dimarts, 18 d’agost del 2015

Consideración sobre la violencia machista.

Dicen algunas almas sensibles a la par que escépticas que no debemos ponernos nerviosos ni exagerar pues violencia machista ha habido siempre. Lo que sucede es que ahora, gracias a los medios de comunicación y la mayor publicidad de nuestras sociedades es más notoria. Pero no es cierto. Sí lo es que siempre ha habido violencia machista, pero también que se ha sabido. La sociedad patriarcal está basada en la violencia contra las mujeres de modo público y notorio, a título de amenaza latente, a veces manifiesta  y de escarmiento. Forma parte de la sabiduría tradicional ("la mujer, en casa y con la pata quebrada"), del refranero de todos los pueblos, está admitida y hasta glorificada en la literatura ("la doma de la bravía") en todas las artes, hasta en la filosofía. Basta con leer desde Aristóteles hasta Schopenhauer la miríada de estupideces que los sabios han escrito sobre las mujeres. Está enaltecida y hasta glorificada. La figura del llamado crimen pasional, a la que se recurre a veces para hablar de los asesinatos de mujeres, tiene carta de naturaleza. Mírense algunos cuadros de Romero de Torres si se quiere algún ejemplo, o recuérdense Otelo o Rojo y negro, aunque sea en grado de tentativa
 
La violencia machista es estructural en la sociedad patriarcal. Esta se basa en ella, se originó en ella, se mantiene y se ha desarrollado con ella y ella es una de sus características. Su núcleo esencial es la convicción de que las mujeres son inferiores; deseables, pero inferiores y, por eso mismo, peligrosas. La identificación de la mujer con la hechicera, la bruja, es también una constante de la historia occidental. Es conveniente recordarles de vez en cuando su posición de subalternidad porque esta es fundamento mismo de la sociedad y rasgo esencial de la seguridad de los hombres. La violación es un recurso frecuente en todas las sociedades y, llegado el caso, en situaciones de conflicto o guerra, una política pública de los bandos contendientes.
 
Esa condición de subalternidad está imbricada en el lenguaje y en todos los momentos del proceso de socialización tanto de los hombres como de las mujeres. Todos la reproducen,  salvo excepciones muy señaladas que han de soportar todo tipo de ataques, empezando por el típico de los majader@s que hacen demagogia con la "corrección política", una de las pocas vías de remediar la condición de las mujeres.
 
Y solo las mujeres. Cuando las primeras feministas plantearon la necesidad de la emancipación y el derecho de sufragio femeninos, a comienzos del siglo XIX, vieron que su movimiento tenía muchos elementos en común con el de los abolicionistas que luchaban contra la esclavitud. Y tendieron puentes con él. Ser sufragista significaba ser abolicionista al mismo tiempo. La ironía quiso que se produjera la emancipación de las esclavos mucho antes que la de las mujeres y estas comprobaron en sus propias carnes que los negros ex-esclavos no les devolvían el favor. Eran negros, eran ex-esclavos pero, sobre todo, eran hombres, y participaban de las ventajas de oprimir a las mujeres.
 
La lucha contra la violencia machista es muy difícil, no se limita únicamente a revisar los programas de las escuelas, pues obliga a replantear los fundamentos de la sociedad patriarcal en todos los órdenes y todos los momentos y no solamente cuando, como consecuencia de la progresiva emancipación femenina en nuestras sociedades, se produce un asesinato de género. Se trata de una revolución de los hábitos de la vida cotidiana, del lenguaje, de nuestras costumbres. Una revoluciòn en la que no hay tiempos de descanso ya que obliga a vigilar todo lo que se hace y dice, cómo y cuándo se dice y se hace.
 
Los hombres que se sienten amenazados en su privilegios de sexo dominante asesinan por envidia, celos,  despecho y, sobre todo, miedo a perder su posición de macho. Y  en la medida en que avance el proceso de igualdad de género, aumentará la violencia contra las mujeres. Su erradicación no va a ser fácil, pero es imprescindible si queremos llamar civilizada a la sociedad en la que vivimos.