dijous, 12 de setembre del 2013

El fascismo ya está aquí.


La sesión de control del gobierno en el Parlamento fue vergonzosa. Rajoy sigue sin asumir responsabilidades, sin dar explicaciones de sus actos, sin informar a la opinión pública. Al contrario, sostiene que se mantiene en lo dicho el 1º de agosto, siendo así que no dijo nada y lo poco que dijo quedó de inmediato desmentido por los hechos. Es decir, se mantiene en seguir mintiendo. Un desprecio evidente a la representación popular, de la que pasa sin más, y tratando a la oposición con una altivez y una chulería más propias de una taberna que de un órgano legislativo.

Creí ver en la inadmisible intervención de Rajoy una muestra de ese proceso por el cual, la involución que el gobierno del PP está llevando a cabo en los órdenes laboral, sanitario, educativo, asistencial, cultural, científico, etc tiene un claro correlato en el orden político: un proceso de fascistización. Un cambio gradual y paulatino de las instituciones más o menos democráticas, subvertidas desde el interior por el partido del gobierno con el propósito de convertir el sistema político en una dictadura de hecho. Para argumentar en mi favor, rescaté una entrada del pasado mes de abril que precisamente se titulaba El proceso de fascistización, y que, leída ahora, me exime de mayores explicaciones acerca de qué se entienda por tal proceso.

Justo cuando me disponía a escribir esta entrada, desarrollando la de abril, se produjo el asalto fascista a la librería Blanquerna que todo el mundo pudo ver en directo en un vídeo. Mi primera reacción fue pensar que el asalto tenía que haberse producido con el consentimiento del gobierno, si no con su activa colaboración. Y, después de escuchar al ministro del Interior lamentando (pero no condenando) la barbarie nazi, me reafirmo en ella, como está expuesta en una entrada de ayer titulada: Los fascistas del gobierno al ataque.

A veces encuentro gente que me dice que exagero en mis apreciaciones. Son los mismos que luego las repiten tres o cuatro días más tarde como si fueran suyas. Una vez más queda claro que, de exagerar, nada. Ni en abril ni ahora. Llevamos dos años incubando el huevo de la serpiente fascista y este ha empezado a eclosionar. Tres factores, a mi juicio, han contribuido a traernos a esta situación que amenaza desastre a corto y medio plazo:

Primero. La recrudescencia del fascismo latente en las juventudes del PP, las Nuevas Generaciones, que se han pasado el verano aquí y allí, brazo en alto y exhibiendo banderas franquistas. La reacción del partido al que pertenecen estos zangolotinos ha sido restar importancia a los hechos, calificarlos de "chiquilladas", en atención a la corta edad de los participantes. Lo de la corta edad no valía para los casos, tampoco infrecuentes, en que cargos municipales del PP, incluso alcaldes, ensalzaban la figura de Franco, negaban sus crímenes, se reconocían franquistas. Aquí suele decirse que son idiosincrasias de este o aquel militante y asimismo se les resta importancia. Es la llamada banalización del mal, con ribetes de hispánica simpatía. En todo caso, el significado de estas reacciones del partido y el gobierno es el de la impunidad de las manifestaciones fascistas. De aquí a empezar a agredir a los ciudadanos y organizar pandillas para sembrar el terror no hay más que un paso que este verano se ha dado varias veces, con fascistas agrediendo a militantes de IU, por ejemplo, en Alcalá de Henares. No hay detenidos, que yo sepa, ni procesados por estos hechos.

Segundo. El gobierno de Rajoy ha vaciado de sentido las instituciones democráticas y procede como una dictadura de hecho. La mayoría absoluta en el Parlamento le permite bloquear toda iniciativa de la oposición y reducir el Congreso a una función decorativa. El empecinamiento en mantener de presidente del Tribunal Constitucional a un militante del partido del gobierno, prueba el propósito de someter los tribunales a su designio, como también lo hace con los que forman parte del Poder Judicial propiamente dicho. De hecho, cabe argumentar que su propósito es emplear la judicatura (ya lo hace con la fiscalía) al servicio de sus intereses, como antes hacía la derecha con los militares. El control sobre los medios públicos de comunicación es absolutoy estos solo sirven como máquina de propaganda y censura al servicio del gobierno.

Por supuesto, sigue habiendo Parlamento, tribunales de justicia, medios de comunicación. Pero el gobierno los controla o trata de controlarlos todos: ningunea el parlamento, obstaculiza la acción de la justicia e impone un discurso de propaganda a los medios. De derecho, es una democracia. De hecho, es una dictadura. Y, como es así, el gobierno no se molesta en ocultarlo, lo cual explica esa displicencia, impaciencia, arrogancia con que Rajoy sigue contestando con mentiras las interpelaciones de la oposición. Si esta no quiere morir arrollada, tendrá que ser más efectiva. La moción de censura ya tarda. Y, después de la moción de censura, retirada al Aventino. La oposición no puede ser testigo mudo, impotente y hasta cómplice de este proceso de consolidación del fascismo en España. Entre otras cosas porque, según muestra la experiencia, será la primera en caer si las cosas van a peor, lo cual trae sin cuidado a este gobierno.

Tercero. El enemigo exterior ha llegado en forma de separatismo catalán. Prueba evidente de que las vísperas catalanas han tenido una enorme repercusión. Los dos hechos de ayer, la cadena humana por la independencia de Cataluña y el asalto fascista a Blanquerna en Madrid son una metáfora nítida de la situación, de cómo están las cosas ahora y cómo pueden estar a corto plazo. De un lado, la reivindicación catalana: masiva, pacífica, pública, democrática, un ejemplo de civismo. Un movimiento reivindicativo político sostenido por la población civil. Del otro, un puñado de matones reventando un acto cívico, un grupo violento puesto a ladrar y rebuznar consignas elementales mientras agredía a la gente y se largaba lanzando gas lacrimógeno, probablemente del que use la policía. Ni un argumento y, el que lo ha dado, el ministro del Interior, ha recurrido a un necio esquema mental predilecto de Rajoy: la mayoría silenciosa de los catalanes no se ha manifestado. No se ocurre a estos lumbreras que la mayoría del pueblo español (silenciosa o vociferante) no ha votado al PP. O sí se les ocurre pero les da igual. Saben que gozan de impunidad. La misma que garantizan de hecho a las bandas de fascistas que amparan.

No exagero, buena gente. Mirad Blanquerna. Hay que pararlos.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).