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dilluns, 13 d’octubre del 2014

Querer no es poder.


Jaime Pastor (2014) Cataluña quiere decidir. ¿Se rompe España? Diez preguntas sobre el derecho a decidir. Barcelona: Icaria. 95 págs.
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Reseñar un libro de un colega y amigo, aunque sea uno breve como este, no es tarea fácil. Todo cuanto se diga será sospechoso de parcialidad, incluso aunque uno recuerde y pretenda seguir al pie de la letra la famosa frase atribuida a Aristóteles de Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad. Dado que el autor no es Platón y el crítico mucho menos Aristóteles, la cita alimentará otra sospecha de que se invoca precisamente para contravenirla y convertirla en su contraria: Soy amigo de la verdad, pero soy más amigo de Jaime. Sospechas fuera. Expresaré mi juicio imparcial sobre la obra. Habiendo confesado la relación entre comentarista y comentado, el lector se hará su juicio. Esta situación de mutuo conocimiento y amistad entre autores y recensionistas es más frecuente de lo que se supone porque suele ocultarse, lo cual vicia muchas reseñas en muchos y muy respetados medios. Y no sigo.

La cuestión España/Cataluña está que arde. Se aceleran los tiempos, se acumulan las propuestas, se calientan los ánimos. Todo el mundo quiere opinar. Y hace bien. Y también lo hacen los estudiosos que facilitan materiales para mantener el debate y ayudar a formarse opiniones. Consciente de esta necesidad, Pastor presenta una contribución sucinta, pero argumentada, exponiendo su punto de vista en un trabajo, poco más que un folleto, con un decálogo de preguntas y sus correspondientes respuestas. Pasaré por alto lo del decálogo, de tan evidente influencia bíblica, y acompañaré al autor en sus respuestas, no sin animarlo a que la próxima vez ponga más de diez preguntas o menos. Hay que secularizarse.

1ª. Los antecedentes históricos. Coincido con Pastor en que el contencioso viene de antiguo y en que la nota predominante de las relaciones España-Cataluña ha sido la hostilidad. Buen comienzo.

2ª. ¿Fue la Transición Política una oportunidad perdida? Para Pastor, el Estado autonómico ha fracasado y la respuesta es que, en efecto, fue una oportunidad perdida. En nuestros días se trata ya casi de un debate historiográfico, pero apunto mi discrepancia. En historia no hay "oportunidades perdidas" que, como cuestiones contrafácticas que son, solo sirven para echar a unos unas imaginarias culpas y quedar otros como príncipes. La transición fue lo que fue y la situación actual se explica, ante todo, por los comportamientos de quienes la administraron subsiguientemente, hasta llegar al día de hoy en que cada cual debe cargar con sus responsabilidades de lo que se hace aquí y ahora. Aquí y ahora.

3ª. ¿Fue la sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto un punto de inflexión? Nueva coincidencia. Claro. Fue la gota que colmó el agitado vaso al privar a Cataluña del derecho a considerarse nación con argumentos jurídicos que, o estaban fuera de lugar, o pretendían adelantarse a los acontecimientos mediante una especie de jurisprudencia preventiva dotada de una intuición profética que de jurídica no tiene nada.

4ª. De si la crisis tiene influencia en la "agravación del conflicto". Me parece una pregunta de relleno. Es palmario que esta crisis influye sobre todo lo conflictivo y lo no conflictivo. Y siempre para mal. Pastor aprovecha el hueco para dar por tardía la posible solución federal y hablar del proyecto "destituyente-constituyente democratizador" que pueda llevar a una "libre unión de los pueblos", según dice Gerardo Pisarello (p. 43),  asunto que confieso no tener muy claro de momento.
5ª. De si el soberanismo/independentismo catalán es un instrumento de la derecha nacionalista catalana. Otra pregunta ociosa. A estas alturas, la cuestión me parece redundante. Suficientemente claro ha quedado ya el apoyo, la raíz popular, del soberanismo. Que la derecha también lo apoye, al menos en parte, ya no quiere decir casi nada.
6ª. ¿De qué van los nacionalismos? Esta pregunta y la siguiente me parecen el obligado tributo que el profesor, el estudioso, el académico que lleva años rumiando tan difícil cuestión ha de rendir para no dar la impresión de hablar a tontas y a locas y mostrar que se ha quemado las cejas consultando tratados y viejos legajos para llegar a alguna conclusión respecto a esa endiablada quisicosa de qué sea una nación. Pastor se remite a la celebrada definición de Benedict Anderson, para quien la nación es una comunidad imaginada y aclara, aunque me parece innecesario, que imaginada no es "inventada". Coincido con él, por supuesto, en la medida en que esta visión desecha todo intento de definición objetiva y se remite al ámbito de lo subjetivo. Pero creo ir un poco más allá al afirmar que esa subjetividad se fundamenta en una voluntad colectiva. La nación es el producto de la voluntad colectiva mayoritaria (no necesariamente unánime) de ser una nación. Por supuesto, los problemas empiezan a partir de este momento. 
7ª. ¿Y el derecho de autodeterminación (DA)? Aquí se explaya el autor, con un recorrido por las vicisitudes del concepto, desde el lejano origen kantiano, pasando por la Iª Guerra Mundial, la descolonización y los casos más actuales en la antigua Yugoslavia y otros lugares. El autor hace tres precisiones en torno a ese derecho con las que coincido pero no creo que se deriven como conclusión de un proceso histórico anterior. En contra de lo que suele pensarse las cuestiones históricas tienen escaso peso substantivo en la viabilidad de las opciones políticas. Estas precisiones son: 1ª  el DA es un derecho colectivo; 2ª está desvinculado ya de su marchamo descolonizador; 3ª puede ejercerlo no toda la población de un Estado sino la parte que, con suficiente fundamento, quiera ejercerlo. Ninguna de las tres propuestas está libre de polémica pero el sentido común y la comprobación práctica reciente indican que son aceptables.
8ª. ¿Qué es el federalismo y por qué no aparece como una alternativa creíble? El federalismo, dice Pastor, tuvo su momento pimargalliano, pero muchos avatares lo hicieron imposible. La resurrección de este zombie en la Declaración de Granada del PSOE, en 2013, no es satisfactoria porque, a juicio del autor, está fuera de la marcha de los hechos. Tiendo a coincidir con esta idea, reputando también inviables las propuestas de federalismo asimétrico, pero, con cierta prudencia, me guardaré de ignorarla alegremente entre otras cosas porque, vistas las demás opciones, quizá sea la única viable, al menos transitoriamente.
9ª. Los argumentos de los contrarios a la consulta. Nobleza obliga. El adversario debe hablar. Pastor identifica cuatro argumentos: 1º) no hay en España más nación que la española y pedir el reconocimiento de otras es un desatino o una cortina de humo para desviar la atención de cuestiones más importantes; 2º) la Constitución no permite consulta alguna de ese tipo; 3º) para hacerla habría que reformar la Constitución, se necesitaría el concurso del PP y eso es imposible; 4º) la consulta fractura la sociedad catalana. Todos estos argumentos se resumen en uno, a juicio de este crítico: la minoría no puede decidir su futuro libremente porque los dirigentes de la mayoría no quieren.
10ª. ¿Podría ser legal la consulta anunciada para el 9 de noviembre de 2014? Los acontecimientos de ayer nos ahorran grandes disquisiciones: no.
En resumen, un pequeño e interesante ensayo que argumenta a favor de una solución que, hoy por hoy, no se dará. 

dijous, 4 de setembre del 2014

España y Cataluña

Entrevista realizada a Palinuro por George Mills, redactor de The Local. Spanish News in English y publicada bajo el título de  Catalonia could be the shock Spain needs.

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Si el presidente de Cataluña, Artur Mas, consigue su propósito, la gente de la Comunidad participará en una votación el 9 de noviembre sobre su independencia del resto de España.

No hay garantías de que la “consulta” vaya adelante. El Parlamento español ha declarado que es ilegal mientras que el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, ha dicho repetidamente que recurrirá al Tribunal Constitucional español si Mas insiste en llevar adelante sus planes.

Algunas personalidades del partido gobernante en Cataluña empiezan a considerar otras posibilidades, al margen de la consulta, según un artículo publicado en “El País”, el diario español de centro-izquierda.

Pero ¿qué sucederá si la votación se produce? ¿Qué función cabe aquí al próximo referéndum en Escocia? ¿Cómo surgió esta última confrontación entre Madrid y Cataluña?

Para encontrar respuesta a estas preguntas, The Local habló hace poco con Ramón Cotarelo, director del Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Comencemos con el resultado más dramático posible. El 6 de octubre de 1934, el president de Cataluña, Lluís Companys, proclamó el Estado catalán. Los militares españoles tomaron el Parlamento catalán en diez horas y sofocaron la rebelión. ¿Podría pasar lo mismo ahora?

No. España no va a invadir Cataluña. Eso no va a pasar y nadie cree que se trate de una posibilidad real.

No obstante, es obvio que Madrid y Cataluña están enfrentadas en un conflicto grave. Y la cuestión real es que el gobierno central no tiene una respuesta a la situación.

¿Se producirá la votación el 9 de noviembre incluso aunque el Tribunal Constitucional la invalide, como se espera que haga?

La realidad –y es importante recordarlo- es que los partidarios de la independencia no tienen nada que perder. Tanto los grupos más radicales, como ERC (en la izquierda) como los más moderados, como CiU (partido centrista gobernante) están en una posición muy cómoda. Ello se debe a que pueden decidir ir adelante con la votación, aunque el Tribunal Constitucional la anule. Y el motivo es que consideran que el Tribunal es un instrumento del gobierno central.

¿Qué importancia tiene aquí el resultado del voto en el referéndum del 18 de septiembre sobre la independencia de Escocia? Un voto negativo, reduciría el apoyo a la independencia en Cataluña?

El voto escocés es muy importante por una serie de razones. Muchos catalanes, por ejemplo, ven el referendum y dicen: “¿por qué los escoceses sí y nosotros no?”

El resultado concreto del referéndum escocés, en cambio, es menos importante. Lo importante tanto para España como para Cataluña es que Escocia pueda hacerlo sin problemas.

El referendum de Escocia niega la legitimidad de la posición del gobierno central español. El presidente Rajoy ha dicho varias veces que ningún país democrático ha celebrado jamás un referéndum en contra de su soberanía territorial. Falso. Los canadienses lo han hecho dos veces con Quebec y los británicos una con Escocia. Lo importante en relación con el referéndum es el hecho de que se celebre.

Una última cuestión: aunque Cataluña llame “consulta” a la votación, es evidente que esta es un referéndum sobre el futuro de España.

El Partido Socialista español, el PSOE, apoya una llamada “tercera vía” en Cataluña con una España federal en la que Cataluña tenga más poderes. ¿Es esto posible o, como dicen algunos, es demasiado tarde?

En política todo es posible y nunca es demasiado tarde. El problema es que el PSOE ha escogido el federalismo como un mal menor.

Ese partido estuvo veinte años en el gobierno y no hizo nada acerca de Cataluña: lo cierto es que no está a favor de la independencia de Cataluña y tampoco es un partido realmente federal. Es como si quisiera ponerse la venda antes de la herida.

¿Sería diferente la situación en Cataluña si estuviera el PSOE en el poder en lugar del PP, conservador?

No veo gran diferencia entre el nacionalismo español de derecha y el de izquierda; pero sí hay una diferencia considerable en su actitud general.

El nacionalismo de la derecha Española está más en la tradición del nacionalcatolicismo, que fue la ideología dominante durante la dictadura de Franco, en la que la Iglesia católica controlaba muchos aspectos de la vida pública española. Y la forma de actuar del PP en este problema ha sido recurrir a sus procedimientos tradicionales y brutales.

Lo hemos visto en las declaraciones del ministro de Educación, Wert, sobre “españolizar” a los catalanes y en la negativa de Rajoy a entablar un diálogo apropiado con Cataluña.

Por otro lado, el PSOE se negó en 2006 a apoyar un nuevo estatuto de autonomía para Cataluña, al no admitir la definición de esta como una “nación” y porque daba excesivas competencias a la Comunidad. El resultado final fue un documento aguado.

Es una verdadera vergüenza que España no se diera cuenta de la importancia del Estatuto en aquel momento. (El Estatuto de 2006 sigue siendo un punto focal de discordia entre el gobierno central y Cataluña).

Con todo lo dicho hasta ahora, no creo que el PSOE actuara con mayor agresividad hacia Cataluña que el PP.

¿Cuál es la función que ha cumplido la idea de la desigualdad de financiación entre las comunidades autónomas en el surgimiento del nacionalismo catalán?

Desde luego, el dinero ha sido algo muy importante en el debate. Si observamos las cifras publicadas por el gobierno español vemos que las cuatro comunidades que son pagadoras netas a las arcas del Estado son Madrid, Cataluña, las Baleares y Valencia.

Esto significa que tres de los cuatro mayores contribuyentes son catalán-hablantes.

Pero también la lengua, la cultura y las tradiciones jurídicas propias son decisivas para entender a Cataluña. Cataluña tiene una larga historia y el presidente de la Generalitat es casi una figura patriarcal para los catalanes, algo que la gente en el resto de España no acaba de entender.

Hay que recordar que Lluís Companys es el único presidente democráticamente elegido y fusilado en Europa. Hay sentimientos muy profundos.

¿Qué función ha cabido a la crisis económica en el resurgimiento del nacionalismo catalán?

La crisis ha tenido una importancia grande, desde luego. Ha afectado a todo en la vida de los españoles, como todos comprueban a fin de mes.

Pero el problema fundamental en cuanto a Cataluña ha sido la falta de una perspectiva democrática en el gobierno. No nos equivoquemos: ha actuado de modo franquista, aplicando la tradición autoritaria española.

El PP no pudo acabar con ETA. El gobierno socialista anterior sí lo hizo. Así que ahora el PP quiere ganarse su propia medalla acabando con el independentismo catalán.

Y ¿cómo se siente usted personalmente respecto al deseo de una consulta de independencia en Cataluña?

Obviamente, es una pregunta complicada. Racionalmente hablando creo que los catalanes tienen derecho a decidir y hay que respetarlo. Por otro lado, me entristecería si se marcharan.

Pero quizá una Cataluña independiente sea la única forma de que los españoles comprendan la realidad de su país, que ha pasado de ser un imperio mundial a un país en andrajos.

España es un desastre y gran parte de su situación se debe a la incompetencia de sus clases dominantes, algo que procede del hecho de haber sido gobernada por extranjeros desde hace siglos.

Tome Gibraltar, por ejemplo. ¿Qué otra “gran nación” europea permitiría que una potencia extranjera controlara una parte de su territorio de importancia estratégica?

Lo que la gente tiene que entender es que el debate actual no es acerca de la independencia de Cataluña, sino del posible fin de España como existe actualmente.

Y quizá este sea el mayor efecto de la independencia de Cataluña: sería un choque enorme para la nación, algo que la sacudiera de su situación moribunda y la obligara a reaccionar reconstruyéndose sobre una nueva base.

El próximo libro de Ramón Cotarelo con el título provisional de “El ser de España y la cuestión catalana”, se publicará en octubre en Planeta, Barcelona.

dilluns, 10 de febrer del 2014

¡Ay, la legalidad!

Mas lo repite sin cesar: la consulta se hará dentro de la legalidad. Y eso es lo que aprobó ayer la Conferencia de IU sobre el modelo de Estado por 47,2% de votos favorables frente a 52,8% de negativos y abstenciones. Claro. Mas es un dirigente de un partido burgués, de orden. IU es una organización de izquierda radical y su núcleo, el Partido Comunista, tiene una tradición revolucionaria que se ha manifestado de sopetón dejando a algunos dirigentes perplejos, pues no se lo esperaban. Ahí es donde IU tropieza con un problema de clarificación frente a la opinión pública que no gusta nada de encarar. ¿Somos o no somos legales?

Mas lo tiene facilísimo. Si no puede hacerse la consulta directamente por impedimentos legales se hará indirectamente a través de unas elecciones que llaman plebiscitarias, pero dentro de la legalidad.

Para la tradición revolucionaria, específicamente la comunista, eso de la legalidad tiene un valor relativo, meramente instrumental. Sí, casi el 50% ha votado a favor de la legalidad; pero más del 50% lo ha hecho en contra o se ha abstenido. ¿Quiere decir que vota a favor de la ilegalidad? Seguramente no. Pero lo deja en un limbo impreciso al asegurar que el derecho a decidir es previo y superior a la legalidad y que el apoyo que se le presta es superior a esta.

Por contra, la ponencia sobre el federalismo con inclusión del derecho a la secesión ha recibido un apoyo cerrado, superior al noventa por ciento. Por lo tanto, la discrepancia no está en la cosa en sí, pues se reconoce el derecho de secesión, ahora prudentemente llamado derecho a decidir. La discrepancia está en el método, el modo de ejercerlo. 

El problema es que la vía legal es clara, previsible (aunque pueda dar sorpresas) mientras que la vía a-legal es imprevisible, incierta y, probablemente, deba ir justificándose sobre la marcha. Y ahí está esta compleja cuestión que formularemos como cadena de preguntas: 

- ¿Qué vías indiferentes a la legalidad -si no claramente contrarias a ella- se proponen y cuál es su alcance? 

- Y, para proponerlas, ¿se ha de esperar a que se agoten las legales o puede empezarse ya?

- ¿Se admite que, para saber el grado de apoyo de las propuestas, sea preciso concurrir a las elecciones?

- ¿Y no habrá que hacerlo como parte específica e independiente en lugar de como sector perdedor en la votación de la Conferencia sobre el modelo de Estado?  

diumenge, 26 de gener del 2014

Una provocación disfrazada de palo y zanahoria.

A la hora de comentar un discurso de Rajoy (o sea, una lectura en público de algo que alguien le haya escrito), es obligado avisar de que el crédito del orador es nulo. Quien asegura en Barcelona que mientras él sea presidente no habrá referéndum ilegal ni se fragmentará España es quien dijo que no subiría los impuestos (los subió); no pediría rescate (lo pidió); no tocaría las pensiones, (las bajó); no recortaría la educación y la sanidad, (las recortó),  etc., etc. El mismo que reconoció no haber cumplido su palabra, amparándose en la vergonzosa excusa de cumplir con su deber, cuando el único deber de un hombre cabal es cumplir su palabra y, si no, no haberla dado. O largarse con viento fresco.

El crédito de Rajoy es cero. Y menos de cero en Cataluña. Su palabra no vale nada. Pero no quiere decir que sus intenciones no sean aviesas. El mismo tipo que ha dicho en Barcelona en tonos casi místicos, que ama a los catalanes y se siente identificado con Cataluña es quien pidió firmas en contra del Estatuto, quien alentó el boicoteo a los productos catalanes, quien -prodigio de sensibilidad, previsión e inteligencia- calificó la Diada de 2011 de algarabía nacionalista y  es el responsable directo del aumento del independentismo por haber recurrido el Estatuto ante el Tribunal Constitucional, cuya estúpida sentencia al respecto en 2010 desembocó en esta situación. ¿Crédito de Rajoy en Cataluña? Menos de cero.

Fiel a su estilo, sobre las mentiras y las bravatas, la mayor confusión posible porque, ¿en calidad de qué hablaba? ¿De presidente del gobierno o del PP? ¿Y a quién hablaba? ¿A los militantes de su partido allí reunidos? ¿A los catalanes? ¿A todos los españoles? Imposible saberlo si no es con un análisis cuidadoso.

Alguien le dijo que diera imagen de firmeza. Así pues comenzó y terminó su breve e insulsa pieza con la misma "promesa": no habrá referéndum catalán.

¿Y qué razones esgrime para ello? Solo una: la ley y la Constitución no lo permiten. Una ley que él y su partido reforman cuando les molesta y una Constitución con la que hace lo mismo, con la impagable colaboración del otro partido dinástico. Para sus intereses y conveniencia, sí; para los de los demás, no. A los efectos de disfrazar tan irritante arbitrariedad, el orador se embarcó en una melopea teórica de maestro ciruelo sobre el sentido de la democracia y el Estado de derecho demostrando, además, que no sabe de lo que habla porque confunde los dos conceptos. Tanto daba, de todos modos, pues no sería su público quien se lo echaría en cara.

Terminado el hocus pocus de la Constitución y la Ley con que este menda fue a engañar a la tribu cataláunica, pensando que está compuesta por bobos, abordó el territorio de las realidades prácticas. Terminada la zanahoria, el garrote. Envuelta en lamentaciones, una sarta de amenazas: Cataluña independiente será más pobre, nadie le comprará nada, quedará olvidada en un rincón, fuera de Europa y de todos los tratados internacionales, sola, con la seguridad social en quiebra, sin poder cobrar las pensiones.

¡Ah! Pero para eso está él. Por eso -más amenazas- no cortará el grifo de su generosidad con el principado, siempre, claro, que los catalanistas abandonen sus proyectos y se sometan. Porque, ¿acaso no ha dicho mil veces que está abierto a todo tipo de diálogo? Véase, si no: se ha hecho 600 kilómetros de un salto para venir a decir a Mas (a quien no nombró, como si fuera un Bárcenas II) que está dispuesto a dialogar sobre lo que sea excepto sobre lo que a él no le dé la gana.

Coronó su inenarrable pieza oratoria con dos de sus habituales mentiras, una referida al pasado y otra al presente. La del pasado: España es la nación más antigua de Europa y Cataluña siempre ha formado parte de ella. La del presente: tenemos señales inequívocas de que estamos dejando atrás esta pesadilla de la crisis.

Dicen los del PSC que Rajoy es incapaz de resolver la relación de Cataluña y España. Cierto, pero, ¿quién ha dicho a estos ingenuos que quiera hacerlo?  No fue a Cataluña a resolver nada sino a mentir, amenazar y provocar a los nacionalistas, a ver si el conflicto se encona aun más, tenemos un lío y él puede ocultar que preside un gobierno dedicado a esquilmar el país, expoliar a los españoles, dejarlos sin trabajo, condenarlos al paro y la emigración, desmantelar el Estado del bienestar, conseguir que los ricos se enriquezcan, entre ellos él y su propia gente a base de sobresueldos y los delincuentes se libren de la justicia, por lo que les pueda tocar también a ellos mismos.

Y si para eso hay que provocar una fractura en España, la provocará.

Ese discurso es una provocación.

 (La imagen es una captura del vídeo de Público.)

divendres, 17 de gener del 2014

El problema español.

Los frentes están cada vez más claros y los puentes van rompiéndose. El País considera llegada la hora de la lucha por la unidad nacional y toma posiciones. Da la noticia y la interpreta al mismo tiempo. La decisión del Parlamento catalán no tiene salida. Adelanta incluso la respuesta del Parlamento español: no. Vale. La cuestión ahora es: ¿cuál es la salida? Para muchos, esta pregunta carece de sentido. Responden con otra: ¿por qué hay que buscar una salida? Las cosas deben seguir como están; los catalanes tienen que ajustarse a la Constitución y ya está. Por lo demás, cabe negociar.

Es un enroque. Frente a él los soberanistas catalanes probablemente mantendrán alto el nivel de hostigamiento institucional por todas las vías posibles, compatible con un clima de creciente desobediencia civil, a veces mayor, a veces menor, pero permanente. ¿Puede el sistema político español soportar esta continua tensión estructural? ¿O habrá que buscar una solución a pesar de todo? Piénsese en que, paralelamente a la cuestión catalana, se plantea la vasca y otros problemas de calado. No siendo el menor la agresividad del gobierno hacia el bienestar de la población en general, que lo ha deslegitimado para otros asuntos.

Frente a una probada ineptitud en el tratamiento de la cuestión nacional de los dos genios que rigen los destinos de los partidos dinásticos, mayoritarios, el sistema político sí reacciona poco a poco a los nuevos planteamientos. El aumento de la cantidad de los partidos se orienta por estos aires. UPyD y Vox comparten un postulado: la animadversión a las comunidades autónomas.

A su vez, el voto del Parlamento catalán ha sido fatal para el PSC y un golpe duro para el PSOE que, si no es con respaldo catalán, no tiene expectativas razonables de llegar al gobierno.

Es decir, los dirigentes no se enteran, pero está claro que el sistema español responde ante todo a la cuestión catalana; justo aquella frente a la que los dos partidos dinásticos carecen de propuestas porque no respeta los límites impuestos por el relato oficial de la oligarquía dominante Autodesignados administradores únicos de una realidad que no entienden, ambos partidos se obstinan en negar la realidad plurinacional de España, cuyo reconocimiento podría obligar a abrir  un proceso constituyente nuevo, una vez que el ciclo de la transición ha desembocado en la inoperancia.

No es una cuestión que puedan gestionar los dos dirigentes actuales que no están ni de lejos a la altura de las circunstancias, como se prueba por las valoraciones ridículamente bajas que les otorgan los ciudadanos. Y aun así resultan demasiado altas para lo que en realidad hacen, que es nada. Pero, eso sí, tampoco se apartan y dejan que otros con más empuje tomen el relevo. La rutina es una bendición. Los españoles tienen una extraña sensación de vértigo de estar quedándose sin país, que se les va de las manos a estos dos burócratas del poder, carentes de cualquier idea o propuesta con alguna perspectiva o iniciativa políticas. Y es que para esto no basta con llevar treinta años subido a un coche oficial y cuidando la imagen. Es algo para lo que se requiere lo que se llamaba estadistas, o sea, líderes, capaces de formular proyectos que susciten el apoyo de la mayoría de los habitantes de España, incluidos los catalanes, voluntariamente, por supuesto.

Pero, ¿en dónde están?

divendres, 13 de desembre del 2013

Toda pregunta es una ofensa a España.

¡Qué dura es la política! La guerra por otros medios y, como en las guerras, nadie puede prever en dónde ni cómo se dará la próxima batalla, ni quién la ganará. Estaban los dos partidos mayoritarios absortos en sus quisicosas, los socialistas en sus juegos sucesorios y los conservadores en sus tribulaciones penales a causa de la corrupción y su endurecimiento de la política represiva, cuando los nacionalistas catalanes les lanzaron el órdago de las preguntas del referéndum, poniendo el Estado patas arriba y sembrando el desconcierto en las filas españolas.

El momento no puede ser más propicio para los catalanistas porque la gobernación de España se encuentra en manos de los dos políticos (los líderes del gobierno y la oposición) más incompetentes que ha visto el país en muchos años. Dos profesionales del ámbito público, burocratizados, rutinarios, sin ideas ni visión, con unas valoraciones populares tan bajas que rayan en el ridículo; dos personajes que rechaza el ochenta por ciento de la población. Y con sobrados motivos. Ninguno de los dos se había tomado en serio la cuestión catalana porque no la comprenden y, en consecuencia, por más que se les ha avisado desde hace meses, no tenían respuesta alguna. 

Los socialistas, que sí habían barruntado algo (sobre todo porque han estado a punto de escindirse) se sacaron del baúl de la abuela una propuesta federal que jamás propusieron en sus largos años de gobierno y en la que, en el fondo, no creen. Rubalcaba se limitó a usar dos veces el twitter, una para decir que CiU lleva a Cataluña a un callejón sin salida y otra para asegurar que las preguntas son la actualización del derecho de autodeterminación, que los socialistas rechazan. Lo del callejón sin salida suena amenazador y será mejor darlo por no enunciado. La negación del derecho de autodeterminación tiene más enjundia. ¿Quiere acaso decir que todo lo que los socialistas rechazan (si es verdad que lo rechazan) es imposible e irrealizable? Será solo si depende de ellos porque, en principio, los socialistas también rechazan el capitalismo y conviven tan ricamente con él. 

La reacción del gobierno, el otro protagonista de tan exaltada jornada, no pudo ser más lamentable. Tampoco tenía nada preparado porque no cabe llamar preparación a esa bobada que lleva meses repitiendo Rajoy de que "España es la nación más antigua de Europa" que, sobre no ser verdad, tampoco quiere decir nada. Es obvio para cualquiera excepto para Rajoy que el hecho de ser el más antiguo de un baile no te garantiza que vayas a seguir bailando. Más antiguo era el Imperio Bizantino y sucumbió. 

Ignoro si el peculiar ministro del Interior puede considerar las preguntas propuestas para el referéndum como una ofensa a España pero, visto su comportamiento hasta la fecha, no sería extraño que mandara una compañía de antidisturbios a la Generalitat a identificar a los consellers e imponerles sendas multas de 30.000 uracos. 

Rajoy compareció en rueda de prensa con Van Rompuy y leyó una declaración institucional anunciando la firme voluntad de impedir la consulta catalana. La leyó porque este hombre es incapaz de decir nada de importancia sin leerlo y, aun así, no es infrecuente que se equivoque o que, queriendo improvisar, se desdiga de lo que acaba de decir. Dicha declaración descansaba sobre tres pilares, otras tantas falsedades que Rajoy pronuncia como verdades, como suele, pues está acostumbrado a que nadie lo contradiga:

Primera falsedad: el gobierno (este o cualquier otro) no puede negociar lo que pertenece a la soberanía nacional cuyo titular es el pueblo español. No es verdad. Lo hace continuamente y, a veces, consulta al pueblo (como en el referéndum sobre la Constitución europea en 2005) y, a veces, no (como en la reforma constitucional del art. 135 CE), según le dé y le interese.

Segunda falsedad: el gobierno ha hecho todo lo posible por fortalecer los lazos de cariño etc., etc., con Cataluña. No es cierto. Desde las recogidas de firmas contra el estatuto catalán y el boicot a los productos catalanes hasta las injerencias del ministerio de Educación en la enseñanza catalana, pasando por el dislate de la sentencia del Tribunal Constitucional, el gobierno y su partido no han hecho otra cosa que alimentar la división, el enfrentamiento y la hostilidad a Cataluña.

Tercera falsedad: Hay que obedecer la Constitución y las leyes. Una Constitución que el propio gobierno reforma cuando le place e incumple sistemáticamente y unas leyes que cambia a su antojo, cuando le da la gana, en defensa de sus intereses de partido o, incluso, de prácticas faccionales o corruptas. El gobierno carece de autoridad moral para exigir el cumplimiento de las leyes.

En general, carece de toda autoridad moral a causa del cáncer nacional de la corrupción en el que está metido de hoz y coz. Quiera o no. El caso Blesa, literalmente, hiede. Es esa conciencia de falta de legitimidad la que lo lleva a dictar leyes represivas, arbitrarias, injustas, leyes probablemente anticonstitucionales, que tratan de criminalizar el ejercicio de los derechos políticos y las libertades públicas. Como la vergonzosa Ley Mordaza.

A tono con ese espíritu dictatorial, autoritario, represivo, franquista, la rueda de prensa deparó otra desagradable sorpresa: de ahora en adelante será el propio Rajoy quien diga cuáles periodistas preguntan y cuáles no. Las preguntas, ya se sabe, son ofensas. Y antes de que, además, diga qué es lo que pueden preguntar, por fin, los periodistas han empezado a plantarse. Leo que en eldiario.es han decidido no acudir a las ruedas de prensa del presidente. Ya era hora. El ejemplo debe extenderse. Y no solo a los periodistas, que no pueden permitir esta humillación. También deben plantarse los partidos de la oposición en el Parlamento y negar la colaboración a lo que ya está siendo una burla.

Por lo demás, si los periodistas quieren ser más eficaces en su lucha por sus derechos (que, al fin y al cabo, son los de todos), además de no prestarse a ese atropello deben hacer algo más: informar a los mandatarios extranjeros antes de las ruedas de prensa qué odiosa práctica censora están justificando. Porque muchos de ellos no lo sabrán y, si se les informa, algunos, seguramente, se negarán a comparecer con un trilero de ese jaez que no hace ruedas de prensa sino que las escenifica como lo que son, farsas.

Del increíble follón de Blesa y el juez Elpidio Silva hablamos mañana.

(La imagen es una foto de La Moncloa aquí reproducida según su aviso legal).

dilluns, 18 de novembre del 2013

El derecho de autodeterminación de los catalanes.


¡Ah, qué tiempos aquellos de la Transición, cuando no era infrecuente ver a la izquierda del PSOE y del PCE en manifestaciones callejeras pidiendo el derecho de autodeterminación (DA) para los pueblos y naciones de España! Del Estado español, como se decía, con cierto complejo. Desde entonces, las cosas han cambiado mucho. Si hoy se pregunta a la izquierda postcomunista, a IU y asimilados, se obtiene una confusa cuanto medida respuesta afirmativa a regañadientes y llena de considerandos y matices. Si la pregunta se traslada al PSOE, la respuesta es un rotundo no. Hay que visitar los grupos de la izquierda más radical para encontrar clara empatía con el DA. Pero, ya se sabe, tales grupos son testimoniales, sin ninguna incidencia en la representación parlamentaria, que es donde se corta el bacalao. ¿Diremos así que, en el fondo, el cambio de 180º de los socialistas se debe a cálculos electorales en el supuesto de que el pueblo español rechaza por abrumadora mayoría tal DA? Algo de esto hay, sin duda, pero, por no ser injustos, habremos de presumir razones sinceras y de principios. Y escucharlas con atención y buena fe. En verdad, lo que este debate en general (el enésimo sobre la cuestión nacional española) pide a gritos es capacidad para argumentar racional y respetuosamente, escuchar y ser escuchado, intervenir en un intercambio esclarecedor, que nos lleve a algún sitio por fin. Como lo tienen o han tenido otros pueblos, Inglaterra, el Canadá, Chequia/Eslovaquia. No como ha resultado en la extinta Yugoslavia. ¿Será posible?

No lo sabemos. Los síntomas no son halagüeños. La derecha se niega a hablar del asunto. A Rajoy, quien no está dispuesto, según dice, a "jugar con la soberanía nacional" y para quien la nación española (obviamente, su idea de la nación española) es indiscutida e indiscutible, el concepto le parece una blasfemia. El hecho es que en España hay mucha gente convencida de que en la existencia humana hay algo indiscutible e indiscutido. Lo cual es peligroso. A esa derecha se suman, probablemente, millones de votantes que aplauden la determinación cerrada de Rubalcaba de que del DA ni se habla. Al margen de que esta actitud provoque un problema grave en el PSC que pone en riesgo una hipotética mayoría del PSOE (para la cual siempre han sido precisos los votos y escaños catalanes), al formar bloque nacional ambos partidos dinásticos, el peligro se acentúa. Peligro de polarización y enfrentamiento. Peligro de rechazo discursivo, negación a todo diálogo, cierre de filas ideológicas.

Los nacionalistas catalanes concitan una inquina aguda como traidores a España, a la nación española, que es la única que aquí cuenta por decisión, entre otros, del Tribunal Constitucional. Traidores somos asimismo quienes defendemos el DA de los catalanes; y peores, incluso, pues somos y nos reconocemos españoles. Incluso nos reconocemos nacionalistas españoles y aun más nacionalistas que los otros, los negadores del traído y llevado derecho. A diferencia de ellos, nuestra confianza en la nación española nos lleva a verla capaz de reconocer libertad de elección a sus hijos, lo que la hace más grande y verdadera nación, merecedora de que estos sus hijos elijan en libertad formar parte de ella, libertad que solo es tal si también pueden decidir libremente lo contrario. Si tan orgullosos dicen sentirse de su nación los nacionalistas españoles, ¿cuál es el problema de ponerla a prueba?  Enteca seguridad tienen en ella quienes desconfían del resultado de un referéndum de autodeterminación.

No es cosa de aburrir al personal recurriendo al trillado debate sobre los aspectos técnicos, filosóficos, jurídicos, políticos, históricos del DA: que si los derechos colectivos, el derecho internacional, la inexistencia de ejemplos en el mundo, los problemas de delimitación del sujeto, etc., etc. Todo se ha dicho y redicho mil veces, pero la cuestión subsiste. No solo en España, también en otros lugares y eso porque, con independencia de lo que sea en otros aspectos, el DA es una forma de poder constituyente y este es originario, no dependiente de reconocimiento o autorización previos. Si este derecho no pudiera ejercitarse sino en el marco de un ordenamiento jurídico superior, los Estados Unidos no existirían. Y con ellos, muchos otros. Ciertamente, es un argumento resbaladizo porque plantea la legitimidad de un derecho en contra del derecho vigente y, no pudiendo este racionalmente admitir un derecho a la revolución, lleva la cuestión al terreno de los hechos. Así es, así se plantea, con los riesgos consiguientes y así ha de tratarse.

La cuestión está más o menos zanjada al día de hoy gracias a la famosa decisión del Tribunal Supremo canadiense en el asunto de Quebec, en la que toma pie algún reputado jurista español, como Rubio Llorente, para recomendar que, pues la situación de hecho es persistente, generalizada y concita un amplio apoyo transversal en la sociedad catalana, lo sensato es arbitrar la vía jurídica para dar cauce a esa petición del DA. Por supuesto, Rubio señala que a él le dolería la separación de Cataluña porque concibe la nación española en sus dimensiones actuales. Muchos compartimos esa actitud pero pensamos que una cosa es lo que nuestros sentimientos dicen y otra lo que la razón y la justicia demandan.

Aquí es donde el nacionalismo español toca a rebato y despliega su abanico de argumentos que, en lo esencial son tres: a) el del nacionalismo banal; b) el de la sospecha y la deslegitimación; c) el del principio de la mayoría cuando no la soberanía nacional.

a).- En un inteligente libro de Germá Bel que acaba de salir (Anatomía de un desencuentro) y del que espero hacer una reseña en los próximos días, se recuerda el concepto acuñado por Michael Billig de nacionalismo banal para identificar el español, ese que ataca ferozmente los demás nacionalismos no españoles (en España, claro) en cuanto nacionalismos, dando por supuesto que él no lo es. Es un fenómeno muy conocido pero la expresión de Billig nunca me ha convencido porque, aunque la actitud esté bien descrita (esto es, un nacionalismo que, como el sonido de las esferas celestiales de Pitágoras, no es reconocible para quienes viven en él) el nombre no es el adecuado. Banal es un espantoso galicismo que quiere decir trivial, insubstancial. Y no es el caso en absoluto. En absoluto. Si se quiere definir ese nacionalismo español indiscutido e indiscutible, la expresión correcta es nacionalismo axiomático, algo tan evidente que no precisa demostración. Por supuesto, tratar los sentimientos, las identidades colectivas, con axiomas es perfectamente absurdo, con permiso de Espinoza.

b).- Sospecha/deslegitimación. También lo señala y refuta Bel: el nacionalismo independentista catalán es un juego de gana-gana de la oligarquía y la burguesía catalanas; como si el nacionalismo español no lo fuera también. La sospecha de las motivaciones turbias, fraudulentas es hoy especialmente aguda, pero siempre ha habido un fondo de desconfianza hacia ese nacionalismo. De hecho, la crítica marxista ortodoxa del último tercio del siglo XX lo entendía como un ardid de la burguesía catalana en la lucha de clases y la competencia con la burguesía central. Todo movimiento nacionalista esconde multiplicidad de intereses, pero es una forma de la denostada teoría de la conspiración el suponer que siempre hayan de triunfar los más sórdidos. Cuesta admitir que más del ochenta o el cincuenta por ciento de los catalanes (según lo que se compute) tengan motivaciones sórdidas.

c).- El principio de la mayoría, molde sagrado en el que se funde el de soberanía que corresponde al pueblo español. Los nacionalistas españoles más progresistas piden que sea un referéndum en toda España el que decida si los catalanes pueden hacer un referéndum, esto es, ejercer el DA por su cuenta. Confían en que el resultado será abrumadoramente mayoritario en contra del DA. Lo será, seguramente. ¿Y qué más? Las decisiones en democracia se toman por mayoría. Cierto. Pero mírese el asunto destotra manera: en España, por ejemplo, el "no" gana por el noventa por ciento y en Cataluña gana el sí por el setenta u ochenta por ciento. ¿Es justo que una minoría deba aceptar una decisión que la inmensa mayoría en su seno rechaza? "Bueno", responde el demócrata nacional español, "manda la mayoría en España. Que sean mayoría". Pero los catalanes jamás podrán ser mayoría como catalanes en España. Aplicarles el rodillo de la mayoría española no es juego limpio y, además, es absurdo desde el punto de vista práctico pues hoy no es pensable sofocar por la violencia una reivindicación nacional y la conllevancia orteguiana es un fardo muy pesado, que consume muchas energías, sin duda necesarias en otros menesteres urgentes.

Es tal el desconcierto del nacionalismo español puramente represivo que aun ahí lleva el catalán la iniciativa. Es lógico, tiene un objetivo poderoso, se sabe o se cree llamado a protagonizar una palingenesia nacional, la creación de la República catalana. Por contra, el nacionalismo español (de ambas orillas ideológicas) está a la defensiva, sin estrategia alguna que no sea el enrocamiento y la preservación del statu quo. Su objetivo es evitar el desmembramiento, una crisis que supone pavorosa. 

No, por ejemplo, atreverse a reformular la nación española sobre bases nuevas, con un Estado plurinacional y ofrecerla en buena fe y en pie de igualdad frente a las peticiones de independencia en un referéndum de autodeterminación al que los catalanes tienen derecho.

De eso, no quiere ni oír hablar.

(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).

dimarts, 8 d’octubre del 2013

Rosa Díez defiende España.


En un artículo publicado ayer en El País se preguntaba Rosa Díez  ¿Quién defiende a España? y se respondía que ella y, con ella, el partido Unión, Progreso y Democracia, del que es portavoz  porque, asegura, es la defensa de la mayoría. Díez y UPyD están en su derecho de defender lo que quieran, por más que lo defendido no parezca tener otra entidad -según lo expuesto por la autora- que la suma de los ciudadanos españoles. Esta suma, la ciudadanía española bajo el techo de la Constitución de 1978, parece a Rosa Díez un bien en sí mismo por el que merece la pena luchar frente a otros ciudadanos, también españoles de momento, que han dado en la flor de no querer serlo y de buscarse la habichuelas por su cuenta. Las razones de estos ciudadanos -únicos a los que Díez llama "nacionalistas", adjetivo que no se aplica a sí misma y del que parece abominar según la cita de Camus en cabeza del artículo- le resultan detestables, étnicas y hasta tribales.

Para ella, Díez prefiere el término patriota, lo cual nos pone sobre la pista del trasfondo no explícito del artículo: una aplicación a España de la doctrina del patriotismo constitucional, elaborada por cierta iuspublicística alemana en los años cincuenta del siglo pasado y paradójica conversión del espíritu alemán de la sangre y el suelo al nacionalismo liberal de raigambre francesa. Al haber fracasado el intento de los liberales españoles (los de verdad; no este remedo de la carcunda nacionalcatólica hoy gobernante) de conseguir lo mismo en España, vino bien hace unos años recurrir al hallazgo germánico. Y hacerlo ignorando que el problema de este préstamo hispano era el mismo en ambos casos, pues ni Francia ni Alemania hubieron de lidiar con naciones y nacionalismos contendientes de alguna magnitud que cuestionaran esa asimilación de la nación al ideal ilustrado liberal y a su objetivación constitucional.

Se escandaliza Díez de que la nación española carezca de defensores (llega a decir que los dos partidos dinásticos han renunciado a defenderla), siendo así que hoy se basa en la existencia de una Constitución que garantiza la igualdad de todos, con independencia de su etnia y del territorio en el que habiten. Una ciudadanía sumatorio de todos los españoles en aquello que tienen en común, por encima de los particularismos, el ser sujetos de derechos como individuos, no como razas, territorios o tribus. A ese propósito orienta Díez la acción política de UPyD.

El patriotismo es constitucional porque es la Constitución la que otorga los derechos a la totalidad del pueblo español, conjunto de ciudadanos que son tales por ser individuos sujetos de esos derechos. Esto es un razonamiento circular o falta un elemento sobreentendido. En efecto, se trata de la nación española, la que aparece en el famoso artículo 2 y que fundamenta la Constitución. Y ¿que existencia tiene esa nación? La que da la atormentada historia de España y ese artículo 2. La Constitución no otorga derechos sino que reconoce unos pre-existentes, pudiendo, por tanto, reconocer unos y no otros, a tenor de la decisión de esa previa nación española. La Constitución no puede otorgar el derecho de los españoles a tener una constitución, por ejemplo.

El razonamiento de Díez resulta desfasado pues retrotrae la controversia al punto de origen sobre los sujetos de los derechos cuando hasta un ex-presidente del Consejo de Estado y ex-magistrado del Tribunal Constitucional, Francisco Rubio Llorente, ve posible y conveniente realizar la consulta del dret a decidir de los catalanes. Tampoco es tan estrambótico. Se trata de una opinión dada con autoridad, en el sendero de otras también de mucho peso como la famosa recomendación del Tribunal Supremo canadiense en relación con Quebec y la actitud civilizada y pragmática de Gran Bretaña en el caso de Escocia. Habría que reformar la Constitución, dice Rubio Llorente. Bueno, otros piden modificarla con distintos motivos cercanos o alejados de este. La Constitución es una norma reformable. Es la nación la que decide. Y ¿por qué habría la nación de negar a una comunidad parte de ella el derecho a ser asimismo una nación con todos sus atributos si así lo desea una mayoría cualificada democrática en ambos casos (como nación española y nación catalana)? ¿Por qué no pueden los catalanes constituirse en una nación animada por el mismo patriotismo constitucional? Las expresiones peyorativas de "tribu", "etnia", "territorio", ¿no son asimismo predicables de los españoles?

Y aquí es donde la exposición de Diez alcanza su interés. En realidad,  no merecería la pena reflexionar sobre esta pieza de pobre retórica electoral en busca de los votos de una mayoría que, en realidad, es la del nacionalismo español, de no ser porque, en la exposición, se escapan a la autora dos gazapos muy reveladores respecto al contenido de este enfrentamiento entre nacionalismos en España. Uno de ellos es la referencia a la transición modélica que, mira tú, se ha descuajaringado. El otro el lamento por la ruptura de los vínculos con los que se estaba constituyendo nuestra incipiente ciudadanía española.

Dejo a los transitólogos críticos la carnaza de ese modélica que los pondrá a cien. Lo interesante aquí es el alfa y el omega del drama que pone en pie de guerra a Díez y la UPyD: la transición (o sea, la Constitución de 1978) y la ruptura de los vínculos etc. Hay varias interpretaciones de este lapso. Me voy a la más benévola.

¿Cuál es la nación española pre-existente que fundamenta la Constitución? Obviamente la media nación (para entendernos) del franquismo que se puso de acuerdo con parte de la otra media (la otra parte estaba bajo las cunetas y ahí sigue) para dotarse de una Constitución y hacerse respetable. Para lo cual empezó por aprobar una Ley de punto final (pues eso es la Ley de Amnistía de 1977) anterior a la Constitución. Tan modélica, obviamente, no fue. Habló la media nación franquista, nacional-católica. Los demás acataron y negociaron un lugar al sol con la promesa de un régimen democrático. De ahí viene la incipiente ciudadanía española. Estaba haciéndose. La Constitución fue un contrato. Una parte pagó en el acto y la otra difirió su cumplimiento. Y no cumplió.

Así se entendió en la época y eso es lo que los españoles votaron mayoritariamente (con las habituales pejigueras vascas) en 1978. Fue un gesto de magnanimidad ingenua. Pero funcionó mientras el reto a la unidad española provino de la violencia etarra, del terrorismo, incluso en los momentos más difíciles cuando este estuvo a punto de destruir el menguado Estado de derecho, convirtiéndolo a su vez en terrorista con los GAL. La democracia resistió y las gentes siguieron esperando el avance de España hacia una forma de democracia desarrollada a partir del compromiso de mínimos de 1978.

Pero había de suceder al revés. Silenciadas las armas, creció en potencia el nacionalismo pacífico catalán y, en paralelo, creció el nacionalismo de la derecha española, el nacionalcatolicismo de siempre. A lo mejor Zapatero pecó de ingenuo -la ingenuidad de la transición- al hablar del Estatuto catalán. Pero quien lo tumbó fue la derecha.

La derecha sin complejos, intacta en sus tradiciones gracias a la modélica transición que lleva ahora dos años arremetiendo contra el nacionalismo catalán, negándose a todo tipo de conversación o negociación,  acicateando su deriva independentista.  Hay quien dice que lo hace por pura brutalidad y desconocimiento. Hay quien lo atribuye a intenciones más bastardas como su uso a título de cortina de humo del caso Bárcenas o como medio perverso de destripar el PSOE.

Sea como sea algo está claro: el nacionalismo español enfrentado al nacionalismo catalán es el nacionalcatolicismo de siempre revivido en este gobierno de la derecha radical que, además, está desacreditado por su presunta corrupción. Lo cual, dicho sea de paso, es un elemento decisivo en la legitimación del independentismo por más que las elites conservadoras catalanas sean tan corruptas como las españolas. El nacionalcatolicismo que, cual sarpullido veraniego, se ha extendido por diversos puntos de España brazo en alto y que proyecta montar un espectáculo en Barcelona el próximo 12 de octubre.

Bueno, pues tal es la razón por la cual España no tiene quién la defienda, al decir de Díez. Ciertamente, cabe un nacionalismo español que no descanse sobre los bates de baseball, pero será preciso encontrar las razones que no aparecen por lado alguno en el discurso de Díez. Este consiste en propugnar una moral republicana (en hopalanda monárquica), cívico, laico, basado en la igualdad de derechos pero que niega de raíz el derecho de algunas minorías territorialmente localizadas a decidir por su cuenta. Tampoco hace falta afinar mucho. El discurso nacionalista español tendrá siempre amplio respaldo electoral. El franquismo tuvo mucho apoyo social. A la vista está. Ahí hay votos, pero ¿para qué?

De seguir la dinámica como va, la negación del derecho de autodeterminación lleva en último término al empleo de la violencia institucional. Es de suponer que casi nadie abogue por soluciones militares (excepto algunos militares) pero, ¿acaso serán más viables y más sostenibles en el contexto europeo las soluciones civiles de la suspensión o la declaración del estado de excepción?


(La imagen es una foto de www_ukberri_net, bajo licencia Creative Commons).

diumenge, 15 de setembre del 2013

Análisis de la carta.

Rajoy ha tardado cincuenta días en contestar la carta de Mas. No se ha precipitado. Es razonable, por tanto, pensar que la suya estará muy meditada, sopesada y medida. Nada será casual. No lo son los cincuenta días. Es un modo de indicar a Mas su posición subalterna. Que espere. ¿Desde cuándo los superiores contestan a los inferiores cuando estos quieren?

Más sutil es el error en la dirección: Pina de Sant Jaume, una dirección inexistente. No es un error, sino una tergiversación adrede. Más subalternidad. Los señores suelen equivocar los nombres, los apellidos, las direcciones de los subordinados. "Oiga, Alfonso, digo Arturo..." Una forma de salir del brete de verse obligado a escribir "Plaça Sant Jaume". Y menos mal que no la dirigió a "Pira de Sant Jaume". Eso hubiera sido más de Rouco Varela.

El contenido es típico del estilo del presidente. Ofrece diálogo sin fecha de caducidad (seguramente aportación de Arias Cañete a la misiva) y abierto. Mas debe sentirse muy honrado pues el presidente le ofrece generosamente lo que niega a los periodistas (cuyas preguntas no admite), a los diputados (cuyas interpelaciones bloquea), a los cargos y militantes de su propio partido (a quienes ha impuesto un silencio de omertà) y hasta al cuello de su camisa. Un presidente mudo, oculto, desaparecido, se muestra abierto a charlar de lo que sea con Mas. Aquilátese el valor de la oferta teniendo en cuenta que ganó las elecciones prometiendo dar la cara y llamar al pan, pan y al vino, vino.

Sostiene Rajoy que el mejor servicio a la legitimidad democrática que usted invoca es precisamente respetar ese marco jurídico en el que los gobiernos hallan su fundamento y legitimidad. Aparte del estilo cantinflesco, se trata de una formulación típica del más obtuso positivismo jurídico conservador, según el cual la legitimidad procede del marco jurídico, o sea, del derecho positivo, y no al revés. Es obvio: la justicia emana de la ley, sin duda, pero mucho más emana la ley de la justicia. No perdamos, sin embargo, el tiempo, con disquisiciones teóricas y vayamos a lo práctico. ¿Así que la legitimidad emana del respeto al marco jurídico, a la ley? Vale. ¿Qué fue lo primero que hizo Rajoy al tomar posesión? Reformar la Ley de TVE para poder nombrar con los votos de sus solos diputados a un comisario político como director. ¿Qué ha hecho con el marco jurídico laboral? Literalmente, cargárselo. ¿Qué con la ley de educación? Derogarla con una trapacería indigna. Si por respetar el marco jurídico se entiende cambiarlo cuando nos incomoda para ponerlo al servicio de nuestros intereses, ideologías o caprichos, ¿cuál es el valor de la admonición a Mas? ¿Respete usted el marco jurídico que a mí se me antoje?

Dice asimismo Rajoy que hay fuertes vínculos que nos mantienen unidos que y no se pueden desatar sin enormes costes afectivos, económicos, políticos y sociales. Hay un eco como de amenaza y, para mitigarlo, añade el presidente que es preciso fortalecer esos lazos y huir de los enfrentamientos. Y eso lo dice quien quiso promover un referéndum contra el Estatut, apadrinó campañas de boicot a los productos catalanes; quien tiene un ministro que quiere "españolizar" a los niños catalanes y quien ha impuesto un presidente del Tribunal Constitucional para quien en Cataluña se educa en el desprecio a la cultura española. Formas sutiles de estrechar lazos.

Lealtad recíproca pide quien no ha sido leal ni a su propia palabra.

Terminemos. La carta de respuesta podía haber ido en blanco. Total, tampoco responde claramente a la petición de Mas. No llama al pan, pan; ni al vino, vino. No dice que no. Dice que deben seguir trabajando para resolver los problemas reales de los ciudadanos. Sabida es la tendencia de los catalanes a resolver los irreales.

En realidad, Rajoy había escrito otra carta y, como no le dejaron enviársela a Mas, se la encomendó a Palinuro, que la publicó hace un rato.

divendres, 13 de setembre del 2013

La respuesta.


Estuvieron esperando en silencio, a ver si la cadena humana por la independencia fracasaba para montar luego una campaña de desprestigio del nacionalismo catalán. Los medios públicos de comunicación ocultaron los preparativos y censuraron todas las noticias que pudieran dar cuenta de la manifestación de la Diada. Como si no existieran. El presidente del gobierno no contestó a la carta de Mas pidiendo negociar la consulta. Los demás gobernantes no encontraron tiempo para pronunciarse sobre la jornada reivindicativa y hasta los portavoces del partido, habitualmente arrogantes y largos de lengua, desaparecieron misteriosamente. Se trataba de ningunear la Diada, por si se podía escamotear la cuestión catalana y no afrontar la necesidad de acometer un replanteamiento de la planta territorial del Estado.

Pero la cadena fue un éxito. No conozco cifras oficiales u oficiosas que, como siempre, variarán mucho. Pero la cadena cumplió su objetivo de cruzar Cataluña de norte a sur. Cuatrocientos kilómetros, metro a metro, medidos por miles, cientos de miles de ciudadanos cogidos de la mano. Una manifestación de voluntad cívica, democrática y pacífica. Un acto de apoyo social masivo a una decisión política de autodeterminación que el gobierno catalán y la mayoría parlamentaria que lo sustenta tendrán ahora que plantear abiertamente al conjunto del Estado.

Y frente a eso el gobierno del Estado no tiene nada, ni una propuesta, ni una respuesta que no sea un "no" sin paliativos, nada preparado. No plan B en caso de inoperancia del A, esto es, que la Diada fuera un fiasco. Nada pensado; nada preparado. Y no es solamente porque el caso Bárcenas lo tenga en vilo sino porque, de siempre, la derecha española carece de propuesta integradora frente a los nacionalismos que no sea el recurso a la fuerza. La poquedad es un rasgo del nacionalismo español de siempre pues tampoco la oposición ha tenido una actitud brillante. El PSOE se ha sacado de la manga una confusa propuesta de reforma de la constitución que solo denota la falta de interés que ha puesto en el asunto.

Donde no hay nada preparado se produce lo espontáneo. Y espontáneas fueron las respuestas cuando ya era evidente que el acto cívico multitudinario había sido un éxito. Los primeros en echarse al monte fueron los de la dialéctica de los puños y las pistolas en la librería Blanquerna. En estos momentos parece ya hay doce detenidos. Faltan tres. Conocemos los nombres de varios de ellos, alguno con antecedentes policiales por hurto. Nada extraño. Otros, militantes de organizaciones derechistas. Habrá que investigarlos a todos, ver si tenían conexiones con las Nuevas Generaciones y cosas así. De momento estos quieren seguir actuando. Preparan una manifa españolista el 12 de octubre próximo en Barcelona, a ver si hay tomate, que no será así porque habrá más policías que manifestantes. En todo caso, es preciso instar la ilegalización de todas estas organizaciones terroristas.

Algo más ducho en el uso de la palabra, aunque tampoco gran cosa, un contrito García Margallo hacía unas declaraciones que mostraban el impacto de la Diada en lo más coriáceo de la derecha española. Este Margallo era el mismo que el día anterior, en el estilo más bravucón, que le es inherente, sostenía que la Constitución solo tiene dos artículos (el 1º, 2 y el 2º ) y el resto es literatura. Una expresión que lo define como un auténtico zopenco, primero por despreciar la literatura y segundo por ignorar que la Constitución tiene muchas cosas, mejores o peores, pero nada desdeñables. En este caso, además, la bravuconada se le ha helado en el gesto y, al reconocer que la Diada ha sido un éxito, acaba reconociendo que el gobierno tiene que escuchar la voz de la calle. O sea, la literatura. Lo justifica con razones cuya incoherencia solo es inferior a su insubstancialidad. Dice sentirse español y le duele, asegura, que haya catalanes que no compartan ese sentimiento pero pretende resolver la cuestión dejando de lado los sentimientos. En fin, da igual. No sabe lo que dice. Y, por cierto, quizá debiera pensar un poco antes de abrir la boca acerca de si el ministro de Asuntos Exteriores es la persona más adecuada para comentar asuntos catalanes, salvo que ya esté reconociendo que se trata de asuntos de otro Estado.

Forzada por lass circunstancias y ante el habitual silencio de Rajoy, la vicepresidenta se ha creído obligada a decir algo. Y ha acumulado otra bobada. Contestando al parecer a Margallo, ha asegurado que el gobierno escucha a todo el mundo, incluida la mayoría silenciosa. Es difícil escuchar a los silenciosos, sean o no mayoría y, además, tampoco este gobierno goza de buen oído. Si no escucha a la mayoría de españoles que reclaman con poderosa voz explicaciones pertinentes sobre sus asuntos de corrupción, no se ve cómo lo hará con los que no hablan.

La reacción más esperada y esperable, la de Rajoy, ha sido la habitual: ni palabra. Como si la cadena humana, el referéndum, la secesión reclamada de Cataluña no fueran con él. Él está a lo suyo, que tampoco se sabe qué es pues lo mantiene en secreto. No se sabe qué es lo que ha hablado con Mas; tampoco se sabe a qué se ha comprometido con los EEUU a propósito de Siria. No se sabe nada de él ni él cree que sea deber suyo informar a la ciudadanía. Algunos conocedores oficiosos, personas vagamente relacionadas con él, amigos de amigos o videntes del PP dicen que su plan es el de siempre: esperar la esscampada, el anticlímax, como dicen los refinados. Es muy cómodo dejar que las cosas se sepan de esta forma indirecta porque así pueden desmentirse tranquilamente.

En definitiva, parece que el propósito del presidente es seguir conversando a las escondidas con Mas, en la confianza de que este cederá y todo se arreglará mediando algún tipo de acuerdo económico. Se pretende reducir el momento de renacimiento del espíritu nacional catalán a una cuestión de pasta. Ignoro si esta pretensión encajará en la forma y en el fondo con los nacionalistas catalanes. Desde luego, a él lo retrata.

dilluns, 3 de juny del 2013

El dret a decidir.


Xavier Vidal-Folch (2013) ¿Cataluña independiente?. Madrid: La catarata (142 págs.)



Xavier Vidal-Folch es un reconocido periodista, abogado y licenciado en Historia Contemporánea que ha desarrollado su labor publicística en distintos puestos de El País, edición catalana. Todas ellas condiciones idóneas para tratar con conocimiento de causa esta "cuestión catalana" cuya repentina recrudescencia actual muestra que, como siempre, es un problema irresuelto y acaso hoy más acuciante que nunca. El autor lo hace con competencia, mesura, objetividad y con cariño para ambas partes de este sempiterno contencioso.

Se abre el libro con una introducción magnífica, probablemente lo mejor de la obra, en la que se sintetizan los momentos claves del siempre problemático encaje de Cataluña en España en los últimos doscientos años. Tiene una prosa excelente y hace acopio de referencias a fuentes clásicas y modernas, demostración de que se trata de algo que el autor viene estudiando cuidadosamente hace bastante tiempo con sensibilidad para los aspectos jurídicos e historiográficos. De este modo Vidal-Folch nos sitúa ante los antecedentes y en el marco general del problema en cuyas aristas de actualidad entrará luego en su condición de periodista. El meollo de su exposición parte del supuesto indudable de que el contencioso catalán no es flor de un día, ni capricho de nacionalistas o de populistas delirantes, ni mera pantalla para escamotear otras cuestiones como las políticas de derecha, la corrupción, etc.

La introducción contiene ya la formulación de la hipótesis de Vidal-Folch, muy bien expuesta por él mismo: "de forma que ni España ha logrado domar (o seducir) a Cataluña, ni Cataluña ha tenido suficiente fuerza (ni deseo) para marcharse de España. Ni España ha podido convertir el hecho diferencial catalán en elemento político puramente residual, ni Cataluña ha logrado, pese a distintos intentos, federalizar España" (p. 9). El resto del libro es una demostración más al detalle de esta mutua impotencia, este callejón sin salida, este laberinto que condiciona la historia de España decisivamente desde fines del siglo XIX. Y lo hace examinando los acontecimientos que han venido dándose, sobre todo, a partir de la famosa Diada de 2011, que se entendió como un giro copernicano del nacionalismo burgués tradicional hacia el soberanismo a raíz del disgusto producido por la sentencia del Tribunal Constitucional del 28 de junio de 2010, por la que este órgano -entonces en horas bajas de prestigio por diferentes motivos- desactivaba los elementos políticos más importantes del proyecto de nuevo Estatuto que había sido aprobado por el Parlamento catalán, el español y el pueblo de Cataluña en referéndum (pp. 32, 85). Esa Diada llevó a un Mas entusiasmado a adelantar las elecciones autonómicas a 2012 y a cosechar un resultado bastante frustrante para él porque, si bien dieron como resultado un ascenso notable del independentismo (ERC y CU), también trajeron una merma sensible del nacionalismo moderado (pp. 21-27). La opción soberanista perdía puestos pero se radicalizaba.

Si alguien cree que esa radicalización es injustificada y solo refleja la obsesiva (e injustificada) queja de los catalanes por lo que consideran el maltrato español, que reflexione sobre el hecho, debidamente subrayado por el autor en varias ocasiones de que algunos de los artículos del Estatuto anulados por el Tribunal Constitucional, están sin embargo en vigor en otros textos fundamentales autonómicos (en Andalucía y Valencia, por ejemplo) que los habían tomado casi al pie de la letra del catalán. 

Para Vidal-Folch, la sentencia fue el detonante de un aumento de la desafección catalana hacia España que se agudizó merced a lsas "operaciones recentralizadoras del PP" (p. 41) que el autor enumera una a una: descenso de las inversiones, corredor del Mediterráneo, normativa sobre aeropuertos, hospitales, impuestos, tasas y cajas de ahorros (pp. 50-56). La culminación de estas operaciones fue el infausto propósito del ministro Wert de "españolizar a los niños catalanes" (p. 56). Ciertamente, una intención inepta en grado sumo para formulada por alguien que dice partir del principio incontestable de que los catalanes son españoles y, por lo tanto, también los niños catalanes. Querer españolizar a los españoles se me antoja algo absurdo, pero no insólito en nuestro país en donde, en tiempos de la última dictadura la España que "españolizaba" era la nacional-católica. La que ahora vuelve a querer "españolizar".

Contiene el libro un par de capítulos aclaratorios sobre la situación económica actual de Cataluña, la crisis y la petición de rescate (p. 60), así como un examen desapasionado de la muy enconada cuestión de la balanza fiscal y el supuesto "expolio" de Cataluña por España (p. 75) a raíz del fracaso del encuentro entre Mas y Rajoy en el que el primero no obtuvo del segundo su objetivo de un "pacto fiscal" al estilo vasco-navarro (p. 87). No hubieran estado de más aquí mayores datos y estadísticas que ilustraran sobre lo cierto o incierto de la petición del nacionalismo catalán.

Vidal-Folch estudia con mucho acierto los argumentos que se debaten en torno a la posible independencia de Cataluña, la situación en la Unión Europea, los distintos aspectos jurídicos y políticos del hipotético referéndum, del dret a decidir, etc (p. 96). Presta asimismo atención a los argumentos del nacionalismo español, el renacimiento del "síndrome centralista" (p. 113) con sus concomitantes rumores de reacciones violentas y más o menos soterradas amenazas de intervención militar. Su inteligente examen de las propuestas de reforma constitucional en sentido federalista, tanto de dentro como de fuera de Cataluña, muestra una vez más que la del federalismo (una de las opciones que el mismo autor considera) es una solución muy difícil de implantar por razones de todo tipo, empezando por la de que, en el mejor de los casos, los nacionalistas solo aceptarían un federalismo asimétrico, generador, sin duda, de nuevos agravios.

En definitiva, un libro sucinto, claro, bien argumentado, en el que no hay nada nuevo, salvo un intento de exponer en sus justos términos un problema que afecta como ningún otro al futuro de España. Al respecto no es de echar en saco roto que el autor, de quien cabe colegir que en la famosa matriz identitaria se considera a sí mismo "tan catalán como español",  dé a entender resignadamente, aunque lo formule entre interrogantes que, según van las cosas, un choque de trenes pueda ser inevitable.

dijous, 16 de maig del 2013

El paso del tiempo.


Extraigo la imagen del twitter de Ramón Tremosa, eurodiputado de Convergència i Unió, y profesor de economía en la Universidad de Barcelona. Obviamente se trata de un montaje que circula por la red. Una foto de un jovencísimo Pérez Rubalcaba, casi adolescente, flanquea un texto entrecomillado, cuya autoría se le adjudica, con una declaración de principios sobre el derecho de autodeterminación que se da de trompadas con lo que el fotografiado dice casi cuarenta años después. La intencionalidad parece bastante clara: poner a Rubalcaba ante su propia incoherencia conceptual.

Por supuesto no se trata de lo que en las redes se llama un fake, una falsificación. La imagen probablemente sea auténtica. Carezco de medios para comprobarlo y, en realidad, es irrelevante. Su función es accesoria, consiste en cargar de sentido el texto adjunto y para eso valdría aunque el fotografiado fuera otro siempre que se le pareciera.

Lo importante es el texto y este sí es reproducción fidedigna del apartado 1º de la resolución sobre Nacionalidades y Regiones aprobada en el Congreso del PSOE, en Suresnes, en 1974. Por entonces, Rubalcaba tenía veintitrés años y estaba en la primavera de la vida. Un poco pronto para ir soltando doctrina por los congresos. Además, ese fue el año de su ingreso en el partido. Aunque el joven Rubalcaba hubiera ido de delegado al congreso, que no lo sé de cierto, habría que demostrar que el tenor de esa declaración fuera de su estricta autoría porque eso es lo que se da a entender al entrecomillar el texto y atribuírselo sin más al hoy secretario general. Sin embargo, las resoluciones de los congresos no llevan firma personal y, en lo que se me alcanza, Rubalcaba pudo haber asistido al congreso, haber votado en contra de esta proposición y, no obstante, haber sido esta aprobada. De ser este el caso, no sería cierto ni, por lo tanto, justo, adjudicar a Rubalcaba un pronunciamiento tan contrario a lo que hoy dice. El señor Tremosa haría bien en revisar esta cuestión y cerciorarse de que lo que atribuye a Rubalcaba es, en efecto, de Rubalcaba.

Ese es el asunto, el fondo del asunto, el derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones de España. El mismo Rubalcaba de la imagen, con cuarenta años más, sostiene que el derecho de autodeterminación no existe. Dudo mucho de que haya defendido personalmente jamás el derecho de autodeterminación, ni siquiera cuando era más joven y tenía pelo, ni siquiera aunque fuese un poco transgresor y libertario, como se usaba por entonces.

En fin, si no Rubalcaba, el PSOE reivindicaba un derecho de autodeterminación que ahora niega. Señalar esa aparente contradicción posee su lógica en la refriega política, pero tiene una valor relativo. Las gentes, los partidos, cambian con el paso del tiempo. Quienes antaño defendían un criterio, hoy defienden otro. Las circunstancias puede haber cambiado o ellos se lo han pensado mejor. O peor. Pero todo cambia. La eficacia  de emplear los cambios como arma arrojadiza está en relación inversamente proporcional al tiempo que haya pasado. Un cambio en menos de veinticuatro horas será siempre más llamativo y escandaloso que otro acaecido a la largo de cuarenta años. Lo escandaloso aquí, probablemente, sería que no hubiera cambios.

A mediados de los años setenta del siglo pasado, a punto de morirse el Invicto, la izquierda era más radical que ahora y más doctrinaria. El PSOE era marxista, hablaba de lucha de clases y se apuntaba a todas las reivindicaciones que sonaran a revolucionario y el derecho de autodeterminación así lo hacía. Con el paso de los años y la experiencia de gobierno, el Partido Socialista se ha convertido al nacionalismo español y el derecho de autodeterminación se ha quedado por el camino. Las razones por las que ha procedido así están muy bien expuestas en una artículo de Txiqui Benegas titulado Las confusiones sobre el derecho a decidir, aunque a Palinuro no le resulten convincentes.

dijous, 18 d’abril del 2013

Algo de lo que me quedó en el tintero en Singulars.


Estuvo bien el programa de TV3 Singulars. Jaume Barberá lo hace de cine. Consigue que te sientas en casa, pero mantiene un tono de exigencia y calidad al que hay que adaptarse. En resumen, bien. Una buena ocasión para exponer un discurso que, la verdad, encuentra exigua audiencia. Al terminar comenté a Barberá que me quedaba con algo del llamado "síndrome de la escalera", esto es, la sospecha de que me había dejado algunas cosas por decir y algunos puntos por matizar. Lo he meditado un poco y la mayoría puede quedarse por posteriores intervenciones o debates. Pero hay cinco precisiones que me gustaría haber hecho y hago ahora:

1ª.- El buen nacionalismo. Claro, es siempre el de uno. No soy excepción. Todos los nacionalistas necesariamente abrazamos un "buen" nacionalismo. Excepto, supongo, esos nacionalistas españoles que suelen decir que no son nacionalistas. En mi caso, me gusta pensar que mi nacionalismo es parecido al de cierto liberalismo español, empeñado en rescatar una idea de nación no tributaria de la tradicional, oligárquica y nacional-católica. Pero solo parecido porque, en último término el nacionalismo liberal se rinde al tradicional. La nación no se discute. El liberalismo español no confía en su idea de nación y no se atreve a ponerla a prueba. Sin embargo, la experiencia muestra que las grandes (y pequeñas, pero sólidas) naciones liberales se basan en el deseo de los pueblos que las componen de constituirlas. Esas naciones surgen de la fuerza centrípeta de la propia idea nacional.

2ª.- Las naciones no pueden -no deben- basarse en la fuerza. En todo caso, no me gusta pertenecer a una nación que obliga a otra a reconocerla como propia y única. Porque la nación es un sentimiento y sobre los sentimientos nadie está legitimado para legislar. Cuadrar el círculo sigue siendo imposible. Es imposible admitir una realidad plurinacional y hacerla compatible con la primacía de una de las naciones, ni siquiera utilizando logomaquias como la de nación de naciones. Siendo así, la nación solo es capaz de contrarrestar las fuerzas centrífugas mediante la represión y lo fuerza armada. Pero las naciones, dicho está, no pueden -no deben- basarse en la fuerza sino en la lealtad voluntaria a un acuerdo común. Si el celebérrimo plebiscito cotidiano de Ernest Renan quiere decir algo es esto. Como lo son casi todas las definiciones de nación al uso: el pacto entre los que fueron, los que son y los que serán, de Burke, aunque él, claro, no habla de nación -término que no le gustaba por ser abstracto- sino de la historia; la comunidad imaginada, de Benedict Anderson, etc.

3ª.- ¿Por qué no ha de estar basada la nación en el acuerdo? ¿Por qué el tema de la nación y su posible escisión o fragmentación ha de ser algo vidrioso, violento, irracional? ¿Por qué no pueden hacer todos los pueblos civilizados lo que ya han hecho otros como los noruegos y los suecos en 1905, los checos y los eslovacos en 1993, en la llamada "separación de terciopelo" o se aprestan a hacer ingleses/galeses y escoceses? ¿O la reunificación alemana -un proceso inverso- en 1990? Hasta la fecha era imposible reclamar este clima de sosiego y debate civilizado a causa de la actividad terrorista de ETA, que fue durante decenios el mayor obstáculo al objetivo que decía perseguir. Pero ETA ya no está, los partidarios de la autodeterminación que, al principio, eran todas las izquierdas pero luego se han ido descolgando, pueden ya exponer sus argumentos sin que los acusen de ser filoetarras, aunque nunca se sabe. En todo caso debe ser posible debatir estos asuntos como gentes civilizadas. ¿Por qué no empezar por preguntar a la gente qué quiere en vía referendaria y, con ese dato, convocar una Convención de la que salga una propuesta de acuerdo que se someta luego a decisión popular? Es una idea. Pero hay muchas otras. Merece la pena explorarlas. No podemos condenarnos a la repetición de la discordia, a la falta de entendimiento, al conflicto permanente.

4ª.- El debate debe ser de juego limpio, sin mala fe. Cuando los nacionalistas españoles descalifican el nacionalismo catalán, vaticinan que será incapaz de gobernar Cataluña y que esta va al desastre, deben tener cuidado porque lo mismo puede decirse de España en su conjunto, en especial hoy, con un país literalmente esquilmado, corroído por la corrupción, incapaz de proveer de trabajo a sus habitantes y de conseguir que no emigren. Y aun hay algo peor: un punto de vista de principio. Es muy ilustrativa la anécdota entre el general DeGaulle, presidente de Francia y Ahmed Ben Bella, secretario general del Frente de Liberación de Argelia en las conversaciones de Evian, en 1962, cuando Francia reconoció la independencia de Argelia: "¿Para qué quieren ustedes la independencia", preguntaba el general, "si no saben ustedes gobernarse?" "Mi general", contestó el líder rebelde, "reclamamos el derecho a gobernarnos mal".

5ª.- Y si no se quieren los aparentemente buenos consejos, mucho menos las amenazas. Suele el nacionalismo español -que no tiene un discurso elaborado, sistemático, coherente frente al soberanismo catalán- avisar de que, si Cataluña se independiza (posibilidad que, en otro contexto, ni considera sino que amenaza con el empleo de la violencia) España vetará su ingreso en la UE. Al margen de que España consiga o no hacer tal cosa en términos de poder, quiero creer que mi país no incurrirá en la ruindad de dificultar el camino de Cataluña como nación y Estado independiente ya que solo podría hacerlo por afán de venganza, cosa inadmisible. ¿No dicen los nacionalistas conservadores (españoles y catalanes) que los catalanes son españoles? ¿Y no merecen a los españoles respeto las decisiones de otros españoles? ¿O es que, en efecto, como sostienen muchos nacionalistas catalanes, los catalanes no son españoles?