esto porque la Constitución Española sostiene que en España sólo hay una nación: la española.

He aquí por qué el TC no tiene más remedio que pronunciarse sobre lo que no puede pronunciarse, en una situación absurda en la que el fracaso de la política ha llevado al sistema en su conjunto a uno de los puntos más críticos de los últimos años y del que me temo que sólo podremos salir a base de esperar que los catalanistas no se pongan intransigentes, que muestren el tradicional seny, que, como viene a decir el M.H. Pujol, sigan tragando quina.

Pero no sé si está el horno para bollos.

(La imagen es un detalle del Retablo de San Jorge (h. 1400) de Marçal de Sax, que, se supone, representa a Jaime I el Conquistador en la batalla de El Puig de Santa Maria; ayudando al Rey aragonés y Conde de Barcelona, cómo no, San Jorge, patrón de Cataluña. La pieza se encuentra en el Victoria and Albert Museum, Londres).