dijous, 4 de juny del 2015

El arte de hablar en prosa.

Por su trigésimo aniversario, la compañía Morboria acaba de estrenar una versión de la comedia-ballet de Molière, El burgués gentilhombre,  en el teatro Infanta Isabel de Madrid. La traducción, adaptación y dirección, de Eva del Palacio, excelentes. La versión trasmite la chispa y el ingenio de Molière. En la adaptación quizá se le va a veces la mano con algunos anacronismos. Aparece hasta la guía Michelin y la traslación de la turcoparla de los embajadores y trujimanes a la carta de un Doner Kebab provoca la hilaridad del público, pero es demasiado fácil. Eso sin contar con que algunas jerigonzas seudootomanas son deliciosas. Son parlamentos inventados a base de onomatopeyas que traen un significado oculto. Me recuerdan la genial charabia de Chaplin en "Tiempos Modernos", uno de los mejores momentos de la cinematografía mundial a mi parecer. La dirección, agilísima, sin entreactos, aunque a veces algo confusa en los momentos de "plenarios" en escena, quizá con doce o catorce actores en aciones fragmentadas. En conjunto, un gran espectáculo, brillante, lleno de sugerencias, en el que se alternan la comedia ordinaria y el ballet, al modo en que, según aprende el burgués del maestro de filosofía, se alternan la prosa y el verso, con formas intermedias de comedia a ritmo de ballet.

Molière era un preferido del Rey Sol y no parece que se llevara muy bien con las otras dos figuras señeras de dramaturgia francesa, Racine y Corneille pues, siendo autores trágicos, quizá consideraran la comedia un género menor. La cosa se complica con esa curiosa patraña que reaparece de vez en cuando de que, en realidad, el autor de las obras de Molière fue Corneille, que trabajaba de negro para el otro. Sea como fuere, Molière tuvo un gran éxito con su invención de la comedia-ballet. Compuso como una docena, contó con partituras de los mejores músicos de la época, Jean Baptiste Lully y Marc Antoine Charpentier. El propio Rey sol se dignó interpretar algunos papeles en varias de estas piezas, lo que podría haber hecho morir de envidia a Lully, de no haberlo matado la gangrena.

En cuanto a la comedia, Molière, que era hombre culto, mezclaba la relativa solemnidad del estilo francés con la tradición desvergonzada de la commedia dell'arte italiana. Los personajes del burgués gentilhombre parecen sacados directamente de este género. Y no es difícil identificarlos: Mr. Jourdain, el burgués, es Pantalone; el maestro de Filosofía, il dottore; el de esgrima, il capitano; Nicolasa, Colombina; el criado de Cleonte podría ser Arlechino y el propio Cleonte, il inamorato. La caracterización que se les da en la obra propician los paralelismos. Dicho sea sin desdoro del prodigio de imaginación y fantasía burlesca en la indumentaria de los actores.

El feroz ataque de Molière a las pretensiones de ennoblecimiento de los burgueses, la ridiculización de los parvenus, subrayado por la sucesión de farsa y pantomima, es el cuerpo de la pieza. Viene apoyado en una actuación soberbia y mantenida de Fernando Aguado que debe de ser extenuante porque en las casi dos horas no abandona el escenario sino breves minutos y es, además, el centro de la acción y la reacción. Esa crítica corrosiva a las pretensiones de una clase social hecha de comerciantes, de la que la corte se reía, se articula en tres momentos interrelacionados, pero autónomos. El primero es una burla de las controversias de la época acerca de la relativa importancia de las distintas ciencias. Una última versión de la vieja disputa sobre las armas y las letras que atraviesa el Renacimiento y aquí toman otro carácter. Las armas quedan reducidas a la esgrima y las letras comprenden la música, la danza y la filosofía.

El segundo es la intromisión de la verdadera nobleza, un conde, Dorante, y una marquesa, Dorimène, pintados como una pareja de granujas sin escrúpulos, sobre todo el conde que, aprovechándose del estúpido delirio del burgués, lo saquean sin parar. Estas figuras de nobles crápulas, vividores, parásitos, en el fondo estafadores, en obras que habían sido encargadas por la corte solo pueden demostrar que el dominio del Luis XIV sobre el Estado era tal que podía reírse de los nobles que le hacían la corte. Un conde libertino en el peor sentido del término y una marquesa viuda parecerían preanunciar unas amistades peligrosas

El tercero es la marcha turca. La burla otomana parece haber sido movida por algún ridículo que había hecho la representación del Gran Turco en París el año anterior. La farse adquiere caracteres apoteósicos cuando el embajador y el hijo del Gran Turco otorgan al bueno de Mr. Jourdain la dignidad de Mamamuchi. La trama se disuelve en un final feliz a costa de la locura del burgués, con el matrimonio de los dos jóvenes enamorados, según el parecer de la madre Jourdain, la única persona sensata de toda la pieza, el de sus dos criados y el del conde con la marquesa, par dessus le marché.

Un derroche de genialidad burlesca llevada a veces al paroxismo.