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dimecres, 12 d’abril del 2017

El poder político

De las cuatro fuentes del poder social que Michael Mann identifica en su obra magna, Las fuentes del poder social, esto es, las relaciones ideológicas, las económicas, las militares y las políticas, las primeras y las últimas son las más escurridizas y difíciles de tratar Todo el mundo sabe lo que es el poder económico (el capital) y el poder militar (la violencia) pero, al llegar al poder ideológico y el político, la cuestión se torna más imprecisa y compleja. Hay quien piensa que son dos momentos de un mismo poder, de forma que el político es la institucionalización del ideológico y el ideológico, la legitimación del político. Para algunos partidarios de la teoría del Estado como conquista, el poder político es emanación directa del militar y así pensaba Oppenheimer. Para los marxistas, el poder político es emanación del económico, amparado por el militar y justificado por el ideológico. 

El poder político, la capacidad de conseguir la obediencia de los gobernados, se consigue convenciéndolos por las buenas  (ideología) o por las malas (militar), esa dualidad sempiterna entre la auctoritas y la potestas, rebautizada hoy por Nye como "poder blando o suave" y "poder duro". Por supuesto, el poder político es la forma de expresarse del poder económico dominante, el capital.

Las izquierdas han tratado de poner en pie una forma de legitimación que no fuera  del poder económico dominante sino del dominado, algo que hasta la fecha se presentaba como un pensamiento entre reformista y revolucionario. El poder ideológico que justificaría el político de las clases subalternas. Pero no lo han conseguido. Al poder político solo llegan si acaso los reformistas más moderados y están sometidos a un hostigamiento permanente desde el poder económico, de forma que su autoridad es precaria. La idea revolucionaria se había formulado al amparo del sufragio universal. Al ser los trabajadores inmensa mayoría, el voto los llevaría al poder.  Tal cosa no sucedió y la izquierda quedó dividida entre un sector reformista y otro revolucionario. Una división con formas y matices distintos según los momentos y países, pero que aparece siempre, de forma que el gran problema, el sempiterno problema de la izquierda es la unidad, la falta de la cual la hace sucumbir a la derecha, mucho más unitaria.

Innecesario decir que el poder ideológico de la derecha acentúa el discurso unitario con pleno respaldo del poder económico y del militar. Eso hace que su poder político sea sólido, presentado como tal por los medios que controla el poder económico, que no sea nunca precario, ni siquiera cuando se encuentra en minoría.

Ese es el extremo que ilustra a la perfección el magnífico dibujo de Manel Fontdevila. Si no tienes mayoría absoluta, no tienes poder. Pero menos tienen los otros, cuyos porcentajes son aun menores y, además, están divididos y enfrentados. O sea, una buena base de poder político es la impotencia de los adversarios. Por eso puede el gobierno de Rajoy hacer lo que "le da la gana" con el auxilio de una oposición que va por ahí presumiendo de eficaz. 

Tampoco es nuevo. Rajoy ya demostró su capacidad para hacer lo que le da la gana durante el año de mandato en funciones, cuando elaboró la doctrina de que un gobierno en funciones no responde ante el Parlamento y el asunto acabó en el Tribunl Constitucional (TC) en donde, como era de prever, duerme el sueño de los justos.

A la vista del éxito, el consejo de ministros presentará en breve un conflicto de competencias ante el TC para limitar la actividad del legislativo a base de impedirle que pueda levantar los vetos interpuestos por el gobierno en nombre de la intangibilidad de los gastos de la ley de presupuestos. La cuestión es evidente: si el gobierno se sale con la suya (y es probable que lo haga pues el TC está bien surtido de magistrados de su cuerda ideológica), el Parlamento puede irse de vacaciones hasta la próxima cita electoral porque el gobierno podrá bloquear cualquier iniciativa legislativa invocando motivos económicos. 

En efecto, el poder que procede de la impotencia ajena es tan sólido como el que descansa sobre el poder militar. 

dimecres, 12 d’octubre del 2016

El vacío de poder en España

Dicen los medios imperiales que las autoridades, la clase política en su conjunto en Madrid hizo el vacío a Puigdemont cuando este llegó a la Villa y Corte a exponer su punto de vista y pedir una negociación sobre el referéndum catalán. No es del todo exacto. En Madrid hay un gobierno en funciones que no gobierna y una oposición provisional, a cargo de una Comisión gestora que no se opone. O sea, no hay gobierno ni oposición. Hay un vacío. La ausencia de miembros del gobierno y personalidades políticas simplemente intentaba trasladar al lugar de la conferencia de Puigdemont la situación en que vive el país desde diciembre de 2015. Y como ya se sabe que la naturaleza tiene horror al vacío, el lugar se llenó en cambio de una nutrida representación del cuerpo diplomático europeo (y no solo europeo) acreditado en Madrid. Según los nacionalistas españoles (del gobierno y de la oposición) a nadie interesa lo que venga a decir a la capital el independentismo catalán. Según los embajadores presentes sí interesa en Francia, Inglaterra, Holanda, Suecia, etc. A cualquiera se le alcanza que es una táctica verdaderamente inepta. De eso va mi artículo de hoy en elMón.cat, cuya versión castellana incluyo aquí:

La mejor defensa es una buena huida


La visita de Puigdemont a Madrid, nuevo episodio del desencuentro entre el gobierno español y el de la Generalitat. Más que con el gobierno, el desencuentro es con el sistema político español en su conjunto. En el auditorio, en la sala, ni un miembro del gobierno, ni dirigente de su partido, ni del PSOE, salvo Gabilondo, nadie de C’s y nadie de Podemos, aunque luego almorzaran juntos los jefes, a modo de desagravio culinario. Es como si, en lugar de llegar a la capital y corte un presidente de una Autonomía en la que hay un proceso independentista en marcha, fuera un leproso llamando a las puertas de una ciudad. Nada de recibirlo, nada de tocarlo, ni escucharlo.

Pero Puigdemont no fue a Madrid a predicar en el desierto. Aunque a las autoridades no parezca interesarles qué tenga que decir el presidente de la Generalitat sobre el contencioso territorial más grave a que ha enfrentado España en mucho tiempo, había una nutrida representación del cuerpo diplomático, tanto de la UE como de fuera de ella. Le habrá costado un berrinche al ministro de Exteriores, pero allí estaban los embajadores de Gran Bretaña, Francia, Irlanda, Holanda, Bélgica Dinamarca y Suecia y otros. Con ello se envía un delicado aviso a los gobernantes y a la clase política española, muy nacionalista: los países europeos están ojo avizor con lo que suceda en Cataluña. Será difícil que pretexten asuntos internos si el conflicto toma aires poco tranquilizadores. No estamos jugando al parchís; estamos jugando con la estabilidad y la seguridad de la gente. Ningún gobernante despreciaría la ocasión de informarse de primera mano de los planes de su adversario o de medirse dialécticamente con él en público. Bueno, si es español, quizá sí.

Esta estridente disonancia, esta falta de cortesía y de talante democrático es patente. La tradición en Madrid es que el poder no transige, no negocia, no pacta. Se impone y ya está. Para ello se invoca la ley que, aparte de ser interpretable, es un puro juguete en manos del poder político orientado en contra del independentismo catalán. El mensaje que envía esta ausencia, mezcla de desplante y huida es de inseguridad, desconcierto y soberbia herida. ¿Cómo vienen estos catalanes en el siglo XXI a agitar espantajos del XIX?

Justamente, esa deserción colectiva invita a la consabida comparación con el avestruz que esconde la cabeza bajo tierra ante el peligro, una historia muy injusta con las avestruces pues en modo alguno hacen esa tontería, como no la hace ningún animal, sabedores de que no interesa perder de vista al enemigo. Los animales, no, pero la derecha, sí. ¿Qué Puigdemont va a Madrid como Moisés bajaba del Sinaí con las tablas del referéndum de la época? Con no estar allí, ojos que no ven y oídos que no escuchan no tienen por qué darse por enterados de lo que aborrecen y temen o temen y aborrecen al tiempo.

Pero los diplomáticos tomaron buena nota y ya habrán informado a sus cancillerías de que el líder independentista catalán se ha presentado en Madrid con ánimo conciliador y una propuesta de negociarlo todo. Excepto la celebración del referéndum en sí misma. Es referéndum sí o sí y dentro de uno de los síes está negociar todos los aspectos de pregunta, cómputo de votos, requisitos de participación, plazo para la celebración de un referéndum subsiguiente, etc. Si no hay nadie del gobierno español, ni siquiera de la oposición para darse por enterado, está claro que la contestación a las propuestas de Puigdemont solo puede entenderse como un “no”. “No” por ausencia, por deserción, por huida, pero “no” al fin y al cabo. Y ese “no” quedará apuntado en el haber del independentismo y en el debe español a la hora de sopesar los argumentos de una y otra parte ante alguna instancia neutral.

En el proceso de internacionalización del conflicto, que los independentistas llevan muy adelantado, han ganado importantes bazas a la hora de suscitar opinión popular e institucional en los países europeos. Los independentistas catalanes suman; los nacionalistas españoles restan.

Al no haber asistido ningún miembro del gobierno, este no se sentirá obligado a hacer siquiera mención de la presencia del Presidente de la Generalitat en Madrid y menos una declaración. Puigdemont se ha presentado en el palenque, pero el adversario no ha comparecido. Es un misterio cómo piensa el PP y el gobierno de Rajoy si, por fin, los socialistas lo hacen presidente, que se recoge la información, se intercambian las opiniones y los criterios si no es dialogando siempre que se tenga oportunidad.
Ya se ve: no hay interés por saber, informarse, discutir, negociar, llegar a un acuerdo. Lo hay por vigilar estrechamente, reprimir, procesar, quizá encarcelar. Y así hasta el fin de los tiempos. Es obvio que ningún país puede sobrevivir a la larga con un enfrentamiento de este calibre en su interior. Es obvio para todo el mundo excepto para el nacionalismo español que hay se alimenta de sus dos fuentes principales, la derecha y la izquierda.


dimecres, 13 d’abril del 2016

Vacío de poder en España

Mi artículo de hoy, en elMón.cat, que me lo han trasladado del finde a la mitad de la semana, el miércoles, que es el día dedicado a Mercurio, un metal líquido. Tengo simpatía por ese dios, el Hermes de los griegos, a su vez un tipo polivalente: mensajero de los olímpicos, patrón de los ladrones, los comerciantes y los mentirosos (sans blague!) y de muchas otras cosas y presente en muy diversos momentos de capital importancia en la historia de la humanidad. Por ejemplo, es el encargado por los dioses de llevar a Paris la manzana de Eris y decidir el famoso juicio con el que empezó la guerra de Troya. Tuvo amores con Afrodita (¡afortunado inmortal!) de los que nació, lógicamente, Hermafrodito, alguien muy peculiar y que yo convertiría a mi vez en patrón/a de la autarquía o el autoservicio de no ser porque, por otra parte, ligando a la vieja usanza se conoce gente y se hace uno una culturita. En su encarnación como Hermes Trismegistos, da origen al conocimiento hermético que viene a ser una contradicción en los términos y a la hermenéutica o métodología científica que nos enseña cómo siempre cabe entender las cosas de una forma que no se le había ocurrido a nadie antes.

Bueno, lo dicho, sans blague, al grano: el artículo pretende demostrar que España vuelve por donde suele: el vacío de poder como el que hay ahora en el Estado, en el centro de la Península en donde reina un tirano o no manda nadie y el gobierno está en sede vacante. La idea es que los independentistas catalanes aprovechen el momento y aceleren la hoja de ruta. Todo lo que hagan es lo que llevarán ganado cuando los partidos consigan componer un gobierno medio viable en Madrid.

El texto castellano:

El vacío del vacío.


El vacío de poder es condición endémica española porque, cuando no hay vacío, tampoco hay poder. En España no hay nada ni funciona nada, como no sean las organizaciones de delincuentes, desde las redes de trata de mujeres hasta los partidos políticos formados por presuntos malhechores y las burocracias corruptas. La única diferencia entre el gobierno en plenas facultades, que no hacía nada, y el gobierno en funciones, que aun hace menos, es que este último, además, se ha declarado en rebeldía y se niega a rendir cuentas al Parlamento. Ya puede la Cámara pedir la comparecencia del ministro Soria por los papeles de Panamá. Antes comparecerá en el Parlamento de Panamá. O en el de Marte.

Según todos los pareceres, es posible que este gobierno de la derecha ultramontana gane las próximas elecciones con una mayoría holgada en lo que resultará ser un caso único en la historia de masoquismo colectivo. Gente que vota a quien la desprecia, la explota y la esquilma. Incomprensible, pero cierto. Es muy posible que haya cuatro años más de corrupción, de saqueo, de sobresueldos, de chulería españolista, de ley mordaza y franquismo por doquier. Muy posible que el país siga paralizado a merced de la absoluta incompetencia de estos gobernantes. Muy posible que la “gran nación” de Rajoy siga sin pintar nada en los escenarios internacionales.

Frente a este gobierno no hay oposición; no existe un terreno común entre los otros tres partidos institucionales desde el que oponerse. Los tres mosqueteros con un mandato clarísimo de constituir un gobierno como fuera han fracasado en su empeño. Los mismos que se reían de los catalanes porque no componían gobierno a raíz de las elecciones de 27 de septiembre se encuentran ahora en la misma situación, pero con peores perspectivas y una evidente falta de capacidad para resolverla. Se intercambian acusaciones, no proposiciones. Como el gobierno al que se oponen, tampoco sirven para nada. 

En este momento, la única oposición real que hay al gobierno en funciones es Cataluña. El único territorio que marca distancias y tiene a raya al nacionalismo español es Cataluña. Las relaciones entre el gobierno del Estado y la Generalitat no solo son inexistentes sino de abierta confrontación… por parte del gobierno central. Rajoy llega a Cataluña y no se entrevista con el presidente de la Generalitat que es tan Estado como él, sino que se limita a proferir amenazas en tono apocalíptico y tonterías en clave castiza. Como si esto fuera el backyard del decrépito imperio español.

Por lo demás, a Cataluña, como única oposición del régimen de la derecha neofranquista, le da igual que el gobierno del Estado esté en manos de la derecha o de la izquierda en la medida en que las dos son nacionalistas españolas y contrarias no solo a la secesión de Cataluña sino a la mera idea de un referéndum consultivo, no vinculante, con el fin de aplicar el principio democrático. Solo Podemos parece aceptar la idea de un referéndum catalán y no está muy claro en qué términos.
Siendo el único contrapoder real al gobierno del Estado, la Generalitat no puede esperar ayuda de ninguna otra parte, sino, al contrario, reproches, críticas y amenazas. Cuando no meras provocaciones, como suele suceder en las redes en donde se vierte el mayor porcentaje de catalanofobia imaginable. Solo puede contar con sus propias fuerzas, sus instituciones, su sociedad civil y su gente. Y con la simpatía que pueda despertar en la comunidad internacional por su carácter abierto, democrático y pacífico.

La minoría nacional catalana en España tiene derecho de autodeterminación diga lo que diga el Tribunal Constitucional español y todas las autoridades del Estado, pero ningún gobierno español permitirá su ejercicio. Siendo como es una minoría nacional estructural en el conjunto del Estado, no puede esperar que funcione en su caso el principio democrático porque los catalanes nunca serán una mayoría dentro de España y no les llegará solidaridad de ninguna de las partes que extraen beneficios del sojuzgamiento catalán.

Por eso, lo mejor que puede hacer es aprovechar ese vacío de poder que hay en España para llevar adelante su hoja de ruta y proceder a la desconexión cuanto antes.

divendres, 8 d’abril del 2016

El pito del sereno

Estos del Parlament tienen dos cosas que faltan en el orgulloso cogollo mesetario: ideas claras y sentido del humor. No crean que son tan dispares. Las ideas están claras: el Parlament se reafirma en la declaración independentista del 9 de noviembre pasado. Quiere la independencia. Pero no aturulladamente, así que la cámara ha votado afirmativamente la propuesta de la CUP, pero quitándole dos astas peligrosas que podían dar pie a que las autoridades españolas empurasen a los votantes por incitacióna la desobediencia, o sedición. Una, el propósito de no obedecer las decisiones de las autoridades legales españolas y otra el de inducir a los funcionarios armados de la Generalitat a no realizar las funciones que esas autoridades les encarguen. Supongo que desde el exaltado punto de vista de la CUP, esta prudencia demuestra el carácter burgués y timorato de los otros independentistas de ERC y CDC. Es posible. Todos tienen sus puntos de vista y el miedo guarda la viña.

Además, la decisión parlamentaria muestra sentido del humor. El Tribunl Constitucional había anulado la primera declaración independentista del 9 de noviembre y ahora tendrá que anular está también y por los mismos motivos, porque el Parlamento ha decidido ignorar la presencia del dicho Tribunal. Puede parecer un poco estrafalario que un Parlamento ignore un Tribunal Constitucional. La verdad es que ese Tribunal Constitucional en concreto no goza de especial simpatía ni autoridad o prestigio en Cataluña. Su actividad se ha limitado a cumplir diligentemente los deseos del gobierno que, careciendo de iniciativa política frente al nacionalismo catalán ha preferido hacer como que judicializaba el conflicto, lo cual es falso porque el Tribunal Constitucional no es un órgano judicial, sino político.

El sentido del humor de los parlamentarios catalanes que, al parecer, se toman las decisiones del dicho tribunal por el pito del sereno, adquiere su auténtica dimensión cuando se observa que, a diferencia del catalán, el Parlamento español ve con gran respeto el Tribunal Constitucional y acude a él en un conflicto de competencias con el gobierno central que, a su vez, se toma el Parlamento por el pito del sereno y sabe que ese conflicto no va a parte ninguna porque el Tribunal Constitucional imparte la justicia que place al príncipe.

Porque, en el fondo, el Parlamento y el Tribunal Constitucional españoles son dos pitos del sereno.

divendres, 11 de març del 2016

Engaños del poder

Los análisis políticos suelen ser muy ideológicos, pero también pueden ser puramente lógicos. Es cuestión de ver lo que hay y no lo que uno quiere que haya.

Mariano Rajoy no quiere someterse al control del Parlamento. Es lógico para alguien que no lo ha hecho en los últimos cuatro años ya que su mayoría abolutísima lo liberó de esa tortura democrática y la inutilidad de la oposición en la oposición hizo el resto. Y ello sin contar con su comprobada tendencia a la holgazanería. Pero esta lógica, siendo humana, no es admisible porque falta a la lógica institucional. En un sistema parlamentario ningún poder del Estado puede estar libre de la fiscalización del Parlamento, que es el órgano supremo de poder. El gobierno no puede decidir por sí mismo sus normas de organización; eso compete al Parlamento. Esa tontería del informante del gobierno de que pedir explicaciones a Rajoy sea como pedírselas a Felipe González da verdadera vergüenza. Felipe González es un ciudadano privado (aunque, como se ve, sigue ganando batallas después de muerto) mientras que Rajoy es el presidente del gobierno. Del gobierno. Y el Parlamento es competente para controlar al gobierno. Al gobierno, esté en funciones, en disfunciones (lo que es más probable) o en su lugar descansen. Es el gobierno y tiene que hacer lo que el Parlamento ordene. Si no fuere así, el Parlamento podrá declararlo en rebeldía y privarlo de sus funciones políticas, además de pedir a los jueces que decreten su prisión.

Los Reyes pronuncian la palabra de seis letras, como su modelo Ubu. Y los cortesanos pierden el culo por recordar que siempre han señalado cuán cercanos, cuán próximos a los ciudadanos, a ti y a mí, al común de los mortales, son los Reyes. Son seres normales, de carne y hueso, como tú y como yo. Y por eso dicen "mierda", como tú y como yo, porque nada humano nos es ajeno. Sí, pero no. La justificación no funciona. La Reina no puede escribir "mierda" se ponga como se ponga. Porque mira el escándalo y eso con trabajo de ocultación cortesana. Los medios, los partidos, no hablan de esto. Eso demuestra que lo de la igualdad es falso. Y es lógico que lo sea: si la Reina es igual a nosotros, a ti y a mí, y al señor de la esquina, ¿por qué es Reina? Claro, esto afecta a la lógica misma de la Monarquia, que todavía tiene menos defensa.

Los diputados cobran subsidios de paro de escándalo. Mato, Madina y los otros sesenta y tantos, si de verdad están en paro, que se apunten al paro, como cada hijo de vecino. Y eso suponiendo que estén desempleados porque toda está gente se mueve en un profuso entramado de amistades, enchufes, influencias, favores mutuos y, si quiere, encuentra trabajo de lo que quiera y, además, sin hacer nada. La política representativa no es un oficio ni un empleo sino un cargo voluntario, no genera relación laboral ni su carencia supone derecho a percibir ningún tipo de subsidio. Y mucho menos esas cantidades desorbitadas con las que vivirían familias enteras. La vida activa de los políticos implica una serie de privilegios y tiene su lógica que también lo implique la vida pasiva. Es logico, por un lado, según la lógica pedestre de que "quien tuvo, retuvo", pero es muy irritante por otro.

Los amigos de Podemos sin saber qué hacer con los pactos. Es muy arriesgado criticar a Podemos, incluso ahora que forman parte del poder y ya no son contrapoder, porque salen los verdaderos creyentes de debajo de las piedras, una horda de fanáticos, a linchar críticos, todos ellos submarinos del PSOE y otras fuerzas del mal. La orden hoy es cerrar filas negando que haya tensiones internas en la organización. Solo que sea preciso negarlas ya quiere decir algo. Pero si se observa que la organización no sabe qué va a hacer con las negociaciones, si seguir con ellas o cortarlas en seco, se echa de ver que esas tensiones internas que no existen consumen muchas energías. Porque todavía han de pronunciarse sobre si aceptan negociar o dan un puntapié al tablero y lo mandan todo a nuevas elecciones. Negociar es lógico; ir a nuevas elecciones, también. Lo que no es lógico pretender ambas cosas al mismo tiempo.

Los del PSOE tienen que decidir entre el PP y Podemos. Al menos, a Felipe González le da igual cualquiera de lo dos. Y es lógico. Para González. Y probablemente para mucha más gente. Pero no toda. Otros encontramos preferible que el PSOE elija a Podemos. También es lógico. Así que, en virtud de esa lógica sería estupendo que hubiera un gobierno de izquierda en España y ya se sabe que tampoco será muy de izquierda. El problema es si lo que quiere Podemos es cargarse al PSOE y no aliarse con él. En ese caso es lógico que vaya a nuevas elecciones. Aunque puede ser la lógica del Rey Creso de Lidia quien preguntó al oráculo en Delfos qué sucedería si cruzaba el Halis y atacaba a Persia, a lo que la Pitia contestó que "destruiría un gran imperio", sin precisarle que sería el suyo. 

Es la llamada lógica délfica.

dilluns, 16 de març del 2015

El conferenciante desdoblado.


Nunca he tenido muy claro lo de la identidad y la dualidad, por no decir la multiplicidad. Por eso frecuento la tertulia de Luigi Pirandello, en donde suelo encontrar a Italo Calvino y Franz Kafka tomando café y charlando animadamente sobre esa nueva promesa de Paul Auster. Son magos del "yo" que te ayudan a no tomarte muy en serio el tuyo.
 
Es el caso que el proper dijous 19 de març, doy dos conferencias el mismo día en dos lugares distintos pero cercanos de Barcelona. En uno, el centro de la UNED, Av. Río de Janeiro 56-58, a las 17:00, sobre el tema del cartel de la izquierda. La otra, sobre la pervivencia del franquismo en España en la Biblioteca de Singuerlin-Salvador Cabré, Plaça de la Sagrada Familia s/n en Santa Coloma de Gramenet, sobre el tema del cartel de la derecha.
 
Todavía no he conseguido estar en los dos sitios al mismo tiempo, que es lo que mola. Tengo que frecuentar más la tertulia, a ver si aprendo cómo se hace.

Estaré encantado de encontrar a l@s amig@s que quieran asistir y de firmar mi último libro, La desnacionalización de España .

dimecres, 10 de desembre del 2014

El gobierno, contra los jueces.

Y van tres. Primero fue Garzón, condenado por prevaricación y apartado de la carrera judicial por su forma de instruir el caso Gürtel. Luego fue el turno del juez Silva, igualmente inhabilitado por su forma de instruir el caso Bankia. Ahora le toca al juez Ruz por el caso Gürtel de nuevo y el de Bárcenas. No se le reprocha ilicitud alguna, pero se le aparta de hecho del caso con un pretexto puramente formal, legalista, contra todo sentido de funcionamiento racional de la administración de justicia y envuelto en explicaciones torticeras y engañosas. Mañana puede ser el juez Castro, instructor del caso Urdangarin y según lo que decida en cuanto a la infanta Cristina.
Ocuparse de los casos en los que el gobierno y su partido tienen un interés directo es una línea de peligro para los jueces. Aunque no para todos sino solamente para los independientes que proceden según criterio propio y no según órdenes de arriba o intereses extrajudiciales. Aquellos otros que exoneran a acusados a quienes tienen que volver a encausar, los que tratan a los corruptos con miramientos y privilegios, dan carpetazo a las causas o favorecen los indultos de los condenados, no padecen problema ni persecución ninguna.

La injerencia del poder político en la justicia es escandalosa. No solamente visible en el modo en que el gobierno y su partido ha poblado de militantes y simpatizantes puestos claves de la magistratura, del Tribunal Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial sino en la forma beligerante en que arremeten contra los jueces incómodos e independientes. Se les busca las vueltas como sea, aprovechando las circunstancias que sean y, entre tanto, se los vapulea en los medios a cargo de tertulianos afines o también militantes, generalmente pagados con dineros públicos.

Todo el mundo sabe que no se respeta la independencia judicial y que el gobierno y su partido presionan a los jueces y los persiguen cuando no se doblegan. De los fiscales no es preciso ni hablar. Es lógico que se sepa porque es exactamente el fin deseado por el gobierno: que se sepa. Si un juez se pone escrupuloso, investiga en serio la corrupción y señala a los responsables en el gobierno y en el partido y al partido mismo como tal, se sabe que, probablemente, tenga los días contados como juez. Los escarmientos tienen un efecto paralizador sobre la voluntad del resto de la judicatura de cumplir con su deber de independencia. Para ello deben ser públicos y debe saberse, cuando menos intuirse, quién los ha impuesto. Basta con la sospecha: si te enfrentas al Príncipe, este, como Herodías, pedirá tu cabeza, juececillo.
Al mismo tiempo, el gobierno, su partido y su aparato de propaganda hablan sin parar de respeto a la ley, a la labor judicial, a la exquisita separación de poderes, a la legalidad escrupulosa de la acción del gobierno, a la transparencia, al principio de inocencia y al resto de piezas que componen ese delicado equilibrio del Estado democrático de derecho. Lo de social, que incluye la aclamada Constitución vigente, lo dejo fuera por pertenecer al reino de la fábula.

La conversión de la justicia en justicia del Príncipe, al servicio del poderoso, y en contra del débil destruye el fundamento mismo del Estado de derecho y la democracia que los gobernantes  dicen defender. Lo dicen y también sin mucha convicción porque no les hace falta. Que Cospedal salga por la televisión afirmando que el PP es el partido que más ha hecho contra la corrupción no puede refutarse en el terreno empírico de los hechos porque la buena señora se  obstina en asegurar que son lo contrario de ellos mismos con la misma cómica seguridad con que el Sombrerero Loco explica a Alicia que allí no se celebra una fiesta de cumpleaños sino de no-cumpleaños.

Paralizar el proceso de la Gürtel hasta después de las elecciones, como interesa al gobierno y su partido, presupone la idea de que, de aquí al día de la votación, la gente se olvidará de la corrupción y del hecho verdaderamente escandaloso de que sean sus responsables quienes le soliciten el voto. Suena absurdo, ¿verdad? Pero también suena absurdo que alguna vez haya podido oírse el grito de ¡vivan las caenas! Y se oyó. Él y alguna variante todavía más aleccionadora sobre la mentalidad del pueblo español como el de ¡Vivan las caenas y muera la Nación!

dilluns, 24 de febrer del 2014

Hablando de democracia

Hoy, en la Facultad de Políticas, a las 13:00 h., para hablar de Robert A. Dahl, recientemente fallecido.



Política, economía y bienestar.
Who governs?
Prefacio a una teoría democrática.
El concepto de poder.
Análisis político moderno.
Oposición política en la democracias occidentales.
After the Revolution?
Poliarquía, participación y oposición.
Dilemas de la democracia pluralista
Prefacio a un democracia económica.
La democracia y sus críticos.
How democratic is the American Constitution?
Sobre la igualdad política

Tod@s bienvenid@s.

dimecres, 15 de gener del 2014

El Estado (presuntamente) delincuente.

España no es propiamente hablando un Estado de derecho. De ponernos estrictos, cabría decir que incluso carece de Constitución. Al menos, según el artículo 16 de la Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789:

Toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los Derechos ni determinada la separación de Poderes carece de Constitución.

En España no hay garantía de Derechos ni separación de Poderes. Y tiene Constitución. Formalmente, pero no materialmente. Y esto mismo se aplica a la carencia del Estado de derecho. Tampoco rige el principio del imperio de la ley, ya que hay personas por encima de ella, tanto formal como materialmente.

Por encima de la ley, formal y materialmente se encuentra el Rey, cuya persona es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sin embargo, su comportamiento -y, con él, la Jefatura del Estado-, deja mucho que desear y está muy por debajo de las expectativas en materia de transparencia y de recto proceder. Su familia en primer grado pareciera estar materialmente por encima de la ley y hay fuerzas institucionales muy poderosas interesadas en que así sea. Sin embargo, sus comportamientos, conocidos por los tribunales, les han valido imputaciones penales que tienen muy mala pinta. ¿Puede una Monarquía tan tocada del ala aguantar una condena a una Infanta de España por un delito contra la Hacienda Pública o la condena de su marido? ¿Se puede reinar habiendo cometido delitos? Empeñarse en que en España no hay una crisis de Estado, en gran medida propiciada por el comportamiento vituperable de la Casa Real es absurdo.

Claro que la Real Casa no parece haber hecho nada muy diferente de lo que llevan años haciendo los gobernantes. El presidente del gobierno puede decir lo que quiera (que habitualmente es muy poco y en una actitud despectiva) pero está bajo sospecha de haber presidido un partido con una contabilidad B y que se financiaba ilegalmente. Está asimismo bajo sospecha -nunca satisfactoriamente despejada- de haber cobrado sobresueldos de problemático origen durante dos décadas. Y eso es él. Tiene luego una ministra, directamente acusada de haber recibido dádivas de todo tipo de la trama delictiva Gürtel, acusaciones que no niega, sino de las que quiere librarse pretextando ignorancia. Otro, el de justicia, un hombre de un rigorismo exacerbado, fue condenado por los tribunales a pagar una indemnización a su casera por haber estado viviendo dos años sin pagar el alquiler. En serio, ¿alguien imagina que se pueda ser ministro en Francia, en Alemania, en Inglaterra, en cualquier parte, habiendo sido condenado por los tribunales por moroso? ¿Qué tiene esto que ver con un Estado de derecho?

La propia maquinaria en su conjunto del partido del gobierno tiene tal cantidad de imputados en procesos por corrupción que es legítimo pensar que es, en realidad, una asociación con ánimo de delinquir. La lista de presuntos, miembros del partido o directamente relacionados con él es impresionante: Bárcenas, el Bigotes, Correa, Fabra, Matas, Camps, Baltar, Barberá, Castedo, Blasco, Sepúlveda, el Albondiguilla.

Añádase la recua de empresarios y financieros delincuentes que forma la flor y nata del "espíritu emprendedor" de la derecha. Alguno está en prisión preventiva, otros han cumplido condena, otros están imputados o investigados. Esta semana empiezan a desfilar por el juzgado de Ruz los empresarios de la Gürtel, un buen puñado. Y mañana quizá lo haga otro puñado del Consejo de Administración de Caja Madrid cuando esta cumpla la orden de la Audiencia Nacional de revelar los sueldos y gratificaciones que se había autoconcedido y se obstinaba en mantener ocultos. Decenas de personajes en las más sorprendentes peripecias pero todos con un punto en común: enriquecerse a base de saquear los caudales públicos en todas sus formas: privatizando, malversando o llevándoselo crudo a Suiza.

¿Y qué decir de la colusión entre los gobernantes y los delincuentes condenados e indultados acto seguido en clara desviación de la justicia?  ¿Qué si no que España no es un Estado de derecho, sino un Estado (presuntamente) delincuente?

(La imagen es una foto de La Moncloa aquí reproducida según su ”aviso legal”).

dissabte, 7 de desembre del 2013

Suma de poderes.


¡Santo barón de Montesquieu, señor de La Brède, ya ves de qué sirven tus enseñanzas! ¡Qué imagen contemplan tus asombrados ojos! El príncipe en secreteos con el juez en presencia de un obsequioso legislador que, como lacayo, se tiene a respetuosa distancia. Sí, ya sabemos -cosa que tú ignorabas, noble patricio- que el Tribunal Constitucional no es poder judicial; pero, a los efectos, lo es. También sabemos -algo nuevo para ti- que el príncipe es ahora electo. Pero no te preocupes, Secondat,  ha sido electo por mayoría absoluta y él entiende lo de absoluta como los dos reyes que te tocaron, Luis XIV y Louis XV. Se hace lo que él dice y los demás miran y/o escuchan y, llegado el momento, aplauden.

El de esta exhibición de unidad de poderes, estimado barón, en esta vecina España que tú tenías por atrasada, fanática, medio africana, es el aniversario de la Constitución. Sí, querido señor de La Brède, esa norma dictada por los emperadores romanos que los independentistas norteamericanos resucitaron para inscribir en ella el principio de oro de todo gobierno civilizado: la división de poderes. Tu doctrina, maestro. Tu doctrina está en la constitución y los poderes la celebran abrazándose y dando testimonio de su unidad y jerarquía. La celebran convirtiéndola en público, sin recato alguno, no en una unión sino en una fusión de poderes.

¡Ah, admirado autor de El espíritu de las leyes! ¿Cómo ibas tú a imaginar que la razón de Estado seguiría siendo ley suprema doscientos cincuenta años después de tu muerte? El espíritu de la Ley es el espíritu del estado de excepción. ¿Que no lo entiendes? Pero, querido magistrado, la clave está en tus Cartas persas. El despotismo asiático. Al súbdito que sale a la calle a protestar le confiscan sus medios de vida y lo condenan a la pobreza.

Olvídate de la división de poderes. Aquí los poderes están unidos como una piña, como un puño de hierro, presto a golpear al catalán  que ha enarbolado bandera de facción y pone en peligro la unidad de la Patria. Te admirará saber, eximio filósofo que, siguiendo los pasos de la Ilustración, cuenta el poder español con un equipo de sabios encargados de explicar racionalmente cómo toda pretensión independentista es una superstición alucinada propia de pueblos atrasados que se dejan seducir por ideologías totalitarias, desde el carlismo al nazismo.

Mientras se termina de generalizar esa teoría que llaman nazionalismo  (y que, por supuesto, no se aplica a los poderes del Estado, uno en esencia y trino en apariencia), el Príncipe explica su táctica de wait and see frente al nacionalismo catalán que, por cierto, está en un momento crítico. Si fuera más versado en historia podría explicar a los socialistas que está aplicando una táctica fabiana, muy típica del socialismo británico, que la tomó de Quinto Fabio Máximo, Cunctator, el cónsul que se enfrentó a Anibal. Eso también te suena a ti, que eras gran admirador de los romanos. Una táctica fabiana para contener al bárbaro cataláunico.

A juicio del Príncipe, los socialistas se dejan llevar de los nervios y hablan de reformar la Constitución. Pero Quinto Fabio Rajoy dice que hay que esperar, frenar al faccioso. Siempre habrá tiempo de reformar. Tú también, querido Montesquieu, pasaste media vida pidiendo se reformaran las costumbres. Pero tú creías en las reformas; el poder uno y trino español, no. Lo ha dejado dicho Rajoy en una de esas reflexiones en las que da la medida de sus entendederas. En el fondo no quiere reformas porque  “no tiene sentido reformar por reformar para meter dentro a quien no quiere estar dentro”. Pues sí, maestro, ya ves. Tu ingenio es inimitable.

Está muy claro. No se reforma nada. Se recurre al Tribunal Constitucional, que es de los nuestros y se hace lo que haya que hacer. Por ejemplo, se puede multar con 30.000 euros a todos y cada uno de los nacionalistas catalanes por ofensas a España.

¿Que qué es "ofensas a España"? Lo que en tu tiempo se llamaba blasfemia.

dilluns, 18 de novembre del 2013

Poder y contrapoder.

Enrique Gil Calvo (2013) Los poderes opacos: austeridad y resistencia. Madrid: Alianza, 231 págs.



Enrique Gil Calvo es un reconocido sociólogo de casi imposible encaje en una profesión, abigarrada y de contornos difusos que él, además, se empeña en no respetar. ¿Es un sociólogo cultural? ¿Uno político? ¿Un teórico social? Los amantes del encasillamiento lo tienen crudo. Es también prolífico autor, galardonado repetidamente por varias de sus obras, con fuerte impacto en la opinión pública, sobre todo de vertiente académica y presencia en los medios. Tiene un proyecto investigador y docente muy compacto (este libro, por ejemplo, corona una trilogía dedicada a la crisis actual) que desarrolla en un estilo vivo, ágil, informado, con gusto por la paradoja y bien documentado.

La obra es una especie de tratado sobre el poder; no un tratado del poder político (solo) en la tradición de la razón de Estado, de Giovanni Botero; ni una cratología general al estilo de Karl Löwenstein; tampoco un tratado sobre su origen y evolución al modo de De Jouvenel; ni una visión instrumental al de Carl Schmitt; o una metacrítica en el estilo de Foucault, si bien este está presente cuando se habla del panopticón benthamiano, como lo están diferentes postmodernos. Es un ensayo sobre una forma específica del poder, concebido –significativamente- en plural, como “poderes”, los poderes “opacos”, entendiendo por tales no solo los llamados fácticos sino los impenetrables al escrutinio público, base, por lo demás, de la democracia. Es un ensayo sobre el poder escondido, que, como el “Dios escondido” de Tomás de Aquino y Lutero, está, actúa, pero no es accesible y, si podemos llegar a conocerlo, es por sus obras. Como a todo el mundo, por lo demás.

La visión del autor no es filosófica ni teológica sino sociológica, con una abundante apoyatura teórica, bien manejada y actualizada. Su perspectiva es pluridisciplinar (sociología, economía, antropología, psicología social, ciencia política), lo cual es de agradecer, y dentro de su territorio se mueve con soltura entre diversas escuelas y tendencias, sin adscribirse claramente a ninguna. Su análisis es con frecuencia metafórico y así se vale de dos imágenes sugestivas, el poder como teatro (de venerable raigambre en la historia de las ideas que aquí llega hasta la última propuesta metodológica de Erving Goffman) y el cine, de la mano de la teoría del encuadre, en sendos ejercicios de inspiración situacionista: el poder como espectáculo, pero no en su parte visible, en el escenario, sino en la oculta, las bambalinas. Entre bambalinas, decorados (y, cómo no, el Deus exmachina) actúan los poderes ocultos de las elites extractivas, bancos, financieros, ejecutivos de las grandes multinacionales, grandes empresarios y propietarios, etc., (p. 10). Un espíritu académico elegante y original lo lleva a señalar cómo también están ocultos los poderes que se oponen a aquellos, los “contrapoderes” (P. 13) Más específicamente, Gil Calvo analiza la opacidad del poder en el campo de la comunicación política y cómo se ha aplicado a la política del austericidio (p. 15). Lo hace en dos partes: un marco analítico (más o menos, un estado de la cuestión teórica) y el análisis de la retórica del austericidio, neologismo que el autor recoge y emplea no con entero contento de este crítico que considera el término confuso.

La parte teórica se despliega en cuatro puntos (otros tantos capítulos) en los que se quiere dar instrumental conceptual suficiente para abordar el análisis de la segunda parte.

El primer punto es la dialéctica opacidad/transparencia. Para mantener la convivencia hay que renunciar al consenso máximo, basado en la transparencia total (p. 23). La historia de Occidente es la del progreso en la transparencia que avanza o retrocede según sean la luchas sociales (p. 28). Hoy las democracias pasan por ser espacios públicos transparentes (p. 29) Elabora para ello un interesante cuadro de criterios de calidad democrática extraído de Morlino y una pieza propia anterior que permite visibilizar, en un estilo formalmente hegeliano de tríadas dialécticas, tres dimensiones, nueve principios y dieciocho repertorios. Tiene un fuerte componente intuitivo y merece la pena visualizarlo (p. 31), aunque solo sea por el maligno afán de ver si se le ha escapado alguno. No salimos bien parados los españoles de la aplicación de este vademécum como prueban las que el autor llama las opacidades españolas, cuya prueba empírica más evidente es que el índice de confianza en nuestro país (CIS) estaba en 40 puntos en febrero de 2004 tras haber alcanzado los 64 en abril de 2000 (p. 43).

El segundo aspecto retorna a un ámbito más especulativo, al manejar las diversas –y más citadas- concepciones actuales del poder, cruzando los las categorías de Steven Lukes, con el enfoque conductista de Dahl y Polsby y el selectivo de Bachratz y Baratz. En nueva manifestación de su espíritu pedagógico, Gil Calvo arma un nuevo cuadro con tres dimensiones del fenómeno y una típica coda comunicativa (p. 48) que nos permite abordar cuestiones reales y actuales. Así remite a la tercera dimensión de Lukes la formación de una “coalición dominante” española a la que atribuye la gestión de la transición, compuesta por “la élite del franquismo, la oposición antifranquista, el episcopado, el generalato y la oligarquía financiera e industrial”. Buena enumeración en la que solo cabría echar en falta los ideólogos, intelectuales y/o propagandistas cuya falta no puede deberse a irrelevancia, pues fueron decisivos (basta hojear la Constitución de 1978, texto clave, repleto de sabiduría profesoral), sino al descuido originado quizá en la familiaridad. Esa "coalición dominante", a juicio del autor, resultó funcional para el mantenimiento de statu quo hasta que el Diktat europeo obligó a una reforma servil de la Constitución en mayo de 2010 que ha puesto patas arriba el sistema. De ella surgió el “no nos representan” (p. 56) en donde ya se echa de ver a qué finalidad orienta el autor su obra: dar cuenta de la innovación y comunicarla, en un momento en que los intelectuales parecen haberse quedado mudos o balbucean consignas frentistas. Tarea de comunicación en la que Gil Calvo distingue los tres momentos decisivos que ya no abandonará y dan entrada a la mencionada metáfora cinematográfica del priming, el framing y el storytelling (p. 57), dicho sea en lenguaje castizo.

Esa metáfora cinematográfica se despliega en el tercer punto que trata de la “gestión mediática de las visibilidad”. Emplea en ello el concepto de “poder mediático”, que es uno de los cuatro enumerados por Michel Mann, siendo los otros el político, el militar y el económico. No es preciso gastar mucho tiempo en su elaboración, ya que la idea de que los medios son un poder (según algunos, el cuarto; según otros, en realidad, el primero) goza de universal y reiterada aceptación. Algo más de interés ofrece el propósito de abordar la naturaleza de ese “poder mediático”, si bien aquí seguimos moviéndonos en terreno conocido y muy dominado por el autor quien, tras breve referencia a las teorías clásicas como la del lavado de cerebro y la aguja hipodérmica (p. 65), se pronuncia por sus preferencias, hoy dominantes en ciencias de la comunicación, que trae del capítulo anterior con alguna variante nominal: agenda setting, framing, priming (p. 67). No obstante, la perspectiva cinematográfica le permite un análisis de más vuelo montado como un ejemplo de teoría de juegos de suma no cero (el clásico dilema del detenido) como un cuadro de doble entrada en el que las dos opciones de la dialéctica “público privado” (campo político y sociedad civil) se cruzan con las dos de “publicidad y privacidad” (campo mediático y fuera de campo) (p. 71) con todos los lujos de campo, contracampo, plano, contraplano, travelling, etc. El “fuera de campo” equivale al silencio mediático. Una buena perspectiva en su conjunto, clara y muy cercana. No obstante, como la realidad supera siempre la ficción, incluso la especulativa y ensayística, sería cosa de preguntarse si el peculiar estilo de Rajoy no ha inaugurado una práctica nueva: el estar en campo pero fuera de campo al mismo tiempo mediante una sabia y dosificada utilización del plasma. Aplicando este modelo, extrae Gil Calvo la referencia al citado panopticón si bien, paradójicamente, a costa de hacerlo depender de que los actores del juego no respeten sus reglas (p. 77). No me resisto a mencionar aquí un comentario crítico sobrevenido de nuestro autor a las hasta ahora intocables simplezas del modelo de Hallin y Mancini. Resulta obvio para cualquiera que siga la evolución de los medios en Inglaterra y, sobre todo, los Estados Unidos, que el tipo ideal del sistema mediático “liberal” de los dos autores, hace abundantes aguas (p. 80). Yo le añadiría múltiples reticencias y desacuerdos respecto al llamado “modelo mediterráneo”, acríticamente aceptado por casi todo el mundo, pero me contengo porque el libro del que aquí se habla es el de Gil Calvo.

El cuarto punto aborda cuestiones de mayor calado filosófico y concretamente de filosofía del lenguaje por referencia a la obra pionera de Austin. La propuesta de Austin de los actos de habla, de los actos performativos en su obra póstuma Cómo hacer cosas con palabras, ha tenido una extraordinaria repercusión en Occidente y no solo en los campos filosófico y lingüístico sino también en el sociológico y, especialmente, en  el comunicativo. Desde su buena recepción por Chomsky hasta su magnífico despliegue de la acción comunicativa habermasiana, vía John Searle (también sabiamente aducido aquí por Gil Calvo), con la audaz y kantianamente inevitable propuesta del filósofo alemán de construir una pragmática universal. No diremos que este planteamiento empequeñezca las consideraciones de los capítulos anteriores pero hay poca duda de que supone un grado mayor de abstracción. Si el poder es teatro, su núcleo es la performance y esta adquiere así un carácter demiúrgico que afecta no solo a las manifestaciones del poder sino también a las del “contrapoder” (p. 95). Tal generalización, en donde se mezclan en alegre batiburrillo el infotainment y la democracia de audiencia, de Manin, desemboca, como era previsible, en la mencionada tesis situacionista de la espectacularización de la política (p. 101).

Dos quejas tiene este crítico en un capítulo tan denso como sugestivo y como colofón a la primera parte de la obra, seguramente las dos infundadas. La primera es una pregunta de si el recurso a categorías clásicas de la doctrina (potestas y auctoritas) es aquí de mucha utilidad, especialmente cuando se las pone al nivel del imperium (p. 92) que, a diferencia de las primeras, no es una condición sino un atributo, que modifica las otras pero no las suplanta. La segunda es una intuición relativa al valor de otro nuevo cuadro de doble entrada, también concebido como un modelo de juego de suma no cero en el que los dos jugadores son: a) los instrumentos performativos; y b) los efectos performativos (p. 106). Puedo estar equivocado pero se me hace difícil visualizar el funcionamiento del modelo en este caso por cuanto no se trata de dos actores autónomos e independientes (cual requiere la teoría) sino de un actor (los instrumentos), que tiene dos opciones y las consecuencias de sus actos, también con dos opciones pero que, en realidad, no son tales, sino resultados. En otros términos, para formular el caso en teoría de juegos falta el criterio de la simultaneidad de opciones, independencia de acto e indiferencia respecto al orden. Los efectos no pueden lógicamente concebirse como anteriores a la acción de los instrumentos y, en el fondo, tampoco como posteriores.

Sentadas las bases y el marco teóricos del ensayo, este cambia de naturaleza en su segunda parte. Se hace menos académico y más circunstancial o événementiel, como dicen los franceses, incluso periodístico, pero no menos riguroso o interesante, si bien a veces tiene uno la sensación de que los puentes discursivos entre la primera parte de la obra y la segunda no están del todo bien tendidos. En todo caso, Gil Calvo demuestra que no solo se encuentra a gusto en la torre ebúrnea de la erudición académica, sino que también se faja en la calle, como observador participante e interesado. Así se prueba muy especialmente en su alta valoración del 15-M que, a su juicio, constituye la culminación, por ahora, del ciclo de protesta o de movilización colectiva, en el sentido de Sidney Tarrow (el de El poder en movimiento) (p. 173). Comparto esa afinidad electiva aunque, en mi caso, va debilitándose según pasa el tiempo sin una eficacia tangible de tanta performatividad.

Si la primera parte del libro versó sobre el poder oculto, la segunda lo hará sobre el contrapoder, también oculto (p. 111) aunque, a fuer de sinceros, habremos de reconocer que no tan oculto; en gran medida anónimo, pero no tan escondido como el otro. El caldo de cultivo de este fenómeno de resistencia de masas es la “segunda recesión”, que Gil Calvo dibuja en sentido literal como un esquema que llama bucle del austericidio (p. 123). En verdad es convincente y entra por los ojos si bien al riesgo de incurrir en la parte de petición de principio que suelen tener todos los círculos viciosos. El modo de mantener a la gente sometida en este círculo infernal de austeridad-recortes-recesión-deuda-más austeridad, etc., es acudir a todo tipo de recursos retóricos: la amenaza de una catástrofe sistémica, la intimidación punitiva (p. 125), meter miedo por tres vías: xenofobia, endofobia y autofobia (p. 128), el castigo preventivo y el castigo estructural (pp. 133/134). No estamos muy lejos de Naomi Klein aunque sí me atrevería a decir que vamos mejor pertrechados conceptualmente.

De hecho, en efecto, Klein aparece en el capítulo siguiente (p. 161) en el que, revirtiendo su intención inicial, nuestro autor retorna al análisis del poder y no el contrapoder. Varios recursos teóricos nuevos y algunos ejemplos ayudan a entender mejor cómo hasta cuando el poder es visible, mantiene una agenda oculta en lo que quizá sea el mejor capítulo del libro. Se aborda la cuestión con referencia a la teoría de los marcos o encuadres. Ciertamente, el poder prefiere los relatos a los encuadres (p. 143), pero jamás descuida estos y recurre a una cuidadosa tipificación en encuadres terapéuticos, tecnocráticos y polarizadores (p. 145), en cuya máquina trituradora vuelca el autor diversos y muy ilustrativos episodios de este drama sobre todo europeo que es la presente crisis: la paulatinamente creciente justificación de un “cirujano de hierro” (vieja copla regeneracionista hoy actualizada, p. 152), el ejemplo de la industrialización alemana que apoya en las conclusiones de la industralización germana (la revolución desde arriba) de Barrington Moore (p. 152) como precedente autosatisfecho de la dominación teutónica en Europa a través de la imposición de la agenda oculta del poder que Ulrich Beck llama merkiavelismo (p. 169) y en la que cabe todo: los “mercados financieros” sin rostro, la devaluación interior, la "política del miedo" y la doctrina del shock de Klein.

La reacción al anterior panorama viene del ciclo de protesta o de movilización colectiva ya mencionado. No oculto mi simpatía por la narración y estructuración de sentido que de esta respuesta hace Gil Calvo: crisis griega, la Spanish Revolution (p. 179). Respuestas colectivas al brutal retroceso de las condiciones de vida de la población traído por el “austericidio” que, a su juicio ha ido en crecimiento en el año 2012, a través de grandes movilizaciones y muchas manifestaciones: la grandolada portuguesa en respuesta a la exagerada, abusiva, política de austeridad en el país vecino (p. 185) o el movimiento Cinco estrellas (p. 189). Le acompaño en el deseo pero me parece inevitable introducir alguna dosis de escepticismo, a pesar de nosotros mismos. Es posible que, como dice el autor, los indignados hayan hecho todo el recorrido de las protestas: sindicatos, movilizaciones antisistema, movilizaciones nacionalistas para coronarse como el “movimiento dominante en este ciclo de protesta” (p. 194), pero no parece ser suficiente.

El último capítulo del libro, titulado “ritos de resistencia”, hace inventario de los repertorios y circunstancias que animan el ciclo de indignación y pasa revista a los más sobresalientes, suficientemente conocidos y no necesitados por tanto de mayor explicación: la opacidad del anonimato, la aparición de las “multitudes inteligentes”, el recurso a los discursos infamantes, la autenticidad del ritual y la dramatización de la agenda (pp. 199/212). Como panoplia para ornar nuestro muro de conquista no está nada mal pero tiene uno la sospecha de que, cual sucede muchas veces con las panoplias reales, cuando se descuelgan y se pretende que entren en acción, nos fallan lamentablemente.

Corona Gil Calvo su interesante ensayo con una conclusión a la que llama con ironía “Epílogo inconcluyente”. La razón se echa de ver en las páginas finales. Según dice,  parece indudable “que la política de austeridad ha fracasado” (p. 221). ¿A quién parece indudable? En principio, a todos. ¿Qué quiere decir que ha fracasado? Que no ha cumplido sus promesas ni alcanzado sus objetivos expresos. “El problema”, añade Gil Calvo, “es que nadie quiere admitir ni Bruselas ni los gobiernos locales, que la austeridad ha sido un fracaso, para no tener que reconocer el error de cálculo cometido” (Ibíd). Parece como si esto lo hubiera escrito otro, una especie de duende travieso, un genio juguetón que quisiera gastar una broma a nuestro autor, un gato Murr, burlándose del cansado maestro de capilla Kreisler. Porque de la lectura atenta del libro más bien se deduce la idea de que la austeridad no es un “fracaso” sino un éxito en toda regla para los poderes ocultos con su agenda también oculta y, desde luego, el cálculo no ha sido en absoluto erróneo sino acertadísimo para los fines que esos poderes perseguían: hoy tenemos menos derechos, estamos más explotados y humillados y somos más pobres (mientras los ricos son más ricos) que ayer. Q.E.D.

dilluns, 30 de setembre del 2013

Lección inaugural en la UNED.


Me ha correspondido dictar la lección inaugural de este curso en la UNED. Es un gran honor para mi Facultad y para mí personalmente y espero estar a la altura de las circunstancias. He preparado con todo esmero un texto que lleva el título de la ilustración De la legitimidad del poder y la dignidad de la política, que reproduzco a continuación. Este texto, una síntesis, será el que exponga porque la lección, ya impresa, es bastante más extensa.

La apertura se celebra en el salón de actos de la UNED, edificio de Humanidades, c/Senda del Rey s/n a las 11:30 de la mañana y tod@s l@s lector@s de Palinuro están cordialmente invitad@s.

A continuación incluyo el texto de la lección, aunque no las imágenes, sobre todo estadísticas y datos porque están en una presentación PWP y no puedo subirla, salvo que la convierta en un vídeo, habilidad que me propongo aprender pero que aún no está a mi alcance.

Actualización a las 20:30 de hoy. Ya está subido a la red el vídeo completo del acto de inauguración: aquí. En él se encuentram las intervenciones completas de la secretaria general de la UNED, un servidor, el secretario de Estado de Universidades y el rector, Alejandro Tiana Ferrer. Igualmente el texto completo de la lección inaugural que en la exposición oral hube de resumir por razones de protocolo.


dissabte, 16 de febrer del 2013

Frenos y contrapesos.

Es una verdad de la ciencia política que solo el poder frena el poder. Un poder que carece de otro enfrente tiende a extralimitarse, a avasallar, a convertirse en tiránico. Por eso, el constitucionalismo moderno se aferra a la teoría estadounidense de los frenos y contrapesos, los checks and balances que los admiradores de todo lo yanqui creen tan universales y eternos como las stars and stripes. ¿Qué entes, qué instituciones pueden ejercer un poder que frene y contrarreste el poder político, en este caso el gobierno? En principio, los otros poderes del Estado, el legislativo y el judicial y, además, el cuarto poder, reforzado por lo que algunos llaman ya el quinto poder, la web. Siendo España régimen parlamentario, el parlamento es inexistente, víctima de la mayoría absoluta del gobierno. El sistema mediático está abrumadoramente al servicio del gobierno que lo utiliza sin ningún reparo: todos los medios audiovisuales públicos son oficinas de agitprop gubernamental y una parte importantísima de los medios impresos.

De freno y contrapeso están actuando el poder judicial y la web. Pero no es mucho. El gobierno desoye las decisiones de los tribunales. Así, el ministerio de educación sigue privilegiando los centros que discriminan por sexo frente a decisiones firmes del Supremo que lo prohíben. Eso cuando el de Justicia no decide conceder el indulto a delincuentes condenados por la justicia, con razones por lo menos especiosas. La vigilancia de la web es universal, generalizada, llega a todos los rincones del ejercicio del poder. La web es un Argos siempre al acecho. Pero se estrella ante la indiferencia de los gobernantes, quienes ignoran el estado de ánimo de las redes o las llenan de apologetas suyos actuando como trolls.

Es decir, el gobierno del PP no tiene contrapesos. Tampoco oposición parlamentaria. Esos 110 diputados socialistas poco más pueden hacer que aplaudir a su lider cuando pide la dimisión de Rajoy. Y aun eso, con moderación y prudencia. Ya ha salido el venerable González a decir a los jóvenes lobos de su partido que no estén pidiendo continuamente la dimisión del presidente. No sea que este se enfade. Esas dos carencias se notan mucho. El gobierno tiene una tendencia autoritaria evidente. El presidente apenas comparece en Parlamento, gobierna por decreto-ley, rompe acuerdos y pactos escritos y no escritos en su intención de desmantelar el Estado del bienestar, privatiza servicios públicos a mansalva y, los que no puede privatizar, los reduce y descapitaliza. Algun@s gobernantes  autonómic@s pretenden privatizar el dominio público, los valles y montes de España, una especie de reamortización.

Y todo esto lo ponen en práctica unas autoridades electas pero sobre las que pesan fuertes sospechas de corrupción y que no solamente se niegan a dimitir sino incluso a dar explicaciones de sus actos, con los medios a su servicio. Muchas de las medidas del gobierno exceden de sus competencias y entran de lleno en el ámbito de la reforma de la constitución material del país, mediante un vaciamiento de sentido de la constitución formal. No hay derecho a la vivienda digna, ni a la sanidad y educación públicas, ni a la tutela efectiva de los tribunales, aunque el texto de la Constitución vigente siga proclamándolos.

La oposición está obligada a plantear esta crítica como fundamento a su moción de censura y con propuesta de un candidato alternativo a la presidencia del gobierno. El gobierno no está legitimado para hacer lo que hace. Ni subjetiva ni objetivamente. Y  mucho menos lo contrario de lo que prometió en el programa electoral. Las personas que lo están haciendo no son las más adecuadas y lo que están haciendo no es lo más conveniente para el país. La moción de censura es inexcusable. El gobierno debe explicarse ante la opinión pública si no de grado, por fuerza.

(La imagen es una captura del vídeo de La Moncloa en el dominio público).

dissabte, 11 de febrer del 2012

¿Para qué sirve el poder?

Está clarísimo: sirve para conseguir que los demás hagan o dejen de hacer lo que el poderoso quiere o deja de querer. Es una facultad de obligar a los otros a un comportamiento que, de no ser así, no tendrían. Esa facultad se puede ejercer, según quiere la sabiduría popular, por las buenas o por las malas. Es un modo claro y llano de enunciarlo que, a veces, toma formas coloquiales ("yo, por las buenas, soy muy bueno; pero, por las malas...") y, a veces, se reviste con egregios ropajes teóricos, aunque en esencia sea la misma reflexión. Así Joseph Nye, distingue entre poder blando, soft power (las "buenas") y poder duro, hard power (las "malas"). Es la última racionalización y tampoco muy original pues ya los romanos, como todo el mundo sabe, distinguían entre la auctoritas (las "buenas") y la potestas (las "malas"). El poder, como el dios Jano, tiene dos caras, la amable y la hosca y un solo cuerpo, el armado, pues los dos rostros, que son máscaras, anuncian una misma realidad: la fuerza. El rostro hosco la evidencia; el amable, la cela. Pero el poder descansa siempre sobre la fuerza porque, cuando se hace "blando" no porque no quiera emplear la fuerza sino porque carece de ella, deja de ser poder y alguno de los que tendrían que obedecerlo, se impone en su lugar. El poder es siempre fuerza. Esta se reviste de la majestad de la ley. Pero la ley es siempre también fuerza. Así ha sido desde el comienzo de los tiempos y, por lo que sabemos, seguirá siendo hasta el fin de estos. Las formas prácticas de la fuerza varían. Al principio eran porras y hoy son drones; y siempre fuerza. El poder.

En nuestra sociedad el poder se conquista ganando elecciones. También puede conseguirse de otras formas, pero hoy por hoy no se estilan. Se han impuesto las elecciones que cumplen una función legitimatoria a la que el poder es siempre muy sensible. Se ganan las elecciones y se avoca el poder del Estado, se toma posesión de este, se decide lo que publica el BOE, como dicen los castizos, que es el pasquín del poder. Es lo que ha hecho la derecha al ganar las elecciones del 20-N, ocupar lo que los marxistas althusserianos llamaban los "aparatos represivos e ideológicos del Estado" y valerse de ellos para formular un discurso socialmente hegemónico, imponer sus criterios, sus puntos de vista, sus opiniones, su ideología. Viene acompañada asimismo de unos aparatos ideológicos de la sociedad civil (los medios de comunicación, la iglesia católica, las universidades y think tanks conservadores) que la han catapultado al gobierno. Y no ha perdido ni un segundo, sino que ha pasado al ataque directo: el ministro de Cultura ha puesto en marcha la "Ley Sinde", ha elevado los toros a la categoría de patrimonio cultural o cualquier otro dislate y ha suprimido la Educación para la ciudadanía. El de Justicia restringirá el aborto y ya veremos qué sucede con los matrimonios gay. La ministra de Sanidad saca de la libre circulación la píldora del día siguiente. El de Industria se carga las energías renovables. El de Agricultura va a reducir el medio ambiente a mitad de cuarto de ambiente y los ministros económicos, con el Presidente a la cabeza, prácticamente han implantado el despido libre, después de haber subido los impuestos directos y el IBI.

Es un ataque en regla, coordinado, en todos los frentes. Y el gobierno lo ha hecho, lo está haciendo, sin precuparse poco ni mucho en consensuar nada a pesar de lo que Rajoy decía en la campaña electoral porque, con su mayoría absoluta, no le hace falta. Tiene el poder. Tiene todo el poder. Y lo ejerce. Y legiones de comentaristas, tertulianos, plumillas, analistas lo justifican día a día.

En estas condiciones aquellos sectores sociales que se sienten más cercanos a las concepciones conservadoras, considerándose amparados por el poder, se crecen y actúan con el mismo aplomo y falta de escrúpulos que aquel. La iglesia cuestiona no ya los matrimonios gays sino la legalidad de la misma homosexualidad y, si puede, suprimirá el aborto y (ya sería tocar el cielo de San Pedro con la mano) el divorcio. Tengo para mí que la decisión del Tribunal Supremo sobre Garzón no hubiera sido tan dura de no sentirse los magistrados de antemano amparados por el poder político. Igual que el famoso jurado valenciano absolvió a Camps y que se le andan buscando las cosquillas al juez instructor del caso Urdangarin.

Y ¿qué decir de la Real Academia de la Historia? Los académicos se retractan de su compromiso de revisar las tergiversaciones más groseras y, con una mentalidad infantil que maravilla en personas de tan avanzada edad, creen que conseguirán imponer su visión de la realidad en un mundo en el que hay pleno acceso a la información. Es ridículo pues, se pongan como se pongan y escriban lo que escriban, el franquismo fue una dictadura totalitaria, criminal y genocida y su diccionario la última muestra de su aparato de propaganda.

Porque ese es límite del poder, el que este nunca llega a pasar ya que puede obligar a hacer pero no a pensar. Ningún poder puede imponerse al pensamiento ni al juicio. Por eso la oposición al poder, en este caso la izquierda, se formula siempre en el terreno del pensamiento. La izquierda es fundamentalmente teórica, especulativa. Se enfrenta a la realidad, trata de comprenderla, de criticarla, de conseguir formas de mejorarla y superarla. Pero las teorías son múltiples (basta con observar cuántos sentidos del término "izquierda" maneja la izquierda), forman cacofonías ensordecedoras en las que no hay manera de ponerse de acuerdo porque se basan en opiniones, en juicios de valor entre los que no es posible decidir racionalmente sino solo por un acto de fuerza, de poder.

Y ahí está el problema, en que la izquierda no tiene poder si no está en el gobierno, pues carece de la batería de "aparatos ideológicos" con que cuenta la derecha. Y, cuando está en el gobierno tiende a ejercerlo no en beneficio exclusivo de su hegemonía sino en el del conjunto de la colectividad. Suele así decirse con cierto amargo cinismo que, cuando la izquierda está en el gobierno, tiene el gobierno, pero no el poder. Pero mucho peor está cuando no tiene el gobierno, cuando, como ha sido el caso, pierde las elecciones, cosa que le sucede por esa situación de fraccionamiento que la caracteriza, ese antagonismo interno que la corroe, esa generalizada animadversión que la divide en una miriada de organizaciones a la gresca, tanto más pequeñas e irrelevantes cuanto más radicales, según la ley que tan brillantemente se expone en La vida de Bryan. Se genera así una situación de impotencia en la que unos aceptan estar más expuestos a los ataques de la derecha con tal de que también lo estén los otros.

Es una situación lamentable para la izquierda, pero no se le ve solución pues, aun siendo seguramente mayoritaria en conjunto, no es capaz de impedir que las clases dominantes, las que han gobernado el país en el siglo XIX y casi todo el XX vuelvan a acupar el poder que consideran suyo por derecho divino, empleando una mezcla de dogmatismo y pragmatismo que la izquierda jamás consigue. La derecha impone su programa máximo: orden, disciplina, religión, autoritarismo, sacrificios, restricción de derechos en todos los campos, jerarquía, explotación del trabajo porque dice que es el orden natural de las cosas, el que está consagrado por la tradición y, llevado al extremo, la voluntd de Dios. La izquierda no admite el iusnaturalismo, la tradición no le parece respetable pues consagra la injusticia y la desigualdad y tiene a Dios por una quimera y a todo ello contrapone la razón. Pero la razón no existe sino que existen las razones en perpetua pugna que solo es posible resolver mediante un acto de fuerza, mediante el poder. Para eso sirve el poder; quien no lo tiene, no existe. Ha de recuperarlo si quiere volver a la existencia.

(La imagen es una foto de La Moncloa, correspondiente a la Pascua Militar de este año y está en el dominio público).

dijous, 6 d’octubre del 2011

La farsa del poder y el poder de la farsa.

Hace unos días se celebró en la capital del Reino uno de esos actos de boato y relumbrón que dan la medida de la altura intelectual y moral de nuestro tiempo y nuestro país. Se presentaba el último libro de Pedro J. Ramírez, una obra que, al parecer versa sobre los agitados y decisivos meses que van desde la ejecución de Luis XVI el 22 de enero de 1793 (el dos de pluvioso del año I de la Revolución francesa) hasta el reinado del terror del Comité de Salud Pública con la derrota de los girondinos a manos de los montagnards del 27 de mayo al 2 de junio de 1793 (8 al 14 de pradial del mismo año I). Según se dice es un ensayo de historia al tiempo que una especie de fábula sobre los peligros de la democracia a manos de las turbas radicalizadas, que dan un golpe de Estado e imponen un régimen tiránico. Una metáfora acerca de la amenaza que suponen los indignados (esa chusma de extrema izquierda, al decir de Aznar) para el funcionamiento de la democracia representativa española.

Pero lo importante del acto no reside en el contenido de la obra, que ya habrá tiempo de comentar, sino en la versallesca dinámica de grupo que se organizó en estos momentos de presumibles cambios en las relaciones de poder y la necesidad de la caterva de aduladores y tiralevitas de ocupar buenas posiciones de salida para la nueva época y los nuevos repartos de prebendas, cargos e influencias.

Que el libro no debe de tener mucho que ver con la historia lo atestigua la presencia en la mesa del Director de la real Academia de la materia, Gonzalo Anes, principal responsable de la edición de un Diccionario Biográfico Nacional a imitación del correspondiente de Oxford de 1885 (reeditado y actualizado en 2004) y en el que entre otras prestidigitaciones se oculta que Franco fue un dictador que es justamente lo único que fue.

Si la capacidad del historiador sobrevenido se acerca a la que muestra para manipular la realidad presente como adalid del periodismo amarillo, probablemente de la Revolución francesa quedará poco en el texto. Pero este asunto es aquí indiferente (hasta es posible que el libro esté bien) porque es esa posición de jefatura de la prensa amarilla la que, gracias al papanatismo y la ramplonería de nuestro país, sitúa al autor en una posición de poder que bastantes envidian, muchos temen y casi todos adulan con el espinazo doblado.

Al acto de glorificación del director de El Mundo acudió una nutrida representación del establecimiento político y económico, signo inequívoco del poder mundano. Pedro J. manda mucho y todos le rinden pleitesía. Es cierto que no asistieron historiadores de verdad ni intelectuales, salvo que se considere tales a los paniaguados que el presentado tiene a sueldo en su periódico, quienes se hicieron lenguas del escrito en un país en el que hablar bien de un libro de alguien que no esté muerto se entiende normalmente como un acto de adulación. Y normalmente lo es.

También asistieron Rajoy, Aguirre, Cospedal y la plana mayor del PP, así como Rodríguez Zapatero. Lo dijo emocionado José Bono, ese indescriptible político de la derecha socialista más beata en encendidos trémolos de admiración: que la presencia del jefe del gobierno ya en funciones y el jefe del gobierno in pectore demuestra el poder de Pedro J. Menudo ditirambo de cantamañanas. Sólo le faltó añadir -y no por falta de ganas, sino de imaginación- que el homenajeado había conseguido lo mismo que el Papa, esto es, que los dos políticos más importantes del país se prosternasen ante sus borceguíes rojos.

El poder, ese atributo ante el que se rinden los bonos del lugar. El poder desnudo, crudo, sin preguntar por su legitimidad y su autoridad moral, el poder sin más, la fuerza. Ese poder fáctico que emborracha de tal modo a quien lo ostenta que acaba creyendo que sus fantasías y deseos son realidades. Ramírez piensa que es a él, a su persona y sus méritos a quien rinden pleitesía embajadores, banqueros, ministros y cortesanos, sin percatarse de que se la rendirían por igual a otro Ramírez, Pérez o Fernández que tuviera la misma falta de escrúpulos de valerse de un medio de comunicación para ensalzar su figura, favorecer sus intereses y ajustar cuentas con sus enemigos. Es una confusión intencionada entre el temor que su carácter agresivo y rencoroso inspira y un reconocimiento intelectual inane porque quienes lo prestan tienen menos valía que el que los recibe. Cosa que saben todos, pues necios no son. Pero escenifican la farsa entre luces, flashes y sonrisas porque es la farsa del poder.

Que al acto acudieran Rajoy y los suyos es lógico dado que representan una opción política que necesita el apoyo de los medios que controla el autor de la obra. Que también lo hiciera Zapatero, supuesto representante de una mentalidad progresista (de la que suelen hacer irrisión todos los allí presentes, empezando por Ramírez), abierta, democrática y tolerante no lo es y sólo se entiende como muestra de desorientación moral quizá producida por el fin de su mandato. De probar lo absurdo de la presencia de Zapatero en esa cuchipanda de ruedo ibérico se encargó el propio Ramírez por partida doble, la teórica y la práctica. En lo teórico alabó la categoría de Zapatero que, a diferencia de quienes sólo acuden a sus propios actos sectarios, es capaz de acudir a los actos sectarios de los demás. En lo práctico, al entonar estas alabanzas el director de El Mundo ya sabía que su periódico estaba a punto de iniciar una de esas campañas amarillas contra el gobierno, en concreto el ministro de Fomento, Blanco, a base de las acostumbradas acusaciones sin pruebas procedentes en este caso de un empresario procesado por supuestos delitos y que, probablemente, las usa como estrategia de defensa. Es decir, el presidente queda cornudo y apaleado si bien con una sonrisa que deja a sus electores preguntándose en qué estarían pensando cuando votaron por alguien así.

La humillación ante el poder es un círculo que produce pingües frutos a quienes la practican. El propio Ramírez, husmeando la próxima victoria de Rajoy, de quien hacía chistes no ha mucho, había anunciado su disposición a acudir en socorro del seguro vencedor; él y la opinión pública, de la que se piensa señor merced al uso que hace de sus medios. Un bonito carrusel de recíprocas reverencias en el que el director tira de la levita al presidente in pectore y éste al director. Algo así como aquellos grupos de saintsimonianos que sólo podían abotonarse sus mandiles por detrás, para lo cual precisaban formar un círculo, con lo que ilustraban que todos necesitaban de todos. El periodista del político y el político del periodista.

Esta farsa del poder no se limita a El Mundo. Unos días antes, Cebrián, otro poderoso con su correspondiente claque de tiralevitas en El País, dispuestos a afirmar que el académico es un genio de las letras y un figura del pensamiento, había descubierto que Rajoy sí entiende bien el valor de Prisa, el mismo Rajoy que formaba parte del gobierno que en 1996 intentó meterlo en la cárcel junto al difunto Polanco. El poder rendido ante el poder es como las aguas del Leteo: hace olvidarlo todo en nombre de la conveniencia, incluida la dignidad, convertida en abyección ante los de arriba y soberbia con los de abajo. Democracia en estado puro.

(La imagen es una reproducción del cuadro del pintor "africanista" Lucien Jorez, titulado El discurso).

dissabte, 26 de febrer del 2011

Tres hombres y un destino.

Los tres hombres, muy distintos entre sí son Gadafi, Berlusconi y Camps. Gadafi es un apuesto barbián cuartelero; Berlusconi, un exuberante galán latino; Camps, un cacique de piadosa catadura. Pero su destino es el mismo: dar cuenta de sus actos, de los que son responsables a fuer de hombres, ante los órganos correspondientes, como cada hijo de vecino.

Ese es su destino, o debiera serlo porque los tres se han sublevado contra él y pretenden esquivarlo. Para lo cual los tres se escudan en el poder del que se valen no en interés de la colectividad sino en beneficio propio, al dictado del más primitivo instinto de los seres vivos, la supervivencia. En el caso de Gadafi probablemente en sentido literal pues la guerra en que ha metido el país es, como todas las guerras, a vida o muerte. En el caso de los otros dos, más en sentido figurado. La vida de Berlusconi ni la de Camps corre peligro, pero sí su condición jurídica que puede pasar de ciudadanos honrados e inocentes a delincuentes. Una muerte civil.

El poder político es al que se aferran; el de hacer las normas por las que se rige el común. Y, como se ve, ese poder político anda siempre rozando la guerra y, desde luego, el conflicto. Porque, ¿qué es lo que pretenden los tres parapetándose en el poder? De hecho lo que pretenden es que se les considere irresponsables de sus actos. Pero eso no se puede decir; es indecible. Así que se declaran prestos a rendir cuentas pero se valen del poder para impedir toda rendición. Gadafi a tiros; Berlusconi dictando leyes personales; Camps ganando unas elecciones.

En los tres casos el dinero es un elemento esencial, aunque cumple funciones distintas. En el de Gadafi se trata de una supuesta fortuna depositada e invertida en diversas partes del mundo. Una de esas montañas de dinero que los gobernantes cleptócratas acumulan en sus años de tiranía. Mobutu Sesé Seko era uno de esos ejemplos, y Duvalier en Haití, y Teodoro Obiang en Guinea o Ben Ali en Túnez. Supermillonarios que, en algún momento, deciden que hay que defender su riqueza a cañonazos.

Berlusconi posee otro tipo de fortuna. Acumulada mediante actividades industriales que puede que no hayan sido siempre legales. El acceso, o asalto, de multimillonario al poder se da en anticipación de algún proceso judicial por supuestas prácticas delictivas de carácter fiscal, financiero, etc. El dinero allana el camino al poder, como en los tiempos de Julio César o de los Medici o de los Rockefeller. Y el dinero permite conservarlo. No es disparatado pensar que el dinero es la argamasa que tiene unida a esa veintena de diputados procedentes de todos los demás partidos que han constituido un grupo independiente que se llama algo así como responsabilidad y garantiza que Berlusconi gane votaciones estando en minoría.

Berlusconi no solo gobierna en beneficio propio sino que se permite despreciar a los políticos a los que encuentra venales. Lo sabe él en sus libros de contabilidad.

El caso Fabra tiene unas dimensiones menos épicas pero más bufas. No parece que Camps se haya enriquecido como un Gadafi ni que tenga un fortunón que defender como Berlusconi. Nadie lo acusa de eso. Las acusaciones son de unas minucias, unos cohechillos, pero gracias a los cuales presuntamente otros se han llevado millones ilegalmente. Camps no puede liarse a tiros como Gadafi ni dictar leyes como Berlusconi; le falta poder. Así que ha decidido someterse al veredicto popular. Si se pretende juzgarlo mediante jurado, ¿qué mejor jurado que un plebiscito? De ese modo, el curita lleva meses componiendo la imagen del Ecce homo para que, al final, sea el pueblo el que lo aclame. Al margen de que haya o no tal aclamación, que está por ver, conviene recordar que la más afamada vez en que se recurrió a este proceder, el pueblo eligió a Barrabás. Claro que también podría ser Camps.

Pero el destino es común y tarde o temprano los tres tendrán que rendir cuentas de sus actos ante los órganos correspondientes que no son el ejército, el parlamento ni los electores sino los jueces. Y lo harán porque los tres son presuntos delincuentes.

(La primera imagen es una foto de El País, que dice es una toma de la TV libia. La segunda una de By Shealah Craighead, en el dominio público por ser una foto del Gobierno de los EEUU vía Wikimedia Commons. La tercera es de Carlesmari, bajo licencia de Creative Commons).