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diumenge, 26 de març del 2017

La locura simétrica

Gran ocasión de ver una retrospectiva completa de Escher. Única en verdad, porque no es frecuente, a pesar de su enorme popularidad. Son unas 170 piezas del grabador holandés distribuidas por las salas del palacio de Gaviria, en la madrileña calle del Arenal, muy cerca del callejón de San Ginés. Por cierto, el palacio está bastante abandonado, aunque con las imágenes de Escher y la abundancia de explicaciones que, imagino, soltarán la audioguías obligatorias con la entrada, eso casi no se nota.

La exposición, muy bien ordenada, sigue un orden cronológico, desde las primeras xilografías de paisajes hasta las últimas litografías de los años cincuenta/sesenta, con las perspectivas imposibles que lo hicieron mundialmente famoso, Ascendiendo y descendiendo, Convexo, cóncavo, Belvedere, Relatividad, Cascada, Otro mundo, todos los cuales se pueden admirar en la exposición. Y es una curiosa experiencia porque en todas ellas, que juegan con la convergencia de perspectivas con el punto de fuga, el cenit y el nadir, cuenta mucho la posición del espectador, si mira desde arriba o abajo o desde los lados. Caso típico, el Belvedere, juegos de simetrías cristalográficas que arrancan de un primer encuentro de Escher con el triángulo de Penrose al que, andando el tiempo, añadiría la fascinación con la cinta de Möbius. Aunque Escher decía ser profano en matemáticas, los matemáticos lo tenían en altísima estima y él trabajaba con ellos de mil amores. Es muy curiosa la historia de la litografía Galería de grabados, 1956, que el autor no terminó pues distorsiona la realidad de acuerdo con una pauta que no acierta a reproducir hasta el final, por lo cual dejó el centro en blanco y puso su firma. Casi 50 años después, dos profesores de matemáticas de la Universidad de Leyden, dieron con la solución al descubrir que Escher trabajaba con una cuadrícula que se reproducía a sí misma en espiral, con lo que terminaron el grabado en el centro. El llamado efecto "Droste", el de una imagen que se repite dentro de sí misma hasta el infinito.

Algunos trabajos con esferas, incluido el famoso autorretrato en una esfera, confirman la influencia del Parmigianino y su célebre autorretrato en un espejo cóncavo. Igual que algunas de las litografías de simetrias, traslaciones, reflexiones a voleo con escaleras, columnas, ventanas, barandas, puertas, suelos, techos y gentes subiendo y bajando al mismo tiempo recuerdan mucho las abrumadoras construcciones de Piranesi en las que, sin embargo, no suelen encontrarse figuras humanas.

Lo más interesante de la exposición a mi juicio es ver la profunda, subterránea influencia de la cultura árabe en la obra del holandés. Como buen artista flamenco, sintió el llamado de Italia y allí viajó y allí se instaló durante años, prendado, cómo no, de la luz, aunque también de la oscuridad, como se ve en la encantadora serie de "Roma nocturna". Pero lo que más le atraía era la arquitectura popular del sur, las casas morunas de la costa amalfitana. Se fue de Italia a Suiza cuando el fascismo se puso pesado, pero antes había hecho dos viajes a España, a la Alhambra. En el segundo se llevó todos los motivos ornamentales que encontró cuidadosamente copiados con ayuda de su mujer. En ellos había descubierto el secreto de la división regular del plano, el tema que le obsesionaba, a través de aquellas figuras geométricas que lo ocupaban todo rítmicamente y podían prolongarse el infinito. Y ahí nacieron las teselaciones, por las que llegó a adquirir gran fama, algunas de las cuales, como Día y noche (1938) es universalmente conocida. Su aportación fueron los seres vivos, patos, pájaros, peces, serpientes, camaleones, personas, que no figuraban en las teselaciones arábigas.

Pero eran tan simétricas como como aquellas. Esa es una de las razones por las que se suele considerar que Escher es demasiado frío, racional, con prurito de perfección, lo que parece poco propio del arte que es, básicamente, sentimiento. No obstante, lucen en la exposición dos teselaciones únicas, las llamadas rellenos del plano I y II, que carecen de simetría y de toda regularidad y, con todo, son teselaciones pero en las que el autor ha ido creando las formas una a una, sacándolas de su imaginación y sin guiarse por pauta regular alguna. No hace falta decir que atraen mucho más que las simétricas y producen el placer de ir descubriendo formas ocultas, un poco al modo que suele hacerse con los cuadros de otro flamenco famoso, el Bosco.

dimarts, 11 d’octubre del 2016

Por amor al libro

Mi Universidad, la UNED, tiene el acierto de dedicar a exposiciones el espacio de acceso a la biblioteca. Es encomiable. Podía convertirla en una sala de espera con tresillos de plástico y una gran mesa de metacrilato en el centro con revistas de actualidad. Pero lo dedican a exposiciones, lo que es muestra de preocupación por los demás. Ya de paso quizá quepa cuidar la iluminación, sobre todo cuando hay vitrinas y mucho cristal, pero eso es menor.

La exposición actual es, muy apropiadamente, sobre libros. Pero no sobre libros históricos o primeras ediciones o ediciones príncipe, como suele suceder; no sobre los libros del pasado, sino del futuro. Sobre los libros que se están haciendo ahora. Contiene muestras de la obra de cuatro artistas jóvenes que forman el grupo llamado Libroz. La ceta se debe a que los libros suelen tener forma desplegable, como en el metro de carpintería y forman figuras quebradas, como cetas. Y también, según dicen ellos mismos, porque, siendo de Madrid, pronuncian Madriz, con cierto orgullo chamberilero. Además de ellos cuatro (Mela Ferrer, Mariana Laín, Javier Lerín y Miluca Sanz), traen a dos artistas invitados, César Fernández Arias y Damián Flores Llanos. Tienen formaciones, orientaciones y aficiones muy distintas y trabajan con materiales muy diferentes, pero los cuatro primeros mantienen el proyecto específico de Libroz. Todos aportan diversos objetos de muestra de su quehacer, los instrumentos de que se valen, las maquetas, muchas obras terminadas, curiosos libritos a veces con una cinta, casi como los jardines floridos de poesías para consumo de señoritas en el siglo XIX, pero de contenido muy distinto, hay grabados y ejemplares de obras de referencia de las autoras.

Se trata de la edición de libros de pequeño formato, desplegables, en tirada limitada, numerados y firmados. Los temas suelen ser gráficos, todo tipo de grabados, fotos, algún texto o poemas. Es un propósito singularísimo de convertir los libros, como tales, en obras de arte, con independencia de su contenido. Para recordarnos que son artistas y el contenido les importa tanto como la forma, han llenado el espacio de la exposición de frases brillantes sobre los libros de autores famossos: hay dos especialmente afortunadas, aunque no las sé de memoria porque, al pasar por alli con frecuencia, también cambio mi afición, según mi estado de ánimo. Las de hoy son una de la incomparable Emily Dickinson sobre que para viajes a lejanas tierras, el mejor navío es un libro. Aún no se había inventado la aviación. Otra del también incomparable Ramón Gómez de la Serna según el cual los libros son pájaros con cien alas para volar. Hay quien dice, no recuerdo quién, que sobre los libros está todo por decir. Es verdad, pero sobre los libros y sobre todo, empezando por el ser humano, que es el que los escribe, los dibuja, los ilustra, los imprime, los difunde y los lee.

Claro, los libros. Estamos acostumbrados a pensar en ellos a partir de la invención de la imprenta en Occidente (porque en la China llevaba siglos), primero los incunables y luego la libre reproducción que condujo al libre pensamiento, el intríngulis de la civilización occidental. Los libros simbolizan todo en la historia de la humanidad, son la historia de la humanidad porque en ellos se conserva el saber entero de esta. Por eso tienen esa enorme autoridad, ese prestigio y se les otorga esa importancia que tiende incluso a convertirlos en potencias sobrehumanas, celestiales o diabólicas. ¿Qué quemaban los nazis que hacían hogueras de libros?

Asimilar el libro al libro impreso creyendo que lo anterior a la imprenta no eran libros es un error. Sobre todo porque los antiguos los llamaban libros, tuvieran la forma que tuvieran. Los libros no son solo los pájaros de cien alas; también lo son los papiros, los pergaminos, las tablillas de todo tipo. Libro es todo soporte en el que la mano humana haya escrito algo con significado. La mano desaparece y el significado se queda. En realidad, los libros están en el origen de todo porque la única forma que ha tenido el ser humano de explicarse su origen es a través de los libros. El libro de las tres religiones monoteístas, la Biblia, se llama así, libro. En él habla el dios de todos ellos y a fe que es un dios belicoso, el "dios de la guerra". Un libro es el Tao te King que, a saber en que soporte se conservaba desde que Lao-Tse se lo dejara al guardian de la aduana a modo de porte hacia el Tao. Libro es el Libro de los Muertos, un libro de metafísica práctica, en que se enseña a los interesados las ceremonias de ingreso en el más allá.

¿A qué seguir? El libro es todo en Occidente y seguirá siéndolo. ¿Seguro? ¿Qué pasa con lo virtual? ¿No es el fin del libro? Pues claro que no. Es el fin de libro de papel, pero no del libro. Simplemente, toma otra forma, como lleva siglos, milenios, haciendo. Cuando el futuro llega, llega a través de los libros, de sus libros. Innecesario insistir en los múltiples aspectos de esta batalla perdida de los libros de papel.

El hecho es que, perdida o no, hay una batalla y esta exposición es prueba de ello, muestra de una vía de supervivencia de los libros en su infinita capacidad de adaptación. En muchas de estas obras hay intervención de ordenadores; son obras híbridas, en cierto mdo, ciberarte. En la época de la reproducibilidad técnica de las obras de arte, elevada al paroxismo en el espacio digital o ciberespacio, los artistas de Libroz tratan de singularizar e individualizar sus obras hasta donde se puede en compatibilidad con las tiradas en serie. Con esto no solo se exploran vías creativas, sino que se ayuda a sobrevivir al libro. Para los cascarrabias de siempre, este tipo de actividad solo delata una vuelta más en el camino del fetichismo de la mercancía. Pero no se ve por qué haya de ser mala una vuelta en un camino que nadie sabe a dónde va. Eso sin contar con que la relación con los libros de antaño también era fetichista. ¡Pues no hay libros escritos sobre la fascinación que otros libros ejercen! El arte es puro fetichismo y su relación con la mercancía es singular pues suele impregnar una obra o producto cualquiera a condición de que haya perdido su utilidad. Lo único que no puede ser el arte es utilitario.

Por eso, estos libroz del colectivo de ese nombre resultan tan interesantes y atractivos.

diumenge, 25 de setembre del 2016

Padre e hijo

No son raros los pintores que se dedican al arte tras los pasos de su padre. Con muy distintos resultados. Y tampoco es raro que, con esas desigualdades, padre e hijo consigan reconocimiento: Holbein (el joven) y Breughel (el viejo) son casos opuestos. También hay mujeres, por ejemplo, Artemisia Gentilleschi, hija del pintor Orazio Gentilleschi. Igualmente cuentan otras relaciones familiares. Goya casó con una hija de Bayeu cuyo estilo desarrolló; y el hijo de Bayeu, cuñado de Goya, pasa por ser el primer goyesco. O casos muy pintorescos, como el pintor yanqui Charles Wilson Peale, que tuvo un puñado de hijos e hijas, todas y todos pintores, a los que había bautizado premonitoriamente como Raphaelle, Rembrandt, Angelica Kaufman o Sophonisba Angusciola. 

Los dos Fortunys, Mariano Fortuny Marsal, que se había casado con una hija de Federico Madrazo, y Mariano Fortuny Madrazo, también eran padre e hijo; el hijo, además nieto de Federico Madrazo y bisnieto de José Madrazo, otro pintor. Cuestión de estirpe, supongo. El caso es, sin embargo que poco aprovechó al joven Fortuny la paternidad del Fortuny mayor, quien lo dejó huérfano a los tres años. No obstante también se dedicó al arte o, mejor dicho, a las artes, porque cultivó varias: dibujante, fotógrafo, grabador, diseñador de modas, escenógrafo, etc. No descolló en la pintura, en donde lo hizo su padre con una carrera brillantísima y de gran, aunque breve, fortuna y éxito social.

La Calcografía Nacional, instalada en la Real de San Fernando, expone una muestra de calcograbados de los dos Fortunys, pues tiene las correspondientes planchas, algunas de las cuales también pueden verse. La calcografía conoció buenos tiempos, antes de la llegada de la fotografía, que le arrebató la parte documental, de realismo, empujándola a la fantasía. Lo logra porque su resultado no está enteramente determinado por reacciones químicas sino que interviene decisivamente la mano del artista en los trazados previos.

Es buena idea contraponer las estampas de padre e hijo. El padre mantiene vivo un espíritu creador; al hijo se le nota mucho la tendencia más al género de arts and crafts. En Fortuny hijo influyó decisivamente Wagner y su idea del arte integral, casi como una revelación, como el efecto del padre que no había tenido. Viajó a Bayreuth, se impregnó del espíritu wagneriano y comenzó a pintar escenografías como las óperas de aquel. La exposición muestra una docena de estampas con ilustraciones del Anillo del Nibelungo que son muy interesantes, porque se apartan de las interpretaciones más habituales.