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diumenge, 12 d’agost del 2018

Una ficción

Sánchez está muy contento de sus conversaciones sobre inmigración en Europa con la cancillera Merkel. Forjan, dicen, un frente común en este espinoso asunto. Será mejor o peor, pero nadie discutirá, supongo, que es un alivio tener un presidente del gobierno que habla con los líderes europeos porque, por lo menos, sabe hablar, a diferencia de su antecesor en el cargo.

También muy contento agradece "el tono" que va tomando la conmemoración del 17-A. Está dentro de su concepción de la "normalidad" y lo lleva a impartir teóricas del simbolismo del momento, la unidad democrática frente al terrorismo, etc. El presidente de un gobierno que ha impedido una comisión de investigación sobre el atentado. La unidad se simboliza; la verdad se oculta. Lo normal. El acto no debe ser, ni será, partidista.

Los del PP, siempre solícitos a la hora de poner palos en las ruedas, ya le avisan de que se arriesga a un acto de protesta e insultos contra el rey. Con ello, "quedará deslegitimado como presidente del gobierno", la conclusión a que llegan siempre estos lumbreras, se hable de lo que se hable.

Para echar una mano en la intención noblemente española, nacional, suprapartidista que presume en el presidente del gobierno, la Sociedad Civil Catalana (SCC), núcleo del unionismo catalán, se prepara para "arropar" al rey y, de esa manera, frustrar toda intención de instrumentalizar el acto. Para eso pide a sus seguidores y aliados (entre ellos, el PSC) que acudan de paisano, sin emblemas partidistas. Loable iniciativa. Si acaso aparecerán emblemas nacionales, siempre suprapartidistas, como la bandera rojigualda. 

Ni la SCC ni sus seguidores y aliados, ni el gobierno caen en la cuenta de que, en el conflicto España/Catalunya, los símbolos del Estado son partidistas. No caen en la cuenta porque no pueden por disonancia cognitiva. Son patriotas españoles y en España solo hay una nación, siendo cualquier intento de separación una mezcla de locura y delito. Por eso, algunos de ellos proponen ilegalizar los partidos independentistas. La nación no es un partido. Ante el rey y la nación rindiendo homenaje a las víctimas del terrorismo, los partidos están de más. 

Pero solo algunos. En concreto, los indepes parecen inclinarse por no participar en el acto junto al monarca. Renuncian a protestar por su presencia y se inclinan más por el modelo Tortosa: hacer su homenaje en otras partes e ignorar el acto del rey. No tengo claro que vayan a actuar así todas las fuerzas indepes, pero sí algunas significativas, como la CUP, la ANC y Ómnium. De los demás carezco de información. El presidente Torra irá a Lledoners a visitar a Quim Forn, pero no sé si también asistirá al acto de las Ramblas. 

Ya solo con estas reacciones y las que puedan producirse de aquí al 17-A, sin descontar la probable intensificación de las agresiones callejeras de los grupos fascistas, queda suficientemente claro que el homenaje a las víctimas del 17-A será un acto partidista, de los partidos unionistas. Ya veremos qué sucede con los símbolos. La consigna es ocultarlos y manifestarse para "arropar" a las víctimas y al rey.  En lo primero está de acuerdo todo el mundo; en lo segundo, no, pues se ha introducido por imposición y sin invitación como muestra de la idea de "normalidad" del presidente. Y será patente de mil maneras a lo largo de ese homenaje. 

Su valor como elemento de "normalidad" y de "puentes tendidos" es nulo.

dimecres, 23 d’agost del 2017

La lucha por la foto

Guste o no en la Corte, el episodio terrorista de la Rambla-Alcanar-Cambrils, se ha resuelto gracias a la pericia de los Mossos. Lo que no quiere decir que haya terminado en el aspecto policial ni mucho menos, a pesar de las urgencias del pintoresco ministro del Interior por apropiarse del caso y cerrarlo, todo en uno.

En cuanto al debate público, no solo no ha terminado sino que está empezando en ese ámbito cruzado de declaraciones institucionales, relato de los medios convencionales y trituración en las redes sociales. Que son las que mandan. La respuesta del mayor de los Mossos a un periodista que se quejaba de que hablara en catalán, Bueno, pues molt bé, pues adiós se hizo viral y se convirtió en TT, lo cual es una señal de los derroteros por los que va el debate. Cuestiones identitarias, sobre todo, de nacionalismo y patriotismo, pero también de aportación de información que ayuda a hacerse juicio propio sin brumas de propagandas.

Las instituciones, a la greña. Acusaciones cruzadas de juego sucio, ocultación de información, boicoteo, etc. La descoordinación de los cuerpos de seguridad es evidente y eso es sobre todo culpa de la administración central que es la responsable de esa coordinación. Habrá agravios por ambas partes pero, a la larga, la más perjudicada es la catalana por su situación de dependencia.

El hecho de que, a pesar del handicap del gobierno central y sus ministros, la Generalitat haya resuelto la emergencia con tanta eficiencia tiene una dimensión política imposible de ignorar: Cataluña es autosuficiente; el Estado estorba. Por supuesto, una simplificación, pero una simplificación de una realidad que ahora se consagrará de modo simbólico admitiendo que la manifestación del sábado no la presidan las autoridades del Estado. De producirse esa foto de una manifestación encabezada por taxistas, mossos, sanitarios en la que los grandes dignatarios del Estado forman parte del séquito, será lo más destructivo para la Corona, a falta de un referéndum sobre la Monarquía. 

Si este mes de agosto está siendo decisivo para el futuro inmediato del sistema político español, excuso decir el próximo de septiembre.

dilluns, 21 d’agost del 2017

El interés general

La política no es una profesión. Los políticos detestan que les digan "políticos profesionales". Pero casi siempre intentan hacer carrera en la política. Rajoy lleva más de treinta años. Y así siempre que pueden. No tienen otra actividad que la política. En principio, la justificación es el servicio al bien común, al interés general. Eso ya es harina de otro costal. En la inmensa mayoría de los casos están al servicio del interés general pero interpretado por los de su partido, corriente o facción. Y en algunos, ni eso, pues están al servicio de sus intereses personales y los de sus allegados. Lo llaman privatización y han invertido fortunas en convencer a los votantes mediante poderosos think tanks de que ese es el progreso, el bienestar de la colectividad.

Es una patraña, por supuesto pero, aun así, lo menos que cabe pedir a los políticos profesionales es que sean competentes. Es de risa que ese ministro, antiguo juez, luego alcalde de Sevilla por el PP y hombre de partido dé por terminada una operación que sigue abierta. No ya porque la pifia no sea llamativa, sino por el desconcierto orgánico que delata. O la operación la planeó el ministerio y los mossos que desmienten se han injerido en donde no les corresponde, lo que no  coincide con los hechos, o la operación es de los Mossos y el ministro no sabe ni lo que dice. Cosa grave, tratándose de un ministro del interior. responsable del interés general de la seguridad ciudadana.

Al llamado de este patinazo sale a la luz una serie de prácticas del gobierno central en cuanto a coordinación de las fuerzas de seguridad, dotación de plantillas, etc., que en lo relativo a Cataluña induce a pensar en una mala fe rayana en el boicoteo de la acción de los cuerpos de seguridad catalanes.

A pesar de todo, la respuesta de estos cuerpos y del conjunto de las instituciones catalanas en la emergencia del atentado ha sido universalmente alabada por su rapidez, contundencia y prudencia. Parte importante de esta pronta reacción ha sido la actividad inmediata de las instituciones y los políticos catalanes que han aparecido desde el primer momento al frente de la situación. Las autoridades del Estado llegaron con retraso, se reunieron con los organismos que no intervenían en la operación y se concentraron en los aspectos protocolarios. Por descontado, todo ello hubiera sido mucho más difícil, incluso imposible, sin la colaboración directa y en masa de una población que ha sabido responder de forma ejemplar.

El Estado no ha hecho acto de presencia de utilidad alguna para el interés general, salvo, según parece, poner palos en las ruedas y hacer declaraciones ridículas. Cataluña funciona como Estado de hecho en su propio territorio. Sus consejeros hablan y actúan como ministros y, por cierto, con bastante más soltura y pericia que los del gobierno central, algunos de los cuales no han interrumpido las vacaciones y otros hubiera sido mejor que tampoco las interrumpieran.

Y la batalla se traslada ahora al protocolo. La CUP dice que no va a la manifa si la encabeza el Rey porque representa el negocio de armamento a las tiranías islámicas que luego financian a los terroristas. Está en su derecho. Puigdemont lamenta la decisión de la CUP y le pide que la reconsidere. ¿Qué va a decir? Es el presidente. Y la CUP la reconsiderará o no. Forma parte de las naturales discrepancias políticas entre gentes que están aliadas pero no son lo mismo. Claro que si no reconsidera y convoca su propia manifa, la CUP pondrá a muchos ante un dilema de conciencia y una división de la respuesta ciudadana que contradice el universal y un poco empalagoso deseo de unidad.

Por lo demás, el Rey estará ya informado de que no goza de universal simpatía entre sus súbditos. Algo que no le extrañará pues está siempre hablando de "nuestra democracia", que es cosa de acuerdos y desacuerdos, obediencia y desobediencia. En Cataluña hay una fuerte opinión republicana. A lo mejor sería sensato que la Casa Real excusara la presencia del Rey en la manifa pretextando un resfriado, por ejemplo.

Al fin y al cabo, la pareja real ya ha hecho el recorrido de los hospitales y ha distribuido abundante material fotográfico de sus majestades con niños, de esos que nadie quiere instrumentalizar para actos de mayores. Ya hay para varios reportajes de ensueño.

El interés general pide eficacia en la actuación de las instituciones al servicio de la población. Las manifestaciones afectan al terreno simbólico. Muy importante, desde luego. Pero lo decisivo es lo otro. Lo decisivo no es aparentar, sino ser.

Y Cataluña es.