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dilluns, 18 de juny del 2012

Una victoriosa derrota más.

A juzgar por las portadas de los periódicos españoles, ayer domingo solo hubo elecciones en Grecia. Sin embargo las hubo asimismo, y más importantes para Europa, en Francia, segunda vuelta de las legislativas. Pero estas se presentaban más de andar por casa pues la incógnita se había despejado en la primera vuelta y, desde luego, en las precedentes presidenciales. La tensión, la emoción, anidaban en las griegas; no segunda vuelta sino repetición de las elecciones del mes anterior con un resultado ingobernable. Según numerosos comentaristas de su resultado incierto dependería la permanencia de Grecia en la zona euro, en definitiva, en Europa.
Pero, además de ese asunto, nada desdeñable, las elecciones griegas tenían otro morbo, al menos para España, en el campo de la izquierda: saber si por fin la coalición izquierdista, formalmente no comunista (pues los comunistas tienen formación independiente con el nombre de tales), Syriza, acabaría superando, como así ha sido en efecto, la versión helénica de la socialdemocracia, el PASOK. El famoso sorpasso al que también aspira legítimamente IU en España, gracias al cual, si el PSOE sigue bajando y la coalición subiendo, esta sustituya a aquel como formación hegemónica de la izquierda. Como Syriza, vamos.
Seguramente Grecia se gobernará con una coalición más o menos nutrida de partidos en torno al eje Nueva Democracia/PASOK con el segundo actuando de comparsa menor. Syriza se instala desde ya en la oposición, un lugar digno desde el punto de vista de los principios pero poco relevante si se está frente a una mayoría absoluta.
Pero todo eso es de poca monta. Lo interesante es comprobar cómo la crisis del euro es una crisis de la euroizquierda que esta no acaba de entender y,  en consecuencia, no puede remediar. ¿Por qué se ha concentrado la atención en Grecia? En Francia ha ganado limpiamente la izquierda. Después de la victoria en las presidenciales, la socialdemocracia tiene mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. ¿Por qué no celebrarlo por todo lo alto? Sencillamente porque en Francia, la formación equivalente a Syriza o lo que dice aquí IU que quiere ser, esto es, el Frente de la Izquierda,se ha dado un batacazo . Se ha quedado en diez diputados y no ha salido ni Mélenchon. Si a este desastre añadimos el declive del equivalente alemán en las últimas elecciones de Länder, esto es, Die Linke, se perfilan dos modelos, el griego, con sorpasso y sin gobierno y el francés, con gobierno y sin sorpasso y con Alemania apuntando más al lado francés que al griego. Está claro, es un crisis de la izquierda. Con sorpasso o sin él, esta sufre las consecuencias de su desunión en todas partes. Lo sabe; dice querer evitarlo, pero no hace nada por ello porque su división interna es muy profunda.
Tanto el PASOK como el PSOE han pagado muy caro en las urnas su gestión de la crisis. Pero ello no es necesariamente porque, siendo de izquierda, se hayan plegado a los dictados neoliberales, pues tambien los gobiernos neoliberales han perdido las elecciones; el último, el de Sarkozy. El Partido Socialista francés y, según los sondeos, el SPD alemán, van para arriba porque vienen de la oposición. como las derechas griega y española. La crisis devora los gobiernos de todos los colores. Esto no quiere decir que los socialdemócratas no hayan sufrido un castigo adicional a causa de su seguidismo neoliberal. Al contrario, han perdido un considerable apoyo en votos por no haber sido capaces de formular una alternativa propia, socialdemócrata, a la crisis.
No obstante las cosas no son tan fáciles como se antojan a la gente con flaca memoria. Todo el mundo parece haberse olvidado de que, siendo primer ministro, el socialdemócrata Papandreu intentó convocar un referéndum sobre el rescate y casi lo despellejan y con muy escasa defensa interna. No obstante, ciertamente, el PSOE presenta un problema de indefinición considerable. La insistencia en sellar pactos nacionales con la derecha al amparo de la emergencia de la situación no permite que el electorado visualice una opción partidista de izquierda socialdemócrata.
La crisis se revela por fin en el problema de la otra izquierda, la no socialdemócrata, consistente en otro tipo de indefinición. Así como los socialdemócratas no consiguen distanciarse de los neoliberales pues comparten un objetivo estratégico que es la conservación del capitalismo (aunque con visiones distintas de él), la otra izquierda no consigue encontrar puntos de encuentro con los demás porque su objetivo estratégico no está claro. A primera vista, a juzgar por algunas observaciones desperdigadas acerca del cambio del modelo productivo, se pretende sustituir el capitalismo, pero no se sabe por qué. La oposición al capitalismo es notoria. Una de las organizaciones se llama Izquierda Anticapitalista, lo cual nos ilustra acerca de lo que es "anti" pero no acerca de lo que es "pro". Resulta así que en la estrategia de la izquierda radical aparece incrustado el elemento utópico (en el mejor de los casos), siempre inquietante para unos electorados que, como viene demostrándose en los últimos tiempos, son bastante conservadores.
La izquierda, toda ella, debe decidir si quiere gobernar Europa o se resigna a ser gobernada por ella, por la Europa del capital. Y la vía para conseguirlo, en mi modesta opinión, es la francesa; no la griega. Para lo cual es preciso que la socialdemocracia articule una política económica propia , distinta de la neoliberal y eso no es fácil, como se ve mirando el PSOE.
(La imagen es una captura de la portada de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 17 de juny del 2012

Los veintisiete contra Atenas


De ti imploro, oh musa, el arte para narrar aquellos aciagos acontecimientos que, encadenados por el destino, llevaron a la actual situación de caos helénico. Acudía el demos a pronunciarse en el ágora sobre las condiciones de paz dictadas por los nuevos persas. Los dioses, siempre veleidosos, ya no los hacían venir del Oriente de los bárbaros despotismos, sino de las regiones hiperbóreas septentrionales.
Reinaba la disensión en el seno de la Ecclesia y quienes más alto hablaban era el partido del pueblo y el partido de la oligarquía. El primero pretendía hacer frente y resistir a los nuevos persas. El de la oligarquía, al servicio de la corte de la reina bárbara del Norte, prefería pactar con el extranjero a costa del pueblo. Aprovechando la confusión reinante, merodeaban por la polis bandas armadas partidarias de los tiranos que apaleaban preferentemente a los metecos aunque también arremetían contra los ciudadanos con aspecto de demócratas.
El Consejo de los dioses hubo de suspender los preparativos de los próximos juegos olímpicos a punto de celebrarse en una tierra ignota que los atenienses siempre pensaron estaría poblada de monstruos. Acertó a reunirse de urgencia en una cosmología extraña, cerca de la ciudad sagrada de Tenochtitlan. Los dioses del lugar eran muy abigarrados y llamaban G-20 a su Consejo. Los unos y los otros dioses miraban consternados los acontecimientos en Atenas porque si los ciudadanos decidían apoyar el partido del pueblo, este lucharía contra los nuevos persas y no les dejaría ocupar la acrópolis, en donde los germanos querían establecer un banco. Sobre todo les preocupaba que los atenienses rebeldes encontraran apoyo en otros lugares de la ecumene. En muchas colonias de la Magna Grecia había focos que miraban a Atenas, prestos a convertirse también en incendios populares que traerían una oleada de democracia, o sea, de demagogia.
La reina de los bárbaros del Norte ya había advertido a los díscolos atenienses de las consecuencias de la rebeldía: uno de cada diez ciudadanos sería sometido al ostracismo. Pero era poca amenaza. Se necesitaba algo más fuerte. De pronto apareció Hermes, el heraldo de Zeus, portador de un mensaje de los olímpicos a los atenienses: "Desterrad de entre vosotros toda desmesura prometeica, no queráis temerariamente ser hombres y conformaos con ser esclavos como es la voluntad de los inmortales. Abandonad el partido del pueblo y seguid el de la oligarquía, pues corresponde al orden natural de las cosas y apacigua a los dioses que sabrán ser próvidos con vuestras desgracias".
Al otro extremo del piélago, en Iberia, algunas tribus rebeldes, muy cercanas en espíritu al partido del pueblo ateniense hablaron de intolerable injerencia de los dioses en los asuntos internos de la polis ateniense y propusieron hacer como hicieran los griegos. Enfrentarse a los tiranos de la colonia, al servicio de los bárbaros invasores y poner coto a la desmesura de estos. Devolver la autonomía al pueblo ibérico así como la isonomía y la isegoría, la igualdad ante la ley y la libertad de expresión. Ambas le habían sido arrebatadas por la oligarquía colonial al servicio de los veintisiete tiranos.
Los mismos dioses, oh musa, estaban al servicio de la tiranía de los veintisiete cuya estrategia era someter a servidumbre a los pueblos del sur, siempre incómodos, indisciplinados y revoltosos.Y, sin embargo, en aquella confusión, en aquella turbamulta de bárbaros, dioses, ciudadanos, metecos, oligarcas, demagogos, sicarios, esclavos y estrategas, en donde nadie parecía entender nada, una cosa había quedado clara: era el pueblo el que hablaba y el mundo civilizado entero, los mortales y los inmortales, la tierra y el reino de los muertos estaban pendientes de su palabra.
(La imagen es una foto de Wikipedia en el public domain. Representa la Victoria alada, la Niké de Samotracia, esculpida para celebrar un triunfo naval en el siglo II a. d. C. Se encuentra en el Louvre).


dissabte, 16 de juny del 2012

Grecia.

Es llamativa la insistencia de los poderes de la tierra y sus epígonos en amenazar a los griegos con lo que hagan mañana domingo en las elecciones. Nunca en la vida se habían ocupado tanto los restantes europeos por el resultado de unas elecciones en este pequeño país de unos once millones de habitantes. Ahora, sin embargo, todas las miradas están puestas en él y de ahí las constantes advertencias, verdaderas amenazas. Ojo con lo que votáis, griegos. Si lo hacéis por la izquierda, habrá problemas. Es una injerencia bastante insoportable.
La cuestión no es si los griegos votan por partidos que propugnen la salida del país del euro. Y no lo es por cuanto los socios de la Unión tampoco son unánimes respecto a su  mantenimiento. Algunos sectores alemanes e ingleses piensan que todos estarían mejor con Grecia fuera del euro. Otros, en cambio, no quieren ni oír hablar de esa eventualidad y, desde luego, las autoridades máximas de la Eurozona, Merkel y Hollande, han dejado claro su firme compromiso con el mantenimiento de Grecia en el club.
No es cosa de la salida o no salida del euro, no. Sobre todo una vez que Syriza de la que, por oponerse a la política de austeridad, se sospechaba que pudiera propugnar aquella, ha formulado con entera claridad su propósito de mantener el país en el euro. Es cosa de si los griegos votan o no una opción de izquierda. Y en eso reside la intolerable injerencia. La izquierda griega quiere renegociar los términos del rescate, algo muy prudente, dado el terrible impacto social que ha tenido, con suicidios incluidos. Y los poderes europeos, voceros de sus amos los mercados y los banqueros, no están dispuestos a acceder porque de toda renegociación tendrán que salir condiciones más favorables para los griegos y, por tanto, menos para los bancos y los especuladores.
En Grecia se la juega la izquierda. No solo la izquierda griega sino la europea en su conjunto. No sería admisible que, caso de ganar las elecciones, la izquierda griega contara con la oposición del resto de la europea, en seguimiento de la actitud hostil que los sectores neoliberales de la UE profesan hacia Grecia.
La permanente injerencia en las elecciones griegas obedece al temor de los poderes europeos de estar asistiendo al efecto de una chispa que pudiera encender una revolución continental. Una revolución no caracterizada ya por la vieja iconografía insurreccional, violenta, sino por una vía nueva. En concreto, la que se abre a través de la acción de gobiernos de izquierda, capaces de imponer un consenso en la UE distinto de la versión continental del neoliberal de Washington.
Dejemos de lado caritativamente la cuestión de si han sido o no las políticas neoliberales las causantes de la crisis. Palinuro está convencido de ello, pero eso no es ahora relevante. Lo relevante es ver cómo la aplicación de esas políticas en los últimos cuatro años no solo no ha resuelto la crisis sino que la ha agravado. En consecuencia, es de sentido común cambiarlas y probar con otras, cuando menos keynesianas. Con una presidencia y un gobierno socialdemócratas en Francia y un hipotético gobierno de izquierda en Grecia, nos acercaremos a esa situación. Si el Partido Socialdemócrata Alemán ganara las elecciones del próximo año, estaría expedito el camino a un giro de las políticas económicas en el continente, orientadas más a las de carácter expansivo, que fomenten el crecimiento en lugar de estrangularlo, como hacen las neoliberales.
Muchos comentaristas reflexionan con tristeza sobre la amarga situación de Grecia, la cuna de Europa, y lamentan el sarcasmo de su triste destino. Es el síndrome de los imperios antañones. Algo parecido les pasa a los árabes. Llevan muy mal el hecho de verse dominados, sometidos vilipendiados por doquier cuando en el pasado fueron la vanguardia científica, filosófica, militar mundial. En parte también les pasa a los españoles que no acaban de digerir el no ser ya el glorioso imperio en el que no se ponía el sol, ni siquiera capaces de recuperar un trozo de su territorio, colonia de otro, como Gibraltar.
En el caso de Grecia en relación con Alemania hay algo más puesto que la Alemania moderna, que surge con el romanticismo, se troquela sobre el molde de la visión ideal de Grecia, algo que comparten los alemanes con los ingleses de la época. Basta con recordar a Lord Byron en Missolonghi. Los dos autores más famosos del Sturm und Drang, Schiller y Goethe, lo abandonan por un regreso al clasicismo griego, en lo que se llamará el clasicismo de Weimar. Esta nueva tendencia influirá mucho en los tres amigos, verdaderos padres de la conciencia alemana, que coinciden en su juventud en Tubinga, en un estado de exaltada idealización de Grecia: Hegel, Schelling y, sobre todo, Hölderlin, cuyo Hyperion es la culminación literaria de esa admiración germánica por lo griego. Una admiración que ha sido sustituida por una actitud de desprecio y de prepotencia de nuevo rico.

dilluns, 7 de maig del 2012

Estos sí son brotes verdes.

Millones de europeos votaron ayer en contra de la política económica del trágala del "consenso de Bruselas" que, bajo pretexto de imponer la disciplina presupuestaria y garantizar la estabilidad, pretende desmantelar el Estado del bienestar, consolidar la dominacion irrestricta del capital, aumentar la tasa de explotación de los trabajadores e impedir el avance hacia una organización política europea de igualdad entre las personas y los Estados. Lo hicieron los franceses, los griegos y hasta los alemanes, incluido un buen puñado de daneses que viven en el Schleswig-Holstein.
Circula la muy simplificadora idea de que la crisis ciega de tal modo a los electorados que estos se limitan a votar en contra de los gobiernos, con independencia de las políticas que apliquen, lo cual bien pudiera ser falso, como casi todas las simplificaciones. Los votantes retiran su confianza a los partidos y gobiernos que aplican las draconianas recetas de la derecha y de los organismos financieros internacionales. Cuando eso no sucede, los gobiernos no pierden las elecciones, como se ha visto en Andalucía.
Una comparación de las tres elecciones habidas (la presidencial francesa, la parlamentaria griega y la del Land del Schleswig-Holstein) quizá nos permita una visión más ajustada. Pierden votos los partidos que apoyan y practican el "consenso" de Bruselas; los ganan los que se oponen a él. El candidato socialista francés gana la presidencia con un programa claro, rotundo y factible, alternativo al canon neoliberal. El SPD alemán, también en la oposición a la política de solo ajustes, sube cinco puntos porcentuales. Se da un batacazo, sin embargo, el tercer partido socialista, el PASOK griego que, aunque con contradicciones, también ha practicado la política neoliberal. Socialistas, sin embargo, son los tres. El electorado sabe distinguir perfectamente. Por supuesto, en todas partes pierde la derecha neoliberal: en Francia, la presidencia (ya veremos qué sucede en un par de meses, en las elecciones legislativas), en Grecia, cae en un tercio de sus votos y en el Schleswig-Holstein pierde un punto, lo que, junto al descalabro de sus aliados liberales, la expulsa del gobierno.
Son "brotes verdes" políticos que permiten barruntar un cambio en la orientación política y la forma de gestionar la crisis en Europa. Junto a ellos hay otros de otros colores, indicativos de que la situación está bastante crispada por doquier. Es decir, que el recetario neoliberal está arruinando los países europeos y llevándolos a la quiebra y, además, está suscitando un clima político crispado y polarizado que no augura nada bueno. Significativa aquí es la primera vuelta de las presidenciales francesas: un aumento del voto de la izquierda "anticapitalista" (o sea, radical) y uno más espectacular de la extrema derecha, con sus tintes xenófobos, chovinistas, autoritarios y fascistas. Igualmente el resultado en Grecia en donde la coalición de izquierda radical está en segunda posición, con más del 16% del votos y el Partido Comunista ha obtenido un alto resultado, con el 8% teniendo que contar también con otros partidos comunistas menores y los verdes cuya representación está por determinar en este momento. Los neonazis, a su vez, con más de un 6% del voto, entran en un parlamento que promete ser muy movido. La izquierda radical en Alemania, representada por Die Linke, unión de socialdemócratas de izquierda y antiguos comunistas, no ha llegado al 5% y se ha quedado fuera del parlamento de Kiel, y la extrema derecha ni existe. Los verdes repiten su porcentaje en torno al 13% y si algún tipo de voto antisistema cabe señalar quizá sea el del Partido Pirata, con un 8%, igual que el partido liberal, socio de la derecha en el gobierno hasta ahora.
Es decir, hay un vuelco en la conciencia del electorado, una convicción de que ya está bien de políticas de ajustes, recortes y restricciones del gasto y que es preciso formular otra de estímulo que saque a los países de la recesión en la que poco a poco está volviendo a entrar Europa. Todo lo cual ya se puso en evidencia en Andalucía.
La cuestión ahora es ver cómo lucen esos "brotes verdes" en el conjunto de España con un gobierno más papista que el papa en materia neoliberal, a quien los brutales recortes que ha realizado hasta la fecha que no amenazan ya solo con la recesión sino con una depresión, le parecen insuficientes. De no tratarse de un asunto tan trágico sería para reír (sardónicamente) la mala suerte de los españoles, siempre a contracorriente de Europa.
Pero no es cosa de reír, sino de actuar. Resulta iluso pedir al gobierno español la flexibilidad necesaria para adaptarse al cambio de orientación en Europa o, incluso, incitarlo. La política económica neoliberal no es una respuesta técnica a una situación de hecho sino ideológica, indiferente a unos resultados que no sean los que la satisfagan. De forma que la tarea de luchar por un retorno de España al mainstream europeo tendrá que recaer sobre la oposición, la oposición de izquierda. Para esto encontramos dos factores, uno favorable y otro desfavorable. El primero es el gobierno de unión de la izquierda en Andalucía, que se constituye en referente de las políticas económicas alternativas al neoliberalismo. El segundo, el estado del PSOE a escala nacional que no parece haber encontrado todavía la plataforma clara desde la que hacer oposición sino que oscila entre apoyar al gobierno en asuntos que juzga "de Estado" y quejarse de lo radicalmente erróneo de sus medidas.
Si el PSOE no es capaz de definir una programa claro, propositivo, que pueda servir como plataforma de un gobierno de unión de la izquierda a escala estatal, que traduzca el de Hollande, que lleva el voto de la izquierda francesa. Y, por cierto, que le añada un par de claros pronunciamientos respecto a los dos asuntos en los que prefiere la marrullería: la separación de la iglesia y el Estado (y circunstancias concomitantes) y la cuestión de la República.