divendres, 14 de febrer del 2014

Hécuba o la venganza.

En el viejo teatro Español, hasta el 23 de febrero, la Hécuba de Eurípides en versión de Juan Mayorga y bajo la dirección de José Carlos Plaza.
 
Hécuba, nada menos que Hécuba, interpretada por una Concha Velasco soberbia. A sus setenta y cuatro años domina el escenario ella sola a lo largo de la representación pues solamente lo abandona breves instantes, para desaparecer en la tienda de las troyanas cautivas a presenciar (quizá infligir directamente) el terrible castigo a Poliméstor. Encadena monólogos, da la réplica a todos los demás personajes, se exalta, amenaza, engaña, suplica, filosofa. Tiene dificultades de movimiento, pero eso acentúa el dramatismo de las situaciones. Domina la obra del principio al final. A su lado, los demás personajes -algunos más logrados que otros- palidecen, son casi como sombras. Las mismas troyanas -que esperan en la playa a ser embarcadas como esclavas en las naves de los aqueos vencedores- vienen a substituir al coro que aquí ha desaparecido, al igual que el corifeo. Hécuba es la palabra y el grito, define los términos de la acción y a ellos se ajustan los demás, Agamenón, Neoptolemo, Ulises... todos menos Políxena.

La trama es conocida. Sin romper la discutida regla de las tres unidades, la de acción aparece dividida en dos tiempos, dos partes. En la primera, el difunto Aquiles exige a los griegos que le sacrifiquen en la tumba, antes de partir de vuelta, a la más hermosa de las hijas de Príamo, Políxena. Ulises se lo comunica a la desgraciada Hécuba y se lleva a la víctima que es, en efecto, sacrificada sobre la tumba del peleida, a manos de su hijo, Neoptolemo. Precisamente el que en Las troyanas, asesina a Astianax, hijo de Héctor. En la segunda parte, Hécuba toma venganza de Poliméstor, rey tracio a cuyos cuidados confía Príamo a su hijo menor, un niño, Polidoro, para salvarlo del destino de Troya. Destruida esta, el infame Poliméstor asesina a Polidoro para quedarse con el oro con que su padre lo había provisto y arroja el cuerpo al mar. Hécuba simula no saber nada de la muerte de Polidoro y, por medio de Agamenón, atrae a Poliméstor con su dos hijos (aquí reducidos a uno) a la playa con la promesa de comunicarles en dónde ocultó Príamo el resto del tesoro de Troya. Los tracios caen en la trampa y las troyanas esclavas asesinan a los dos hijos de Poliméstor y a él le sacan los ojos.

Como siempre en Eurípides, la obra está llena de reflexiones de fondo sobre el destino de los mortales, la crueldad de los vencedores, el infortunio de los vencidos, temas familiares en el teatro clásico. Pero este es Eurípides: los dioses están llamativamente ausentes. Solo se invoca en un par de ocasiones a Zeus y en un contexto tan mundano que algunos especialistas consideran que se trata de interpolaciones. Y la tragedia gira en torno a mujeres. Eurípides es el autor de las mujeres: Alcestis, Medea, Andrómaca, Electra, las troyanas, las dos Ifigenias, Helena, las fenicias, las bacantes son muestra abundante. Eurípides las saca de la sombra y expone su visión de las cosas. En todo el ciclo troyano, Hécuba, de la que solo se habla como prolífica madre, es una figura confusa. Poniéndola en primer plano, el de Salamina manifiesta la crueldad de la situación de las mujeres de los vencidos, ayer reinas, hoy esclavas en un mundo dominado por la moral patriarcal del guerrero, según la cual es mil veces preferible morir a vivir sin honor, como concubina, como sierva, como una perra. Por eso, la reacción de Políxena, quien afea a su madre que suplique por ella a los aqueos, iguala a la víctima (aun siendo mujer) a los guerreros, pues prefiere la muerte a la deshonra.

La segunda parte, la de la venganza, se presta a error. Con el precedente de Medea, resulta atractivo atribuir la venganza de Hécuba a las obscuras fuerzas, casi telúricas, de las mujeres, en el fondo, temibles bacantes. Ciegas en su débil razón, son capaces de venganzas horribles. No tan rápido. Hay que escuchar las razones que aduce Hécuba frente a Agamenón para exigir justicia, no venganza, por más que la venganza se entendía como justicia. Lo que Hécuba reclama al atreida es algo revolucionario, es que el derecho a la justicia (o venganza) asiste por igual al esclavo y al hombre libre, a la esclava y a la mujer libre. A lo mejor me paso; pero no mucho.