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dissabte, 21 de novembre del 2015

Munch: El punto de fuga triste.

Exposición de Edvard Munch en el Thyssen, en Madrid. Ochenta obras de todas partes, especialmente de Oslo que, cuando él nació, se llamaba Cristianía, un signo más de una época: último tercio del siglo XIX y primera mitad del XX. En un país nórdico, Noruega. Munch viajó mucho por Europa y residió a temporadas en París y, sobre todo, en Berlín. Cambió pronto su primer impresionismo por el expresionismo alemán. En Alemania pasaron de odiarlo al principio (al punto de que le cerraron en siete días una exposición que ellos mismos habían pedido) a amarlo durante la guerra y la República de Weimar, a odiarlo de nuevo en tiempos de los nazis. Tiene en su haber la honra de más de veinte cuadros decomisados por ser arte degenerado, como los de Nolde, Kirchner, Marc, Grosz, Kokoschka. Claro que, según parece, los nazis los decomisaban pero luego se los quedaban. Tal se dice que Goebbels tenía obra de Munch. Muy habitual en los que predican hacer lo contrario de lo que predican.

Pero la mayor parte del tiempo, Munch residió en Noruega y aun le dio tiempo a ver cómo los alemanes la invadían en 1940. Nunca colaboró con ellos en nada a pesar de que se lo propusieron. No tenía intereses políticos. Había vivido una vida de tragedias, perdió a casi toda su familia muy pronto (la madre, a los cinco años), tuvo que luchar por salir adelante, sufrió muchos rechazos e incomprensión y él mismo era de un carácter difícil. Entre la supervivencia y el arte no le quedó tiempo para mucho más. Tenía un espíritu dado a lo melancólico y lo metafísico y por eso encajó bien en un principio en el simbolismo pero, luego, le quedó estrecho a la hora de concentrarse en los temas que le interesaban: la vida, la muerte, la soledad, el misterio, las pasiones. Así se instaló pronto en su estilo personalísimo, de un expresionismo punzante que ha producido obras mundialmente conocidas, como El grito, del que hay, además, multitud de versiones. Munch repetía algunas composiciones, figuras a las que tenía singular aprecio, incluso variando los soportes: óleo, lápiz, litografía, xilografía. Era tan buen grabador como pintor. Su pintura tiene mucho de grabado.

Vivió obsesionado con el Angst que aquí traducen por "pánico" y más parece angustia o ansiedad. El uso viene de Kierkegaard y lo expande Freud en alemán. Pero de angst está lleno el teatro de Ibsen y Strindberg, muy presentes en la vida de Munch que hizo decorados para obras de Ibsen y para el Peer Gynt. Y de angst está repleta su pintura. La exposición se divide en 9 secciones: Melancolía, Muerte, Pánico, Mujer, Melodrama, Amor, Nocturnos, Vitalismo y Desnudos. No sé si guardan algún orden. Sospecho que no. Quizá hubiera sido una idea aprovechar que hay muchos cuadros de los que componían El friso de la vida, para ordenarlos más o menos como el pintor los concebía, aunque eso tampoco esté muy claro.

Enredado en su peripecia personal, la muerte, la enfermedad, la tristeza están muy presentes. Pueden verse algunas versiones de su célebre niña enferma o la impresionante La habitación y la muerte. En esta se mezcla ya otro tema de crítica a la moral burguesa, la doble moral, como se denunciaba en el teatro de Ibsen. Los paisajes urbanos, las calles de las ciudades y sus ciudadanos. Pero la tendencia del artista es a pintar figuras humanas en primer término en paisajes naturales que de "naturalistas" no tenían nada. Munch había declarado la guerra al naturalismo. Pero no le hizo falta pasarse al cubismo, sino que creó su propia figuración. Sus paisajes son naturalezas interpretadas a base de colores y pinceladas cosa que hacía todo el mundo, por supuesto, pero impregnados del espíritu del tema humano que es siempre el intérprete principal de la composición y la mayoría de las veces en primer plano. Como si la naturaleza fuera en sentido estricto un producto del espíritu.

El tratamiento de la mujer es siempre sorprendente. La exposición muestra la Madonna, con la que, si no yerro, comenzaba el friso de la vida. Es obviamente una virgen con el torso desnudo, un estallido de irreverencia con gran carga erótica. El erotismo de Munch es intenso pero peculiar. Las distintas versiones que cabe observar de El beso, indican mucha pasión. No sé si es pasión o una forma de terror las también muy famosas imágenes de vampiras. La novela de Bram Stoker sobre Drácula se había publicado en 1897 y había sido un gran éxito. Los vampiros se hicieron populares. En cuanto a que fueran vampiras no ando muy seguro pero creo que hay una historia de Sheridan Le Fanu de vampiras. El erotismo de la sangre es patente.

Las mujeres son decisivas en la pintura de Munch. La habitan. Desde niñas con sombreritos amarillos, hasta difuntas y más allá, vampiras. El grito es figura andrógina y, por tanto, algo de mujer tiene.  Las edades de la vida, una muestra de pintura metafísica tradicional, en Munch son mujeres. O esa inenarrable composición de La mujer en tres estadios, también llamada La esfinge. Y, en efecto, casi siempre están como engastadas en paisajes personalísimos en los que es frecuente que aparezcan puntos de fuga en caminos, senderos, playas que dan una profundidad de tristeza y misterio a unas composiciones en las que se prescinde de la perspectiva.

La parte que el museo llama "melodrama" es la que se concentra en las pasiones, las relaciones humanas. Los cuadros de tema de celos son muy curiosos y remiten a ese mundo finisecular en que coincidían las pautas de la moral burguesa tradicional con los movimientos de emancipación de las mujeres. Varios de estos celos representan momentos antes de lo que tradicionalmente se llamaba crimen pasional y hoy asesinato machista.

En fin, que merece mucho la pena visitar esta exposición. Hay eco de Van Gogh, Gauguin, Toulouse-Lautrec y expresionismo alemán a raudales. Pero sobre todo está el propio Munch, con su obsesivo ánimo. Por cierto no sé si hay más de dos autorretratos y uno de ellos con una modelo. Se hubieran agradecido algunos más. Los autorretratos de este hombre son alucinantes. Bueno, como los de todos los pintores.

En fin, si no es por todo eso, merece la pena por una preciosa versión de El grito. Para quedarse pasmado pensando cómo diantres se consigue pintar un grito.