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dissabte, 15 de juliol del 2017

La belleza del combate

Caixaforum tiene siempre dos o tres exposiciones en marcha en ese curioso edificio del Paseo del Prado de Madrid. Una más, en realidad, porque el propio edificio es casi una exposición en sí mismo. Piedra por fuera en airoso equilibrio con un jardín vertical que debe de ser de lo más fotografiado por los turistas en la capital. Por dentro, metal, como una construcción futurista, al estilo de Metrópoli. Coronado todo con una cafetería de diseño absoluto, desde las ventanas al mobiliario, pasando por unas curiosas lámparas que parecen sacadas de alguna película de fantasía.

Multiplicar las exposiciones es una decisión muy favorable a los visitantes que pueden elegir o ver varias. Ayer, después de la de 120 años de cine y pintura, bajamos a la de la Grecia clásica, temática sobre el espíritu de competición en la Hélade. Está hecha en el marco de colaboración con el Museo Británico y tiene algunas piezas de la fabulosa colección de este, entre ellas, un trozo del friso del Musoleo de Halicarnaso, una de las siete maravillas del mundo. Cráteras, cerámicas piezas que ilustran la vida agonística en todos sus aspectos: la guerra, los juegos de mayores, los de niños, las competiciones teatrales. Es refrescante y didáctica. Los niños visualizan manifestaciones artísticas de la mitología que aprenden en el colegio No tiene precio un rosetón que muestra los doce trabajos de Hércules.

Además, hay un espacio recreativo para que los niños se hagan fotos como sombras chinescas pero pertrechados de los cascos, petos, corazas de los guerreros de entonces. La idea es que reproduzcan el combate entre Héctor y Aquiles, a quien consideran los comisarios de la expo de pareja condición con Hércules, basándose en que los dos sin hijos de un inmortal; Hércules, de Zeus y Aquiles de Tetis. Pero luego no hay ni color. Hércules es un héroe humano; Aquiles, no.

Los mayores también disfrutamos por otros lados. Se exhiben instrumentos de juegos de los niños griegos. Entre ellos, unas tabas, con las que se siguió jugando, al menos hasta mi infancia, cuando acostumbraba a perder mis cromos con aquel maldito hueso. La taba era un juego con reglas y nombres. Las cuatro posiciones en que podía caer el astrágalo eran tripa, pozo, rey y verdugo. Las reglas eran estrictas.

Hay también un busto de Eurípides, uno de los que más competía por el favor del público en las competiciones teatrales, a las que los ciudadanos acudían a miles en una época poco favorable a los desplazamientos. Y algunas copias romanas de estatuas helenísticas. Y resulta curioso ver la idea que los griegos tenían de sí mismos en las pinturas de las vasijas o las ánforas.

Lo del Mausoleo tiene su intríngulis. Viene decir que los seres humanos son competitivos hasta más allá de la muerte y rivalizan por dejar memoria si no por su dichos o hechos, por sus obras, como las pirámides. Y esta competitividad refleja un mundo enteramente masculino, viril. De las mujeres ni se habla. El friso del mausoleo es también famoso por su contenido: la única muestra de mujeres guerreras: amazonas. Parece que las espartanas tenían educación militar, pero no consta que participaran en los combates.

La lucha, la competitividad, la agonía es común a hombres y mujeres, y legítimo. Pero ha costado más de dos mil años empezar (solo empezar) a reconocerlo.

diumenge, 12 de febrer del 2017

Tebas en el fondo del tiempo

Otro acierto de mi Universidad, la UNED: la exposición Tebas: los tesoros de una ciudad milenaria a las puertas del desierto, que estará hasta el 24 de febrero en el vestíbulo de la biblioteca. En realidad es un proyecto que se realizó con motivo de un congreso de egiptología de la Universidad de Castilla-La Mancha en 2015. Pero tuvo tanto merecido éxito que ha venido exhibiéndose desde entonces ininterrumpidamente en diversos lugares, de forma que esta de ahora debe entenderse como una etapa más en el periplo.

La exposición consta de 33 paneles con fotos y textos y varias vitrinas con libros sobre los distintos aspectos de la antigua cultura egipcia. Comisariada con acierto por los colegas Inmaculada Vivas Sáinz y Antonio Pérez Largacha, no es sencilla de ver porque los textos son prolijos, documentados y rigurosos y su lectura puede llevar casi dos horas si uno quiere, además, casarlos con las fascinantes imágenes que se ofrecen. Pero sin duda merece la pena para quien, como Palinuro, sea un fervoroso aficionado a las antigüedades egipcias, a las que siempre se acerca con una mezcla de reverencia, admiración y su punto de inquietud por lo radicalmente cercano y lejano de su espíritu. 

Los momentos que los organizadores han elegido ilustrar en la milenaria historia de esta ciudad, capital del antiguo Egipto, prácticamente rescatada de las arenas del desierto son múltiples y con una vocación totalizadora, de forma que el visitante sale cumplidamente informado de todo: las tumbas, las mastabas, los templos, las artes, los cultivos, las industrias, las clases sociales, las momias, la religión, las escrituras, los complicados dioses, las creencias, etc. 

Imposible dar cuenta de todas ellas, así que me limitaré a señalar brevemente las que más me han interesado. Por supuesto, empezando por el templo del millón de años o templo eterno de Ramsés II, el que Champollion bautizó como Ramesseum, con sus más de 3.000 años (construido hacia el 1270 a.C.), al oeste de Tebas, y sus impresionantes pilonos. A poca distancia se encuentra el prácticamente desaparecido de Amenhotep III (Amenofis, para los griegos), también a este lado del Nilo y frente a Luxor. Su interés reside en las dos gigantescas estatuas del faraón, llamadas colosos de Memnón, uno de los cuales, como se sabe, "canta" al amanecer razón por la cual los griegos le pusieron ese nombre. Este Amenhotep III fue el padre de Amenhotep IV, quien cambió su nombre por Akhenaton, el célebre faraón revolucionario que trocó el politeísmo tradicional por el monoteísmo. El esposo de la también famosa Nefertiti, fue sucedido, tras algún tiempo de incertidumbre, por su hijo Tutankhaton que cambió a su vez su nombre por Tutankhamon para subrayar el fin del monoteísmo de Aton y el retorno al politeísmo presidido por Amon. De todas formas, este regreso a la tradición y la obediencia no le libró, así como a su padre y sus otros hermanos, de ser eliminado de la lista oficial de faraones, a iniciativa de Horemheb que pretendía borrar la memoria misma del monoteísmo. 

A Tutankhamon, en concreto al descubrimiento de su tumba en 1923, se dedica especial atención en la muestra, porque la aventura de su descubridor, Howard Carter, un arqueólogo y egiptólogo inglés autodidacta tiene, mutatis mutandis, el interés y la grandeza de la historia de Heinrich Schliemann y su descubrimiento de Troya, aunque quizá no su trascendencia.

Las noticias, textos e imágenes sobre el Valle de los Reyes y el de las Reinas son de gran interés y en ellas cobra vida la historia de Hatshepsut, la mujer de Tutmosis II, quien reinó como faraón y quiso ser enterrada junto a su padre, Tutmosis I, para quien mandó construir la primera tumba real (KV20, en la terminología moderna inglesa) en el Valle de los Reyes. No debe, sin embargo, pensarse que el caso de Hatshepsut fuera en modo alguno extraordinario. Antes y después de ella hubo otras mujeres que reinaron como faraones, tampoco tan extraño en un país en el que los faraones se casaban con sus hermanas, con un escaso respeto por la famosa prohibición universal del incesto. Sí es cierto, sin embargo, que esta Hatshepsut reinó sobre una especie de edad de oro sobre todo en materia de construcción.

La exposición ilustra cumplidamente sobre los más intrincados aspectos de la vida religiosa y la mitología egipcias, el conocido como libro de los muertos, en realidad libro de la salida del día, que contiene las instrucciones, oraciones y jaculatorias para los complicados ritos funerarios del país nilótico, cosa nada extraña si se tiene en cuenta que abrían el paso a una creencia en la que se mezclaban alegremente creencias místicas con postulados rotundamente materialistas. Ese libro, del que hay abundantes y muy diversas versiones, contiene ilustraciones tan bellas y características de la cultura egipcia como los libros de horas de la gótica europea. Solo la contemplación de la imagen en la que Osiris preside sobre el pesaje del corazón de un difunto en el juicio del más allá mientras Anubis hace de psicopompo justifica la visita a esta magnífica exposición en la que se aprende mucho.

dilluns, 11 d’abril del 2016

Una ciudad solar

Al día siguiente de la visita a Itálica, rumbo de vuelta a Madrid, escogimos la ruta de la plata y fuimos a parar a Mérida, la Augusta Emérita de los romanos, ciudad de legionarios jubilados que habían combatido en las guerras del norte, mandada construir por Augusto, que llegó a ser capital de la Lusitania y alcanzó una gran prosperidad hasta nuestros días, en que es capital de Extremadura. El inmenso legado romano constituye un conjunto arquitectónico impresionante, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO con toda razón. Imposible de visitar en un solo día, es forzoso hacer una selección en la que no puede faltar la visita al Museo de Arte Romano que, además de los tesoros que contiene, es una obra de Rafael Moneo muy digna de admiración porque está concebida para dignificar aquello que exhibe y es como una especie de resumen de la civilización romana, desde columnas colosales a alfileres, fíbulas, juguetes o cientos de monedas; desde frescos e inscripciones y estelas funerarias a mosaicos de muy variada traza; desde estatuas de divinidades o personajes a pórticos y arquitrabes de diversa procedencia; desde el peristilo de una vivienda a un mausoleo en la cripta que alberga el museo. Un museo que no cansa a pesar de sus enormes salas y estancias y que sorprende por la mucha diversidad de las piezas y su notable refinamiento.

Hay una abundante presencia mitraica tanto en el museo como en los espacios del conjunto arquitectónico exterior. Un edificio de este, de inexcusble visita por ser una domus romana de lujo en magnífico estado de conservación se llama  casa del mitreo, si bien parece que impropiamente porque toma el nombre de un probable santuario de Mitra que hoy está bajo la adyacente ciudad de Mérida. Pero, sea o no justo el nombre, es una prueba más de que hasta esta ciudad de mílites jubilados había llegado este dios solar de origen persa. Lógico, por lo demás porque Mitra tauróctonos (pues siempre se le representa con un gorro frigio y degollando un toro), aparece en el Imperio romano en el siglo I como culto más o menos mistérico probablemente traído por los legionarios que habían servido en el Oriente. Incidentalmente, no deja de tener su gracia que el mitreo real probablemente esté bajo la plaza de toros. El culto estaba basado en estrictas cofradías masculinas de las que se excluía a las mujeres, a las que consideraban, al parecer, "hienas". El mitraísmo, muy extendido en el Imperio entre el siglo I y el IV, llegó a tener ascendiente entre los emperadores pero estaba ya en decadencia cuando fue proscrito por el emperador Teodosio (el de Itálica), confundido con una divinidad sincrética pero desvaída llamada sol invictus. Hoy puede resultarnos extraño, pues nuestra visión del imperio está muy influida por el espíritu cristiano, pero durante siglos el mitraísmo compitió  con el cristianismo por el alma de los romanos. Curioso que fueran dos cultos con dioses procedentes de los confines más o menos bárbaros del imperio los que rivalizaran por imponerse en la capital del orbe civilizado y, al final, uno de ellos lo consiguió. Del mitraísmo resta hoy poco al margen de las diatribas de los padres de la Iglesia. Pero queda una abundantísima iconografía en todo el Imperio, en Roma y, por supuesto, en Augusta Emérita, entre otras. varias estatuas mitraicas del museo.

El teatro, el anfiteatro, el circo, los acueductos (especialmente el llamado "del milagro"), todas las obras públicas, el templo de Diana, el foro, etc., todo da para perderse entre piedras venerables y maravillas arquitectónicas. Pero, lo dicho, hay que seleccionar y nos fuimos directamente al teatro, ese lugar en donde se celebran hoy los afamados festivales. La maravilla que puede contemplarse en la foto, con su columnata, el dintel sobre el que hay una estatua de Némesis. Si uno no siente que algo inefable lo embarga, dé la vuelta y busque la estatua de Margarita Xirgu que hay en la parte posterior del teatro. Al parecer, otra gran actriz, María Guerrero, había intentado representar en este incomparable escenario, pero el celoso conservador de la época, alarmado por los decorados que traía aquella, lo impidió. Sin embargo, donde Guerrero fracasó, triunfó la Xirgu, gracias a su minimalismo, pues prometió no llevar decorado alguno, ni siquiera iluminación. Y así, en 1933, por primera vez en más de mil años, se representó en vivo en Mérida la Medea de Séneca, en traducción de Miguel de Unamuno y bajo la dirección de Cipriano Rivas Cherif, el cuñado de Azaña, quien ha dejado escrito un recuerdo imborrable de aquel acontecimiento. Margarita Xirgu, claro, interpretó a Medea y Enric Borrás, a  Jasón. Una prueba más de lo que fue la República. Luego vino la guerra civil y la barbarie fascista. Pero desde hace años las gentes podemos ver teatro en Mérida en esos magníficos festivales que, en realidad, inauguraron Xirgu, Unamuno, Rivas Cherif y, por supuesto, Séneca. 

dissabte, 9 d’abril del 2016

El aliento de las ruinas

A nuestra vuelta de Sevilla, de escuchar las sesudas razones de mis colegas para seguir ignorando el problema más acuciante que tiene eso que llaman su patria, paramos a visitar las ruinas de Itálica. Fundada en el 209 a. d. C., al final de la segunda guerra púnica, fue la primera ciudad romana en lo que luego sería España y, se dice, la primera fuera de Italia. Sobrevivió a Roma, a los visigodos y solo fue abandonada en tiempos de los musulmanes, hacia el siglo XII.

La ruinas son impresionantes y se conservan, mejor o peor, las de muchas edificaciones públicas y semipúblicas, como el anfiteatro, el teatro, los acueductos, las termas, el foro, un cardo impresionante que cruza lo que es el actual conjunto arqueológico de la "ciudad nueva" que  se encuentran fuera de la villa de Santiponce, actual población bajo la cual se supone yace el resto de la antigua ciudad, la "vieja" o vetus urbs. En el conjunto exterior hay numerosas villas privadas, muchas de ellas con bellos mosaicos en buen estado de conservación pero que dejarán de estarlo porque se exhiben sin protección alguna contra las inclemencias del tiempo. Aunque claro, eso les da un aire mucho más próximo, cercano, rodeado de ese hálito de melancolía que tienen siempre las ruinas de civilizaciones idas pero en las que nos reconocemos. Esa melancolía que destilan las estrofas del poema de Rodrigo Caro, de imborrable memoria bachillera, que saluda al visitante en la misma entrada: "Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora/Campos de soledad, mustio collado,/Fueron un tiempo Itálica famosa;/Aquí de Cipión la vencedora/Colonia fue; por tierra derribado/Yace el temido honor de la espantosa/Muralla, y lastimosa/Reliquia es solamente/De su invencible gente."

Famosa, desde luego, debió de ser Itálica que, según parece, comenzó como "colonia latina", al decir del poeta y fue luego ascendida por César a "municipium civium romanorum", esto es, a la dignidad de ciudadanos romanos. Luce su gloria haber sido la cuna de Adriano, Trajano y Teodosio, como recita Caro en su poema llamándolos honor de España, por esa tendencia, perfectamente comprensible por lo demás, de los habitantes de las provincias a equipararse con las grandes urbes, las metrópolis y a ufanarse de su aportación a la magnificencia del conjunto. Se conservan estatuas y vestigios adrianeos y trajaneos, incluso, hay un "traianum", restos de un templo posiblemente dedicado a Trajano. Pero si resulta extraño pensar en Trajano como "español" (por lo mismo que rechina pensar en Séneca o Marcial también como españoles, salvo para quienes creen que los españoles estamos aquí desde el paleolítico), fácil es calibrar cómo suena considerarlo rumano. Y el hecho es que, al haber conquistado -y romanizado- Trajano la Dacia, actual Rumania, los rumanos lo veneran como un verdadero padre de la patria. Padre de la patria lo llama también Caro, pero penando en España. Y los dos hablamos lenguas romances gracias, entre otros, a Trajano. Así pues, no extraña ver en Itálica pruebas de ese amor de los rumanos por Trajano, entre ellas, un trozo de la columna Trajana, regalo de aquel país eslavo, un tramo perfectamnte reproducido de  esa pieza de 30 metros de alta que está en Roma y en la que el emperador mandó perpetuar sus hazañas en bajorrelieve.

Itálica la fundó Publio Cornelio Escipión, llamado "el africano" por haber vencido a Aníbal en la batalla de Zama. Y la fundó para albergar a los soldados heridos en su campaña de la segunda guerra púnica, que le tuvo muy entretenido en la peninsula hasta llegar al momento de su más señalada victoria, producto de su ingenio, audacia y sentido de la oportunidad, cuando conquistó Carthago Nova, hoy Cartagena. y quebró el espinazo del poderío cartaginés. Siempre me han caído simpáticos los Escipiones, militares, políticos y gente ilustrada. Este Africano "mayor", fue  abuelo de Publio Cornelio Escipión Emiliano, también llamado Africano "menor" por haber terminado la tercera guerra púnica y también muy relacionado con Hispania porque fue el que conquistó Numancia, otro símbolo del orgullo español. Los escipiones formaban un círculo de literatos, filósofos, poetas que en nada tenían que envidiar a los de la rive gauche parisina. Por entonces Roma era una república que se disponía a conquistar el orbe conocido. Al círculo de los Escipiones pertenecieron, entre otros, Panecio de Rodas y el gran Polibio, que había llegado como esclavo griego y se convirtió en el gran historiador de Roma y todo a base de una enorme tolerancia y sincretismo, que les permitía acoger dioses extranjeros, divinizar a los emperadores y hasta integrar ideologías opuestas. Los Escipiones, gente de armas y orden, eran amigos de los Gracos. Escipión "numantino" estaba casado con su prima Sempronia, hija de Tiberio Sempronio Graco.

De todo ello, dice Caro, Solo quedan memorias funerales/Donde erraron ya sombras de alto ejemplo.

divendres, 11 de setembre del 2015

El paso de los pueblos.

Con tantos acontecimientos públicos, tan intensos y en los que tiene uno que implicarse por ser hombre de este tiempo, llevo una  temporada sin subir posts de temas que no sean políticos. Pero eso no quiere decir que haya descuidado esta vertiente palinúrica. Solo ha pasado a un segundo plano por necesidades del momento. Sin embargo he ido acumulando material que aflorará a medida que el torbellino del día a día lo permita. Y esta es una buena ocasión: aprovechando la calma chicha inmediatamente anterior al estallido reivindicativo de hoy con la Diada catalana, aprovechamos para hacer una visita a las ruinas grecorromanas de Empùries, Ampurias en español, muy cerca ya de la frontera con Francia. Casualidades del destino, uno de los mosaicos de la ciudad griega de la segunda época, la que el primer director de las excavaciones en 1908, Puig i Cadafalch, bautizó como Neapolis para distinguirla de la más antigua, Palaiopolis, muestra la escena homérica del sacrificio de Ifigenia en Aúlide. Lo consideré premonitorio porque, como se recordará, el sacrificio de Ifigenia es el tributo que Artemis exige a Agamenón para que termine la calma chicha que impedía zarpar hacia Troya a la flota de los argivos.
 
Hacía un día estupendo, soleado, el cielo azul, la mar añil, casi nadie en las excavaciones, que, por cierto, aún no han concluido ni lo harán en mucho tiempo, propiciaban la meditación y el ensueño. Los extensos y silenciosos recintos que albergan tan variadas ruinas, con sus murallas ciclópeas y los restos de sus tres ciudades, las griegas y la romana, en un paísaje de arenisca, granito y coníferas, asomado al golfo de Rosas, hablan a través de las piedras, las avenidas, los altares, los templos, los foros y los abundantes restos de construcciones industriales, comerciales. Porque eso fue desde el principio Emporión, esto es, "mercado", un asentamiento griego del siglo VI a.d.C., similar a los otros del litoral occidental del Mediterráneo, como Marsella o Hemeroskopeion, hoy Dénia. Emporión llegó a ser tan importante que se quedó como propio el nombre común de emporio y así lo recogieron luego los conquistadores romanos.
 
Por Ampurias pasaron muchos pueblos. Los que se asentaron en primer lugar en una zona que ya estaba poblada por indígenas indigetes (la única que paradójicamente sigue habitada hoy día como San Martí d'Empùries), esto es, los fundadores de la colonia, fueron comerciantes focios, provenientes de la próspera Focea, en el Asia Menor. De los focios, que prácticamente desparecieron cuando Lidia fue conquistada por los persas, decía Herodoto que fueron los primeros navegantes. Y la prueba está en Ampurias, a donde llegaron desde el otro extremo del Mediterráneo.
 
Las excavaciones han sacado a luz no solo los planos de las ciudades y diversos edificios cuyo uso todavía esta pendiente de explicación, sino buena cantidad de piezas de todo tipo, ajuares, utensilios de cocina, ánforas, crateras, monedas, armas, etc que atestiguan del esplendor de una colonia de comerciantes muy influida por los cartagineses y en tratos frecuentes con los tartesios, los etruscos, los demás griegos, los egipcios, etc. Toda esta riqueza se exhibe en un museo aledaño bien provisto que asimismo alberga la estatua de Asclepios, la más importante del conjunto que debía de encontrarse en los restos del templo que, al parecer, se edificó sobre otro dedicado a Artemis y de ahí, claro, el mosaico de Ifigenia.
 
Durante la segunda guerra púnica, los romanos conquistaron Ampurias con el fin de romper la retaguardia del ejército de Aníbal, que había invadido Italia. Lo hizo Cneo Cornelio Escipión Calvo, el de la "pira de Escipión". Más tarde, a raíz de una sublevación de los indígenas, Roma mandó una fuerza expedicionaria que la sofocó y se asentó definitivamente, dando origen a la ciudad romana. Desde Ampurias, Roma comenzó la conquista de toda Iberia. La antigua Emporión focia fue la puerta de la romanización de la península.
 
Llegaron  luego los visigodos, de los que hay algunos, pocos, restos, los árabes y finalmente los cristianos que construyeron algunas iglesias medievales una de las cuales, convenientemente desacralizada, alberga el museo de Ampurias. 
 
Merece la pena pasar unas horas en un lugar en el que durante más de 2.500 años han vivido, comerciado, guerreado y creado tantos pueblos con tantas tradiciones. Serena el ánimo y lo contenta. 

(La imagen es una foto de ikimedia Commons, bajo licencia GNU).

dissabte, 9 de maig del 2015

Dios es un escarabajo pelotero.

¡Qué envidia! Nos hemos pasado por la exposición de CaixaForum sobre los animales en al antiguo egipcio, muy bien comisariada por Hélène Guichard, que es conservadora de antigüedades egipcias del Louvre. No es que su tarea sea fácil, pero tampoco imposible, porque las 430 piezas en exposición (desde anillos que hay que ver con lupa) hasta estatuas de grandes dimensiones, colosales, provienen del museo parisino. Eso es un museo, como el Museo Británico y algunos más en el mundo, con auténticos tesoros de la cultura del antiguo Egipto. ¡Qué envidia! Los nuestros no tienen prácticamente nada porque toda esa inmensa riqueza procede de los expolios más o menos legales que hicieron las potencias europeas entre fines del siglo XIX (sin olvidar la época napoleónica, cuando se descubrió la piedra Rosetta) y primera mitad del XX, larga época en la que España no era una potencia y, si se me apura, ni europea.

430 piezas agrupadas en manifestaciones de los distintos aspectos de la vida de los egipcios desde el Imperio antiguo hasta la época romana. Más de 3.000 años. Los animales eran omnipresentes en la vida egipcia, en todas partes, para todos los usos; animales domésticos, salvajes, feroces, depredadores, reptiles, mamíferos, voladores; todos los animales que se dan naturalmente desde el Sudán y Etiopía hasta el Mediterráneo, todos los animales, incluso los que las gentes se inventaron.
Ciertamente, no hay duda, ya se sabe que sus dioses eran animales: Anubis, Horus, Bastet, etc. Los adoraban. Eran un pueblo primitivo e inferior. El comisariado entiende que es una idea falsa, que los egipcios no divinizaban a los animales y que, por lo tanto, la subsiguiente acusación de zoolatría de los romanos y algunos Padres de la Iglesia era injusta. Será, si lo dice alguien con tanta autoridad, pero la acusación no me parece tan grave ni quienes la hacen tan razonables. Derivar menosprecio de los egipcios por su supuesta zoolatría es absurdo. Sobre todo si, quienes la hacen, son tan zoólatras como los criticados. Puestos a imaginarse dioses, ¿por qué no hacerlo con los dos tipos de seres más a mano, los seres humanos y los animales irracionales? ¿Y por qué no mezclarlos? La mitología grecorromana está repleta de relaciones complejas de los hombres y los animales. Zeus acostumbra a convertirse en animal, incluso en lluvia de oro, para satisfacer sus normalmente libidinosos propósitos. Y ¿cuándo es más Zeus, más dios? ¿Cuando reina sobre el Olimpo provisto del rayo o cuando, convertido en águila, se lleva a Ganimedes? Los animales, las plantas, los ríos y montes, los hombres y los dioses están bastante mezclados en las Metamorfosis de Ovidio. Pero, vamos, nadie pensó en la Antigüedad clásica, que se podría adorar una paloma, considerándola parte de un dios que es uno y trino, como hacen los católicos.

¡Cuánto materialismo! Los católicos no adoran una paloma. Adoran a Dios bajo símbolo de la paloma que representa el Espíritu Santo. O sea, como decía Hegel al criticar la superstición de los ex-votos: no se adora el leño de la cruz, sino lo que la cruz representa. ¿Y por qué sabemos que los egipcios no hacían lo mismo? ¿Porque nos creemos superiores?

La exposición recoge abundante material, objetos, herramientas, adornos, papiros, reproducciones de acuarelas de uno de los científicos que fue con la tropas de Napoleón, estatuas, vajillas, todo lo cual prueba que los seres humanos no establecían diferenciación tajante entre ellos y los animales. Los descubrimientos de los extensos cementerios de perros y gatos en los tiempos de Ramsés II demuestran que la existencia de mascotas estaba mucho má extendida que hoy. Y, además, era frecuente que los embalsamaran y momificaran. Y no solo a las mascotas. A veces, hasta los cocodrilos. Los animales se encontraban en todos los momentos de la vida, en las representaciones artísticas, en las fiestas, en las ceremonias. Estaban en la misma lengua que hablaban. Hasta un veinte por ciento del vocabulario de la escritura jeroglífica se refiere a animales o son onomatopeyas de animales. "Gato" en antiguo egipcio se decía miau, más o menos.

Hombres y animales viviendo en compañía acabarían juntándose en su representación. Aparecerían animales androcéfalos y hombres zoocéfalos. Seres mixtos (también frecuentes en Asia) que luego se extendieron por Europa con muchas variantes. Además, dícese que inventaron las esfinges, con predominio de las masculinas, aunque sin exclusión de las femeninas. Su misión parece haber sido ornamental y protocolaria, pero luego dieron origen a un alud de filosofías en Grecia, basadas en su carácter enigmático.

Porque enigmática es la relación de los antiguos egipcios con los animales. El famoso escarabajo pelotero es, en realidad, el símbolo del dios sol. Surge un buen día de la arena, arrastra su pelota un trecho, como si fuera el disco solar y la vuelve a enterrar, igual que hace el sol cuando se pone. Por eso, el escarabajo representa el dios Kefri o sol del amanecer, Horus o sol del mediodía y Osiris o sol poniente. Una trinidad ten verosímil como la del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Una con un escarabajo y la otra con una paloma.
Entiendo el nombre de la exposición Animales y Faraones con fines de mercadotecnia porque se piensa que mencionar a la autoridad siempre rinde. Pero la verdad es que los faraones se incorporaron tardíamente al pêle-mêle animalesco. Aunque no se quedaron con la peor parte. Por supuesto ellos siempre fueron Horus, pero podían hacerse representar con cabeza de león. El león está presente en toda la simbología política de Occidente hasta el día de hoy. También hay alguna diosa leona muy digna de ver. Los sacerdotes estaban empeñados en que los escarabajos (que llegaron a fabricarse a cientos de miles y se usaban para todo) solo podían ser machos. Tampoco en esto hay gran diferencia.
Merece la pena la exposición. Da para reflexionar y, si se llevan niños, es muy útil porque tiene actividades pedagógicas y un uso bien curioso de nuevas tecnologías que nos permiten ver qué contenían las momias de los animales.

Los egipcios antiguos podían ser o no zoólatras, pero, desde luego, tenían una excelente relación con los animales, incluso los peligrosos o salvajes. Los consideraban dotados de algunas potencias del alma. Estaban empeñados, por ejemplo, en que los amos y las mascotas acababan pareciéndose. Ciertamente, no se andaban con remilgos: los criaban, los mataban y se los comían. Y también los cazaban por deporte. Los faraones, por ejemplo, gustaban de alancear leones; como ahora los Blesa, venados y los reyes, elefantes. Pero no creo que a ningún egipcio se le ocurriera pensar que torturar y matar a una bestia indefensa como espectáculo constituya un valor cultural, espiritual, que sea preciso conservar como un tesoro a cargo del erario.
Pero, claro, eran zoólatras.

dissabte, 7 de març del 2015

De dónde venimos; a dónde vamos.


Tan preocupados estamos por saber a dónde vamos que se nos olvida de dónde venimos. Obsesionados con el futuro, que cualquier líder de medios pelos nos promete "conquistar", descuidamos el pasado. Seguramente lo demos por "conquistado" y, así, tendemos olvidarlo. Pero el pasado pervive precisamente en nosotros, en nuestra lengua, en nuestra habla, nuestra cultura, tradición y costumbres. Ignorarlo es ignorar una parte de nosotros, quizá la más importante porque muestra lo que somos. Lo que seremos, ya se verá. Y, si no vemos lo que hemos sido, en realidad, no vemos nada. Cegados por el el presente nos empeñamos en compararlo con un pasado que desconocemos y así salen las comparaciones, propicias para que los vaticinios no los hagan ya los profetas o los arúspices, los poetas o los científicos, sino los charlatanes, los mercaderes. Clase esta última siempre moralmente denostada en el catolicismo de derechas e izquierdas ("no queremos una Europa de los mercaderes"), pero la única que ha movido realmente el mundo hasta traerlo al momento presente, cuando queremos "conquistar el futuro" a base de ignorar el pasado.

Quien quiera darse una vuelta por lo que ha sido parte importante del pasado del hombre en todo el planeta y muy especialmente en España, que visite la exposición fotográfica del Jardín Botánico de Madrid (hasta el 15 de marzo), llamada En movimiento, sobre la trashumancia en el Mediterráneo. Son unas sesenta fotos de fotógrafos profesionales de Marruecos, Túnez, Grecia, Turquía y el Líbano sobre distintos tipos de trahumancias de ovejas, camellos, vacas, caballos. Se añaden dos temas monográficos, ambos espléndidos, de España, uno de Gemma Arrugaeta genérico sobre "Pastoreo y trashumancia" y otro de Raúl Moreno sobre "vaqueros trashumantes". Las explicaciones, muy instructivas (aunque ya podían editar un pequeño catálogo) inciden especialmente en los aspectos científicos, ecológicos e industriales de la actividad. Pero las fotos son sobre todo arte en la naturaleza, a lo mejor ese momento cuando "la naturaleza imita el arte", de Wilde.

La trashumancia probablemente sea anterior a la revolución neolítica, ya que se trata de una forma de nomadismo, una de trayecto fijo; pero trayecto. En España forja partes de la nación desde antes de los tiempos de los celtíberos. Los 120.000 kilómetros de cañadas, cordeles, veredas, que surcan la península ibérica son a veces la planta de las calzadas romanas, algunas en uso hoy día, como la posteriormente llamada vía de la plata, desde Extremadura hasta los montes leoneses y más allá por donde viajaba el metal de América. Esos desplazamientos periódicos de cientos de kilómetros con los ganados dejaron, sí, un rastro ecológico y otro cultural riquísimo: las ventas, las majadas, las fiestas, las costumbres, los cantares e historias de zagales y zagalas, los canales, los abrevaderos, prendieron en la cultura a lo largo de los siglos. Añádase que la actividad llegó a ser políticamente dominante puesto que, estando la península dividida en dos entre moros y cristianos, las tierras de la frontera no ofrecían seguridad para la agricultura y solo podían explotarlas los ganaderos. Esto se institucionalizó cuando Alfonso X el Sabio creó el Honrado Concejo de la Mesta de Pastores en 1273, con lo que la Mesta debe de ser el gremio más antiguo de Europa. Y, en España, casi un Estado dentro del Estado, hasta su abolición en el siglo XIX y una actividad que, en su enfrentamiento con la agricultura, condicionó el desarrollo del país.

La Mesta sucumbió en el siglo XIX, pero no a la ley, sino al ferrocarril. La actividad había cambiado de signo mercantil. El ganado se transportaba en vagones. Los ferrocarriles habían venido a cerrar el pasado y abrir el futuro. O eso creían los ingenieros e industriales hasta que, a la vuelta de unos años, la trashumancia empezó a hacerse por carretera, en camiones ganaderos. Las cañadas se han reducido y estrechado, pero se han hecho mucho más rápidas. Aún así, el desplazamiento a pie siguió siendo mayoritario hasta mediados del siglo XX. El pasado se resistía a morir. No morirá nunca, salvo con la especie, que es trashumante. De hecho, trashumar es cambiar de humus, de suelo. Si no somos de donde nacemos sino de donde pacemos y hoy se pace aquí y mañana allí, no somos de lado alguno. Más al fondo oscuro de las cosas si el mismo término de hombre, homo, viniera del humus latino, cuestión que Corominas reputa prudentemente de "las más oscuras de la lingüística indoeuropea" y fuéramos menos prudentes, diríase que la trashumancia es la forma por la que el hombre cambia de sí mismo. La trashumancia es la vida. Aunque queramos olvidarla y darla por cerrada o "conquistada". Somos lo que fuimos. Y más cosas, claro. Pero, sobre todo, lo que fuimos.

La presión de avance de la técnica nos incita a lo dicho: olvidarnos del pasado, que es lo que nos explica, para obsesionarnos con el futuro. Pero, como el hombre es más cosas, además de humus, esa misma técnica pone en sus manos no solo la posibilidad de olvidar el pasado, sino de volver sobre él y destruirlo, hacerlo desaparecer, para negar su existencia. Esos bulldozers que han arrasado la antiquísima ciudad asiria de Nemrod, así llamada desde los tiempos bíblicos con el nombre del rey al que se atribuye la torre de Babel, van dirigidos contra el pasado de los mismos que ciegamente los manejan y no por soberbia técnica, sino por fanatismo religioso. La ciudad era mucho más antigua, su primitivo nombre en escritura cuneiforme parece haber sido "Levekh" y fue capital del Imperio neoasirio durante muchos siglos. De ella proceden los famosos toros alados que pueden contemplarse en Londres, París y Chicago. En ella había zigurats. Con todo han arrasado los del ISIL que también han destruido los antiquísimos fondos de la biblioteca de Mosul. Quemar bibliotecas, destruir monumentos, enterrar sabios vivos, derribar estatuas, arrasar ciudades. Los hombres han hecho mucho más por destruirse ellos mismos que todas las demás fuerzas de la naturaleza juntas. Iba a poner ciegas, pero ciegas son todas.

En fin, que la trashumancia es importante y la exposición está muy bien.

dilluns, 29 de desembre del 2014

Del mito al logos


No sé cómo se me ha pasado esta estupenda exposición de Caixa-Forum en Madrid. La he cogido en sus últimos días, pues cierra el cinco de enero próximo. Se titula Mediterráneo. Del mito a la razón y su tema es el que anuncia en una réplica casi exacta del título del famoso libro de Wilhelm Nesle, publicado en 1940, Del mito al logos, y con un contenido también en todo similar: la "autoexpansión" (Selbstenfaltung) del pensamiento griego desde Homero hasta la sofística y Sócrates", según el subtítulo de dicho libro. Esto es, el paso de una explicación mitológica del mundo y del ser humano como parte de él a otra racionalista, lógica, del siglo VI al IV a.d.C. y en el Mediterráneo. Lo hace mediante la exposición de 165 piezas entre estatuas, estatuillas, cerámicas de todo tipo, relieves, urnas funerarias, joyas, frescos, bustos romanos y griegos (clásicos y helenísticos) que dan fe de las ideas, costumbres y creencias de los habitantes del Mediterráneo en aquellos siglos, tanto de la península griega como de la Magna Grecia. Casi podría decirse que la exposición viene a ser como las ilustraciones que faltan en el libro de Nesle cuyo contenido es similar si bien ordenado no por temas sino por autores, filósofos, historiadores, dramaturgos, poetas. En todo caso, una exposición espléndida, muy bien ordenada, muy bien explicada (quizá con excesiva prolijidad) por el comisario Pedro Azara.
 
Del mito a la razón, al logos. La evolución, el salto, es nítido y nos es fácilmente comprensible porque responde al espíritu que hemos llamado luego de la Ilustración y nos lo hemos encontrado ya varias veces en la historia: del mundo teológico medieval al humanista del Renacimiento; del geocéntrico al heliocéntrico con la revolución copernicana; de la superstición a las luces con la Ilustración allí en donde se haya dado. Es imagen cercana y fácil de entender pues tiene una vertiente ontogenética en la experiencia de cada cual: de la infancia a la madurez. El individuo proyecta luego sobre el grupo su experiencia y habla de la infancia de los pueblos, repleta de encantamientos, prodigios y fantasías como está el  mundo de los niños. La infancia de los griegos es mitológica y el paso decisivo hacia la  comprensión racional del mundo se da con la filosofia jonia, igual que los niños abandonan la infancia cuando dejan atrás la creencia en las hadas y los reyes magos.
 
Una concepción mecanicista ve la victoria de la razón sobre el mito como absoluta y excluyente pero no puede negar que el mundo mitológico sigue habitando a lo largo de la historia de la civilización. Aunque los mitos hayan perdido su pretendida función cognitiva (y no cabe olvidar que hay otras teorías sobre la función del mito en la cultura) cumplen otras de carácter ejemplificador, ilustrativo, orientador en definitiva, sin las cuales la historia intelectual de Occidente sería muy distinta. Sin la figura de Prometeo (de quien hay un par de representaciones en la exposición) , algunos movimimientos literarios y artísticos, como el romanticismo, tendrían otro carácter. La mitología sigue presente en el logos igual que el niño sigue presente en el adulto.
 
La exposición está ordenada en varias secciones y es imposible hacer justicia a todas las manifestaciones, algunas complicadas, por ejemplo, en el comienzo, se presenta el mito del rapto de Europa con un fresco de una casa pompeyana, cedido por el Museo Nacional de Nápoles. Hay otros frescos y hasta mosaicos pompeyanos que no sé si serán originales, porque vienen sin mucha protección. Del rapto de Europa, como referencia al ámbito en el que estamos, la exposición presenta el Mediterráneo en sucesivas referencias a tres héroes y su vida errabunda: Hércules, Ulises y Jasón. Es como si la historia arrancara no tanto con los dioses como con los héroes, alguno de ellos semidiós, como Hércules. Personalmente prefiero a Teseo, aquí escasamente representado, porque encuentro fascinante la figura del Minotauro; pero la verdad es que Hércules ha echado más hondas raíces en las representaciones occidentales: es el prototipo del héroe al que se rinde culto; su tremenda elección entre el vicio y la virtud acongoja a los seres humanos; su locura pasajera nos lo hace simpático; su doce trabajos están presentes en los intercambios cotidianos. Es extraño que todvía nadie haya hablado de la necesidad de un Hércules que limpie los establos del Rey Augías de la corrupción. El hijo de Zeus y Alcmena tiene una relación especial con España porque dos de sus trabajos los ventiló aquí, el del jardín de las Hespérides (que, según leyenda, estaba en Tartessos) y la muerte del Rey Gerión. Así que Hércules es como de la casa. Zurbarán decoró el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro para Felipe IV con diez de los trabajos hercúleos, seguramente para animar el espíriu de un rey poco dado a batallar.
 
En el resto de la exposición, el espectador tiene material suficiente de admiración para sus particulares inclinaciones en este mundo que empezaba a explicarse a sí mismo racionalmente pero seguía creyendo que las esfinges poseían secretos en cuya revelación los hombres arriesgaban su vida o decoraba las urnas con relieves alusivos a la Odisea, representando a las sirenas con cuerpo de mujer y patas de ave. La relación de este mundo con las mujeres era problemática y, al entrar en los espacios en que se expone la organización política y jurídica de los griegos, básicamente atenienses, se nos advierte de que eran invisibles en la polis. En sentido literal, pues, casadas, quedaban recluidas en el gineceo, acompañadas de los niños hasta los siete años. Los esclavos y los metecos eran políticamente invisibles pero físicamente visibles, cuando menos. Las mujeres, ni eso. Allí, en presencia de un muy conocido busto de Sócrates y otro de Platón y cerca de un mosaico pompeyano de la academia platónica, se nos explica el carácter de un simposio como el banquete y héteme aquí que las mujeres reaparecen; pero como hetairas.
 
Conmueve ver la estela con la ley en contra de la abolición de la democracia, poco antes de que la conquista macedonia la erradicara para siempre. Como consolación, otra parte nos hace visualizar el descubrimiento del alma humana, término al que llega el nous de los eleáticos y de Anaxágoras. Y la representación acude al mito de Eros y Psiche, precedido por una estatua de Afrodita con los dos representados como niños, y muy extraña, teniendo en cuenta que es ella quien envía a Eros a vengarse de Psiche.
 
Se termina la exposición con una referencia a los nuevos dioses que se expandieron en el bajo imperio romano porque los romanos, como pueblo politeísta y civilizado, no solo eran tolerantes con los cultos extraños sino que los incorporaban cuando les gustaban. Hay un Hermes portando un cordero que se quiere precedente de Cristo y, sobre todo, hay un Mitra estupendo, una representación del dios solar importado del Oriente y que se expandió mucho entre las legiones. Habida cuenta de que es un Mitra tauróctono, esto es, que sacrifica un toro, también me extraña que los defensores de las corridas a las que consideran, al parecer, patrimonio cultural español, no reclamen la protección de este dios, en lugar de remontarse vergonzantemente al culto minoico y las fiestas taurinas cretenses, que eran una depravación y acabaron con aquel horrible y nefando acto de Pasifae contra natura del que salió, precisamente, el Minotauro. Además, uno de los trabajos del primo Hércules fue acabar con el toro de Creta. Es mucho mejor enganchar con Mitra, oriental y bárbaro, pero expeditivo.