diumenge, 4 de novembre del 2012

Quedarse sin país

Dos escritos de abajofirmantes, uno catalán y otro madrileño, creo, toman posición frente al repentino independentismo catalán. Así lo celebra alborozado El País que, como todo el país, anda muy preocupado últimamente con ese avenate separatista de parte de la derecha catalana. De la izquierda, ya se sabe, puede esperarse todo. Así que, muy ufano, el diario titula: Intelectuales y profesionales salen al paso de la oleada soberanista de Mas. Eso es, a plantar cara a este dirigente que parece haber reorientado el rumbo a zonas fora portas.
Lo tiene muy crudo Mas con su apuesta. Porque aunque, al parecer, CiU no incluye el término independencia en su programa electoral (cosa que tampoco quiere decir mucho, visto cómo tratan los españoles los tales programas), está latente en todas las intervenciones de Mas y explícita, desde luego la fórmula de la consulta ciudadana. A la contra, el nacionalismo español ha movido Roma con Santiago y nunca mejor dicho. Sobre todo desde que los obispos catalanes decidieran y sin avisar considerarse más catalanes que obispos. Así no ha dejado palillo por tocar o amenaza por proferir. Ha sido un aluvión: la Guardia Civil pasará el Ebro, Cataluña no puede decidir por sí sola, para algo está el Tribunal Constitucional y, si los catalanes se van también lo harán de la Unión Europea. Rajoy, que empezó llamando algarabía al salto nacionalista habla ahora como el oráculo de Delfos: CiU plantea futuros imposibles; forma elegante de decir que no habrá independencia de ningún modo. Pérez Rubalcaba suscribe el fondo de la negación de Rajoy y por idénticos motivos aunque suaviza la actitud apuntando a un federalismo que acaba de retornar del reino de los muertos y en el que nadie cree mucho. Los empresarios echan las muelas porque diz que van a perder negocio y, por fin, para acumular los males, el propio socio de Mas, el caballero Durán i Lleida, le propina una refinada estocada democristiana en los ijares al avisar de que para la independencia que no cuenten con él. Lo ha vestido de sondeo de cocina casera afirmando que no hay mayoría suficiente para la independencia en Cataluña. Desde luego, Mas lo tiene crudo.
El nacionalismo español ha respondido con una celeridad, una agresividad y una desmesura que da que pensar. Obviamente no es una respuesta política. Tiene mucho de visceral, de irracional (como también lo tienen los discursos independentistas), de ex abrupto. Todas las propuestas parten del principio de que no es admisible la independencia de Cataluña. Una posibilidad negada de antemano en virtud de la historia, del estatus quo y de las generaciones futuras. Da la impresión de que lo que subyace en ese atropellado frente del "no" es el miedo. El miedo a quedarse sin país, sin patria, que es como quedarse sin madre pero en falso, aunque ampuloso.
Por eso El País saluda la llegada de los refuerzos de los dos manifiestos. Pero no puede ocultar que ambos textos, al menos según el mismo diario dice, reconocen que si, a pesar de que ellos estén contra la independencia, la mayoría de los catalanes la quiere, habrá que hacer algo, buscar una solución. Y hasta parece que ambos admiten la celebración de un referéndum.
Pero es que esta es precisamente la cuestión, señores míos, el derecho a celebrar esa consulta y en qué forma. Eso es lo que los independentistas quieren y lo que el nacionalismo español niega. La batalla no es sobre si independencia sí o no, aunque ese es el terreno en el que el nacionalismo español pretende que se dirima la cuestión; la batalla es si referéndum sí o no. Y, siendo esta la batalla, no está claro que los manifiestos respalden el nacionalismo español, sino que parecen respaldar los dos nacionalismos. Suele suceder con los intelectuales.