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dimarts, 1 de maig del 2018

Están desatados

Pero como potros salvajes. Todos los jueces y todos los fiscales piden a coro la dimisión del ministro. Ha de ser chungo eso de que te repruebe el Parlamento y, acto seguido, se te subleve la tropa y pida tu dimisión, ahora solo pendiente del paladio de M. Rajoy, el 155. Que no es poca cosa. 

Catalá no dimitirá porque tiene una tarea urgente que hacer: legislar en caliente sobre el juicio de "la manada" tras decir dos semanas antes que no se puede legislar en caliente. Sí, en efecto, es de pena. Pero todo en este ministro es de pena (no de lo penal sino de lo jondo), de asombro y chirigota. Eso de acusar con el dedo al magistrado discrepante lo deja a la altura del betún.

Y en la altura del betún lo increpa el presidente del CGPJ, pidiéndole que no haga una "utilización política" de la justicia. Algo pasmoso por dos razones: 1ª) porque, siendo ministro, está justo para eso, para utilizar políticamente la justicia y es lo que hace; 2ª) quien está para que evitar que alguien, quien sea, hasta los mismos tribunales, haga un uso político de la justicia es, precisamente el CGPJ. Y en esto, la verdad, es que su expediente es negativo. La judicialización del procés catalán ha politizado la justicia de forma que lo que hoy pasa por tal en España es una especie de causa general política contra el independentismo disfrazada de proceso penal en el que los jueces tratan de ahormar sus prejuicios políticos en normas jurídicas, fabulando sobre los hechos.

La única solución a este desbarajuste es suspender todas las acciones penales y persecutorias en general, restablecer el gobierno legítimo de la Generalitat y entablar un proceso de negociación de igual a igual, Catalunya-España. Como sucedió con el Estatuto de la II República, aunque más formalmente.

dissabte, 21 d’abril del 2018

El silbo terrorista

Se disponía Palinuro a subir un post sobre los silbidos, pitidos y estruendos que se escucharán hoy cuando se encontró con un artículo de Albert Pla en Público, Copa ¿del Rey? que en verdad le ahorraba la faena. Pla es músico y escribe como los ángeles, cristalino y elegante. Y recomienda aquello que es el secreto de la música: silencio. Calle el himno y callarán los silbos. Y se oirá el juego de los niños. Entre el punto de silencio y el contrapunto del juego de los niños brillan como gemas consideraciones sobre el título de la copa del rey, sobre el rey de la copa y el generalísimo de la copísima. Un tratado de hartazgo de esa estúpida y arrogante bambolla empeñada en provocar con un himno que solo puede oírse a golpe de máximos decibelios para sofocar el silbo terrorista.

La subida del volumen del son patrio se da ya por descontada pues, según parece, TVE ha comprado la exclusiva de trasmisión. Aquí el personal escuchará el himno aunque le revienten los tímpanos. Quizá quepa considerar esta medida como terrorismo auditivo. Y aun podía ser peor si suena con la letra que le ha colgado recientemente Marta Sánchez. Sería sadoterrorismo.

En todo caso, el independentista catalán va camino de convertirse en el silbo terrorista. El inenarrable ministro Zoido que lo es de Interior pero, por deformación profesional, se considera de Justicia, ya ha interpretado el silbo como violencia. Es un ministro ágil al husmear lo que el poder necesita: violencia. Hay que echar una mano a Llarena y Lamela, que no la encuentran; hay que orientar a los fiscales afiladores. El defecto es calificar los actos después de cometidos. ¿A quién se le ocurre? Luego aparecen vídeos que lo desmienten todo, documentos contrarios. Un desastre. Lo que hay que hacer, según el ministro-juez, es calificar los hechos antes de que se produzcan. Así, quienes silben hoy aunque sea a su perro, serán violentos. El silbo violento, ya se sabe; si puede ser gomero, si también vulnerado, ¿por qué no violento? A veces los silbidos y las chirigotas son más destructivas que la dinamita. 

Aun su calificación parece poco a este genio de la hermenéutica jurídica. Quizá sea la razón por la que el ministerio del Interior, el suyo, reproducía ayer en su cuenta de Tuiter el desgraciado artículo 573 del Código Penal (CP) sobre delitos de terrorismo con un comentario que es un insulto y una amenaza al mismo tiempo. Asegura que el CP "concreta" el delito de terrorismo cuando lo que hace es expandirlo en todas direcciones y dejarlo a difusas apreciaciones subjetivas de los que mandan. Esto es el insulto. La amenaza que lanza el ministerio de Zoido, el que multa a la gente por "comer pipas en actitud chulesca", es "por si alguien necesitara reflexionar este fin de semana". Más chulesco y amenazador, imposible. 

Pero ya tenemos el silbo delictivo intensificado de grado de "violencia" a "terrorismo"

Y esta gente pretende que los europeos la tomen en serio. Supongamos que Zoido en persona pilla a un silbador in fraganti y ordena a los jueces que lo procesen por terrorismo; que los jueces aceptan; que el silbador se va al extranjero. ¿Cursarán los tribunales una euroorden con acusación de terrorismo por silbar el himno en un partido de fútbol? 

Hagan caso a Pla: supriman el himno y suprímanse a sí mismos. Eso no quitará que los catalanes realicen alguna otra afrenta sonora o visual. Pero ya no será al sacrosanto himno. Al fin y al cabo la gente lo que quiere es jugar con la pelotita. No den más la brasa y vayan a presidir a Tabarnia o, mejor, a Sant Esteve de les Roures

dimecres, 24 de gener del 2018

Jueces políticos

Mi artículo de hoy en elMón.cat. Acostumbran a decir los juristas que cuando la política entra por la puerta, la justicia sale por la ventana. Y es patente. En especial cuando la justicia salta por la ventana para mezclarse directamente en la brega política, faltando así a su cometido. El nuevo episodio Pimpinela de Copenhague ha sido otro golpe devastador para el prestigio del Poder Judicial por tierras del infiel. Las explicaciones del juez Llarena sobre su pasividad o contraactivismo judicial han levantado una polifonía de voces de expertos en el país, horrorizadas de que el más alto tribunal actúe como brazo del príncipe.

En fin, de eso va el articulejo cuya versión castellana sigue:

La justicia política no es justicia.

El expresidente del Tribunal Constitucional, Pérez de los Cobos aspiraba a una plaza en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y este órgano ha calificado su aspiración con un cero. Si el humillante suspenso se debe a que ignora el inglés y el francés, las dos lenguas oficiales en la UE o a otras carencias es indiferente. Ese suspenso es como la navaja de Occam y demuestra que en el extranjero no sirve el enchufismo, el caciquismo y la fidelidad canina al tirano de turno para conseguir nombramientos como en España. Hay que demostrar capacidad en competencia limpia con otros aspirantes. No basta con ser amigo de Rajoy, militante del PP y estar dispuesto a lo que sea para servir al amo.

¿Qué interés tiene el gobierno en que Pérez de los Cobos ocupe un puesto para el que no vale? El de seguir contando con un juez obediente y de partido en un órgano en el que probablemente hayan de verse en apelación las decisiones que los tribunales españoles tomen en la causa general contra el independentismo montada por orden de ese mismo gobierno. Es el estilo de esta derecha franquista: utilizar a los jueces para su política partidista como antes empleaba a los militares. De ahí que manipule sistemáticamente el poder judicial, que proponga jueces de su partido y trate colocarlos siempre en sitios clave para que favorezcan su política partidista, incluso la supuestamente delictiva.

Pérez de los Cobos ya había aspirado el año pasado a esta plaza con el apoyo firme del gobierno, pero el Supremo anuló la propuesta porque llevaba una trampa (un ilegal límite de edad) que favorecía a su candidato y perjudicaba a los otros. Esto no hubiera sido óbice para que de los Cobos se calzara el nombramiento. El hombre está acostumbrado a hacer trampas y mentir para alcanzar sus objetivos. Cuando su nombramiento al Constitucional pasó por el Congreso, “olvidó” declarar que había sido militante del PP. Es decir, omitió la verdad con intención engañosa. O sea, mintió.

Así llegó a la presidencia del Tribunal Constitucional (TC) para garantía de que este Tribunal haría lo que quisiera el gobierno. Durante todo su mandato. Solo en su discurso de despedida se atrevió a decir este juez pepero que el TC había aceptado los criterios del gobierno como propios y tratado asuntos políticos que no le competían. Es decir, venía a reconocer que podía haber prevaricado al servicio del poder político. De ahí que, muy contento con la manifiesta catalanofobia de este juez de familia y educación franquistas (su padre fue militante de Fuerza Nueva), el gobierno volviera a apoyarlo para TEDH con el merecido resultado que ha conseguido.

Dictadura y prevaricación como forma de gobierno en España. La coyunda entre los gobernantes y el TC se repite ahora con el Tribunal Supremo porque en la lucha contra el independentismo catalán vale todo, incluso la conversión del seudoestado de derecho en una dictadura real.

No pudiendo aplastar el independentismo catalán por medios militares como les pide el cuerpo a los franquistas del gobierno, este ha movido a sus jueces para abrir una causa general contra el movimiento catalán, resucitar los “delitos de opinión”, restablecer el espíritu inquisitorial y perseguir a las personas no por posibles delitos sino por sus opiniones políticas. Los dos Jordis, Junqueras y Forn están en la cárcel por sus ideas y creencias de forma que, si se retractaran, el gran inquisidor, Llarena, los pondría en libertad en un acto que, no por beneficioso para los injustamente tratados, resulta menos injusto por tratarse de la pura arbitrariedad personal del juez, que sigue las órdenes del comportamiento dictatorial del gobierno a cuyo servicio está.

El juez del Supremo, Llarena, rechaza la petición fiscal de una orden de detención contra Puigdemont en Copenhague argumentando que no puede dictarla porque eso iría en beneficio del acusado que, según él fabula, quiere que lo detengan en Dinamarca para ser investido presidente por voto delegado cuando la investidura es ilegal.

Pero estos no son razonamientos de un juez, sino de un gobernante. Un juez tiene que aplicar la ley y no hacerlo o no según conveniencias políticas que no son asunto suyo. Por eso Llarena no actúa propiamente como juez (a pesar de las ineptas logomaquias de sus autos) sino como auxiliar a las órdenes políticas del gobierno. Es este el que no quiere investido a Puigdemont, legítimo presidente de la Generalitat. El juez lo que hace es cumplir las órdenes del gobierno o quizá orientarlo en su política de imposición nacionalcatólica española pero en ningún caso administrar justicia.

Porque la justicia de Peralvillo, propia de España (primero se ejecuta al reo y luego se le instruye la causa) jamás podrá ser justicia. Este es el momento en que los dos Jordis, Junqueras y Forn siguen en la cárcel por voluntad del gobierno y complacencia de los jueces que, como en Peralvillo, llevan unos meses inventándose los delitos para acabar haciendo un remedo de causa judicial antiindependentista.

Y esa es la intención con el legítimo presidente de la Generalitat: perseguirlo, detenerlo, esposarlo, humillarlo y exhibirlo en público, como un trofeo tan anticatalán como los cuatro millones de firmas “contra Catalunya” que Rajoy y los suyos consiguieron en contra del Estatuto de 2006 y con el que abrieron el camino a la independencia catalana.

diumenge, 7 de gener del 2018

¡Ah, qué tiempos!

Richard R. Weiner & Iván López (2017) Los indignados: Tides of Social Insertion in Spain Washington/Winchester: Zero books, (217 págs)
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Recordarán los lectores que, a principios de diciembre pasado, Palinuro daba cuenta de la publicación de la obra de teatro de Marcel Vilarós, titulada Mi abuelo fue a Cuba. Además de asignarme el ocasional papel (los grandes actores tenemos siempre comienzos modestos) Marcel me pidió un prólogo, que aparece antes de la obra con el título de Menos se perdió en Cuba.

De prólogos a postfacios, la vida es un balancín. Los profesores Weiner y López han publicado un interesante trabajo de investigación y reflexión sobre el fenómeno de los indignados que tanta alharaca mediática suscitó en los primeros cinco años de la crisis y su deriva político-institucional posterior de Podemos y sus confluencias. Para acabar de arreglarlo tuvieron la caritativa idea de honrarme pidiéndome unas líneas que figuran como "Afterword" en el texto.

El libro tiene muchos méritos. Enumerarlos haría interminable la reseña y no en todos los casos con la debida justicia. Es un trabajo académico, claramente expuesto y bien apoyado en fuentes empíricas, estadísticas y doctrinales. Pero, al mismo tiempo, es un ensayo elegantemente escrito, con capítulos de longitud muy desigual como desiguales son las cosas en la vida y en un estilo fresco y original. Es una rendición de cuentas de una cultura política desde dentro y fuera de ella, desde las perspectivas emic y etic de los antropólogos.

Weiner y López son ellos mismos indignados, se sienten indignados y, al mismo tiempo, son optimistas al considerar que el movimiento lleva a una potencialidad y realidad (especialmente en el ámbito municipal) de cambio emancipatorio por medios nuevos. Su conclusión está contenida en el título : mareas de inserción social en España. Reténgase el complemento circunstancial de lugar, España, pues es importante. Al fin y al cabo la idea de indignarse nace en Francia pero toma cuerpo en España. Un poco al modo en que, según Heine, la filosofía alemana soñaba con la revolución que los franceses hacían.

La idea y esperanza de los autores es que el movimiento indignados es una forma única, original, rizomática de reinserción social de una generación de marginados, desplazados y privados de futuro. A este extremo se ha llegado por la diabólica conjunción de una crisis económica que ha doblegado a los Estados como instituciones soberanas, haciéndolos incapaces de garantizar una gobernanza justa y un trastorno sociodemográfico sin precedentes en cuanto a esperanza de vida, robotización el trabajo y restricción del empleo.

Junto a Deleuze se recurre asimismo a Gorz por lo de la desaparición de la clase, que era un viejo y seguro mecanismo de integración. Junto a estas dos, el discurso de los autores tiene fuertes apoyos doctrinales en Lipset, Luhmann, Habermas, Turaine, etc., en un arco que va desde la primera "crisis de legitimidad" hasta las formulaciones de sociedades postcapitalistas, desde las elaboraciones teóricas de otro mundo es posible a la aplicación práctica de las plataformas antidesahucios, en fuerte hermandad de espíritu con el municipalismo del movimiento.

Los autores incluyen una especie de tabla cronológica de la evolución que estudian desde febrero de 2009 (formación de la PAH ) hasta el 3 de junio de 2016, lo que no obsta para que analicen el resultado de las elecciones del 26 de junio de ese año. La narrativa tiene una ruptura en 2014. Hasta entonces, se habla, considera e investiga a los indignados; desde entonces, el foco se pone en el desarrollo de Podemos y sus confluencias. La primera parte señala el movimiento Indignados como asambleario, rizomático, democrático, abierto, grass roots, desvertebrado, sin jerarquía, espontáneo y español. A este respecto, en un apartado relativo a la crisis del Estado de la Transición, los autores, dejan caer una observación, claramente dirigida a orientar a los lectores extranjeros que dice: For centuries, Spain scarcely developed a democratic culture (p. 47). Este es el sentido profundo de la determinación circunstancial de lugar antes señalada. Sobre el fondo de la resignada afirmación ha de entenderse la alegría, casi regeneracionista, con que los autores saludan y analizan el surgimiento de Podemos, y sus confluencias, surgidas según este avanzaba, al modo en que los seres humanos nacen de la tierra al paso de Cadmo tirando los huesos de su madre.

Para valernos de Luhmann, Podemos traía una promesa de poner en contacto dos sistemas que se habían distanciado, el político y el social, haciéndolo en el terreno que el sociólogo alemán considera coextensivo de la acción social: la comunicación. Es muy de resaltar cómo Podemos se crea un espacio mediático propio y prestado, novedoso, que posibilita esa comunicación entre los sistemas. La reiterada firmación de Iglesias acerca de la política bifronte de Podemos, en las instituciones y en la calle, bien claro lo deja. Hacia la calle, ruptura de la razón de Estado; hacia el Parlamento, la voz del pueblo. ¿O es una visión excesivamente radical?

Los autores dedican la segunda parte al análisis de Podemos como formación política, surgida de los "iracundos nietos del segundo aburguesamiento" (p. 69). Presionados por la precariedad, léase precariado, de Guy Standing (p. 103) que nos explica el carácter de movimientos anti-neoliberales estos "nietos" organizan partidos políticos alternativos. Podemos. El estudio de la organización incluye su estructura interna, sus tendencias, sus relaciones con los medios, su electorado, etc. y los sitúa luego sobre tres grandes fondos electorales: las elecciones locales de mayo de 2015 y las generales del 20 de diciembre de 2015 y 26 de junio de 2016.

Las municipales (y autonómicas) desplegaron una amplia variedad organizativa local que se articuló en las famosas confluencias. Un tratamiento específico de este asunto que tuviera en cuenta factores diversos como los distintos nacionalismos y/o peculiaridades locales requeriría otro libro. Señalada queda la importancia de las confluencias en la estructura de Podemos y la cuestión de hasta qué punto sean compatibles.

Las generales presentan otro cariz. Juegan consideraciones de gran política, alianzas, coaliciones de gobierno, mociones de censura, investiduras, la política institucional como vértigo. Sorpasso, conflicto interno en el PSOE, impacto de C's en el PP, todo este batiburrillo, acompañado de la presión lateral del independentismo catalán, cada vez más dominante, se resolverá (es un decir) a raíz de las elecciones de nuevo generales de 26 de junio. Los autores registran el fracaso del Sorpasso como determinante de la estrategia de Podemos, que pierde más de un millón de votos con su unión con IU en Unidos Podemos (p. 174).

A la espera de la evolución posterior, no hay inconveniente en saludar la fórmula propuesta por los autores de Podemos como un partido-movimiento, yéndose a buscar inspiración para ello al alma de varios movimientos partidos latinoamericanos, lo que traza el pedigrí del concepto laclaviano de "significantes vacíos" (p. 166).

Insisto en la claridad expositiva, muy útil para tema tan abigarrado. Y la audacia con que quedan planteados los dos temas cruciales a la hora de analizar conjuntamente los Indignados y Podemos: a) hasta qué punto llega esta conexión entre movimiento y partido y si Podemos es el representante, el albacea o el tapón del movimiento; b) hasta qué punto es compatible una estructura de partido con las confluencias y, especialmente, con una realidad tan inestable y cambiante como la política municipal, en un país que reverbera de "ciudades rebeldes" (p. 25), interesante concepto de David Harvey que me propongo investigar.


dimarts, 19 de setembre del 2017

El Estado mutante

Evelyne Huber et al., (2017) Transformaciones del Estado contemporáneo.Valencia: Tirant Lo Blanch, 519 págs.
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Al final, Palinuro se decidió a traducir el Oxford Handbook of Transformations of the State. No entero, sino solo la parte correspondiente a los 35 Estados de la OCDE. Es un texto de más de 500 densas páginas sobre algo de lo que todo el mundo habla y no siempre con suficiente conocimiento de causa. 

El Estado es la única institución universal, junto con el dinero, que en cierto modo es una emanación suya. Aunque hay quien dice que es al revés. No es el Estado el que respalda el dinero sino el dinero el que respalda el Estado. Como sea. Es una institución universal. Se ha repartido la tierra entera, y las aguas y los cielos y el éter celestial y el fuego de las guerras. Los elementos de los presocráticos. 

La realidad de los Estados y las relaciones entre ellos son cambiantes si no por naturaleza, sí por arte. Han evolucionado desde el sistema de Estados de la Paz de Westfalia de 1648, que suele darse como nacimiento del "Estado nación" en un mundo aún no enteramente conocido y dominado por Europa, al día de hoy, en que Europa ha perdido la hegemonía, pero conserva querencias.

Todo el mundo vive dentro de las fronteras de algún Estado. Pero no vive de la misma manera. Unos son ciudadanos (a veces de primera o de segunda), otros inmigrantes (legales o ilegales), otros, refugiados, otros minorías nacionaless o pueblos autóctonos. Tampoco los Estados son equiparables en prácticamente nada si no es el poder político, el territorio, por pequeño que sea, y su población. Las diferencias territoriales son abismales y también las de poder político. Teóricamente todos son soberanos. Pero la soberanía es un tipo ideal que poco tiene que ver con la realidad, aunque en unos casos menos que en otros.

Las gentes vivimos nuestras vidas en el marco de unas estructuras, las del Estado, de las que no somos conscientes. Los ciudadanos saben que los Estados son conjuntos de leyes, normas, usos, costumbres, tradiciones que se dan por supuestas y de cuyas variaciones y evoluciones apenas se toma nota. El ejemplo más evidente es el de los avances tecnológicos que revolucionan la vida cotidiana sin avisar y a más velocidad de la de esta de elaborar mecanismos de adaptación. Los cambios son continuos y no es posible frenarlos. A la vista está lo que cuesta remediar sus consecuencias más dañinas cuando se detectan, como sucede con la conciencia del cambio climático.

El Estado es una realidad mutante en un sistema internacional fluido. Entenderlo de modo riguroso es difícil pero imprescindible a fin de aclarar las cuestiones en debate en el ámbito público de carácter concreto y práctico; las políticas públicas, que influyen decisivamente en la vida de la gente: los impuestos, los subsidios, las pensiones, la industria, el corporativismo, la privatización, el modelo productivo, las exportaciones, un sin fin de factores que no paran de moverse. 

El modelo más o menos consolidado de Estados del bienestar durante la Guerra Fría ha cambiado radicalmente entre los años 90 del siglo XX, con la caída del comunismo, y el primer decenio del XXI con la crisis financiera. Unos cambios tan profundos que han aconsejado elaborar una tipología nueva, la que sigue el Handbook, de Estados capitalistas desarrollados (OCDE), Estados en vías de desarrollo, antiguos Estados comunistas y Estados islámicos. En realidad viene a ser la vieja tipología de la Guerra Fría con alguna variante de enfoque y el añadido de los Estados islámicos.

El libro se concentra en varios asuntos decisivos en la elaboración de políticas públicas y las examina con mucha precisión técnica y referencias empíricas: la cuestión de la gobernanza multinivel que tiene mucha importancia en una época caracterizada por lo que en otro trabajo se llama "fronteras porosas". En relación con fronteras, un capítulo sobre la función de las instituciones reguladoras transnacionales, lo que viene a ser como la explosión del sistema de las "agencies" independientes que plantan cara al Estado. La cuestión aquí es si esas instituciones reguladoras transnacionales pueden llegar a sustituir al Estado. 

Atención muy especial se presta a las variaciones y transformaciones del Estado del bienestar, cuyo impacto en la vida de la ciudadanía es inmediato. Así se dedican sendos capítulos muy especializados a las transformaciones habidas en los modelos estatistas, el corporativismo, el Estado de inversión social, las economías de mercado liberales y los Estados ISI, de inversión de substitución de la inversión, entre ellos, España, el ascenso del modelo de la oferta y la reaparición de un nuevo Estado regulador precisamente a causa del triunfo de ese modelo de la oferta.

Algunas otras cuestiones tienen un tratamiento singularizado. Hay un capítulo sobre la transformación del Estado desde una perspectiva de género y otro sobre las migraciones, un aspecto que ya ha pasado del tratamiento meramente cuantitativo que se le hacía en el modelo clásico a otro cualitativo, dado que la complejidad creciente de las migraciones afecta a cuestiones relacionadas con los derechos de ciudadanía que pueden provocar y suelen hacerlo agravios comparativos que afectan a la gobernanza.

El capítulo sobre los Estados plurinacionales, a cargo de Michael Keating, un reconocido especialista y en el que, entre otros, se estudia el caso español, es de gran interés. En general, como todo el libro, concebido en un espíritu sobrío, práctico y muy didáctico e ilustrativo. 

dimarts, 1 d’agost del 2017

Sobre la crisis constitucional española

Ernesto Garzón Valdés et al., Democracia y procesos constituyentes. Fundación MAPFRE: Madrid, 2017. 160 págs.

Esta obra colectiva, producto de unas jornadas que se celebran periódicamente en Las Palmas de Gran Canaria sobre el tema genérico de “ciudadanía y democracia en España y Latinoamérica” versa sobre un asunto de importancia en sí mismo y agrandada por el momento que vive el país, un momento de crisis constitucional. Cinco especialistas abordan diversos aspectos monográficos del trilema que vive España entre: a) dejar las cosas como están; b) reformar la Constitución; y c) abrir un proceso constituyente nuevo. Ninguno aboga claramente por la primera opción aunque, como en todo debate político, algún suspicaz, partidario de una de las otras dos, pueda atribuir tal intención soterrada a quien propugne la otra, algo habitual.

El primer trabajo, “La reforma de la Constitución, una asignatura pendiente”, de Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho constitucional de la Universidad de Sevilla, señala la anomalía de que en España, a diferencia de otros países democráticos occidentales, no haya una tradición de reforma constitucional. Este mecanismo es el que permite conectar la legitimidad de origen con la de ejercicio y, por tanto garantiza la estabilidad de los sistemas políticos. Pero España constituye una excepción. Pérez Royo hace un repaso de las peripecias del constitucionalismo español de los siglos XIX y XX para concluir que la Constitución de 1978, que se debatió y aprobó con diversas anomalías (proceso constituyente de hecho, pero no de derecho; exclusión de la Monarquía del debate, etc.) se concibió de forma tradicional para no ser reformada, siendo así que esta es la única manera de ordenar jurídicamente la evolución político-constitucional. El trabajo es atinado y muestra una gran pericia del autor en su terreno pero, en la medida en que esta necesidad de reforma constitucional se postule como algo deseable para resolver la actual crisis constitucional española, la pregunta obvia es si no llega demasiado tarde. Discrepo, por lo demás, del autor en la idea de que no quepa considerar el Estatuto de Bayona como la primera Constitución española del siglo XIX y que este privilegio quede reservado a la de Cádiz de 1812. Es el punto de vista tradicional y al uso del constitucionalismo español de todas las orientaciones pero, desde uno estrictamente lógico y racional (no sentimental), no es sostenible. Verdad es que este Estatuto nace de la felonía de Carlos IV a favor de Napoleón y responde a una idea patrimonialista de la monarquía, incompatible con el principio liberal de la nación. Pero eso no quiere decir que el Estatuto sea nulo de pleno derecho porque ese espíritu liberal-nacional doceañista que así había de considerarlo es posterior a la felonía en sí que se produjo de acuerdo con la mentalidad y las leyes de la época. Guste o no a los españoles, más o menos patriotas, ese Estatuto es la primera Constitución española, cosa que no puede negarse sin incurrir en una petición de principio.

El trabajo de Ernesto Garzón Valdés, profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba (la Argentina) “Dignidad, derechos humanos y democracia” aborda una cuestión esencial de la teoría democrática, la de la justificación de la democracia. El autor sostiene que esta no es “autojustificable” (p. 47) desde un criterio procedimental de mayoría/minoría, sino que necesita una justificación de contenido, material, que solo puede llegar de fuera y estar al amparo del mayor defecto del principio justificatorio de la regla de la mayoría y ha de ser necesariamente la primacía de la dignidad de la persona en cuanto titular de derechos fundamentales. Se trata de una propuesta de solución mediante el postulado de unas “muletas morales” (ibíd.) que contrarresten el peligro de la “tiranía de la mayoría”. Esta se expresa a través de la famosa “paradoja de Condorcet” que prueba cómo las decisiones mayoritarias pueden no ser justas ni racionales (que es, por cierto, el argumento de la teoría de la decisión racional al respecto) y, por lo tanto, necesitadas de algún mecanismo de protección de esos derechos, de la dignidad de la persona y, en consecuencia, paradójicamente, de la democracia misma. Tal cosa solo es practicable mediante el principio del imperio de la ley y los mecanismos arbitrados para poner coto a los excesos de las mayorías, las que llama “restricciones horizontales” (ya presentes en Aristóteles) y las verticales generalmente mediante las jurisdicciones constitucionales que obligan al reconocimiento de los derechos humanos (p. 62). Se trata del recurso de que se valen habitualmente las sociedades democráticas contemporáneas, interesantemente justificado con una referencia a la idea de Durkheim de que la fortaleza del Estado garantiza la libertad del ciudadano, algo que en realidad viene repitiéndose en la historia del pensamiento político desde Aristóteles a Rousseau, pasando por Hegel. Es un punto de vista civilizado y prudente, pero no garantiza siempre que alcance sus nobles fines con más seguridad o eficacia que la irrestricta regla de la mayoría, probablemente por la esperable razón de que aquella seguridad solo sea alcanzable mediante una mezcla de ambos principios. Si acaso, dado que, en el fondo, la democracia descansa exclusivamente sobre la cultura política democrática de la ciudadanía.

El trabajo de Jaime Pastor, profesor de Ciencia Política de la UNED, “procesos constituyentes en el marco de la crisis española y europea” aborda la cuestión constitucional de forma más directamente relacionada con la actual crisis constitucional española. No solamente no ha habido una reforma constitucional en un sentido democrático en España sino que la que se dio sorpresivamente en 2011 del artículo 135 (prevalencia del cumplimiento de los límites del déficit) y la sucesiva normativa europea al respecto, supuso la imposición de la Constitución económica europea sobre la española. A partir de entonces se ha dado un vaciamiento progresivo del Estado social y democrático de derecho, frente al cual el autor propone un nuevo proceso constituyente que retorne la capacidad de decisión a la ciudadanía atendiendo sobre todo a dos criterios esenciales: la forma confederal del Estado plurinacional y la substitución de la Monarquía por una República. No obstante, Pastor reconoce que la correlación de fuerzas a partir de las elecciones de 2016 no es favorable a estas finalidades, aunque el aumento de propuestas de reforma constitucional apunta en el sentido de la necesidad de un proceso constituyente que permita al Estado resolver la presente crisis constitucional. Podría tratarse de un caso práctico de la célebre antinomia marxista entre la cantidad y la calidad de no ser porque en España las antinomias tienden a convertirse en aporías.

El artículo de Marco Aparicio Wilhelmi, profesor de Derecho constitucional de la Universidad de Girona, sobre “Horizontes constituyentes. Propuestas desde el Sur global” aporta una visión extraeuropea aunque para problemas específicamente europeos, como la refoma de la ley orgánica del Tribunal Constitucional español de 2015, que ilustra bien su idea de que, a raíz de la globalización, está dándose un ataque general a las vías constitucionales nacionales garantistas en lo que de hecho es un proceso deconstituyente al servicio de los intereses del capital, lo que le permite hablar de un orden no post-estatal sino post-constitucional (p. 89). Un nombre algo más preciso para la idea de Agamben (ya presente en Walter Benjmin) del estado de excepción permanente en nuestros países en los que la excepción se ha hecho la regla (p. 92). La solución estaría en una “acumulación de lucidez” que, tomando el ejemplo boliviano, proceda a procesos constituyentes con fuerte presencia indígena.

El trabajo de Pablo Ródenas Utray, codirector de la cátedra cultural “Javir Muguerza” de la Universidad de la Laguna,sobre “El trilema nacional canario (o por qué la realidad nacional canaria debería formar parte de la reconstitución democrática del Estado plurinacional español)" es un alegato sobre el contenido del subtítulo, un curioso trabajo que el autor presenta como una entrevista que este hace a su heterónimo Pablo Ródenas Utray, quien tiene otros heterónimos, al modo de Pessoa. El trilema nacional canario se presenta como una versión de las tres opciones que enunciábamos al principio: a) relación positiva España-Canarias o autonomismo y estatu quo; b) relación negativa España-Canaria o respuesta independentista; y c) relación ambivalente España-Canarias o respuesta autodeterminista (pp. 117/118). En otro lugar afirma el autor que el trilema es aplicable a cualquier otra nación en España. Sin duda y muy principalmente a Cataluña. Diagnosticando un fracaso de la fórmula autonomista, Ródenas reconoce que, en el estado actual de la conciencia nacional canaria, falta un largo trecho para que esta llegue a aproximarse a los logros de las naciones de máximos autonomistas (País Vasco y Cataluña) y esté resignada a una suerte de “subordinación neocolonialista) (p. 158).

Una recopilación interesante de trabajos que permite ver la dificultad de abordar la complejidad de la actual crisis contitucional española con criterios doctrinarios y simplificadores.

dimarts, 18 d’abril del 2017

La picota moderna

Estos de Podemos dominan el juego estudiado por el celebérrimo Guy Debord de la política como espectáculo. En realidad lo ha sido siempre pero, normalmente, espectáculo suntuoso, ceremonial, ostentoso, lleno de boato; espectáculo más del género operístico. Los de Podemos están introduciendo otros géneros, tanto en su actividad parlamentaria como en la callejera; géneros chicos, populares, zarzueleros, con algo de commedia dell'arte. Forman parte de esa función subversiva de la vida cotidiana que se adjudican como parte de su acción. Dada su obvia vocación mediática, sus espectáculos consiguen grandes audiencias.

El caso del autobús trae a la memoria otro tipo de espectáculo, el de la picota o su pariente rico, el rollo, lugares en que se exponía a los delincuentes al ludibrio público, a la entrada de las poblaciones, a veces de cuerpo entero, a veces solo la cabeza, convenientemente cortada y empalada, aunque estos eran casos extremos. La pena menor, la más habitual, era la exposición pública del malhechor. Ahora este es sustituido por su imagen, pero el efecto es el mismo. Los han puesto en la picota. Por lo demás, un espectáculo ambiguo pues si, por un lado, tiene una función ejemplarizante, por otro viene a ser como un anticlímax o sucedáneo. Creo que es en 1984 en donde hay un "minuto del odio", durante el cual la gente pasa a ver la imagen del enemigo oficial del pueblo para llamarle de todo. Y así se desahoga. Dudo de que eso suceda con el Tramabús.

Las reacciones han sido instantáneas, fulminantes, reveladoras de una irritación mal contenida y profundamente hostiles. Algo muy parecido a la recepción que tuvo el autobús de Hazte Oír del otro lado de la barrera ideológica hace unos días. Alguno ha apuntado al hecho de que el tramabús esté copiado del otro y ha aprovechado para soltar eso tan gracioso de que los extremos se tocan. Está claro que los de Podemos son unos imitadores que prácticamente lo han copiado todo, desde el nombre de la organización a su estructura y sus planteamientos. Pero en esto del autobús, en realidad, no copian, sino que siguen una tradición ya venerable en casi todos los países occidentales no solo con fines políticos y electorales, sino también publicitarios, propagandísticos. Y no solo autobuses, también trenes y hasta globos. Esto de los globos es una idea. Preveo intensas batallas judiciales a cuenta del derecho a la propia imagen.

Los socialistas, que han mantenido una exquisita neutralidad con los dos autobuses, rechazando los dos, se duelen de que aparezca el rostro de Felipe González mezclado con una tropa patibularia. Es un problema de interpretación. Como no quieren tirar al niño con el agua sucia, piden diferenciar entre las puertas giratorias que quizá sean inmorales, pero no ilegales y la Gürtel, que son delitos. Cierto es y quizá lo justo fuera que Podemos fletara un segundo tramabús con casos de puertas giratorias. No sería tan vistoso porque los de las puertas giratorias son menos conocidos que los Bárcenas, Aznar, González, Aguirre, etc. Y ese es justo el precio suplementario que paga González porque no es de recibo que se protagonice el primer gobierno de la izquierda en España después del franquismo con mayoría absoluta y se acabe en Gas Natural, cobrando un pastizal por "aburrirse", según su propia confesión.

Una de las reflexiones más interesantes de Piketty en su obra sobre el Capital hoy es la importancia que tienen las exageradas, estratosféricas rentas que por varias vías se adjudican cientos, miles de directivos en esta locura de la financiarización: salarios de cientos de miles €, pensiones de decenas de millones, retribuciones que no guardan relación racional alguna con la productividad. Cálculese la productividad de cobrar 200.000 € por "aburrirse". En el momento en que González acepta las reglas del juego, forma parte de él. Y eso vale también para Cebrián, solo que con puestas mucho más elevadas, más en el orden de los míticos brokers neoyorquinos

Se forma parte del juego y del espectáculo. En este caso, la picota. Ese autobús es un torpedo en la línea de flotación del consenso implícito en la tercera Restauración. Por cierto, lo que se echa en falta en el historiado vehículo es algún rostro de la Familia Real. Debe de haberse impuesto la sana y prudente cautela porque Urdangarin, por ejemplo, no se distancia gran cosa del resto del retablo.

dimecres, 12 d’abril del 2017

El poder político

De las cuatro fuentes del poder social que Michael Mann identifica en su obra magna, Las fuentes del poder social, esto es, las relaciones ideológicas, las económicas, las militares y las políticas, las primeras y las últimas son las más escurridizas y difíciles de tratar Todo el mundo sabe lo que es el poder económico (el capital) y el poder militar (la violencia) pero, al llegar al poder ideológico y el político, la cuestión se torna más imprecisa y compleja. Hay quien piensa que son dos momentos de un mismo poder, de forma que el político es la institucionalización del ideológico y el ideológico, la legitimación del político. Para algunos partidarios de la teoría del Estado como conquista, el poder político es emanación directa del militar y así pensaba Oppenheimer. Para los marxistas, el poder político es emanación del económico, amparado por el militar y justificado por el ideológico. 

El poder político, la capacidad de conseguir la obediencia de los gobernados, se consigue convenciéndolos por las buenas  (ideología) o por las malas (militar), esa dualidad sempiterna entre la auctoritas y la potestas, rebautizada hoy por Nye como "poder blando o suave" y "poder duro". Por supuesto, el poder político es la forma de expresarse del poder económico dominante, el capital.

Las izquierdas han tratado de poner en pie una forma de legitimación que no fuera  del poder económico dominante sino del dominado, algo que hasta la fecha se presentaba como un pensamiento entre reformista y revolucionario. El poder ideológico que justificaría el político de las clases subalternas. Pero no lo han conseguido. Al poder político solo llegan si acaso los reformistas más moderados y están sometidos a un hostigamiento permanente desde el poder económico, de forma que su autoridad es precaria. La idea revolucionaria se había formulado al amparo del sufragio universal. Al ser los trabajadores inmensa mayoría, el voto los llevaría al poder.  Tal cosa no sucedió y la izquierda quedó dividida entre un sector reformista y otro revolucionario. Una división con formas y matices distintos según los momentos y países, pero que aparece siempre, de forma que el gran problema, el sempiterno problema de la izquierda es la unidad, la falta de la cual la hace sucumbir a la derecha, mucho más unitaria.

Innecesario decir que el poder ideológico de la derecha acentúa el discurso unitario con pleno respaldo del poder económico y del militar. Eso hace que su poder político sea sólido, presentado como tal por los medios que controla el poder económico, que no sea nunca precario, ni siquiera cuando se encuentra en minoría.

Ese es el extremo que ilustra a la perfección el magnífico dibujo de Manel Fontdevila. Si no tienes mayoría absoluta, no tienes poder. Pero menos tienen los otros, cuyos porcentajes son aun menores y, además, están divididos y enfrentados. O sea, una buena base de poder político es la impotencia de los adversarios. Por eso puede el gobierno de Rajoy hacer lo que "le da la gana" con el auxilio de una oposición que va por ahí presumiendo de eficaz. 

Tampoco es nuevo. Rajoy ya demostró su capacidad para hacer lo que le da la gana durante el año de mandato en funciones, cuando elaboró la doctrina de que un gobierno en funciones no responde ante el Parlamento y el asunto acabó en el Tribunl Constitucional (TC) en donde, como era de prever, duerme el sueño de los justos.

A la vista del éxito, el consejo de ministros presentará en breve un conflicto de competencias ante el TC para limitar la actividad del legislativo a base de impedirle que pueda levantar los vetos interpuestos por el gobierno en nombre de la intangibilidad de los gastos de la ley de presupuestos. La cuestión es evidente: si el gobierno se sale con la suya (y es probable que lo haga pues el TC está bien surtido de magistrados de su cuerda ideológica), el Parlamento puede irse de vacaciones hasta la próxima cita electoral porque el gobierno podrá bloquear cualquier iniciativa legislativa invocando motivos económicos. 

En efecto, el poder que procede de la impotencia ajena es tan sólido como el que descansa sobre el poder militar. 

diumenge, 22 de gener del 2017

Más teoría política

Andrew Heywood (2016) Introducción a la teoría política. Valencia: Tirant lo blanch. Traducción, Ramón Cotarelo. 474 págs.
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Acaba de salir la segunda edición en castellano de la Introducción a la teoría política, de Andrew Heywood. La segunda edición en castellano porque en inglés ya va por cuatro. Palinuro ha traducido la cuarta inglesa, que tiene abundantes actualizaciones y ampliaciones. Entre un cuarto y un quinto del libro es nuevo. Se mantiene la estructura general de la obra a base de un tema por cada capítulo (libertad, igualdad, democracia, etc) con específica atención a las escuelas y corrientes doctrinales, singularizando luego a los autores para tratamiento diferenciado. De esta forma, la obra tiene un alcance muy completo porque no solamente trata las cuestiones con una perspectiva especulativa sino que las vincula a la realidad práctica de las corrientas (la socialdemocracia, el conservadurismo, el pensamiento postcolonial, el feminismo, el ecologismo, etc) y les añade un análisis sucinto de los más representativos autores.

Aparte de las mejoras introducidas a lo largo del texto, Heywood incorpora tres novedades que autorizan a considerar su obra no solamente como un manual de teoría política contemporánea básicamente occidental y europea (como eran las ediciones anteriores) sino como un tratado de la materia en perspectiva mundial. Las tres innovaciones son: los aspectos no europeos u occidentales de la teoría política (esto es, el tratamiento de otras raíces culturales), la perspectiva global, que no es coincidente con la anterior, y un capítulo nuevo completo sobre "la seguridad, la guerra y el orden mundial."

Habiéndose publicado el libro antes de la elección de Donald Trump, quizá para la siguiente edición haya que añadir otro capítulo nuevo sobre el "desorden mundial."

divendres, 30 de desembre del 2016

Vae victis

Paloma Aguilar y Leigh A. Payne (2016) Revealing New Truths Abour Spain's Violent Past. Perpetrator's Confessions and Victim Exhumations. Oxford: Palgrave Macmillan. 110 págs.
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Las profesoras Paloma Aguilar y Leigh A. Payne son dos reconocidas especialistas en materia de transiciones y, sobre todo, de justicia transicional o, como es el caso de España, falta de justicia transicional y post-transicional. Tienen ya una copiosa obra que las avala en la que se mezclan la minuciosidad de la historia con la versatilidad de la Ciencia Política.

Ambas publican ahora en inglés este pequeño pero denso libro ("Nuevas verdades sobre el pasado violento de España. Confesiones de los perpetradores y exhumaciones de las víctimas") sobre la sempiterna cuestión de la peculiaridad de la transición española que ha pasado de ser considerada en sus orígenes como "modélica" a serlo como una especie de pacto vergonzante, cuando no de traición y, en último término, un fracaso. Las autoras tienen una visión muy crítica de la transición, pero debido a su condición de rigurosas académicas y personas de sensibilidad, lejos de hacer una interpretación ideológica y sesgada, como es frecuente en los sectores izquierdistas (generalmente inconsistentes), entienden las circunstancias coadyuvantes a esta insatisfactoria evolución colectiva y tratan de comprender la complejidad de los factores que en ellas jugaron.

La transición se basó en un "pacto del olvido". En España no se habló de la violencia, no se revisó el pasado, no se atendieron las demandas de justicia, como en otras partes. El "Pacto del olvido" está en las memorias de muchos dirigentes de la transición. Estos creían que construir la democracia no era compatible con una revisión del pasado. Toda la justicia transicional que se ha hecho son algunas medidas de reparación económica hasta 2007 y algunas declaraciones simbólicas después. 

Frente a la propaganda agobiante durante la dictadura y el peso de la reivindicación de la "reconciliación nacional" en la transición, el relato dominante ha sido que dicha reconciliación se consiguió ya siempre que no se reabran heridas y que las cuentas están echadas pues ambos bandos en la guerra civil cometieron barbaridades. Las autoras refutan esta exoneración con dos muy sólidos y conocidos argumentos: las "barbaridades" de ambos bandos en la guerra civil no son comparables ni de lejos y, además, la cuenta pendiente es la de las barbaridades que continuó haciendo la dictadura en sus cuarenta años. 

La pregunta obvia es: y ¿cómo es posible que, a la muerte del dictador no hubiera una transición democrática limpia, con comisión de la verdad, justicia para las víctimas, exposición de los victimarios, etc? Las autoras que, muy realistamente, postulan una "coexistencia contenciosa" como la forma quizá más afortunada de ajustar cuentas democráticas con un pasado colectivo de crímenes, injusticias y terror, concluyen que tal cosa no se ha dado hasta la fecha cuando, por diversos lados, especialmente la intervención extranjera (la argentina) e internacional (la ONU), está empezando a forzarse una respuesta adecuada. 

Pero la pregunta sigue en pie: ¿por qué no se hizo y sigue sin hacerse? Aguilar y Payne aducen algunas también conocidas razones: el desequilibrio de las fuerzas políticas que pactaron la transición; el miedo; el subsiguiente silencio;  la intervención exterior; el conformismo de una población que a partir del decenio de 1960 accedía a cierto bienestar que no quería perder; la complicidad de los criminales; el "pacto de sangre" entre ellos; la política de reconciliación nacional, suscrita por la izquierda. Son los más notorios. 

Añado uno, poco explorado hasta la fecha por su difícil captación y su carácter algo escurridizo que no permite identificarlo bien. En el llamado "franquismo tardío" y primeros tiempos de la transición, se hicieron encuestas preguntando por la cultura política de los españoles. Sorprendentemente casi todas concluían con una alta valoración popular de la democracia. Un pueblo que llevaba cuarenta años de tiranía, sin libertades de ningún tipo y sin elecciones libres decía tener convicciones demócratas. Como  el resultado casaba con los intereses de los encuestadores y otros "modernizadores" se daba por bueno y se atribuía tan misteriosa mutación a causas verosímiles, aunque triviales: el turismo, le cine, la televisión, etc. En lugar de pararse a pensar en que esa conclusión era mentira, que los españoles decían ser demócratas porque, al estar Franco a las puertas de la muerte, pensaban que la democracia era tan inevitable como el calor en verano y el frío en el invierno. Pero mentían. Su cultura política era autoritaria, franquista. Y sigue siéndolo. Todos los españoles, incluidos los dirigentes de la izquierda conceden un plus de legitimidad a los vencedores de la guerra y sus herederos de la derecha hoy que actúan como tales, como se comprueba por los últimos acontecimientos: entrega del gobierno al derecha sin necesidad y perfecta coincidencia del programa de esa derecha neofranquista con la Corona.

Ese dato explica por qué España pudo considerarse a sí misma como una democracia sin ajustar cuentas con la dictadura y los criminales que la hicieron posible y todavía gozan del producto de sus delitos; sin hacer justicia a las víctimas; al contrario, honrando a los victimarios hasta hoy con Fundaciones, valles de los Caídos, misas en honor al genocida, calles y honores. Esa es la respuesta a la pregunta que las autoras se hacen sobre si sería posible algo así con Hitler en Alemania, con Mussolini en Italia. El nazismo y el fascismo fueron derrotados; el nacionalcatolicismo, no. Alemania e Italia se convirtieron en democracias; España, no. A la vista está.

El libro de Aguilar y Payne da audiencia a los relatos enfrentados de aquella longa noita da pedra del poeta Celso Emilio Ferreiro. Hubo, sin duda, relatos de los perpetradores que hubieran debido tener más eco, pero no lo tuvieron por las razones apuntadas y por otras que las autoras sintetizan con elegancia, asegurando que todos los relatos de la violencia requieren cinco factores: guión, actor, momento, escenificación y audiencia. En el fracaso de las escasas confesiones de perpetradores, el asunto no tuvo que ver con los dos primeros, sino con los tres últimos.

Algunas confesiones (llamadas aquí "históricas heroicas") todas publicadas y famosas, sirven para situarnos a la perfección en el espíritu que animaba a los asesinos rebeldes y que llevaron luego a cabo sistemáticamente, a conciencia, ascendiendo así de la condición de asesinos a la de genocidas. Las más famosas, las barbaridades que dijeron (y cometieron) Franco, Mola, Queipo, Yagüe y demás criminales.

Otra de las confesiones que las autoras tratan en extenso son las del aristócrata catalán José Luis de Vilallonga quien, enviado por su padre a "hacerse un hombre" a Bilbao, pasó quince días en un pelotón de fusilamiento, asesinando vascos. Añadiré que, en alguna parte de sus memorias, este Vilallonga cuenta cómo su padre, poseedor de una colección de más de 300 pares de zapatos que los rojos le habían robado en un asalto a su palacio, hacía fusilar a cuantos brigadistas internacionales se le ponían al alcance porque, decía que eran los únicos capaces de entender la grandeza de morir por un par de zapatos. Esta era la gente.

Se añaden algunas confesiones de algún cura muy posteriores y las de miembros anónimos de los pelotones de fusilamiento o los verdugos del garrote vil para demostrar que, en efecto, de ese lado del conflicto es poco lo que cabe esperar. Si acaso lo que las autoras llaman "negaciones ridículas", esto es, el caso de los perpetradores que niegan su participación, aunque haya pruebas fehacientes de lo contrario. Dedican con toda razón un espacio a un caso que es una verdadera vergüenza para el país, la Universidad, la Academia y la disciplina de la historia, el inenarrable Diccionario Biográfico Español, redactado por la Real Academia de la Historia, con fondos públicos (p.71), hace tres o cuatro años y cuya voz Francisco Franco ha sido elaborada por Luis Suárez, medievalista, franquista incondicional, mando de la Hermandad de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y miembro de la Fundación Francisco Franco. Algo así como si el equivalente alemán hubiera encargado la voz Adolf Hitler a Carl Schmitt. Y la Academia de la Historia sigue sin repudiar este atentado a la honradez y la decencia intelectual que niega que Franco Bahamonde fuera un dictador. 

Lo que ha impedido un relato contencioso y la democracia por tanto, es el "pacto de sangre" que se encuentra debajo del "pacto del olvido" (p. 78) No ha habido en España "justicia post-transicional. Algunos relatos del lado de los vencidos han venido a perturbar la narración aceptada y oficial que, en realidad sigue humillando a las víctimas como hace cuarenta años. Las autoras mencionan un par de magníficas novelas, convertidas en películas, como El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas o Soldados de Salamina, de Javier Cercas.  Yo añadiría Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, cuya capacidad para retratar el ambiente de la sórdida, miserable, cruel e inhumana posguerra española es superior a la de los otros dos porque la vivió.

Al silencio y perpetuación de la injusticia contribuye la actitud cómplice de los tribunales, como se ve an Callar al mensajero, de Francisco Espinosa. Y no solo los tribunales: todas las instituciones del Estado, la Corona, la Iglesia católica, la enseñanza, las universidades y una buena mitad de la población española son franquistas. Poca coexistencia contenciosa saldrá de ahí como no venga de fuera. Y de fuera está viniendo, como señalan Aguilar y Payne, de la Argentina y de la ONU.

En España no podrá haber democracia en serio mientras el país no sea capaz de mirar su pasado, entenderlo, hacer justicia a las víctimas y señalar a los victimarios. Mientras no sea capaz de afrontar la verdad.

A ello coadyuvará mucho este libro. Urge su versión castellana.

dimarts, 27 de desembre del 2016

Lo mejor de Podemos

Varios autores (2016) Anticapitalistas en Podemos. Construyendo poder popular. Barcelona: Sylone, 153 págs.
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Podemos, el fenómeno partidista más notorio de los últimos años, es una organización laxa, compleja, incierta, en la que confluyen proyectos distintos y distintas mentalidades y temperamentos. En cierto modo, una organización in fieri. Surge al rebufo de la crisis actual, la que empezó en 2008, y trae en buena medida su razón de ser del movimiento 15M. La experiencia que este dejó, sobre todo, fue la idea de que sería necesario articular un movimiento político que canalizase las energías de contestación manifestadas de un modo espontáneo. El intento sería el de Podemos. Pero este no partiría solamente del 15M, sino que acogería en su seno otros impulsos, otras tendencias y sensibilidades, gentes de las mareas, de los movimientos nacionalistas, exmilitantes de IU, del PSOE, verdes, ecologistas de Equo y, sobre todo, lo que más importancia ha tenido, los militantes de Anticapitalistas.

Así se configuró, casi a uña de caballo, en las premuras de sucesivas consultas electorales, esta organización atípica que comenzó conquistando los medios de comunicación antes de cristalizar en un conjunto de diputados, cargos electos, gestores de distintos niveles de gobierno que, si bien no han cambiado el sistema político español tanto como creen, sí han contribuido a darle un aspecto relativamente nuevo. Su mera presencia suscitó una verdadera oleada de ensayos y libros, al calor de la oportunidad. La "ventana de oportunidad" de que hablaban sus organizadores trasladada a la aventura editorial. En menos de un año apenas quedaba periodista que no hubiera probado su suerte con un ensayo sobre el fenómeno. La visión más o menos canónica presentaba un experimento de organización y articulación novedosa y radical que se atribuía casi por entero a la labor directiva del puñado de profesores de la Facultad de Políticas de la Complutense, muy en especial, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Prácticamente nadie mencionaba la importancia decisiva de los militantes de Anticapitalistas que, sin embargo, hicieron aportaciones fundamentales, sin las cuales Podemos no existiría: entre otras, la estructura material de una organización de partido coordinada y un fondo de experiencia política y densidad teórica que los de Podemos ni vislumbraban. Entre la miriada de libros oportunistas sobre el fenómeno justamente hacia falta uno que explicara este dato tan importante. 

Tal es el mérito del trabajo en comentario: un libro coral, un conjunto de entrevistas a una serie de diputados, cargos electos, alcaldes, concejales, activistas de Anticapitalistas, todas ellas trabajando dentro de Podemos, pero con una obvia intencionalidad y conciencia de comunidad, una unidad de acción que refleja ideas muy claras y plantea una curiosa situación dentro de la organización morada, especialmente ahora que esta parece escindirse ya en la tradicional divisoria de todas las organizaciones entre un sector más reformista y posibilista y otro más revolucionario y dogmático. 

Insisto: libro coral. Se entrevista a una serie de personas: Miguel Urbán, Jaime Pastor, Teresa Rodríguez, Jesús Rodriguez, Román Sierra, José María González "Kichi", Paula Quinteiro, Rommy Arce, Carmen San José, Laia Facet, Laura Mingorance, Daniel Albarracín y Raúl Camargo. Pero el discurso que elaboran todas ellas, desde muy diferentes perspectivas, tiene un leitmotiv, que habla de un trabajo colectivo, de una fuerza organizada, con años de experiencia a la espalda y una visión absolutamente moderna y al día de la dinámica de las sociedad contemporánea, el capitalismo en general y la situación española en concreto. 

A diferencia de Podemos, que es una organización de aluvión en donde, como puede verse hoy día, hay de todo, el proyecto anticapitalista viene de lejos. Se origina en la LCR de tradición trotskista. Tras su fusión fallida con el Movimiento Comunista, se transforma en Espacio Alternativo dentro de IU hasta que en 2008 lanza Izquierda Anticapitalista, hoy "Anticapitalistas" con gente de la Universidad, el movimiento antiglobalización y veteranos de LCR (p. 11). Todos ellos se integran en Podemos con su propósito específico, consistente en crear un Podemos "desde abajo", en el espíritu abierto, asambleario, casi libertario (p. 61) que los trotskistas han ido elaborando a lo largo de muchos años de experiencias y derrotas. 

Para Urbán, Pastor, etc, el 15M fue una revolución que dio al traste con la "cultura de la transición", entendida como una "correlación de debilidades" (p. 51). Podemos es una muestra de la crisis del régimen manifiesta en la muy profunda del sistema de partidos de la transición, dentro de la que se incluye a IU. Debe observarse que, aunque Podemos surgió con la idea de dinamizar IU, pronto vio que no había modo de conseguirlo desde dentro. De aquí que la idea defendida por los Anticapitalistas sea la de convertirlo en un "partido-movimiento" y parece obvio que, a pesar de ser minoritarios en el seno de la formación morada, lo están consiguiendo, incluso en contra de la voluntad de muchos de los dirigentes de aquella, que tienen una visión jerárquica, monolítica, incluso autoritaria de partido.   

Los anticapitalistas cultivan una especie de autoconciencia de motor teórico y moral de Podemos. Son y no son parte de él. En su día se les exigió disolverse en la organización pero no lo han hecho y se mantienen como un grupo cohesionado, dinamizador y con una capacidad especulativa y riqueza conceptual muy superior a las de Podemos.  Este presenta un peligro de hiperliderazgo, que no rinde cuentas y que se añade al que supone la falta de costumbre de gente que pasa de ingresos muy bajos a tener nóminas de 3.000 euros en sus cargos públicos. Se da un riesgo cierto de un cambio de elites y no de régimen, cosa que se echa de ver en la recurrente tendencia de los sectores más autoritarios de convertir Podemos en una "máquina de guerra electoral" (p. 37), a lo que todos los anticapitalistas se oponen denodadamente. 

Hay puntos en los que los trostkistas insisten a base de aportar experiencias y hacer elaboraciones de considerable calado:  José María González, "Kichi", alcalde Cádiz, aporta interesantes reflexiones sobre el municipalismo en la vertiente práctica y la teórica. Paula Quinteiro hace lo propio con lo que considera la nueva ola de feminismos y abunda en el  criterio por el que la acción emancipadora solo puede avanzar a base de feminizarse.  Los economistas Daniel Albarracín y Raúl Camargo, ambos en la tradición de la Economía Política marxista que se remonta a Ernest Mandel y cuenta hoy con exponentes como Anwar Shaik. Los dos son consistentes y precisos, sin rehuir las cuestiones más problemáticas de la disciplina, como hace en general Podemos, cuyos postulados en asuntos económicos son difusos o absurdos por su afán de no perder votos. Albarracín no rehúye la cuestión de la nacionalización de los medios de producción. A su vez, Camargo crítica cómo, a causa de sus obsesión electoral, Podemos ha ido moderando su programa económico en materia de impago de la deuda (y la auditoría ciudadana) y la nacionalización de los sectores estratégicos (p. 148). 

Por supuesto, los Anticapitalistas tienen elementos en común con Podemos, como el objetivo de democratizar la política y la economía. Pero también hay sus diferencias. Una de las más llamativas es el derecho a decidir de Cataluña y otras naciones del Estado que Anticapitalistas defiende en las convicción de que los discursos populistas sobre la "patria" no han funcionado (p. 39). En realidad, para ellos Podemos no entiende la cuestión nacional catalana, lo que los obligará  a hacer mucha pedagogía (p. 52).

En Anticapitalistas quieren repensarlo todo. Su propuesta es un partido-movimiento, articular fuerzas sociales y populares vivas, construir comunidades desde abajo, no una alianza de partidos o un "aparatillo mediático-electoral". Se conciben como una organización de vanguardia, que dinamiza procesos más amplios, en concreto Podemos, en donde compite con otras corrientes, entre ellas la dominante jerárquica, autoritaria, de raigambre comunista/estalinista procedente de IU, bajo la advocación de Iglesias, inspirado por referentes intelectuales como Anguita y Monereo. Frente a ella, otra más flexible y democrática a medio camino entre el neopopulismo y la socialdemocracia, representada por Errejón y que cuenta más o menos con los mismos apoyos. No deja de ser gracioso que el fiel de la balanza lo tenga este más o menos 10 por ciento de Anticapitalistas, imbuidos de espíritu crítico, sin prejuicios, convencionalismos ni servidumbres. Lo cual no implica que este crítico esté de acuerdo sin más con los postulados de Anticapitalistas. A su parecer son los más elaborados, inteligibles y concretos en el conjunto de un discurso general de la organización morada bastante vacuo e incoherente, centrado en imponer su visión de sí misma como intérprete privilegiada de la realidad. Una pretensión de exclusividad que la izquierda teóricamente más consistente había abandonado hace algún tiempo. Ese afán de comprender la realidad en lugar de hablar de sí mismos como depositarios de la razón es lo que convierte a  los anticapitalistas en los más respetables e interesantes pero también en los más conscientes de la dificultad de un empeño para el que todavía falta muchísimo. 

Si personalizamos las tres opciones en sus cabezas más representativas, Urbán (y Jaime Pastor en un discreto segundo plano), Errejón e Iglesias, veremos la paradoja de que haya una relación inversamente proporcional entre el valor intelectual del personaje y su visibilidad mediática. El más sólido, con mayor amplitud teórica, más audacia intelectual, ingenio y sentido de la innovación es Urbán (y, por supuesto, Pastor, hombre de rara coherencia) a quien no es frecuente ver en los medios. También intelectualmente valioso, aunque no tan original ni profundo, aparece Errejón, a su vez, rostro muy frecuente en los televisores. Por último, el dueño absoluto del ámbito mediático, el rostro que casi monopoliza el símbolo de Podemos, Iglesias, es el que carece de todo discurso original, ingenio o audacia conceptual y solo es capaz de articular ideas en apariencia rompedoras pero manidas y sistemáticamente copiadas. El poder de la imagen tiene sus límites.

dissabte, 24 de desembre del 2016

El autor, autorizado

César Colino, José A. Olmeda, Jaime Ferri Durá, Paloma Román Marugán y Josefa Rubio Lara (Eds.) (2016) Ciencia y Política, una aventura vital. Libro homenaje a Ramón Cotarelo. Valencia: Tirant Lo Blanch. 942 págs.
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El mayor honor que puede alcanzar un profesor, un docente, un académico, en fin uno que se dedica a estudiar y aprender, es el reconocimiento de sus amigos, sus colegas, sus pares. Ahí es donde su trayectoria cobra sentido, porque la ve con los ojos de otros y de otros con los cuales ha compartido muchos momentos en la vida. Entiende uno que ser conocido quiere decir que te conocen, que saben de qué pie cojeas, que te tienen tomada la medida. 

Por eso estoy impresionado por la división en temas en que los colegas han distribuido el libro, haciendo sus muy interesantes aportaciones, clasificación en la que me siento reflejado: teorías e ideologías políticas; los partidos políticos y la izquierda; el Estado del bienestar; España: democracia, sistema político, cuestión nacional; comunicación y política; cultura y política; la Ciencia Política en España. Pues, efectivamente, un amplísimo programa por cuyos vericuetos pienso adentrarme en estas vacaciones.

Pero antes deseo felices fiestas a todo el mundo y muy especialmente a los cinco que han llevado la ingrata, prolija, tarea de la edición y, asimismo a los numerosos colegas que me han honrado con sus aportaciones a este libro. Imposible mencionar a todo(a)s, pero a toda(o)s llega personalmente mi emocionado agradecimiento.

dilluns, 28 de novembre del 2016

Filosofía y utopía de la democracia salvaje

Scheherezade Pinilla Cañadas y José Luis Villacañas Berlanga, Eds. (2016) La utopía de los libros. Política y Filosofía en Miguel Abensour. Madrid: Biblioteca Nueva, 221 págs.
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Amplia y polifacética obra la de Miguel Abensour. Él mismo un hombre de extensos saberes, politólogo, filósofo, historiador de las ideas, crítico literario, erudito, teórico político. Su obra se ha ido construyendo en diferentes diálogos con pensadores y teóricos de distintos siglos. Predomina una orientación izquierdista marxista (explícitamente ubicada en el "joven Marx") con un fuerte elemento antiestatista, bordeando en el anarquismo, todo entreverado con una lectura/diálogo permanente con E. Lévinas y sus reverberaciones heideggerianas. Y hay muchas más cosas. Tantas que el autor ha renunciado a integrarlas en algún tipo de sistema, dejándolas más bien en un mosaico complejo, e irregular, un poco al estilo de Montaigne, como la obra que se va haciendo. Abensour, además, la dota de unos indicadores (no necesariamente suyos) que se repiten a modo de repères para orientar en diferentes direcciones entrecruzadas: el momento maquiaveliano, la intriga de lo humano, la epojé fenomenológica, la alteridad levinasiana, la democracia insurgente, la democracia contra el Estado, la filosofía crítica, la sin arkhé, la utopía como una de las raíces y elementos del marxismo, el todos-uno o el todos-unos, la "hipótesis inconcebible", la conversión utópica. Y, por supuesto, el faro maldito que luce desde hace 500 años iluminando la incapacidad humana de encontrar una respuesta al Discurso de la servidumbre voluntaria, de Etienne de la Boètie, el gran amigo de Montaigne.

De la Boètie trastorna de tal modo los presupuestos de toda teoría política que casi puede entenderse esta como la búsqueda de una respuesta aceptable a aquel discurso. Al menos la de los teóricos del círculo de Abensour que se han ocupado de la misma cuestión, Pierre Clastres y Claude Lefort, entre otros. En la antropología de Clastres aparecen unas sociedades "contra el Estado" que, por así decirlo, dejarían a cubierto la retaguardia. A continuación, el discurso se empareja con el espíritu republicano en el momento maquiaveliano, se pasa en forma dubitativa por el tratado Teológico-Político spinoziano y se acaba aventurando la hipótesis de que ese espíritu de emancipación que llevaría (lira utópica) a la situación en que no hay servidumbre porque los seres humanos solo se obedecen a sí mismos es la movida por la "verdadera democracia" marxiana. Por supuesto, ese itinerario del espíritu en libertad, que da esquinazo al estatismo hegeliano gracias a una interpretación de la crítica de Marx a Hegel (en los llamados Manuscritos de Bad Kreuznach, obra no del joven, sino del jovencísimo Marx) se puede interpretar de muchas formas y así suele hacerse. En todo esto aparece la sombra de Rousseau y su incómoda volonté générale. Cierto que se vapulea a Hobbes por lo unilateral (y "antirrousseauniano") de su estado de naturaleza, pero apenas se dedica atención al verdadero padre de la teoría política liberal, John Locke, cuya doctrina esencial consiste en convertir el consentimiento (se entiende que libre) en base de legitimidad del poder, lo cual confirma el punto de vista de La Boètie con la servidumbre voluntaria. Algo patente.

El libro, escrito por once especialistas con orientaciones distintas y un interés común en Abensour, del que ofrecen lecturas estimulantes, se abre con un breve ensayo del propio Abensour, "Spinoza y la espinosa cuestión de la servidumbre voluntaria". Trata de averiguar si en Spinoza encontramos la hipótesis de la servidumbre voluntaria. No se atreve a decir que no por cuanto hay una mención a la obra de La Boètie en el Tratado Teológico-Político de la que se sigue una dificultad del conatus, una grieta en él, una inversión del deseo, algo grave. Recuérdese que, según La Boètie, el pueblo de Israel y sus tiránicas instituciones serían un ejemplo perfecto de servidumbre voluntaria. Y tanto: el trato que dispensa el autor a Israel es tan despreciativo y hostil que casi parece antisemita. Dice La Boètie: No puedo leer la historia de ese pueblo sin sentir un gran despecho, que podría incluso llevarme a mostrarme inhumano con él, hasta el punto de alegrarme de todos los males que más tarden padecieron. Entiende Spinoza que hay servidumbre voluntaria cuando la práctica del contra sí mismo lleva al hombre a renunciar a su reserva de derecho natural que pertenece a la voluntad del sujeto. Esta sería la "hipótesis inconcebible". Pero, si es tan inconcebible, dice Abensour, ¿por qué Spinoza la menciona y la trata?  El pueblo hebreo funciona con dos pactos: el primero con Dios y establece una teocracia, basada en la servidumbre voluntaria porque les permitía relacionarse directamente con él y no depender de sus semejantes. Pero Dios los asusta y se ponen en manos de Moisés, a quien mandan a hablar con él y que instituye otra teocracia. En los dos casos, apunta la "hipótesis inconcebible": la servidumbre voluntaria (p. 39). No hay salida. Kant, como buen ilustrado, había dulcificado bastante esta servidumbre manteniendo los dos pactos a los que llamó "el de la unión civil" y el de "sujeción". Pero sujeción es, al fin y al cabo. Y voluntaria.

Tres trabajos en el ámbito político.

Antonio Rivera García, "El contra-Leviatán de Miguel Abensour". Se centra en la obra más famosa de Abensour, La Democracia contra el Estado. El enemigo de Leviatán no es el concepto moderno de libertad, sino el de vida activa, el republicano. De ahí el primer momento maquiaveliano. que se encuentra en el joven Marx, el de la "verdadera democracia". La democracia no debe cosificarse en leyes constitucionales, sino que debe abrirse a la continua autoconstitución del pueblo. La Comuna de París fue el segundo momento maquiaveliano de Marx.  En su libro, Abensour termina conectando la democracia con el pensamiento libertario, la sin arkhé, lo que no está mal si se delimita el concepto del de sinarquía, una forma de gobierno oligárquica clásica directa o indirecta que responderá o no al sentido que Abensour le dé. La referencia al Saint Just de Les institutions républicaines, es importante (distinción entre instituciones/leyes) pero aquí está off limits.

Jordi Riba, "Democracia y Modernidad", va directo a la "democracia insurgente": la democracia es movimiento. El sentido de la democracia es la desaparición de la dominación y la destrucción del Estado. La utopía y la democracia son dos fuerzas indisociables de las que se ha alimentado el movimiento emancipatorio moderno. Es posible, pero no necesario. La utopías como formulaciones son casi monopolio absoluto de los ámbitos culturales anglosajón y francés. No hay utopías alemanas. Tampoco la tradición democrática alemana ha sido de lo más espléndido y, sin embargo, de Alemania surgió la más potente doctrina emancipadora que ha enarbolado le izquierda de una u otra forma durante más de siglo y medio. Hay quien dice que adjetivar la democracia es siempre sospechoso y se acuerda de la democracia orgánica o la democracia popular. Pero eso no quiere decir nada. Es solo una prueba de que la democracia es un universal que luego se concreta y autodesigna como le parece. ¿Por qué no insurgente o salvaje, como las huelgas?

Interesantísima nota de Anne Kupiec, "El héroe revolucionario" y sus metamorfosis. Abensour ha investigado la "identidad enigmática del revolucionario moderno" en un mundo que ha quedado vacío desde los romanos (p. 87). Nunca ha pretendido escribir un tratado sobre el heroísmo. Cierto. Si algo se aleja de la consideración sistemática es el heroísmo, que está basado en el "valor", esa cualidad que, según Napoleón, no se puede fingir, pero que tiene infinitas manifestaciones. Ojéese el índice del tratadillo de Carlyle, Sobre los héroes, el culto al héroe y lo heroico en la historia. Ahí aparecen Odín, Mahoma, Lutero, Cromwell, Rousseau, etc. Descorazonador.

Vienen luego cuatro ensayos sobre la dimensión de utopista (no utópico, claro) de Abensour.

Patrice Vermeren, en "El mapa del mundo y el ataúd de la utopía" concluye que leer a Abensour es leer a Abensour leyendo o releyendo otros textos. Así que cuando el autor habla de la  persistencia de la utopía y la conversión utópica, a través de dos paradigmas: la epojé fenomenológica  (despertar de la subjetividad) y la imagen dialéctica, tomada de Walter Benjamin, lo hace tras haber meditado sobre una larga serie de autores y obras. 

Francisco Serra Giménez, avisa de la "extrañeza de lo humano" y, tras pasar la utopía por la teoría crítica, la confronta con la alteridad en la consideración de la utopía como ucronía en Noticias de ninguna parte, de William Morris. Esto de las ucronías es interesante en sí mismo. El año anterior al de Morris apareció Un yankee de Connecticut en la corte del Rey Arturo, de Mark Twain. Bien es verdad que era humorística y una ucronía hacia el pasado, mientras que la de Morris nos lleva al futuro. Igual que hacía la que publicó hacia 1776 Louis Sébastien Mercier, L'An 2440, libro curiosísimo.

Georges Navet, encuentra "El método de la utopía" en la "ciencia nueva" de Vico, guía para la "utopía de los libros" levinasiana que Abensour admira.

Claudia Gutiérrez Olivares, en "Animal utópico: ¿un animal sentimental?" retoma la epojé que, con la "conversión utópica" deviene en "animal sentimental" 

Tres muy interesantes reflexiones de carácter estético:

Miguel Corella, "Más allá de la política: estética y an-arquía. La ciudad en Miguel Abensour y Jean-Luc Nancy". Corella analiza la arquitectura de Speer, el arquitecto preferido de Hitler a la luz de Canetti, Arendt y Benjamin.  La Boètie mediante, la dinámica utopía/democracia puede llevar a algo que más sea "distopía", por la famosa alternancia de lo heimlich/unheimlich que ya había preocupado a Freud, si no ando equivocado. 

Ana Carrasco-Conde, "La estética de la permanencia y la petrificación del espacio público: Sobre la arquitectura de las formas totalitarias". Es una reflexión sobre los dos escultores nazis por excelencia, Arno Breker y J. Thorak. La autora lo exlica muy bien: el cuerpo de la masa y el cuerpo del Führer, todo en uno. La pintura de alemana de la época era igual de relamida, ambigua y cursi. En definitiva, la política de erradicación del arte degenerado hacía sitio al reinado del arte sencillamente monstruoso e inhumano, por titánico y kitsch al mismo tiempo.

Del trabajo de Scheherezade Pinilla-Cañadas, "Un largo viaje: De l'être-rivé à l'évasion" subrayo la importancia que se da a la aportación de Levinas al Sein zum Tode heideggeriano con un Mit-sein-zum Tode y su impacto en la obra más importante de un deportado, Semprún, El largo viaje. La autora anuncia la redacción de un trabajo más extenso sobre el mourir ensemble levinasiano.

Una palabra de clausura a cargo de José Luis Villacañas Berlanga, "Miguel Abensour y Pierre Clastres: sobre antropología política". El mérito de Clastres no es descubrir que haya sociedades sin Estado, sino sociedades orientadas a impedir que surja el estado. Acontecimiento Clastres, "la democracia contra el estado" (Abensour) y la "democracia insurgente". Al refuerzo Lefort con el "Contra Hobbes": el Estado es la destrucción de una sociedad política constituida para evitarlo. Para ello se necesita un malencontre", ese es el inicio de la autoridad política. Con todo, la reconciliación de la insurgencia y la institución es posible si vemos que el Estado no es la principal fuente del derecho. En realidad el Estado nunca ha sostenido tal cosa ya que suele respetar los usos y costumbres; algunos se han constituido sobre ellas. No obstante, para que el Estado sea o no principal fuente de derecho, ha de haber un Estado constituido con arreglo ¿a qué derecho? Quizá al que Abensour llama "derecho social". La cuestión está entonces en sobre qué fuerza coactiva decansa ese derecho. Y aquí es donde entran todos los momentos maquiavelianos, las "verdaderas democracias", los "contra Uno", las insurgencias, en apoyar la obligación en la condena por acuerdo unánime de la colectividad, incluso por acuerdo mayoritario. Y entonces se yergue siempre el fantasma de Sócrates.

Por cierto, me toca presentar el libro esta tarde en el centro Sefarad de la calle del Arenal según convocatoria que voilà. Espero no repetirme y aburrir al respetable. 

divendres, 25 de novembre del 2016

Barberá

Es inevitable hablar de Rita Barberá. Vaya por delante que Palinuro profesa a rajatabla el principio del respeto a los muertos. De los muertos no debe hablarse ni bien ni mal porque no pueden responder. Eso debiera bastar. Y aquí no se hablará en absoluto de la difunta, sino del insólito guirigay que han montado los vivos a su costa. Empezaron los de su propio partido a buscar de inmediato culpables de la muerte por infarto. Todavía córpore insepulto, el ministro de Justicia empezó hablando de "conciencia" y, con claro sentido de culpabilidad que los psicólogos llaman de "proyección", se refirió a la conciencia intranquila de unos otros innominados pero claramente situados en la izquierda a los que, de este modo hacía responsables del óbito. La derecha se ha civilizado mucho. Ya no acusa del hecho material, sino solo de la responsabilidad intelectual.

No solo es injusto. También es absurdo y como el absurdo es más contagioso que la risa numerosos dirigentes del mismo partido se han animado a repartir culpabilidades como una máquina de riego automático fuera de control: la "cacería" de los medios, la "pena de telediario", el "linchamiento de la opinión pública", las "hienas" (cosecha de Rafael Hernando), la maldad intrínseca de la izquierda. Todo con tal de no reconocer que los primeros candidatos a esa poco honrosa plaza de haber acosado a su antiguo referente y modelo en el que todos decían mirarse son los que acusan a los demás. Fue fortísima la caída: los mismos que la adulaban le esquivaban el saludo en público, como a una apestada.

Todo esto es absurdo. Toda muerte cierra un escenario. Es un hecho mudo. No plantea problemas morales. Se acepta porque no es posible hacer otra cosa. Buscar culpables que no sean los autores materiales si tal hubiera sido el caso es absurdo. Que cada cual le dé la interpretación que quiera. Es culpable la sociedad entera. Y en la configuración de esa sociedad fue muy relevante la fallecida. Los problemas morales, el ruido, los plantean los vivos, especialmente los políticos cuando la situación se presta que es justo cuando dicen que no se presta. Y lo hacen en el terreno habitual de la desmesura, la mendacidad, la agresividad, el ridículo no solo entre sí, sino también hacia la población. Pero, al darse contra el fondo del hecho trascendental de la muerte, lo ridículo se convierte en grotesco. Algo que interpretaría muy bien El Bosco.