dimarts, 3 de desembre del 2013

La Cina è vicina.

Esto va a estallar por algún sitio. Estábamos acostumbrados a las etiquetas de made in China, en Taiwan, en India, en Bangladesh. Tranquilizaban nuestras no muy inquietas conciencias. Anunciaban condiciones laborales infrahumanas, explotación, salarios de hambre. Pero lejos, muy lejos, a miles de kilómetros del civilizado y cristiano Occidente. Además, eran asiáticos, extranjeros, otros.  Ahora las etiquetas dicen made in Italy. Pero anuncian las mismas condiciones de explotación y esclavitud. Aquí. Ahora. Bueno, pero siguen siendo extranjeros. Chinos, para más señas y, probablemente, "ilegales". (Seguro que algún neoliberal dice que estos chinos han elegido entre ser explotados en China o en Europa. Y prefieren Europa. Libertad de elección). En fin, siguen sin ser de los nuestros.

¿Seguro? Incluso olvidándonos de que los chinos son exactamente igual que nosotros y tienen la misma dignidad, no es cierto que sigan siendo otros. Veamos. La prensa habla de esclavitud. Vale, pero, ¿qué es la esclavitud? ¿En qué se distingue de una reforma laboral que deja a los trabajadores a merced del capricho de los empresarios? Esos chinos que han muerto achicharrados en Italia vivían en condiciones inhumanas, sin ningún tipo de seguridad laboral. Pero eso pasa entre nosotros y, sin duda, en más países de la próspera Europa: inmigrantes de todo tipo, gentes reducidas a la más extrema necesidad, dependientes de la arbitrariedad de mafias (recuérdese otra forma de esclavitud como la sexual) o de empresarios sin escrúpulos.

¿Será en la jornada laboral? Siete días a 16 horas diarias. Vale. ¿No dicen los empresarios que hay que trabajar más y ganar menos, abolir las vacaciones pagadas, suprimir el descanso dominical? La diferencia es meramente cuantitativa y camino llevamos de reducirla a cero.

¿Será en la paga? ¿Un euro la hora es esclavitud? ¿Y cuatro euros la hora? ¿O dos?

La globalización provocó la llamada deslocalización de las empresas, en busca de mano de obra barata. Ahora los países receptores, a su vez, deslocalizan aquello que les rinde más beneficio: mano de obra esclava. De esta forma, los empresarios que producían en el exterior explotando mano de obra nativa, pueden ahorrarse los costes del transporte. Tienen mano de obra esclava que acabará contagiando al conjunto de la fuerza de trabajo.

La tendencia a la esclavización del trabajo es inherente al capitalismo. A no ser que se le ponga freno mediante una política de justicia social que parece haber abandonado el escenario, substituida por un cálculo de beneficio propio en el contexto de sálvese quien pueda.