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diumenge, 10 de desembre del 2017

La izquierda reaccionaria

Palinuro lleva una temporada diciéndolo: el independentismo catalán ha hecho picadillo a la izquierda española; a toda ella, la ha destruido, la ha dejado sin discurso, sin margen de acción, sin propuesta ni alternativa. Y, además, a remolque de la derecha más cerril con la que parte de aquella izquierda, la socialdemócrata, se funde por entero.

Durante mucho tiempo, en el pasado, Palinuro se negó a admitir la famosa expresión de PSOE/PP la misma mierda es por considerarlo simplificador y, sobre todo injusto con la historia del partido de Pablo Iglesias y su militancia, que siempre tuvo por más democrática y de izquierda que sus dirigentes. Pero eso se ha acabado. Nuevos tiempos. Desde que el conflicto entre España y Cataluña se enconara a partir del desastre del Estatuto de 2006, emasculado por la comisión constitucional del Congreso bajo la presidencia del socialista Guerra y definitivamente asesinado por un Tribunal Constitucional que no era -ni es- otra cosa que una cámara judicial del PP, esta identidad, fusión de ambas formaciones, se ha impuesto con toda evidencia.

Nada une más a dos supuestos adversarios que contar con un enemigo común. En este caso, el que une al triuvirato nacional español, Rajoy, Sánchez, Rivera, el bloque del 155, es la lucha contra el independentismo catalán o secesionismo, como dice Sánchez. Así resulta que cuando Cospedal, la Aldonza Lorenzo de la política, dice que su gobierno ha convocado las elecciones del 21D para que gane el "constitucionalismo", nombre actual del golpismo, el alcalde de Valladolid, el socialista Óscar Puente, completa el cuadro dictatorial aclarando que, si no salen esos "constitucionalistas", se seguirá aplicando el 155. El PP y el PSOE están de acuerdo en que las elecciones valen si ganan ellos; si no, no se reconocerá el resultado y se seguirá con el estado de excepción de hecho del 155 hasta que los catalanes "aprendan la lección" y voten lo que ellos quieren, porque es lo constitucional, lo democrático, lo legal y, sobre todo, lo que a ellos les da la gana.

Encuentren un nombre para tan repugnante actitud que no sea fascismo o franquismo.

Pero hay más en esta identidad entre el PSOE y la derecha. Vista la intención de mantener el 155 después de las elecciones, calíbrese la mentira de Iceta, que este va repitiendo de plató en plató, de que se ofreció  a Puigdemont retirar el 155 si convocaba elecciones. Son muchos los platós de que dispone la derecha (PP/PSOE/C's), así que son muchas las veces que el candidato socialista ha mentido.

Y todavía hay más en esta unidad de acción neofranquista entre PP, PSOE, C'S: al anunciar Puente que el 155 no se retirará si los catalanes tienen la desfachatez de votar lo que quieran y no lo que a él le dé la gana, está reconociendo que manda sobre el 155, puesto que él, cuando menos, co-decide con el PP qué se hace con el 155. Es decir, es tan responsable como el PP de su aplicación y tan partidario de la dictadura "constitucionalista" como el partido fundado por Fraga, ese que consideraba que Catalunya es "territorio conquistado".

¿Qué tiene que ver lo anterior con la izquierda? Nada; y todo, en cambio, con el nacionalismo español, el nacionalcatolicismo, la idea franquista de la nación española que la izquierda ha interiorizado tan acríticamente que coincide en su idea y su práctica. El secretario general que ganara las primarias alzando la bandera de la izquierda frente al insoportable caudillismo de su rival Susana Díaz ha resultado ser como la pluma al viento del patriotismo español. Y sí, de anunciar que pediría la dimisión de Rajoy, ha pasado a convertirse en un tan fiel escudero que el otro se permite el lujo de engañarlo de vez en cuando, porque muy listo tampoco es. La prueba es que la repentina revelación de las viejas glorias imperiales no le va a servir de nada porque los fascistas cuyo voto corteja, no siendo tontos, votarán the real thing, el PP; y los que de izquierdas queden en sus pagos, se irán a Podemos, aunque en este asunto concreto, Cataluña, no cambiarán mucho de territorio.

El indpendentismo catalán ha dejado a Podemos tan fuera de juego como al socialismo, aunque más preocupado por disimularlo, sin conseguirlo. Las declaraciones de Iglesias de que el independentismo ha despertado el fascismo español son un intento de justificar la equidistancia y la exquisita neutralidad entre la víctima y el victimario, el agredido y el agresor, el encarcelado y el carcelero. Coinciden en todo con las "explicaciones" que aportan los intelectuales orgánicos del PP e, incluso, legitiman mucho más a la derecha franquista porque vienen a decir que ese fascismo estaba "dormido" y, por tanto es algo distinto del gobierno, de la administración pública, de las fuerzas de represión, de la judicatura, de los medios de comunicación; es decir, ese fascismo ahora despierto por culpa de estos indepes delirantes, baja del cielo, como el fuego divino sobre Sodoma y Gomorra porque no estaba activo en ninguna de las instituciones que esta derecha (presuntamente) corrupta y criminal administra a su antojo. Parece mentira que se pueda ser tan irresponsable.

Aunque nada frente a la reciente comparación que se ha hecho entre el independentismo catalán y ETA, comparación en la que se funden una profunda ignorancia (tanto sobre ETA como sobre el independentismo catalán) con una patente mala fe. Los dos datos que fortalecen el matrimonio de esta sedicente izquierda con la derecha franquista. En el fondo, el independentismo, viene a decirse, es ETA. De esta forma los responsables de esta aviesa intención, quieren resolver la cuestión pendiente de cómo explicar que, en contra de lo que se decía a los etarras, en ausencia de violencia puede hablarse de todo. También era mentira. Podemos y los jueces españoles resuelven la cuestión redefiniendo como violencia la manifestación pacífica de ideas y proyectos políticos. La ladina asimilación del independentismo esencialmente no violento con el terrorismo, justifica su represión con métodos, esos sí, esencialmente violentos. 

La fusión entre la derecha y la izquierda cuando de la cuestión nacional se trata adquiere tintes pintorescos con la intervención de Echenique, cuya perspicacia le lleva a la feliz fórmula descalificatoria referida al PDeCat de que, aunque la mona se vista de seda, mona (corrupta) se queda. Es una interpretación a la pata la llana de la vieja teoría izquierdista de que el nacionalismo es una cuestión de la burguesía. Y, ya se sabe, en donde hay burguesía, hay corrupción. La teoría ha resurgido recientemente para descalificar el independentismo sin verse obligado a razonar más al fondo de las cosas explicando por qué una reivindicación de la corrupta burguesía tiene el apoyo cerrado de la izquierda de ERC y de la más izquierda aun de la CUP. Echenique lo zanja con el asunto de la mona, sin reparar en que la mona se quedará mona, pero el independentismo aparece como un vestido de seda, paradigma, al parecer, de la elegancia. Más claro: lo que se critica, paradójicamente, es que la corrupta burguesía quiera parecer otra cosa. Pero esa otra cosa, el independentismo, es deseable, cosa que el propio Echenique descarta.

Como todos los descartes en esta partida que la izquierda española ha perdido. Suelen sentenciar sus partidarios más ilustrados que la izquierda no puede ser nacionalista porque es internacionalista. Y les parece algo incontrovertible, que muestra cómo los postulados independentistas, siendo nacionalistas, no son sino pulsiones tribales, primitivas, atrasadas, incapaces de remontarse a una visión básicamente internacionalista del proyecto de la izquierda. Algo que nada tiene que ver con los horizontes angostos de la nación. Algo distinto. 

Distinto. Estupendo. Exactamente ¿en qué? ¿Qué tiene que ver con el internacionalismo la negación del nacionalismo y/o independentismo ajenos? ¿En nombre de qué se niegan (y hasta se combaten y reprimen) estos? ¿En nombre del internacionalismo o en nombre de otro nacionalismo que se da tan por supuesto que ni se menciona? Lo cual es lógica medida de supervivencia porque, si se hace, deberá reconocerse que un nacionalismo vale lo mismo que otro; o sea, nada, según la doctrina de que la izquierda no es nacionalista sino internacionalista. Y, nada por nada, tanto da.

¿O no? ¿O lo del internacionalismo es un cuento de las mil y una noches y la izquierda española es española antes que izquierda?

Y eso explica, en parte, el impacto destructivo del independentismo catalán sobre la izquierda española. Esa revolución de nuevo tipo que se ha incubado y está desarrollándose ante las narices de quienes se llamaban revolucionarios a sí mismos sin haber sido capaces de olfatearla. Al contrario, dedicados a combatirla denodadamente, codo a codo con la derecha.Porque valen mucho.

dijous, 5 de maig del 2016

El discurso del centro

Felipe González publica hoy un artículo en El País titulado El espacio de las reformas. Es una pieza moderada, mesurada, genérica, un poco au dessus de la mêlée, con ese aire de estadista reposado y apacible que le ha gustado adoptar siempre y que, en buena medida, aún conserva, a pesar de algunas vicisitudes recientes y no tan recientes que no lo dejan en muy buen lugar. Continúa gozando de gran autoridad entre los suyos y también entre mucha otra gente. No, por supuesto, entre quienes sufren arrebatos de licantropía cuando oyen su nombre y empiezan a ladrar ¡Mr X!, ¡GAL!, ¡cal viva! Pero esas no son personas ecuánimes y entre ellas se encuentran muchas movidas por una mezcla de odio irracional y envidia. Reacciones muy frecuentes en nuestro país y que, sobre todo, afectan a aquellos  que han tenido una ejecutoria brillante y han hecho algo por la colectividad. Son gentes que encuentran esto perfectamente imperdonable y arremeten no solo contra González sino contra todos los que quieran reconocer en él algún tipo de valor, por mínimo que sea. Muy español.

Pues señor, es el caso que, en su artículo, por otro lado no muy bien escrito, con evidentes descuidos e insoportables anglicismos, González quiere huir de la imagen de hombre de partido a base de hablar por alusiones, sin especificar ni concretar nada. Pero ello no evita que, a pesar de sus intenciones, su artículo sea de partido y esté pensado para apoyar al PSOE en estas próximas elecciones. En lo esencial porque es un artículo con un discurso de centro, que es en donde el PSOE está tratando de situarse: un centro con una leve deriva izquierdista, esto es, la imagen tópica del votante mediano español, que suele situarse en un 4,5 en la escala de autoubicación ideológica siendo el 0 la izquierda más absoluta.

Argumenta González la necesidad de ese centro fabricando lo que los especialistas (y, probablemente él también) llaman con total impropiedad un maniqueo, esto es, dos opciones extremas (que, en el fondo, se intercambian favores) y enfrentadas que, de imponerse, causan males sin cuento. Es el aquilatado discurso del centro o del justo medio aristotélico que goza de gran veneración entre todos los pensadores y teóricos conservadores a la par que liberales desde los tiempos del estagirita. En verdad, sin embargo, ese centro hipotético no ha existido nunca ni existe hoy como ubicación objetiva, impersonal, con la que las gentes puedan coincidir sino que es un lugar imaginario inventado por el que se atribuye el conocimiento para saber cuándo y cómo los demás incurren en uno de esos nefandos extremismos. Era un privilegio cognitivo que se atribuía Stalin, quien detectaba "desviaciones izquierdistas-trotskistas" en unos o "derechistas-bujarinistas" en otros sin que ellos pudieran nunca entender de qué iba la acusación. Era indiferente: con su acendrado sentido de la igualdad comunista, Stalin los hacía fusilar a todos.

No está sugiriéndose aquí, líbrennos los dioses, que haya algún vínculo entre González y Stalin, al menos no con la claridad con la que él establece lazos entre los independentistas catalanes y los nazis. Simplemente se pretende señalar que esa aparente facultad crítica (de krinein, "separar", "discernir", en griego) no está tan clara como puede parecer. Allá por los años de 1920, como una especie de adelantado gonzalesco, Lenin escribía uno de sus incendiarios panfletos, El izquierdismo, enfermedad infantil de comunismo. En 1968, Daniel Cohn-Bendit le enmendaba la plana con otro titulado El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo. Ya se ve, pues, que esto de encontrar un centro objetivo, distinto de la voluntad del líder que dice que el centro es él, como el Estado era Luis XVI y el milagro José María Aznar, es cosa harto complicada.

Además de ser impreciso, el discurso centrista de González no es acertado. Es fácil, sí, contraponer el izquierdismo de Podemos al inmovilismo del PP (aunque no nombre a ninguno de los dos) y fabricarse una posición equidistante. Es fácil, falaz e injusto. En primer lugar el "inmovilismo" del PP no es tal sino un feroz ataque ultrarreaccionario, catolicarra y neofranquista contra los derechos de los trabajadores y los más débiles en general, protagonizado por una banda de ladrones. En segundo lugar, apareció mucho antes que Podemos, ya en noviembre de 2011. Podemos, por su parte, ha aparecido mucho después y como respuesta a la necesidad que experimentan los sectores sociales agredidos de defenderse, a la vista de la inactividad, la complacencia, cuando no la complicidad del PSOE con el ataque de los neofranquistas.

Otra prueba de esta falta de razón y de este juicio erróneo de González se observa en sus consideraciones sobre Cataluña, a la que tampoco menciona. Después de haber hecho mangas capirotes en los últimos años con sofismas inadmisibles sobre el derecho de autodeterminación de Cataluña y su condición nacional, González ignora que el acelerón hacia la independencia que han experimentado los catalanes ha sido resultado de la actitud recentralizadora y estúpidamente catalanófoba del PP. Venir a estas alturas con ofertas de reformas constitucionales para detener el proceso independentista es algo lamentablemente obtuso y anacrónico. Aquí se necesita algo más que una reforma constitucional. Los catalanes no quieren vivir al albur de que una mayoría pasajera dé un poder absoluto a un partido de bribones dispuestos a asaltar Cataluña y por eso, ahora, quieren irse. Dé una vuelta el señor González por Cataluña y advierta lo absurdo de su pretensión.

Añádase a todo lo anterior que el ánimo centrista de Felipe González no es en modo alguno el de Pedro Sánchez, mucho más anclado en la derecha del una, grande, libre.