dimecres, 1 de gener del 2014

El espíritu del juego.


Si inaugurar es ver los augurios, los de 2014 no pueden ser más sombríos. Tricentenario de la caída de Barcelona en manos de los Borbones. Bicentenario de la derrota de Napoleón en la curiosamente llamada "batalla de las naciones", en Leipzig, con abdicación del Emperador y destierro en la isla de Elba. Centenario del estallido de la primera guerra mundial, aquella que se hizo con el firme propósito de acabar con todas las guerras. Tres momentos decisivos de guerra pero de muy distinta naturaleza. La caída de Barcelona fue la conclusión inevitable y esperada del tratado de Utrecht. La derrota de Leipzig, un golpe de fortuna de la sexta coalición. Agosto de 1914, el comienzo de una guerra que todos decían querer evitar. Así que 2014 puede ser cualquier cosa. Y lo será.
 
Al final del año, cuando corresponda hacer el balance como el que se la ha hecho al pobre 2013, lo veremos. Esto de los años es como los juegos. Al empezar uno se inicia una partida, se pone el marcador a cero, se reparten cartas, se renuevan las apuestas.
 
Jugar es básicamente lo que hacemos los seres humanos, según demostró Johan Huizinga al comienzo de la segunda guerra en su libro sobre el hombre jugador. La civilización, dice, es producto del juego. Y en el juego estamos. Todo lo hacemos con espíritu lúdico, que no tiene por qué ser necesariamente festivo. Las guerras son juegos; se plantean, se desarrollan, se ganan y pierden como juegos. Lo único que las hace peculiares es que siguen reglas, pero no se atienen a ellas. Es el problema de esa expresión anfibológica de "las leyes de la guerra".

La imagen de nueva partida en el cambio de año en el juego de la convivencia es engañosa. Se reparten algunas cartas, otras no; algunas, incluso, están marcadas. Se ponen los contadores a cero para algunos asuntos; para otros, no. Hay una clara desigualdad en la posición de los jugadores y aun así, es preciso jugar la partida.

No quiero pecar de pesimista pero la situación de la izquierda, de la oposición en general, en esta nueva mano, es lamentable por su fragilidad, su indefinición y su inoperancia. Tan es así que su táctica es subóptima, es decir, consiste no en maximizar su beneficio y la pérdida del adversario sino, al contrario, minimizar su pérdida y el beneficio del adversario. Una táctica perdedora.

El motivo de esta confusión, en mi modesto parecer, es la cuestión catalana que ignora la divisoria izquierda/derecha de la política española y actúa como aglutinante de los dos partidos mayoritarios dinásticos. Con la muy presumible adhesión de IU si es cierto que Cayo Lara está en contra de la autodeterminación. No estoy seguro de que sea así, aunque así creo haberlo leído. En todo caso, lo que queda claro es que es otro juego, el de la independencia de Cataluña, en el cual los jugadores son distintos. Y todo lo demás, también. Otro juego, en efecto y de resultado, como siempre, incierto. Uno que pone a los políticos españoles muy nerviosos pues piensan, no sin razón, que están quedándose sin país. Sensación muy desagradable, desde luego, sobre todo cuando va acompañada de la sospecha de que son ellos, los políticos, por su particular incompetencia, los principales responsables de haber llegado hasta aquí.