dissabte, 16 de juny del 2012

Grecia.

Es llamativa la insistencia de los poderes de la tierra y sus epígonos en amenazar a los griegos con lo que hagan mañana domingo en las elecciones. Nunca en la vida se habían ocupado tanto los restantes europeos por el resultado de unas elecciones en este pequeño país de unos once millones de habitantes. Ahora, sin embargo, todas las miradas están puestas en él y de ahí las constantes advertencias, verdaderas amenazas. Ojo con lo que votáis, griegos. Si lo hacéis por la izquierda, habrá problemas. Es una injerencia bastante insoportable.
La cuestión no es si los griegos votan por partidos que propugnen la salida del país del euro. Y no lo es por cuanto los socios de la Unión tampoco son unánimes respecto a su  mantenimiento. Algunos sectores alemanes e ingleses piensan que todos estarían mejor con Grecia fuera del euro. Otros, en cambio, no quieren ni oír hablar de esa eventualidad y, desde luego, las autoridades máximas de la Eurozona, Merkel y Hollande, han dejado claro su firme compromiso con el mantenimiento de Grecia en el club.
No es cosa de la salida o no salida del euro, no. Sobre todo una vez que Syriza de la que, por oponerse a la política de austeridad, se sospechaba que pudiera propugnar aquella, ha formulado con entera claridad su propósito de mantener el país en el euro. Es cosa de si los griegos votan o no una opción de izquierda. Y en eso reside la intolerable injerencia. La izquierda griega quiere renegociar los términos del rescate, algo muy prudente, dado el terrible impacto social que ha tenido, con suicidios incluidos. Y los poderes europeos, voceros de sus amos los mercados y los banqueros, no están dispuestos a acceder porque de toda renegociación tendrán que salir condiciones más favorables para los griegos y, por tanto, menos para los bancos y los especuladores.
En Grecia se la juega la izquierda. No solo la izquierda griega sino la europea en su conjunto. No sería admisible que, caso de ganar las elecciones, la izquierda griega contara con la oposición del resto de la europea, en seguimiento de la actitud hostil que los sectores neoliberales de la UE profesan hacia Grecia.
La permanente injerencia en las elecciones griegas obedece al temor de los poderes europeos de estar asistiendo al efecto de una chispa que pudiera encender una revolución continental. Una revolución no caracterizada ya por la vieja iconografía insurreccional, violenta, sino por una vía nueva. En concreto, la que se abre a través de la acción de gobiernos de izquierda, capaces de imponer un consenso en la UE distinto de la versión continental del neoliberal de Washington.
Dejemos de lado caritativamente la cuestión de si han sido o no las políticas neoliberales las causantes de la crisis. Palinuro está convencido de ello, pero eso no es ahora relevante. Lo relevante es ver cómo la aplicación de esas políticas en los últimos cuatro años no solo no ha resuelto la crisis sino que la ha agravado. En consecuencia, es de sentido común cambiarlas y probar con otras, cuando menos keynesianas. Con una presidencia y un gobierno socialdemócratas en Francia y un hipotético gobierno de izquierda en Grecia, nos acercaremos a esa situación. Si el Partido Socialdemócrata Alemán ganara las elecciones del próximo año, estaría expedito el camino a un giro de las políticas económicas en el continente, orientadas más a las de carácter expansivo, que fomenten el crecimiento en lugar de estrangularlo, como hacen las neoliberales.
Muchos comentaristas reflexionan con tristeza sobre la amarga situación de Grecia, la cuna de Europa, y lamentan el sarcasmo de su triste destino. Es el síndrome de los imperios antañones. Algo parecido les pasa a los árabes. Llevan muy mal el hecho de verse dominados, sometidos vilipendiados por doquier cuando en el pasado fueron la vanguardia científica, filosófica, militar mundial. En parte también les pasa a los españoles que no acaban de digerir el no ser ya el glorioso imperio en el que no se ponía el sol, ni siquiera capaces de recuperar un trozo de su territorio, colonia de otro, como Gibraltar.
En el caso de Grecia en relación con Alemania hay algo más puesto que la Alemania moderna, que surge con el romanticismo, se troquela sobre el molde de la visión ideal de Grecia, algo que comparten los alemanes con los ingleses de la época. Basta con recordar a Lord Byron en Missolonghi. Los dos autores más famosos del Sturm und Drang, Schiller y Goethe, lo abandonan por un regreso al clasicismo griego, en lo que se llamará el clasicismo de Weimar. Esta nueva tendencia influirá mucho en los tres amigos, verdaderos padres de la conciencia alemana, que coinciden en su juventud en Tubinga, en un estado de exaltada idealización de Grecia: Hegel, Schelling y, sobre todo, Hölderlin, cuyo Hyperion es la culminación literaria de esa admiración germánica por lo griego. Una admiración que ha sido sustituida por una actitud de desprecio y de prepotencia de nuevo rico.