dijous, 4 de juny del 2015

La grande bouffe.

Las pasadas elecciones de 24 de mayo fueron municipales y autonómicas, pero en cuarenta y ocho horas quienes han tomado contacto directo han sido los cuatro dirigentes principales de las cuatro principales formaciones políticas y lo han hecho de modo típicamente español, comiendo. Las llamadas comidas de trabajo. Comenzaron la ronda Rivera y Sánchez a una hora algo intempestiva para el almuerzo por lo que se supone que solo habría café y pastas. Rivera se fue luego a La Moncloa a compartir mesa y mantel con el actual inquilino del inmueble. Este recibió al día siguiente a Sánchez, también a la hora del almuerzo y Sánchez se trasladó más tarde para cenar con Iglesias. Solo queda que Rivera e Iglesias almuercen juntos igualmente, para preparar un debate televisivo, por ejemplo. No tengo tan cierto que vaya a haber encuentro gastronómico entre Iglesias y Rajoy más que nada por falta de cintura de este. Si la tuviera invitaría al de Podemos a una terraza de un Cien montaditos, un lugar ideal para explicarle sus ideas de cómo salir de la crisis.

Los españoles resuelven sus asuntos comiendo. Se fundan partidos en tabernas, se conspira en restaurantes. La comida y la bebida andan siempre cerca. Más de un pacto se ha firmado ante un buen cochinillo, regado con abundante vino. La experiencia demuestra que, cuando la gente se acostumbra a comer bien, modera su discurso político, reduce su radicalismo. O este se reduce solo. Estos encuentros, cara a cara, sin micrófonos no son conciliables con los firmes declaraciones de los emergentes de impulsar la publicidad y la transparencia de las decisiones políticas. Negociaciones, sí, dicen los de Podemos de Andalucía, pero con las cámaras grabando y los micrófonos encendidos. Eso con los almuerzos hispanos casa poco.

Además estos encuentros y comidas de tanteo entre los líderes son inútiles porque su capacidad para establecer normativas como lineas generales de los respectivos partidos en toda España es relativa. En algunos casos los políticos locales aceptan las normas generales de la dirección; en otros, no. Porque cada nivel de gobierno en España es un mundo. Los socialistas andaluces están casi en estado de rebeldía frente a los españoles. Aguirre frente a Rajoy y a todos los demás dirigentes de su partido y también Podemos y C's registran sobresaltos en su interior, disensiones y críticas. Los dirigentes pueden comer lo que quieran. Luego, sus gentes en los diferentes lugares, harán lo que les parezca en función de las condiciones específicas del sitio, que no tienen por qué coincidir con las de otro. Y, a los postres, los gerifaltes deciden dar "rienda suelta a sus barones territoriales". Como si pudieran hacer otra cosa.
Hay que constituir 8.000 gobiernos locales, más las correspondientes diputaciones provinciales (que suelen olvidarse y es en donde más se roba y caciquea) más 13 comunidades autónomas. Es evidente que va a caer mucho cochinillo y abundante vino tinto. Y mucho conciliábulo, y mucha presión, y juego sucio y escándalos mediáticos de todo tipo. En estas administraciones que ahora se renuevan se concentra gran parte del poder mafioso de tramas delictivas que llevan veinte años actuando y falseando toda la realidad política del país. Financiados con dineros de la Gürtel o de la Púnica o de Sebastopol, los triunfos del PP son ilegítimos por ilegales. El propio gobierno lo es.
Pero ustedes sigan comiendo. Hagan La grande bouffe.