dijous, 25 de setembre del 2014

España Potemkin.


Hubo en el siglo XVIII un príncipe Grigori Aleksándrovich Potiomkin , el príncipe Potemkin, amante y marido de Catalina la Grande; y cuenta de él la leyenda que, cuando viajaba con la Emperatriz a sus territorios del Sur, hacia Sebastopol, donde él gobernaba, mandaba poner decorados por el camino, simulando aldeas prósperas y campesinos alegres y felices para solaz de su señora. Las aldeas ficticias se conocen hoy como aldeas Potemkin. No parece justa esa mala fama en concreto (otras sí) del príncipe, pero la denominación ha hecho cierta fortuna de modo que, cuando un gobernante presenta una imagen falsa de la realidad, se dice que está haciendo un Potemkin.

Tal cosa sucede en España y no uno, sino cuatro potemkins: el de la economía y la crisis, el de la política y las elecciones, el de los valores y la corrupción y el de la nación y el independentismo. Con estos cuatro potemkins montados a la española, Rajoy ha ido de visita a la China, bien lejos de la algarabía, de esta España imprevisible.

El potemkin de la economía y la crisis es un verdadero fracaso. Hasta el gobierno ha comprendido que es contraproducente un discurso triunfalista que no resiste un telediario. No obstante, lleva más de un año largándolo sin que la realidad a la que se refiere le haga el más mínimo caso. El paro no desciende, ni el resto de las magnitudes problemáticas, por más que las autoridades estén manipulándolas permanetemente con lo cual han conseguido restarles todo crédito. Han dejado de hablar de los brotes verdes que, a estas alturas, ya debieran ser frutos granados y se han ido bajo tierra, como el topo, hablando de raíces vigorosas. Esto equivale a decir a la gente que la realidad no es lo que ve todos los días, sino lo que no ve pero que está ahí porque el presidente lo dice, cosa que lo hace muy verosímil. Es imposible que un país como España con una deuda pública de más de un billón de euros vaya bien. Aunque bajen legiones de potemkines, dirigidos por san Mijail.

El potemkin de la política y las elecciones promete ser una función tragicómica. El sistema español, aparece como el régimen del 78; el personal político, administrativo, institucional, empresarial y eclesiático que lo dirige es la casta, según Podemos. Este sistema se repliega sobre sí mismo ante la crítica social ascendente; los dos partidos dinásticos cierran filas en apoyo de la estructura constitucional existente, aunque con variantes. El mensaje compartido es, más o menos, España es un Estado democrático de derecho normal que sufre algunos problemas coyunturales y transitorios en su desarrollo. Puro potemkin. La crítica emergente apunta a problemas estructurales que ponen en duda la estabilidad general. Las próximas elecciones municipales meten algo de miedo porque, así como las europeas son más para el voto despreocupado, en las municipales se ventilan intereses concretos y gozan de antecedentes históricos poco recomendables. El gobierno, muy nervioso, ha intentado un pucherazo de última hora para garantizarse alcaldías, pero no se ha atrevido a imponerlo. A su vez, los de Podemos, asustados de la que se les venía encima con los 8.000 ayuntamientos, se retiran de las municipales, pero se quedan en las autonómicas. Y apoyan las candidaturas ganemos, con lo cual, por mucha estabilidad que los dinásticos quieran garantizar, nadie sabe qué pueda salir de las municipales.

El potemkin de los valores es ya el baile de la desvergüenza. Alcanza su imagen más rotunda con la dimisión de Ruiz-Gallardón por ser incapaz de sacar adelante su ley en contra del aborto, a pesar de tratarse de un compromiso de su partido y del firme deseo y no menos firmes órdenes de la jerarquía eclesiástica. ¡Los miserables cálculos electorales han prevalecido sobre la obligación católica de proteger la vida del nasciturus! Se han traicionado y vendido los principios por un plato de votos. El país está maravillado de la rabieta del ex-ministro, sobre todo porque el hombre ha tardado tres años en enterarse de lo que sabe todo el mundo, incluido el presidente del gobierno, esto es, que el presidente del gobierno no ha cumplido un solo compromiso o promesa electorales. Ha cumplido, dice, con su deber, consistente en no cumplir con su deber. Es imposible que Ruiz-Gallardón entienda estas complejidades. El gobierno, sin embargo, las entiende perfectamente: hablando de valores, es claro que en España hay un problema de corrupción generalizada, estructural. El gobierno, muy consciente de que la corrupción es la tercera causa de congoja de la ciudadanía, lleva tiempo trabajando para presentar un buen paquete de medidas de regeneración democrática. Potemkin total, absoluto. El gobierno del partido con la mayor cantidad de imputados por agrupación local, acusado de comportamiento ilegal por los jueces, de financión ilegal, y dirigido por unas personas acusadas de comportamiento también presuntamente ilegal presenta un proyecto de regeneración democrática con la misma autoridad con la que Hitler podría decirse seguidor del Mahatma Gandhi.

El potemkin de la nación tiene un alcance insólito. España es una gran nación, va diciendo Rajoy. "España es una gran nación", recitan al unísono el rey cesante y el rey reinante. No una nación; eso lo es cualquiera, sino una gran nación. Somos los primeros, llevamos quinientos años juntos y así seguiremos hasta el fin de los tiempos porque lo suyo es estar unidos y no embarcarse en aventuras y singladuras borrascosas que vaya usted a saber. Siempre que hemos estado unidos, hemos vencido; cuando nos hemos enfrentado, nos han derrotado. Estas o parecidas simplezas abundan en ese cuenco de la "gran nación". Un potemkin a la desesperada. La gran nación contempla una parte importante de su territorio en rebeldía con el apoyo de una mayoría muy apreciable de la población. Pero no es capaz de reaccionar. Los dos partidos dinásticos se oponen al derecho de autodeterminación de los catalanes, pero carecen de discurso alternativo que no sea el mantenimiento del statu quo o una imprecisa propuesta reformista federal del PSOE que los conservadores no aceptan y los propios socialistas no saben precisar porque acaban de echar mano de ella. Los nacionalistas catalanes tienen, en cambio, un discurso autodeterminista con un fortísimo apoyo interior y exterior, sobre todo en un lugar como Europa en donde todos han visto cómo los escoceses ejercían un derecho que está vedado a los catalanes, incluso en su forma más suave. Ambas partes, ambos nacionalismos español y catalán tienen conciencia de estar haciendo historia, pero de muy distinto sentido.

Esta situación coincide con el viaje del rey a los Estados Unidos, a impartir lecciones de democracia al mundo y el del presidente a la China, en busca de oportunidades de negocios para los empresarios españoles. Coincide también con la dimisión del jefe máximo del aparato de propaganda del gobierno, el director de RTVE, otro fracasado. Sus potemkins son tan malos que la audiencia se ha desplomado y el ente está en la ruina. Pero, en el fondo, todo ello da igual. El sistema político de la segunda restauración, estando consolidado, marcha por sí solo. Sin que lo dirija nadie.

Y eso es lo preocupante. 

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).