dimarts, 7 de juliol del 2009

Chinos no tan chinos.

La historia es siempre más o menos la misma: en los Estados en los que hay una nación dominante y una o más nación(es) dominada(s) surgen conflictos de convivencia que, con el paso del tiempo, van radicalizándose. Lo normal es que la nación (o etnia, o religión) dominante pretenda la asimilación sin más de la dominada, su integración en la dominante con (o sin) pérdida de su(s) elemento(s) diferenciadores, sean estos la raza, la lengua o la religión. Si la minoría dominada se niega a la asimilación y se obstina en mantener su peculiaridad, la nación dominante puede acceder a un proceso de descentralización administrativa y política que quizá llegue hasta la concesión de la autonomía pero no (salvo algunos casos excepcionales que se han dado en Europa) la autodeterminación o la independencia que es a lo que normalmente aspiran las fuerzas políticas nacionalistas, contrarias a la integración en la nación dominante.

Hace años que se debate si la concesión de la autonomía sirve para menguar los impulsos nacionalistas hacia la independencia e, incluso, agostarlos o si, por el contrario, es un acicate en la lucha del nacionalismo sublevado en pro de aquella. Por supuesto, doy por descontado que el contenido mínimo de un programa nacionalista ha de ser la autodeterminación y el máximo, la independencia, en el entendimiento de que ésta también puede derivarse de la autodeterminación. A veces se oye, incluso a dirigentes nacionalistas, que el nacionalismo no tiene por qué ser independentista. Es la idea de que el nacionalismo cultural no tiene por qué convertirse en nacionalismo político ni que exigir necesariamente la formación de un Estado propio. La idea que confunde nacionalismo con regionalismo.

La autonomía política (capacidad legislativa propia en materias de exclusiva competencia) es un paso intermedio entre el centralismo y la independencia. Hay quien dice que no, que entre la autonomía y la independencia todavía está el federalismo. Pero esa es cuestión puramente semántica. Hay autonomías, como la vasca, con mayor autogobierno que la inmensa mayoría de los estados federados. Las CCAA vasca y navarra son los entes subestatales más independientes que hay ya que tienen algo cercano a la soberanía fiscal. Quzá por eso sea la nación europea en que más enquistado se encuentra un conflicto de carácter armado.

Todo esto es saber adquirido. Y con arreglo a él se explica que tan autonomía sea la vasca como la de Trentino-Alto Adigio como la que Mohammed VI quiere "otorgar" a los saharauis. Las diferencias son cuantitativas, no cualitativas. También se explica lo que ha pasado en Europa en los últimos veinte años en que unos Estados (Alemania) se han fusionado; otros (Checoslovaquia) se han dividido; otros (Países Bálticos, Moldavia, Ucrania, Belarús) se han independizado y otros (Yugoslavia) han explotado en varias unidades, algunas de las cuales (Serbia) siguen fraccionándose. Básicamente se ha apelado y ejercido el derecho de autodeterminación que en unos lugares se reconoce y en otros, no. Es un típico derecho que se administra políticamente.

Todo lo anterior pasa también en China en donde la abrumadora proporción de la etnia han ( 92 por ciento de los 1.300 millones de chinos), casi hace desaparecer la idea de que en esa marea de chinos han hay chinos que no son han y otros que ni chinos son. Los han son, desde luego, casi 1.200 millones. Pero eso quiere decir que hay más de cien millones de minorías étnicas. Y alguna minoría es respetable. Por ejemplo, la de los uigures que las autoridades chinas quieren no diré eliminar pero sí reducir y subyugar políticamente. Hay unos 8.300.000 uigures, o sea, más que daneses, que fineses, que noruegos y un millón menos que suecos. Y son una minoría nacional por razón de todo: la etnia (son caucásicos), la religión (islámica) y la lengua (una forma del turco) . Esta minoría, casi la mitad de la población de Sinkián, disfruta de autonomía; pero muchos nacionalistas exigen la independencia porque, dicen, hay una política deliberada del Gobierno chino de acabar con la etnia uigur trasladando al parecer uigures fuera de Sinkian (o Turkestán oriental) y poblando la zona con chinos han que si eran el nueve por ciento en 1949, cuando el Ejército Popular entró en Sinkian, ahora son el cuarenta por ciento. Incidentalmente, una entrada/reentrada que debió de saber a gloria a Mao Tse-tung dado que el territorio había estado bajo mandato de un señor de la guerra o algo parecido que asesinó a su hermano, Mao Zemin, en 1943.

Así que nada nuevo bajo el sol. Lo insólito, me parece, del caso chino es la fría brutalidad de sus autoridades y su no menos frío cálculo. Ayer, mientras Hu Jintao, primer ministro, coreaba solemnemente a don Giorgio Napolitano, presidente de la República iataliana y antiguo comunista, diciendo que el desarrollo chino debía ir en paralelo con su respeto a los derechos humanos, la policía masacraba uigures en las calles de la capital, Urumqi (unos 160 muertos y más de 800 heridos; qué bárbaros) y el gobierno cerraba el acceso a internet y bloqueaba la telefonía móvil. Con todo, los móviles han conseguido trasmitir imágenes que hablan por sí solas sobre la brutalidad de la represión. Mutatis mutandi, como en Tegucigalpa.

(La primera imagen es una foto de 20 Minutos y la segunda una foto de mike.benedetti, ambas bajo licencia de Creative Commons).