dimecres, 17 d’octubre del 2012

Los hilillos, los 300 y Fu Man-Chu.


Hilillos
Acaba de arrancar el juicio por el desastre del Prestige que hace diez años inundó de chapapote las costas gallegas. Como en una moviola han pasado ante nuestros ojos de nuevo las imágenes escalofriantes de unas gentes desamparadas, unos voluntarios sin medios recogiendo aquella masa viscosa poco más que con las manos. Entre tanto los políticos supuestamente responsables en Madrid daban un espectáculo incalificable. Unos andaban cazando, otros en sus asuntos y ninguno quería afrontar la situación ni adoptar decisiones. Y así siguieron varios días; en realidad, hasta hoy. Casi da la impresión de que en el banquillo del juicio no se sientan los verdaderos responsables sino unos segundones y alguno de ellos, en el fondo, víctimas. Lo dice Xurxo Souto, el portavoz de la valerosa asociación Nunca Mais, "Aznar, Cascos y Rajoy no van a ser encausados por el 'Prestige', pero políticamente ya fueron condenados". ¿Alguna duda? Quien se ganó el apelativo de Señor de los hilillos es hoy el presidente del gobierno de España; como condena, no puede ser más curiosa. Por supuesto que, como sigue diciendo Souto, "la gestión del Prestige fue un ejercicio de incompentencia y de prepotencia". Exactamente igual que la gestión de la crisis. Pero ahora no se hunde un barco. Se hunde un país.

300.

Es el número legendario del paso de las Termópilas en donde Leónidas y sus trescientos espartanos (con algunos otros cientos de tebanos y tespianos) hicieron frente y detuvieron el ejército persa que quizá no llegara al millón de hombres como dice Herodoto pero, desde luego era infinítamente más numeroso que el de los griegos. 300 fueron los negroafricanos que ayer tomaron al asalto la valla de Melilla, habiendo conseguido su objetivo, según parece, cien de ellos, que ahora irán a parar a un CIE, un Centro de Internamiento de Extranjeros, lugares que no atraviesan por su mejor momento. Melilla (de Ceuta no se oye hablar) es las Termópilas de España, de Europa, pero con los actores y sentidos algo cambiados. Los invasores, que ahora también son cientos de miles, quizá millones, no vienen empujados por la codicia a conquistar, ocupar y saquear sino empujados por el hambre, a tratar de sobrevivir como sea porque en el vasto continente que quieren dejar atrás también como sea no tienen futuro. Esta situación nos pone a los españoles y a los europeos en general ante un dilema moral sumamente incómodo: no podemos enarbolar el discurso de los derechos humanos y negar a la gente uno fundamental, el de libertad de circulación. ¿Por qué lo hacemos? Según parece porque creemos que, si lo reconocemos, tampoco nosotros sobreviviremos. Quizá sea así. Pero quizá también lo sea porque nos hemos dotado de un sistema político y económico que solo quiere a la gente para explotarla pero no es capaz de garantizar su subsistencia. Y lo hemos notado porque ahora está empezando a pasarnos a nosotros. Más de cien mil españoles salieron del país el año pasado. ¿Y si se hubiesen encontrado vallas de seis metros en todos los pasos de los Pirineos?

Fu Man-Chu.

La mafia china. Algo sorprendente tiene esa expresión. ¿Por qué resulta tan familiar mafia china cuando me parece que es la primera vez que asoma en la prensa? Hasta ahora la mafia era napolitana, siciliana, rusa, pero no china. No obstante encaja como el dedo en el dedal por los abundantes prejuicios sobre los chinos. Por fin nos hemos enterado de la causa eficiente de la miriada de tiendas de abarrote que ha invadido el país como una especie de sarpullido: las grandes naves de venta al por mayor de la chinoiserie contemporánea; y también de la causa final: lavar dinero a espuertas que se obtenía estafando a la Hacienda pública española con la connivencia de unos funcionarios a los que, al parecer, se sobornaba a modo. Y no debían de ser pocos. No es concebible que un barco cargado con toneladas de espantosas imitaciones de espantosas figuras de Lladró, pase por la aduana como por el seno de María sin romperla ni mancharla, con la ayuda de un factor de tercera del puerto. Además la banda estaba dirigida por un refinado empresario, Gao Ping, residente en Somosaguas, Madrid y ¡marchante de arte! como en una película de Hitchcock. De 800 a 1.200 millones de euros han lavado estos misteriosos orientales que están arruinando la industria española de ferretería con sus todo a 100 y cuya mayor parte se remite a la China. Ahí está la base de la prosperidad del Imperio del Centro: en la piratería. Y, si de competencia e incompetencia se habla, esta mafia llevaba cuatro años operando a todo rendimiento.